Mar 9 Mar 2021
Monseñor Luis Adriano Piedrahita: En la muerte de un gran servidor de la Iglesia
Por: P. José Antonio Díaz Hernández - Para quienes tenemos fe en Jesucristo, sabemos que, como dice San Pablo, todo sucede para bien de los que aman a Dios (cf. Rm 8,28). Sin embargo, existen episodios en nuestra vida que nos recuerdan que aceptar esta verdad no siempre es fácil. Uno de estos episodios ha sido la muerte de nuestro Obispo.
La muerte de una persona cercana, querida, entregada y eficiente nos causa muchos interrogantes: "¿Por qué Señor? ¿Por qué ahora? ¿Por qué él, si era un Obispo que tanto bien podía hacer aún en esta vida? El lunes 11 de enero, por la tarde, Monseñor Luis Adriano Piedrahita Sandoval, gran pastor y amigo, moría, víctima del coronavirus, tras permanecer varios días en la clínica Avidanti, de Santa Marta.
Ante este acontecimiento, sometemos confiadamente nuestras preguntas al misterio de Dios, en quien creemos y esperamos. Él es el Padre del cielo, nuestro origen y nuestra meta, nuestro creador y salvador, nuestro compañero de camino y nuestro descanso eterno. Sólo Dios, insondable en sus juicios e infinito en su misericordia, puede dar la respuesta a las preguntas que dolorosamente suscita la muerte de Monseñor Luis Adriano. Los caminos de Dios son impenetrables. Sus planes no son nuestros planes y sus caminos no son los nuestros (cf. Is 55,8).
Este hombre, que se fue de este mundo, desarrolló su actividad sacerdotal propagando, fundamentalmente, la Palabra de Dios, y su legado y enseñanzas siempre estarán presentes en la vida de todos aquellos que fuimos sus discípulos.
Toda su vida, toda entera, en los diversos ministerios que como sacerdote y luego como Obispo le encomendó la Iglesia, los vivió con esa pasión misionera que le caracterizó, con el fin de dar a conocer a nuestro Señor Jesucristo y de meter en la vida de la Iglesia esa fuerza que tiene que tener también la Iglesia del Señor para anunciar siempre a Jesucristo y su Palabra. En todo lo que hizo, en lo que dijo, en lo que manifestó con su vida y criterio, fue esa pasión por dar a conocer al Señor. Toda su vida fue, sin lugar a dudas, una afirmación del sacerdocio y de la fe.
Como Obispo estuvo vinculado estrechamente a las Diócesis donde sirvió, primero como Obispo Auxiliar de Cali, y luego como Obispo de la Diócesis de Apartadó y Santa Marta (El 19 de julio de 1999 Su Santidad Juan PabloII lo nombró Obispo Titular de Centenaria y Auxiliar de Cali, recibió su ordenación episcopal el 8 de septiembre de 1999. El 3 de julio de 2007 Su Santidad Benedicto XVI lo nombró Obispo de la Diócesis de Apartadó. El 5 de agosto de 2014 el Papa Francisco lo nombró como obispo de la Diócesis de Santa Marta, tomandoposesiónde la jurisdicción el 9 de octubre del 2014en la CatedralBasílicamenor de Santa Marta, el Sagrario y San Miguel). Como Obispo de nuestra Iglesia Particular se dedicó a la labor apostólica como testigo de Cristo, no sólo interesándose por los que ya siguen a Jesús, Buen Pastor, sino consagrándose totalmente a los que ya de cualquier modo perdieron el camino de la Verdad o desconocen el Evangelio o la misericordia salvadora de Cristo.
Monseñor Luis Adriano se esforzó por llevar su ministerio como un verdadero maestro de la fe a través de la predicación en las celebraciones en la Iglesia catedral o en las continuas presencias en las diferentes parroquias de la Diócesis y con diferentes grupos, a través de cartas o comunicados dirigidos a los sacerdotes o a los fieles en general con motivo de circunstancias especiales, de artículos y entrevistas de prensa, en las reuniones y retiros del clero, y especialmente a través de las visitas pastorales que las llevó de manera ordenada y exhaustivamente, cubriendo toda la geografía de la Diócesis, y en las que tuvo la ocasión de entrar en comunicación con agentes de pastoral, grupos parroquiales, comunidades educativas, asociaciones cívicas, autoridades, etc. Además de las visitas a las diferentes parroquias y centros de evangelización que el Obispo realizó frecuentemente con motivo de la celebración del sacramento de la Confirmación o de otros sacramentos, o con motivo de las fiestas patronales, que en nuestra Iglesia particular es una costumbre bastante arraigada.
Las relaciones de Monseñor Luis Adriano con los sacerdotes de la Diócesis se dieron de manera cordial y fraterna. Fue un pastor cercano. De nuestra parte, como sacerdotes, guardamos con el Obispo una actitud de amistad y de respeto. Son varias las maneras como se relacionó con los sacerdotes, a través de las reuniones del clero que suman unas cinco al año, y de los retiros espirituales anuales. En ambos encuentros se esforzó por estar siempre presente. Las visitas pastorales fue una oportunidad muy adecuada de compartir cercanamente con los sacerdotes, conviviendo con cada uno de ellos por espacio de cuatro días, además de las visitas esporádicas a las parroquias por alguna necesidad. De manera especial se relacionó con los sacerdotes por medio del contacto personal, del celular o de los medios virtuales, que ahora son tan útiles. Siempre estaba dispuesto a atender por cualquiera de estos medios los requerimientos y necesidades de sus presbíteros. Es de destacar, que en este tiempo de pandemia, Monseñor Luis Adriano estuvo cercano a su presbiterio atendiendo, incluso, las necesidades espirituales y materiales de cada sacerdote.
Su partida ha dejado entre nosotros los frutos abundantes de quien, como san Pablo, ha “corrido bien la carrera” (cf. 2 Tm 4,7). Sus casi cincuenta años de sacerdocio, estuvieron marcados por una profunda vida de oración, la devota celebración de la Santa Eucaristía y la infatigable atención a las necesidades espirituales de tantos hombres y mujeres que acudían a él para reconciliarse con Dios mediante el sacramento de la confesión o buscar consuelo y sabiduría mediante la dirección espiritual y la formación teológica.
No hay palabras para expresar nuestro dolor y consternación, y el de todos sus compañeros y amigos, por su fallecimiento. Es increíble pensar que ya no le volveremos a ver y a tener entre nosotros; pero Dios no se equivoca, le tenía una mejor misión allá con Él, le necesitaba junto a Él, y no cabe duda que el cielo lo recibió con aplausos.
Sin mayores pretensiones, Monseñor Luis Adriano, nos mostró a lo largo de su vida, la autenticidad de una vida sacerdotal que es modelo a seguir. Pasando por altos y bajos, éxitos y aparentes fracasos; pero sin perder el entusiasmo de amar a Dios y a los demás, en un servicio desinteresado y rico en frutos de vida eterna.
Esta fe que compartimos con él, no nos evita el dolor y el sufrimiento, como no le evitó a Cristo en la cruz. En este punto, me permito remitirme a unas palabras del Evangelio, citadas por Monseñor, unos minutos antes de ser intubado, y que estoy seguro que se identificó con ellas. Me dijo, “José Antonio acércate: puedo expresar la oración de Jesús en Getsemaní: ‹‹Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú››” (Mt 26,39). La humanidad de Jesús se estremece ante la muerte. El amor a la vida, connatural a la naturaleza humana, le hace reaccionar violentamente contra la muerte. Pero por encima de esto, obra en Él la absoluta confianza que ha puesto en su Padre, y resuelve el trance con su obediencia filial a la voluntad de quien lo ha enviado al mundo para mostrar un amor que no se detiene ni ante la muerte para salvar a todos sus hijos e hijas.
Que la Eucaristía, que es el sacramento de la Pascua de Jesucristo, nos una a todos en una plegaria por este maravilloso pastor. Él fue ungido por el sacramento del Orden para bendecir y perdonar, anunciar la esperanza y acoger a los desalentados. Dios le dé ahora su recompensa. La Madre de Dios, muestre ahora a Monseñor Luis Adriano el fruto bendito de su seno. ¡Que María custodie nuestra esperanza!
P. José Antonio Díaz Hernández
Presbítero de la Diócesis de Santa Marta