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monseñor luis fernando rodríguez

Mié 16 Jun 2021

¡Que se nos den oportunidades!

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - No soy historiador de academia, pero sí un sacerdote que por más de 36 años de ministerio ha podido ver y conocer de cerca la realidad de nuestras comunidades. Comparto una angustia que arrugaba mi corazón cada que en la Universidad presidía las ceremonias de grados de cerca de 2500 profesionales de las distintas áreas del conocimiento cada año. Me preguntaba: ante la realidad económica, política y social del país, ¿dónde se van a ubicar estos nuevos profesionales? Implementamos por eso una serie de cursos transversales para que los estudiantes “cambiaran el chip”, de modo que se prepararan no solo para ser empleados, sino también para a ser empleadores gestionando sus propios espacios de trabajo con las Pymes, especialmente. Pero de nuevo el corazón se arrugaba: Colombia es uno de los países donde más trabas administrativas y cargas impositivas de impuestos se tiene para la creación de empresas; ni el famoso “fondo emprender” ha podido dar los frutos esperados. Por otro lado, el acceso a la educación formal en los distintos niveles es muy limitado. En los países llamados “desarrollados”, la formación técnica o tecnológica abarca una población mayor que los profesionales, pero ambos, en el ejercicio de sus competencias, son valorados y estimulados. En Colombia, lastimosamente, todos quieren ser “profesionales”, porque en muchos espacios los técnicos y tecnólogos no son suficientemente valorados. Tenemos el claro ejemplo de muchos de los egresados del SENA que terminan su preparación con excelentes habilidades para el trabajo, pero apenas un número reducido logra ubicarse laboralmente. No ha faltado el grito que se da cuando a un trabajador que tiene formación tecnológica, por su historia, por sus habilidades, por su buen trabajo, resulta devengando un salario igual a un profesional. “Es necesario cambiar de chip”. No se puede negar que, en algún caso, un profesional te puede decir dónde poner el clavo, pero no sabe cómo ponerlo. No siempre la teoría hace el maestro. Otros trabajadores son empíricos o autodidactas, y dan cátedra a los más ilustrados profesionales. Todos son importantes, todos son necesarios. ¿Entonces qué? La Iglesia, y en el caso particular de Cali, solo por poner un ejemplo, se ha distinguido desde hace muchos años por apostarle a la educación con calidad e inclusión. En la Arquidiócesis de Cali tenemos todas las ofertas: desde la educación primaria, básica y técnica, con cerca de 32.000 estudiantes, sobre todo de los estratos 1, 2 y 3, hasta una Fundación Universitaria, con 24 años de experiencia y cerca de 6000 estudiantes donde la mayoría son de escasos recursos y/o trabajadores, presente en lugares como Pance, Meléndez, Compartir (Distrito de Aguablanca), Yumbo, Jamundí y Plaza Caicedo. Pero existen otras instituciones de educación católicas que, soportadas en la larga experiencia educativa de la Iglesia, ofrecen estudio de calidad para los estratos altos, sin descuidar un significativo número de estudiantes de estratos bajos, apoyados con becas y subsidios especiales. Planteo esta reflexión, en el momento actual, pues sin duda alguna uno de los aspectos que lleva a las reacciones de descontento y violencia que estamos viviendo, tiene buena parte de fundamentación en las grandes limitaciones de carácter estructural que arrastra el país desde tiempos remotos, también en el campo de una educación que debe ser pertinente, abierta, incluyente y con calidad. Un país educado ayuda a tomar conciencia a los ciudadanos de que todos somos responsables de todo y de todos. Permite construir una cultura en la que todos cabemos en el territorio y posibilita la consolidación de una identidad nacional. La educación, va más allá de la actividad educativa de las instituciones. Es una educación que tiene que ir de la mano de la formación, pues la educación no solo consiste en llenar de conocimientos a los estudiantes, sino también en ofrecer a ellos dimensiones formativas como las que tienen que ver con el cuidado de la vida propia y la de los otros, el conocimiento y difusión de los derechos humanos, el cuidado de la casa común y la dimensión trascendente que permite mirar a los demás como hermanos y hacer proyectos que vida que permitan alcanzar no solo la satisfacción de las necesidades básicas, sino también la felicidad eterna que se construye en este mundo. Es la educación que ha de propender por hacer hombres y mujeres sabios y sabias. Dice el libro de los Proverbios: “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, el hombre que adquiere prudencia; es mayor ganancia que la plata, es más rentable que el oro… En su mano derecha hay larga vida, en su izquierda, riqueza y gloria. Sus caminos son una delicia, todas sus sendas son pacíficas. Es árbol de vida para los que se aferran a ella, felices son las que la retienen” (Prov. 3, 13-14.16-18). Por esto mismo, educan también los padres y las mamás en las familias, el entorno social de los barrios y ciudades y los amigos. Educamos, en la campo religioso, los ministros, cada que se hace una reflexión desde la Palabra de Dios, las catequesis y las iniciativas pastorales, o los encuentros que se tengan según las creencias de cada uno. Hasta la misma naturaleza, con su silencioso vivir, da lecciones formativas de vida a los humanos. Y todo esto es y hace cultura, y todo esto hace posible la construcción de una identidad nacional. Ejemplos de ello tenemos en múltiples países del globo terráqueo, que para bien o para mal, nos dan lecciones de unidad en la diversidad. Me ha parecido muy interesante una de las conclusiones del filósofo e historiador, Jorge Orlando Melo, en su libro Historia mínima de Colombia: “Colombia nunca se convirtió en una nación en el sentido que el término tenía a fines del siglo XIX: una comunidad que comparte lengua, creencias, costumbres y valores. Hoy es un mosaico en el que las diferencias culturales locales o regionales, sociales y étnicas se afirman y defienden. Para muchos, la diversidad nacional reconocida en la Constitución de 1991, más que identidad, es un factor de creatividad que debe defenderse de las tendencias unificadoras” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia.”. Turner Publicaciones S.L. Madrid 2018. pag. 320). En los tiempos de las protestas, cuando muchos se están sentando en las mesas para los diálogos, la concertación y los consensos, un punto de partida que deberá ser tenido en cuenta es precisamente la múltiple diversidad de quienes conformamos este hermoso país. En Cali, hoy epicentro nacional del paro, junto con Bogotá, indudablemente este aspecto será clave, porque lograr entender las necesidades de todos y cada uno de los grupos representativos étnicos, regionales y grupos de jóvenes, adultos, mujeres, etc., será la llave para reconocer que todos hacen y hacemos parte de una misma nación y que todos estamos llamados a ser respetados, pero también a aportar lo que cada uno está llamado a dar desde su tradición y sus costumbres. Lograr eso es la ruta para reconocer el factor identitario de Colombia, que diversa como es en su conformación, es capaz de caminar unida hacia un futuro mejor. En la educación se encuentra uno de lugares más adecuados para este ejercicio de participación, desde el diálogo y la visión holística de la realidad; de allí que que la Iglesia de Cali, y estoy seguro que de toda Colombia, renueva su compromiso de seguir educando y formando las generaciones de hoy y de mañana, generaciones sobre las cuales reposará en buena parte nuestro futuro. Los jóvenes en las calles han estado clamando la oportunidad de estudiar y de poderse insertar más y mejor en la vida laboral digna. La Iglesia seguirá ofreciendo su amplia experiencia educativa, pero espera que su servicio sea valorado y apoyado por el Gobierno, pues si bien el servicio educativo que ofrece es privado, porque proviene de un órgano no estatal, finalmente, el servicio es público y subsidiario al Estado, que no logra por su cuenta acoger los numerosos jóvenes en sus aulas educativas. Finalmente, en un pueblo educado, con oportunidades de trabajo digno y respeto de los derechos mínimos de las personas, la violencia es sin duda menor. La historia de Colombia, por desgracia, descrita por Melo como “la historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia” se encuentra de nuevo en la encrucijada histórica de quienes han descubierto la necesidad de reclamar sus justos derechos para tener futuro y recuperar el sentido y dignidad de la vida que muchos han perdido. La falta de educación ha hecho que la espiral de violencia esté siempre presente en Colombia, incluso, creando una especie de nueva cultura, la de la violencia. “Esta violencia -afirma Jorge Orlando Melo- creó olas expansivas que desorganizaron la sociedad, cambiaron sus valores, debilitaron la justicia y la policía y dieron campo y estímulo a otras formas de delincuencia, como el narcotráfico. Y su relación con los problemas sociales y la desigualdad ha hecho que forme una trama compleja con acciones políticas legales y con organizaciones que promueven objetivos legítimos, lo que vuelve difíciles y poco eficaces las respuestas represivas. Esta violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia. pag. 324). Es necesario, pues, “cambiar el chip” de la cultura de la violencia, a la cultura de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad, del desarrollo participativo, de la cooperación mutua. Para aquellos que tienen algo qué hacer, he aquí un aporte. La Iglesia católica de Cali está presente, y desde la educación seguirá dando lo mejor para formar hombres y mujeres capaces de seguir construyendo una Cali mejor, un país mejor, más humanos, más dignos, más incluyentes, más amantes de la vida y de la casa común, anunciando y formando a las nuevas generaciones en la cultura del Reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 19 Abr 2021

Hacia una reforma tributaria más humana que técnica

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - “La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona” (Benedicto XVI. Caritas in veritate, 45). En la discusión que se ha abierto en Colombia respecto de la propuesta de la reforma tributaria que ha sido entregada para su estudio y aprobación al Congreso, son muchos los decires en particular sobre el borrador del articulado. Es muy común escuchar que en lo que tiene que ver con la elaboración de las leyes, muchas veces llevan al horno una torta de manzana, y sale un pan. Esto para decir, que en la mayoría de las veces, los borradores borradores son y casi siempre se modifican sustancialmente. Esto quiere decir que, en el caso que nos ocupa de la reforma tributaria, no sobra conocer las propuestas y articulados, pues en sana discusión puede ayudar a los legisladores a mejorarlos, adicionarles otros o eliminarlos y por qué no, a descubrir la oportunidad o no de una decisión. Con esta reflexión no pretendo aproximarme a los artículos y propuestas de reforma, sino al espíritu que ha de animar la realización de la misma, pues si el espíritu está en el vía correcta, sin duda que el resultado será, de pronto no perfecto, pero sí más justo. Un aspecto, que es el que quisiera respetuosamente abordar, es el que tiene que ver con los agentes de la ley, los legisladores y los ciudadanos en general que a través de ellos tienen su representatividad. ¡Cuánto me gustaría que estas reflexiones lleguen a quienes tienen en sus manos el deber de legislar no solo los asuntos pertinentes a la reforma tributaria, sino también en los múltiples aspectos de la vida en Colombia! Como Obispo católico, ¡cuánto quisiera que la luz el Espíritu Santo los ilumine y les ayude a entender la grandeza de su misión! Si lo hacen todos, no importa el grupo político o ideológico al que pertenezcan, podrán poner por obra la principal motivación de la política: el bien común, el bien de la persona y el desarrollo integral de nuestros pueblos. La Doctrina Social de la Iglesia, que aplica de especial manera el mandamiento del amor al prójimo desde lo social, trae un innumerable acopio de reflexiones, mensajes y exhortaciones para que los hombres y mujeres de buena voluntad tomemos conciencia del papel de ser constructores de la gran familia humana. Algunas de sus afirmaciones pueden parecer fuertes y lo son, pues pretenden hacer despertar la conciencia de muchos que nos hemos venido acostumbrando a un estilo de vida sin Dios y sin ley. La Iglesia ha sido abanderada de la defensa de los más débiles, de los pobres. Realiza con valentía la denuncia de la violación de los derechos y la dignidad de los que no tienen voz. Por eso en este acervo de labor profética, la dimensión económica no ha estado ausente en la evangelización. El papa Benedicto XVI regaló a la humanidad la magnífica encíclica Caritas in veritate, en el 2009, sobre el desarrollo humano integral en la caridad y la verdad. Quiso invitarnos a reflexionar entorno de la magistral encíclica Populorum progressio de Pablo VI, que cumplía 40 años de su publicación, la que presenta como la Rerum Novarum de la época contemporánea, ésta última, de León XIII sobre la cuestión social en la época de la industrialización. Partiendo de la afirmación sobre la impostergable necesidad de asumir los parámetros éticos en la implementación de las leyes, quise proponer primeramente la dimensión ética y humana en la aproximación a la economía, pues una economía que no sea de por sí humana, solo conduce a la esclavitud y a la explotación del otro. Ahora bien, la necesidad de hacer una reforma tributaria, que tiene suficientes argumentos para su realización y que nadie puede negar, como la crisis fiscal y económica de todos los sectores de la población por causa, por un lado de la pandemia, pero también por la corrupción tan alarmante que parece como un cáncer que derrumba los fundamentos relacionales de los ciudadanos y las instituciones, se va volviendo cada vez más apremiante. Así las cosas, una reforma como la propuesta y las que vengan, no puede tener la motivación de solucionar solo los problemas de hoy, a manera de bomberos que aparecen para apagar el fuego, sino que tiene el deber que mirar al futuro. La mirada no puede ser de corto plazo, ha de ser también amplia, con la que se busque asegurar el presente y el futuro de la sociedad. Un aspecto clave también para los legisladores, que sin duda es de difícil compaginación, es combinar la respuesta a los dramáticos problemas actuales como el desempleo, la poca capacidad adquisitiva de las familias, la falta de vivienda digna, el hambre, la violencia en todas sus manifestaciones y un largo etcétera, con asentar las bases duraderas que permitan un futuro tranquilo. Las presiones e intereses seguramente son innumerables y requerirá por parte de todos serenidad, estudio y compromiso. Como esto es trabajo de todos, y todos deberemos ser responsables de todo y de todos, el papa Benedicto plantea una cuestión que en Colombia ha cogido una fuerza descomunal. Veamos: “En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no es a sí mismos. Piensan que son solo titulares de derechos y con frecuencia cuesta madurar en su responsabilidad respecto al desarrollo integral propio y ajeno…. La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios” (CI, 43). Es también común escuchar que “a nadie le gusta que le toquen el bolsillo”. Esto es, que pocos están dispuestos a aportar de lo que es propio para el beneficio común de los demás. Cierto es que las cargas impositivas que tenemos los colombianos son enormes, pero tampoco se puede negar que cuando se da primacía a los derechos individuales, se va opacando poco a poco la dimensión solidaria del ser humano, para dar espacio al egoísmo simple de quien se cree en el derecho solitario de defender sus propios derechos. Cuando en un expendio de cualquier cosa el vendedor pregunta al cliente ¿necesita la factura?, ¿qué hay detrás de esta pregunta? Dicen los expertos que si en realidad todos en Colombia pagáramos como debe ser los impuestos y fuéramos responsables con las obligaciones frente al fisco nacional, no sería necesaria ninguna reforma tributaria y hasta sobraría dinero…. La ética de una economía verdaderamente humana, parte del reto que es necesario recuperar cada vez más la responsabilidad de la ciudadanía, las implicaciones del ciudadano que tiene sentido de pertenencia a su comunidad, a su ciudad, a su región, a su país, al mundo. Limitar los derechos a un asunto personal, lleva también a una esclavitud que solo conduce a la propia y solidaria autodestrucción. De nuevo es necesario decir que todos somos responsables de todos. Así, afirmar tajantemente que esto de la economía y de la reforma tributaria le toca solo al Estado, es una verdad parcial, porque si bien al Estado -estructura- le corresponde liderar, coordinar, ejecutar y administrar la dinámica fiscal del país, los primeros que también debemos participar responsablemente en esta gestión somos los ciudadanos como aportantes y veedores de la misma. Es una realidad innegable que sin Estado no hay sociedad, pero ¿cómo tener un Estado que no ahogue, limite o clasifique la sociedad o al menos a una parte de ella? ¿Cómo garantizar la transparencia en el uso de los recursos que los ciudadanos entregan al Estado? Una pregunta, de no poca monta es necesario plantear: ¿a qué sociedad sirve el Estado? ¿Cuál es su tamaño y cómo está distribuida social y económicamente? ¿Cómo se debería hacer una caracterización de la sociedad que vaya más allá de las estadísticas y encuestas? Y por último, ¿cómo hacer para que efectivamente todos contribuyamos de manera equitativa y proporcional al desarrollo integral de Colombia? Como ayuda respetuosa para los legisladores que tienen en sus manos la tarea de analizar y llevar a cabo la posible reforma tributaria, traigo nuevamente al papa Benedicto XVI, quien con elocuencia y firmeza dirá: “Toda la economía y todas las finanzas, y no solo alguno sectores, en cuanto instrumentos, deben ser utilizados de manera ética para crear las condiciones adecuadas para el desarrollo del hombre y de los pueblos. Es ciertamente útil, y en alguna circunstancia indispensable, promover iniciativas financieras en las que predomine la dimensión humanitaria. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar que todo el sistema financiero ha de tener como meta el sostenimiento de un verdadero desarrollo… Recta intención, transparencia y búsqueda de los buenos resultados son compatibles y nunca se deben separar” (CI, 65) “Necesitamos la reforma para cumplir con los planes sociales”, dijo el señor Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla cuando explica las razones del Gobierno nacional para realizar la reforma tributaria. Aquí entramos en otra dimensión de la economía; la primera que he propuesto es el espíritu humano integral que debe regir los principios de una sana economía, ahora propongo el o los objetivos de la economía en general. Dejo que el sea Magisterio de la Doctrina Social de la Iglesia el que nos ilustre con su sabiduría: “Los ingresos fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial para la comunidad civil y política: el objetivo hacia el cual se debe tender es lograr una finanza pública capaz de ser instrumento de desarrollo y solidaridad. Una Hacienda pública justa, eficiente y eficaz, produce efectos virtuosos en la economía, porque logra favorecer el crecimiento de la ocupación, sostener las actividades empresariales y las iniciativas sin fines de lucro, y contribuye a acrecentar la credibilidad del Estado como garante de los sistemas de previsión y de protección social, destinados en modo particular a proteger a los más débiles". (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 355). Se dice que la pandemia ha hecho que muchos de nuestros países, en especial los de Latinoamérica, hubiéramos perdido más de 10 años de lo ganado en desarrollo y crecimiento. La pobreza extrema creció a ritmos agigantados. Por eso las palabras claves -a mi parecer- del objetivo de todo plan financiero macro son desarrollo y solidaridad. Recuperar una mejor calidad de vida y hacernos más humanos, es decir, más solidarios, tiene que ser el fin de un serio plan financiero y fiscal del Estado. No se trata solo de ser solo asistencialistas, sino ayudar al que lo necesita y poner las bases para que su pobreza sea superada. Dios quiera que “los planes sociales” de los que habla el señor Ministro de hacienda no se limiten solo a lo asistencial, sino que miren y conciban lo social como un todo en las que se fortalezcan las relaciones de cada individuo consigo mismo, entre sí y con la casa común que es la naturaleza. Finalmente, en el ejercicio de la economía personal, familiar, colectiva, estatal y ciudadana hay una serie de principios, que también podemos denominar compromisos, que hoy más que nunca toman especial vigencia. La Iglesia los ha propuesto desde siempre y los resume el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 355 así: La finanza pública se orienta al bien común cuando se atiene a algunos principios fundamentales: 1. el pago de impuestos como especificación del deber de solidaridad; 2. racionalidad y equidad en la imposición de los tributos; 3. rigor e integridad en la administración y en el destino de los recursos públicos. En la redistribución de los recursos, la finanza pública debe seguir los principios 1. de la solidaridad, 2. de la igualdad, 3. de la valoración de los talentos, y 4. prestar gran atención al sostenimiento de las familias, destinando a tal fin una adecuada cantidad de recursos”. Como las necesidades y expectativas de la población son tantas, la responsabilidad de los legisladores es superior. Por tanto, espero que estas reflexiones sobre el modo, el cómo y el fin de la reforma tributaria y de la economía en general que he planteado, ayuden a los legisladores y a la ciudadanía a hacer gala de la grandeza y sabiduría que en momentos de crisis han surgido siempre en nuestra querida patria. Dios nos ayude. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Jue 25 Mar 2021

Llamados por Dios

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - La Cuaresma 2021 ha estado marcada, para nosotros los creyentes, por un sinnúmero de signos que tienen que ayudarnos a pensar en lo importante de nuestras vidas y en el llamado que nos hace el Señor a la esperanza. Comenzamos por la ceniza. Es un signo de penitencia. Este año muchos la recibieron no en la frente sino en la cabeza. De pronto no cayeron en la cuenta de que para recibir la ceniza en la frente en forma de cruz, se levanta la cabeza, se acercan erguidos para ser signados; con la imposición en la cabeza, se acercan con la cabeza abajo, un signo muy interesante para mostrar nuestra humildad y pequeñez ante la misericordia de Dios. A Él nos acercamos no para exigir, sino para pedir, como el leproso del evangelio: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Seguimos con la Palabra de Dios. Esta en sí misma no es un signo, es la presencia viva del Señor. En la Cuaresma, la Palabra se convierte de manera especial en luz de nuestros pasos. Por eso el llamado a intensificar su lectura y meditación que nos ayude a descubrir lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de prueba. Pasamos luego a las expresiones de nuestros deseos de conversión: la limosna, la penitencia y el ayuno. Estos sí que nos permiten entender la compasión del Padre del cielo hacia nosotros sus hijos. A través de estas realidades, para tantos dolorosas, ya que están en estado permanente de ayuno, de abstinencia y penitencia, pues no tienen ni siquiera dónde dormir ni qué comer, al tomar conciencia de estas realidades y ser compasivos como Dios, el llamado es a ser a austeros, solidarios, generosos y misericordiosos a través de las obras de caridad. No puede faltar en la Cuaresma el sacramento de la misericordia, el sacramento del perdón. Nos acercamos al sacerdote para recibir el perdón de los pecados y hacer delante suyo el compromiso de no volver a pecar. Es el llamado a la reconciliación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza. En la encrucijada de la pandemia, llega la vacuna contra el coronavirus. Prácticamente coincidió su llegada con el inicio de la cuaresma. Desde la fe un mensaje, basado en la misma Palabra de Dios: “el que persevere hasta el fin se salvará”. Así es, la vacuna surge como un signo de esperanza para seguir nuestro camino en este mundo, con entusiasmo. No todo estaba acabado, todo saldrá bien. ¿Acaso no fue ese el anuncio constante de Jesús a sus discípulos, que al final no comprendían?: “él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser matado y resucitar al tercer día” (Mt., 16, 21). Ahora sentimos de nuevo el llamado a la esperanza en la acción misericordiosa del Señor que no nos abandona. El Papa Francisco, el miércoles de ceniza, decía que “la Cuaresma es el camino del retorno a Dios”. Es el camino para el encuentro con el Resucitado. Es el camino para llegar a la meta de la vida nueva, movidos por la esperanza que no defrauda. Estemos atentos al llamado que nos hace Dios a ser mejores, a estar con él, a disponernos para el encuentro definitivo con Dios, a renovar la fe, la esperanza y el amor. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo auxiliar de Cali

Jue 11 Feb 2021

17 de febrero - Miércoles de Ceniza

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - De nuevo daremos inicio al tiempo de cuaresma en la Iglesia. No sabría decir si lastimosamente, pero sí, nos toca vivirlo en un período de tiempo muy difícil provocado por la pandemia del coronavirus. Hasta la Iglesia ha debido hacer algunas recomendaciones relacionadas con el rito, no con el fondo de la celebración. Ojo. La Congregación para el Culto Divino y los Disciplina de los Sacramentos ha pedido que en relación con el rito de la imposición de la ceniza se retorne a la usanza antigua, como lo describen los textos sagrados cuando se habla de los penitentes que se cubrían de saco y ceniza. En ninguna parte se dice “se untaban” ceniza (cfr. Jonás, 3, 5-6). Respetuosamente quiero hacer mención a lo sucedido con las prescripciones de bioseguridad respecto de la recepción de la comunión en la mano y no en boca, donde no pocas personas se han sentido afectadas y temerosas, pues consideran que no son dignas de recibir el cuerpo de Cristo en sus manos. Muchos se han quedado en la forma de recibir a Jesús sacramentado, y han preferido -dolorosamente- abstenerse de recibirlo, cuando la recepción en la mano ha sido tan antigua en la tradición de la Iglesia. Lo mismo sucede con la santa ceniza. Lo primero que en estos tips pastorales quiero recordar, es que este es un sacramental. Es decir, una ayuda espiritual para hacer más factible el propósito personal del creyente, en este caso, de la conversión, del cambio de vida, que comienza con el reconocimiento de los propios pecados. Desde siempre la ceniza se ha esparcido o echado en seco sobre la cabeza de los fieles. Así ha sido en Roma. Comenzando por los Papas, la han recibido en sus cabezas, de manos del Cardenal camarlengo. La tradición de mojar totalmente la ceniza y untarla es realmente de Latinoamérica, pero no hace parte de ningún dogma o mandato que diga que debe siempre untarse en la frente. Ahora, por la pandemia, se invita a que el sacerdote diga una sola vez la fórmula de la unción, y en silencio, con los cuidados del protocolo de bioseguridad, a los fieles que se acerquen, les echa con sus dedos un poco de ceniza seca en las cabezas sin tocarlos. No se es más o mejor cristiano porque la cruz de ceniza se vea más. Se es más cristiano cuando cada uno tome conciencia de la necesidad de volver a Dios, de convertirse y de tener una vida según su santa voluntad. Los signos de la Cuaresma como la penitencia, la limosna, la oración, el ayuno, sí que se pueden vivir personal y comunitariamente en este tiempo Cuaresma, cuando son tantos los que por causa de la pandemia del COVID-19 y las injusticias humanas sufren hambre, están ayunando física y espiritualmente y esperan de todos una limosna, o mejor, unos brazos extendidos que hagan sentir cercana la misericordia y el amor divinos. Que la Cuaresma 2021 permita a los creyentes en Cristo y a los miembros de la Iglesia, escuchar la voz de Dios, que en la pandemia nos está llamando a convertirnos, porque su tiempo ha llegado. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Mié 6 Ene 2021

Falleció el papá de obispo auxiliar de Cali

Ha fallecido, en Medellín, don Ángel María Rodríguez Acosta, padre de monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, obispo auxiliar de Cali. El Episcopado de Colombia se une en oración por el eterno descanso de don Ángel María y pide a Dios consuelo para monseñor Rodríguez Velásquez y su familia. “En el calendario litúrgico de la Iglesia universal es la Epifanía. Hoy mi papá, Ángel María Rodríguez Acosta, llegó al pesebre para hacer de su vida una ofrenda al Niño Dios. Descansa en paz. Pido oraciones por su alma y por mí y mi familia, para que Dios nos conceda fortaleza”, así dio a conocer la noticia monseñor Luis Fernando. Las exequiias se realizarán mañana 07 de enero en la parroquia San Clemente. del barrio Los Colores de la ciudad de Medellín, a las 10:00 a.m.

Vie 13 Nov 2020

Por tutela retiran piezas religiosas de la Gobernación del Valle del Cauca

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Se está volviendo reiterativo el hecho de querer imponer un pensamiento religioso, desconociendo algo que es muy claro en Colombia, “el hecho religioso católico” de un país que por siglos se ha ido consolidando en los cimientos del Evangelio y del humanismo cristiano. “La decisión obedece a una tutela en la que se argumentó que, en el edificio se estaba violando el derecho fundamental de laicidad del Estado” (Periódico El País, nov. 7 de 2020, A10). Según se pudo comprobar, en un espacio pequeño en que había un oratorio, se tenían el Sagrario con Santísimo sacramento y dos imágenes muy queridas por los vallecaucanos: el Cristo Milagroso de Buga y la imagen del San Juan Pablo II, especialmente. Me vienen unas series de preguntas que considero oportuno compartirlas: ¿Qué entienden los jueces y algunas personas por “Estado laico”? ¿Acaso la laicidad madura no implica el respeto de los credos de los demás? ¿Entonces la ley de libertad de cultos y expresiones religiosas que nos honramos de tener en nuestra constitución en qué queda? ¿Será que la presencia del Sagrario con la Eucaristía y una imagen de tanta tradición como la del Milagroso de Buga, afecta la conciencia y va en contra de los principios de las personas, creyentes o no? ¿Qué daños hacen la Eucaristía y la imagen del Señor de los Milagros? ¿Por qué se busca privatizar la fe de los creyentes restringiéndola solo a lo íntimo de cada uno? ¿Se tiene presente cuántos son los servidores públicos, en este caso de la Gobernación del Valle, que profesan la religión católica? ¿No podrán ellos reclamar su derecho a la libre expresión de la fe y a tener derecho a un lugar digno donde hacer oración y recuperar las fuerzas ante las dificultades y retos que deben afrontar en todo momento? ¿Pueden los accionantes demostrar que la Gobernadora o alguno de los servidores de la gobernación católicos, imponen su fe a quienes atienden en sus oficinas? ¿A alguno han “obligado” asistir una ceremonia religiosa? ¿Qué se está buscando con esta estrategia? ¿Será que se está preparando el terreno para imponer un día a los trabajadores del Estado a que renieguen de su fe católica o asuman un agnosticismo radical? Ante tantos problemas realmente graves y urgentes por los que atravesamos actualmente, ¿cómo entender que los jueces interpreten como un derecho fundamental estas querellas, con el tiempo que realmente quitan a las administraciones y a ellos mismos? ¿Si fuera claro, acaso no se está así vulnerando el derecho fundamental de culto a los que lo profesan lícitamente?. En la reciente encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco de nuevo convoca a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a trabajar por el respeto mutuo, a valorar al otro, a reconocer que en la diferencia hay riqueza. Frente al tema del respeto de las tradiciones religiosas, de cualquier credo, y en particular de las convicciones cristianas, dice el Papa, primero, que “El culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y el compromiso amoroso por todos” (FT, 283), y, segundo, que “los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría (y en Colombia no lo somos, pero a veces nos tratan como minoría), se garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí donde ellos son minoría. Hay un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz; el de la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones” (FT, 279). Como Obispo católico, en nombre de quienes hacemos parte de la Iglesia católica, invito a que en vez de gastar tiempo y energías en este tipo de declaraciones, tutelas y sentencias judiciales, trabajemos juntos, sabiendo que, como también lo dice el Papa Francisco, “esa libertad religiosa proclama que podemos encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios” (FT, 279). En este caso la tutela fue contra la Gobernación del Valle del Cauca, pero los afectados son los ciudadanos que profesan la fe católica, comenzando por la Gobernadora, a quien se le quiere impedir que viva y exprese coherentemente sus convicciones de fe, tal como se quiso hacer con el Presidente de la República, en el caso de la Imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y su presencia en la Eucaristía en honor del Señor Caído de Monserrate. Mañana, Dios no lo quiera, se buscará entutelar al Señor de la historia y del mundo, pues su existencia, que nada ni nadie puede negar, es escándalo y necedad para algunos. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Mar 13 Oct 2020

¿Nueva normalidad?

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Avanza este 2020. Entre luces y sombras pasan los días y las noches. Certezas e incertidumbres nos embargan. Hasta comienzan a pasar por las mentes de todos preguntas tales como: ¿se tendrán las novenas del Niño Dios? ¿Cómo será la navidad? ¿Cómo se vivirán las fiestas de año nuevo?, etc. Por eso, a manera de anticipo, porque es bueno hacer unas consideraciones que nos ayuden a todos a “irnos preparando” para la nueva normalidad que ocasionó el COVID-19, planteo esta reflexión desde la visión que nos toca a nosotros como Iglesia. Es posible que algunos hubieran padecido el coronavirus o un familiar o un amigo cercano o un conocido. Otros de pronto habrán perdido, por este virus, una persona cercana. Otros, en su inmensa mayoría posiblemente, no han sido tocados por esta pandemia y han sorteado con éxito las “amenazas” de contagio. En todos los casos, movidos por la fe, es necesario dar gracias a Dios, porque este tiempo no puede pasar en vano. Es tiempo de Dios, es tiempo de salvación. Gracias al Todopoderoso porque se pudo superar la pandemia o al menos se aprendió a convivir con ella, porque se superó la enfermedad, porque no nos hemos contagiado, o porque nos regaló seres queridos que ahora no nos acompañan. Por todo, es necesario dar gracias a Dios. La gratitud es clave para generar un antídoto frente a la adversidad, pues es el ingrediente número uno de la esperanza. Los tiempos que vienen no serán iguales. Realidades socio - económicas complejas se avecinan. Habrá más pobreza, la recuperación de los empleos perdidos será lenta, las relaciones humanas cambiarán. Conceptos como felicidad, fe, fortaleza tendrán una nueva dimensión. ¿La felicidad que teníamos o la que creíamos tener desapareció?, ¿dónde se hallará la felicidad?, y ¿la fe en Dios?, ¿será que Dios nos olvidó? ¿Y la fe en las instituciones y en los demás, debilitada por las limitaciones de tantos, se esfumó? ¿Dónde se puede encontrar la fuerza para seguir el camino, cuando la fragilidad ha hecho su aparición? Ante todas estas inquietudes y otras que seguramente se tienen, la confianza en Dios es la clave para vacunarnos ante el virus de la indolencia, la desesperanza, el egoísmo y la soberbia. No sobra recordar lo que se ha repetido tantas veces, y en lo que la Iglesia insiste basada en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Las renuncias, los pequeños sacrificios, la disciplina, serán asumidas con amor y alegría. Tapabocas, lavada de manos, distancia preventiva, limpieza de las suelas de los zapatos, etc, hacen parte de la “nueva normalidad”. Por eso, en la nueva normalidad, la disciplina será clave para que podamos vivir tranquilos. ¡Ánimo!, ¡todo va a salir bien! + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 21 Sep 2020

“El patrimonio cultural eclesial de la Iglesia va más allá de ser unos bienes"

Así lo afirmó Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez, Obispo Auxiliar de Cali y Presidente de la Comisión de Educación y Culturas de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), en el marco del Encuentro Nacional de Delegados Diocesanos de Patrimonio, realizado de manera virtual este mes de septiembre. “La Iglesia tiene que adelantarse en muchos aspectos al cuidado y mantenimiento de bienes, teniendo en cuenta que los bienes patrimoniales eclesiales son más que eso; son la historia y la memoria que se proyectan hacia el futuro y que tienen no sólo un valor histórico, sino que son un medio de evangelización, un testimonio público de nuestra fe”. La jornada que se realizó a través de la plataforma de ZOOM y que contó con la participación de 30 representantes de las Jurisdicciones, avanzó en el camino para establecer una red de apoyo a las iniciativas que se realizan en las circunscripciones eclesiásticas y que a nivel nacional impulsa la Comisión Mixta del Ministerio de Cultura y la CEC, para proteger, valorar y difundir el patrimonio eclesial de la nación. Así mismo, se logró dar un paso por la historia de la relación entre la CEC y el Ministerio de Cultura, resaltando aspectos como la creación de la “Comisión mixta”; el trabajo en conjunto que se ha desarrollado para promover el patrimonio eclesial con recursos propios, de proyectos y aportes eclesiales, del Ministerio de Cultural y de los entes territoriales. Por otra parte, se destacó que este patrimonio Cultural eclesial, expresado en bienes muebles e inmuebles, pero también en manifestaciones culturales e intangibles, requiere ser inventariado, documentado, preservado y difundido. Para ello, resaltaron es importante la formación de personal idóneo en materia de arte y cultura. A este encuentro asistieron además: Mons. Francisco Niño Súa, director del departamento de Educación y Culturas de la CEC, la doctora. Eugenia Serpa, Coordinadora de Patrimonio Cultural mueble y el doctor Luis Fernando Arenas, Antropólogo y Arquitecto del Ministerio de Cultura.