SISTEMA INFORMATIVO
¡Que se nos den oportunidades!
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Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - No soy historiador de academia, pero sí un sacerdote que por más de 36 años de ministerio ha podido ver y conocer de cerca la realidad de nuestras comunidades.
Comparto una angustia que arrugaba mi corazón cada que en la Universidad presidía las ceremonias de grados de cerca de 2500 profesionales de las distintas áreas del conocimiento cada año. Me preguntaba: ante la realidad económica, política y social del país, ¿dónde se van a ubicar estos nuevos profesionales? Implementamos por eso una serie de cursos transversales para que los estudiantes “cambiaran el chip”, de modo que se prepararan no solo para ser empleados, sino también para a ser empleadores gestionando sus propios espacios de trabajo con las Pymes, especialmente. Pero de nuevo el corazón se arrugaba: Colombia es uno de los países donde más trabas administrativas y cargas impositivas de impuestos se tiene para la creación de empresas; ni el famoso “fondo emprender” ha podido dar los frutos esperados.
Por otro lado, el acceso a la educación formal en los distintos niveles es muy limitado. En los países llamados “desarrollados”, la formación técnica o tecnológica abarca una población mayor que los profesionales, pero ambos, en el ejercicio de sus competencias, son valorados y estimulados.
En Colombia, lastimosamente, todos quieren ser “profesionales”, porque en muchos espacios los técnicos y tecnólogos no son suficientemente valorados. Tenemos el claro ejemplo de muchos de los egresados del SENA que terminan su preparación con excelentes habilidades para el trabajo, pero apenas un número reducido logra ubicarse laboralmente.
No ha faltado el grito que se da cuando a un trabajador que tiene formación tecnológica, por su historia, por sus habilidades, por su buen trabajo, resulta devengando un salario igual a un profesional. “Es necesario cambiar de chip”. No se puede negar que, en algún caso, un profesional te puede decir dónde poner el clavo, pero no sabe cómo ponerlo. No siempre la teoría hace el maestro. Otros trabajadores son empíricos o autodidactas, y dan cátedra a los más ilustrados profesionales. Todos son importantes, todos son necesarios.
¿Entonces qué?
La Iglesia, y en el caso particular de Cali, solo por poner un ejemplo, se ha distinguido desde hace muchos años por apostarle a la educación con calidad e inclusión. En la Arquidiócesis de Cali tenemos todas las ofertas: desde la educación primaria, básica y técnica, con cerca de 32.000 estudiantes, sobre todo de los estratos 1, 2 y 3, hasta una Fundación Universitaria, con 24 años de experiencia y cerca de 6000 estudiantes donde la mayoría son de escasos recursos y/o trabajadores, presente en lugares como Pance, Meléndez, Compartir (Distrito de Aguablanca), Yumbo, Jamundí y Plaza Caicedo.
Pero existen otras instituciones de educación católicas que, soportadas en la larga experiencia educativa de la Iglesia, ofrecen estudio de calidad para los estratos altos, sin descuidar un significativo número de estudiantes de estratos bajos, apoyados con becas y subsidios especiales.
Planteo esta reflexión, en el momento actual, pues sin duda alguna uno de los aspectos que lleva a las reacciones de descontento y violencia que estamos viviendo, tiene buena parte de fundamentación en las grandes limitaciones de carácter estructural que arrastra el país desde tiempos remotos, también en el campo de una educación que debe ser pertinente, abierta, incluyente y con calidad.
Un país educado ayuda a tomar conciencia a los ciudadanos de que todos somos responsables de todo y de todos. Permite construir una cultura en la que todos cabemos en el territorio y posibilita la consolidación de una identidad nacional. La educación, va más allá de la actividad educativa de las instituciones.
Es una educación que tiene que ir de la mano de la formación, pues la educación no solo consiste en llenar de conocimientos a los estudiantes, sino también en ofrecer a ellos dimensiones formativas como las que tienen que ver con el cuidado de la vida propia y la de los otros, el conocimiento y difusión de los derechos humanos, el cuidado de la casa común y la dimensión trascendente que permite mirar a los demás como hermanos y hacer proyectos que vida que permitan alcanzar no solo la satisfacción de las necesidades básicas, sino también la felicidad eterna que se construye en este mundo.
Es la educación que ha de propender por hacer hombres y mujeres sabios y sabias. Dice el libro de los Proverbios: “Feliz el hombre que encuentra la sabiduría, el hombre que adquiere prudencia; es mayor ganancia que la plata, es más rentable que el oro… En su mano derecha hay larga vida, en su izquierda, riqueza y gloria. Sus caminos son una delicia, todas sus sendas son pacíficas. Es árbol de vida para los que se aferran a ella, felices son las que la retienen” (Prov. 3, 13-14.16-18).
Por esto mismo, educan también los padres y las mamás en las familias, el entorno social de los barrios y ciudades y los amigos. Educamos, en la campo religioso, los ministros, cada que se hace una reflexión desde la Palabra de Dios, las catequesis y las iniciativas pastorales, o los encuentros que se tengan según las creencias de cada uno. Hasta la misma naturaleza, con su silencioso vivir, da lecciones formativas de vida a los humanos.
Y todo esto es y hace cultura, y todo esto hace posible la construcción de una identidad nacional. Ejemplos de ello tenemos en múltiples países del globo terráqueo, que para bien o para mal, nos dan lecciones de unidad en la diversidad.
Me ha parecido muy interesante una de las conclusiones del filósofo e historiador, Jorge Orlando Melo, en su libro Historia mínima de Colombia: “Colombia nunca se convirtió en una nación en el sentido que el término tenía a fines del siglo XIX: una comunidad que comparte lengua, creencias, costumbres y valores. Hoy es un mosaico en el que las diferencias culturales locales o regionales, sociales y étnicas se afirman y defienden. Para muchos, la diversidad nacional reconocida en la Constitución de 1991, más que identidad, es un factor de creatividad que debe defenderse de las tendencias unificadoras” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia.”. Turner Publicaciones S.L. Madrid 2018. pag. 320).
En los tiempos de las protestas, cuando muchos se están sentando en las mesas para los diálogos, la concertación y los consensos, un punto de partida que deberá ser tenido en cuenta es precisamente la múltiple diversidad de quienes conformamos este hermoso país. En Cali, hoy epicentro nacional del paro, junto con Bogotá, indudablemente este aspecto será clave, porque lograr entender las necesidades de todos y cada uno de los grupos representativos étnicos, regionales y grupos de jóvenes, adultos, mujeres, etc., será la llave para reconocer que todos hacen y hacemos parte de una misma nación y que todos estamos llamados a ser respetados, pero también a aportar lo que cada uno está llamado a dar desde su tradición y sus costumbres. Lograr eso es la ruta para reconocer el factor identitario de Colombia, que diversa como es en su conformación, es capaz de caminar unida hacia un futuro mejor.
En la educación se encuentra uno de lugares más adecuados para este ejercicio de participación, desde el diálogo y la visión holística de la realidad; de allí que que la Iglesia de Cali, y estoy seguro que de toda Colombia, renueva su compromiso de seguir educando y formando las generaciones de hoy y de mañana, generaciones sobre las cuales reposará en buena parte nuestro futuro.
Los jóvenes en las calles han estado clamando la oportunidad de estudiar y de poderse insertar más y mejor en la vida laboral digna. La Iglesia seguirá ofreciendo su amplia experiencia educativa, pero espera que su servicio sea valorado y apoyado por el Gobierno, pues si bien el servicio educativo que ofrece es privado, porque proviene de un órgano no estatal, finalmente, el servicio es público y subsidiario al Estado, que no logra por su cuenta acoger los numerosos jóvenes en sus aulas educativas.
Finalmente, en un pueblo educado, con oportunidades de trabajo digno y respeto de los derechos mínimos de las personas, la violencia es sin duda menor. La historia de Colombia, por desgracia, descrita por Melo como “la historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia” se encuentra de nuevo en la encrucijada histórica de quienes han descubierto la necesidad de reclamar sus justos derechos para tener futuro y recuperar el sentido y dignidad de la vida que muchos han perdido.
La falta de educación ha hecho que la espiral de violencia esté siempre presente en Colombia, incluso, creando una especie de nueva cultura, la de la violencia. “Esta violencia -afirma Jorge Orlando Melo- creó olas expansivas que desorganizaron la sociedad, cambiaron sus valores, debilitaron la justicia y la policía y dieron campo y estímulo a otras formas de delincuencia, como el narcotráfico. Y su relación con los problemas sociales y la desigualdad ha hecho que forme una trama compleja con acciones políticas legales y con organizaciones que promueven objetivos legítimos, lo que vuelve difíciles y poco eficaces las respuestas represivas. Esta violencia es la gran tragedia de la sociedad colombiana del último siglo y constituye su mayor fracaso histórico” (JORGE ORLANDO MELO. “Historia mínima de Colombia. pag. 324).
Es necesario, pues, “cambiar el chip” de la cultura de la violencia, a la cultura de la paz, de la reconciliación, de la fraternidad, del desarrollo participativo, de la cooperación mutua.
Para aquellos que tienen algo qué hacer, he aquí un aporte. La Iglesia católica de Cali está presente, y desde la educación seguirá dando lo mejor para formar hombres y mujeres capaces de seguir construyendo una Cali mejor, un país mejor, más humanos, más dignos, más incluyentes, más amantes de la vida y de la casa común, anunciando y formando a las nuevas generaciones en la cultura del Reino de Dios, que es reino de justicia, de amor y de paz.
+ Luis Fernando Rodríguez Velásquez
Obispo Auxiliar de Cali
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“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)
Por. Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Estamos culminando el mes de octubre con la certeza de seguir avanzando en la conciencia misionera de cada uno de los bautizados, cumpliendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19). Frente a la misión llegan también momentos de incertidumbre, por las dificultades que hay que afrontar cada día, incluso el rechazo de muchos al mensaje de salvación. Frente a esta realidad, el evangelizador no ha de desfallecer, debe seguir adelante con la gracia que viene de lo alto para continuar la tarea, que no es propia, sino del Señor, y Él mismo nos ha dado la certeza que no estamos solos, pues nos ha dicho: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Evangelizar es la misión de la Iglesia y está en nuestras manos ser instrumentos disponibles para cumplir con esta tarea que le da identidad a la Iglesia. San Pablo VI así lo enseña: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii Nuntiandi, 14), para que muchos experimenten la alegría del Evangelio y den sentido a sus vidas, como lo afirma el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, 1).Dejar entrar a Jesús en la propia vida, en la vida familiar, es tener la garantía de que Él llega para permanecer, Él estará con nosotros todos los días, en los momentos fáciles y difíciles; en las alegrías y en la Cruz, ahí está el Señor caminando con nosotros, siendo soporte y alivio, dándonos esperanza en la tribulación. Aparecida nos ilustra esta realidad cuando afirma: “Todos nosotros como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (Documento de Aparecida, 30), porque Jesús camina con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.El mundo que está sin Dios se queda sin esperanza y entra en el vacío y en la tristeza más profunda; el Señor quiere quedarse en el corazón de todos hasta el final de los tiempos, pero hay que permitirle la entrada, hay que dejarse encontrar por el amor de Dios que salva, que perdona, que purifica y llena de alegría el corazón. El Papa Francisco insiste en la alegría que da el encuentro con el amor de Dios y lo expresa así: “Sólo gracias al encuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada. Llegamos a ser plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora, porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8).La presencia del Señor en nuestra vida hasta el final de los tiempos, le devuelve el sentido y la alegría a la existencia humana y aún en medio de las dificultades, existe serenidad y armonía, porque mirar y contemplar el Crucificado, fuente de nuestra salvación, llena el corazón de paz. Esta realidad interior que se vive al experimentar el amor de Dios, es lo que se transmite en el nombre del Señor en el trabajo misionero, de tal manera que, no se necesita mucha ciencia humana para evangelizar, basta experimentar el amor de Dios, “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).Esta fue la experiencia de los primeros discípulos del Señor, ellos después de experimentar el amor de Dios, de inmediato salieron con gozo a transmitir lo que estaban viviendo en sus vidas y lo hacían con gozo y convicción “hemos encontrado al Señor” (Jn 1, 41), y esta es la misión nuestra: vivir el amor de Dios en la propia vida y querer extender ese amor a otros siendo auténticos misioneros del Reino de Dios, porque “todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121).Como creyentes en Jesucristo, sigamos en salida misionera haciendo discípulos misioneros del Señor, haciendo anuncio del Señor diciendo: “Tú eres el Cristo, envíanos Señor”, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que la Santísima Virgen María y el glorioso patriarca san José, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de ir por todas partes a hacer discípulos misioneros del Señor, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 20).En unión de oraciones.Reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 22 Oct 2024
Dos Grandes Misioneros
Por Mons. Orlando Antonio Corrales García , Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia - El Domingo 20 de Octubre celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de las Misiones y por este motivo, todo el mes de Octubre se llama el Mes Misionero. Por esto les presento en esta reflexión a dos grandes misioneros, cuya Memoria litúrgica tenemos en estos próximos días: San Juan Pablo II y San Antonio María Claret.El martes 22 tenemos la Memoria litúrgica del Papa San Juan Pablo II. En el inicio solemne de su pontificado, el 22 de Octubre de 1978 en la Plaza de San Pedro, resonó la voz potente del nuevo Papa, venido de Polonia, que exhortó a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad, a abrir las puertas a Cristo el Salvador de todos los hombres. Este es el anuncio Misionero que debe llevarse a todos los rincones de la tierra: proclamar que Cristo es el Salvador y que todos los hombres y mujeres, son invitados a abrir las puertas del corazón a Cristo, para que sea El quien dé sentido a la vida de cada persona.No cabe duda que este Papa fue un gran misionero y por ello viajó a tantos países del mundo, con el único objetivo de llevar el mensaje de la Salvación, la buena noticia del amor de Dios a todos: sus numerosos viajes, al igual que sus incontables documentos, tuvieron y tienen todavía hoy el propósito de acercar a hombres y mujeres de todas las culturas y lenguas, a Dios, para descubrir y experimentar su amor de PadreDestaco entre sus documentos, la Encíclica Redemptoris Missio: La Misión del Redentor, publicada el 7 de Diciembre de 1990, cuyo subtítulo es: Sobre la permanente validez del mandato misionero. Trata de la urgencia de la actividad misionera en estos tiempos. Tiene 8 capítulos, que me permito enunciar:1. Jesucristo, único Salvador.2. El Reino de Dios.3. El Espíritu Santo, protagonista de la misión.4. Los inmensos horizontes de la misión Ad gentes.5. Los caminos de la misión.6. Responsables y agentes de la pastoral misionera.7. La cooperación en la actividad misionera.8. Espiritualidad misionera: «El verdadero misionero es el santo».El jueves 24 celebramos la Memoria litúrgica de San Antonio María Claret. Nació en España y como sacerdote, predicó durante varios años en la región de Cataluña. Durante toda su vida desplegó un gran ardor misionero. Fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, entregándose con gran generosidad a su tarea misionera en esa Isla del Caribe. Su gran espíritu misionero lo impulsó – por inspiración divina – a fundar la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como los Misioneros Claretianos, que hacen presencia en 68 países, entre ellos Colombia. Están presentes en varias Diócesis de nuestro país, muy especialmente en Quibdó, Chocó. También están presentes en Medellín.San Antonio María Claret dio está definición del misionero: «Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todos el mundo en el fuego del divino amor. Nada me arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas».Que el ejemplo y el dinamismo de estos dos grandes misioneros, nos impulse para vivir la Misión de manera permanente, como debe ser, no sólo en algunos momentos.
Mié 16 Oct 2024
Todos llamados al seguimiento de Jesús
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta - Avanzamos en el mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones, con el llamado a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia, que en salida misionera, sigue llamando a todos al seguimiento de Jesús.En el pasado, en la familia se transmitían las verdades fundamentales de la fe, que permitían al niño y al joven optar por el Señor; hoy la parroquia en salida misionera, debe convocar mediante el proceso evangelizador, para que el seguimiento de Jesús sea una realidad en muchos hogares y ambientes. La tarea de la Iglesia sigue siendo la de cumplir con el mandato del Señor de ir a todos para anunciarles el mensaje de salvación, la Buena Nueva del Evangelio.San Pablo VI así lo enseña cuando afirma: “No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda creatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Como una llamada a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la humanidad o a una clase de hombres o a un solo tipo de cultura” (Evangelii Nuntiandi, 50). Este llamado que nos hace el Papa nos tiene que mover a todos a desarrollar la creatividad para llegar a los distintos sectores de la parroquia.Hay que salir del ámbito del despacho parroquial. En palabras del Papa Francisco, hay que tener presente llegar con la evangelización a los tres ámbitos de la pastoral: “En primer lugar el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, está el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii gaudium, 14). Revisando nuestra acción misionera en el proceso evangelizador, hemos cuidado con diligencia el primer ámbito de la pastoral, encendiendo el corazón de los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, buscando que los creyentes respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.Nos hace falta ir a buscar a los que están en el ámbito de los que no viven las exigencias del bautismo, que es un grupo amplio de fieles. Y mucho más descuidado, se encuentran los del tercer ámbito, aquellos que no conocen a Jesucristo o lo rechazan abiertamente. El mandato de la salida misionera debe abarcar el segundo y tercer ámbito, y para llegar a todos, debemos convocar a los que tenemos en el primer ámbito de la pastoral, para que se comprometan en el anuncio gozoso del mensaje de Jesucristo en todos los ambientes, recordando lo que nos dice el Papa Francisco que: “los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14).En el credo proclamamos que la Iglesia es católica, esto quiere decir universal, y la universalidad tiene que estar en la mente del evangelizador, para llegar con la fuerza del Evangelio a todas partes. Recordemos que el Señor es quien conduce la misión; nosotros somos instrumentos que entregamos nuestra vida al servicio del Evangelio. Esta certeza nos ayuda a vencer los miedos de entrar a ciertos sectores de la sociedad y arriesgarnos a ir; aún si nos rechazan en un primer momento, no desistir en la tarea evangelizadora, ya que sabemos, vamos en el nombre del Señor y tenemos la certeza de que Él mismo nos ha dejado en el Evangelio: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Esto implica tener fervor por la evangelización, que en el misionero se percibe con fuerza cuando está en gracia de Dios. Un sacerdote, un misionero en gracia de Dios, es capaz de salir de su habitual situación de confort y dar la vida por Jesucristo. No es posible ser un misionero fervoroso estando en situación permanente de pecado. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de un sacerdote, de un misionero es que no permanezca en situación de pecado por mucho tiempo, que, frente al pecado, busque de inmediato el sacramento de la confesión, reciba el perdón, y sienta la necesidad de ir a anunciar la misericordia de Dios por todas partes.Frente a esta realidad, necesitamos comunicar que todos están llamados al seguimiento de Jesús. Queda de parte del misionero hacer vida el llamado del Papa Francisco cuando dice: “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos, con la conciencia de que: “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos con la disponibilidad de cumplir el mandato del Señor, de convocarlos a todos para que sigan a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre Celestial. Que la Santísima Virgen María, estrella de la evangelización y el glorioso patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera.En unión de oraciones, reciban mi bendición.
Vie 11 Oct 2024
‘La paz les dejo, mi paz les doy’
Por. Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - La sociedad se encuentra hoy sobre arenas movedizas entre el amor y el odio, la tristeza y la alegría, la felicidad y la infelicidad, la violencia y la indulgencia. Una sociedad polarizada que se debilita por las verdades a medias difundidas a través de las redes sociales, por la politiquería e incoherencia de cientos de servidores públicos, por el sensacionalismo de algunos medios de comunicación o el sectarismo de algunos periodistas y, por la indiferencia de numerosos ciudadanos.Una sociedad en la que nos estamos dividiendo entre buenos y malos, entre los que dicen trabajar por la paz y los mal llamados ‘enemigos de la paz’, entre un nutrido grupo de ciudadanos que creen que es posible la convivencia pacífica y aquellos que ven detractores en los que manifiestan desacuerdo, entre los que supuestamente creen en el cambio y los que piensan que ese cambio no se ha dado. Mientras todo esto va acrecentándose los grupos alzados en armas y las bandas criminales continúan su avanzada disputando territorios donde el poder de las armas y las drogas silencia conciencias y mata sueños de niños, adolescentes y jóvenes; donde hombres y mujeres ven cómo se tejen hilos de violencia, venganza, miedo, olor a muerte. Una disputa por territorios en diversas zonas a los que la fuerza pública pareciera, no puede llegar.No ignoramos cómo nuestra fuerza pública honrando su amor a la patria sigue batallando tratando de generar una mayor confianza institucional y credibilidad en los colombianos, intentando mantener los ánimos para defender los derechos humanos, la convivencia y la soberanía nacional, sujetos al irrespeto de los ciudadanos como consecuencia de una inversión de los valores sociales y el cuestionamiento de la autoridad. En este contexto podemos comprobar una dolorosa realidad, la ausencia de liderazgo y una juventud, entre los 19 y 37 años de edad que está diluyéndose en el entramado social.Siento dolor al constatar la cantidad de jóvenes privados de la libertad recluidos en los centros penitenciarios de Colombia; experimento dolor ante la constatación de jóvenes consumidores activos, inyectándose heroína y desertando de sus carreras profesionales para sumergirse en las nuevas tecnologías que haga más fácil la consecución del dinero o los logros de metas e ideales. Asimismo, el índice de suicidios en aumento en el departamento del Quindío (34 en lo que va corrido de este 2024) y el aumento de niños menores de nueve años consumidores cocaína, como denunció este mismo diario, tiene que preocuparnos.Yo creo en la paz y como padre y pastor siento que debemos seguir luchando superando las diferencias, la envidia, la desconfianza, la avaricia, que trae consigo turbulencia y ruido (St 3,16-4,3). Hago un llamado a las fuerzas vivas de la sociedad a que unamos nuestros esfuerzos en beneficio de una nación en paz para lo cual debe brillar la justicia, la equidad, la verdad y el amor.Hago un llamado al señor Presidente a que como líder de los colombianos entienda que su gobierno es para todos, le ruego buscar consensos, buscar un acuerdo nacional y evitar confrontaciones, rivalidades, conflictos y divisiones. Hago un llamado a los violentos para que depongan las armas de la guerra y se abran al diálogo con gestos y hechos concretos de paz y de justicia.Hago un llamado a todos los ciudadanos para que nos comprometamos como artesanos de la paz; es urgente abrir el corazón al Príncipe de la paz, a Jesús, que nos dice: ‘la paz les dejo, mi paz les doy’ (Jn 14, 27); esa paz que trae consigo serenidad y calma y que se construye desde la fuerza del perdón y la reconciliación.No perdamos más tiempo en discusiones vanas, tengamos la disposición interior para que, superando las diferencias, nos sintamos hermanos y juntos seamos signos de amor, unidad y paz.+Carlos Arturo Quintero GómezObispo de la Diócesis de Armenia