Lun 28 Nov 2016
La pandemia de la corrupción
Por pbro Juan Álvaro Zapata - La paz es un sueño que ha tocado las puertas de todos los colombianos en varias oportunidades, pero por diversas razones la hemos dejado pasar de largo y no se ha podido quedar en nuestros hogares.
Por décadas hemos visto cómo algunos compatriotas, por diferentes motivos, han desangrado, enfrentado y aniquilado a cientos de colombianos, sembrando el terror y la desesperanza. ¿Cuántos llantos hemos escuchado a causa de la barbarie de las armas y de los corazones sumidos en el odio y la sed del egoísmo? ¿Cuántos rostros destrozados por la pérdida de un padre, madre, hijos o amigos, han contemplado nuestros ojos a lo largo de estos años de conflicto? ¿Cuántas víctimas han dejado los conflictos violentos en Colombia? y ¿Cuánto retraso se ha gestado en Colombia a causa de la violencia sin sentido?
Estas son algunas preguntas que surgen fruto de la realidad violenta que ha vivido nuestro país. Pero no solamente la violencia armada ha sido la causa de tanto dolor y sufrimiento en Colombia, existe otra pandemia todavía más fuerte que ha aniquilado, robado sueños y gestado más injusticias y violencias: la corrupción.
Con dolor hay que afirmar que muchos colombianos, a lo largo de la historia de este país, y en particular en este tiempo, han sido verdaderos conquistadores de la corrupción, se han robado el capital de los colombianos, por medio de triquiñuelas y mentiras han duplicado los costos en obras nacionales, han incrementado desmesuradamente los costos de los productos, han vivido como parásitos a costas de los recursos de otros, por medio del chantaje y los cobros adelantados para hacer favores o aprobar contratos, han favorecido a sus más allegados por encima de los verdaderamente necesitados.
Estos hechos parecen normales para muchos y se ha convertido en el modus vivendi de un gran grupo de la sociedad, es por eso, que el Papa Francisco dice: “la corrupción se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras…es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable”. Por eso, aquellos que creen que siendo corruptos son más ricos, lo que consiguen es empobrecerse humanamente, arruinar a la sociedad y gestar nuevas violencias porque “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6,10).
A la hora de analizar las raíces de estos conquistadores de la corrupción, duele constatar que muchos de ellos son bautizados de familias respetables y han pasado por colegios o universidades prestigiosas. La pregunta que surge es: qué nos está fallando, dónde está el vacío en la formación o por qué el ejemplo no está dejando huella en las nuevas generaciones. Otrora se hablaba de la lealtad a la palabra, se veía cumplimiento en lo pactado, y no se percibía, como ahora, una jauría de lobos que arrasan todo lo que se les ponga por delante.
Por lo tanto, si no queremos que estos hechos sigan siendo el pan diario colombiano, hemos de ser conscientes que el logro de la paz no es un globo que cae de la nada y se inserta en los seres humanos, sino que es un don y una tarea. Don porque se ha de pedir insistentemente a Dios, para que sane nuestros corazones heridos. Y tarea, porque debe ser buscada y construida en cada acción y palabra de la vida cotidiana.
De la misma forma, dejemos claro que la paz no es simplemente atacada por las armas, sino también por la corrupción galopante inserta en muchas instituciones y personas. Pero también que la paz no se alcanza simplemente firmando documentos o haciendo promesas grandiosas, es necesario erradicar la sed de egoísmo manifestada en esa enfermedad de la corrupción y evitar la tentación del camino fácil y de la ley del menor esfuerzo, que por años ha venido cultivando la sociedad.
Se requiere pensar en todos y no en unos solamente, dejando las hegemonías y buscando todo por la legalidad. Formar a las nuevas generaciones en conseguir el bienestar personal por el trabajo duro y honesto, procediendo con justicia, caridad y misericordia para con todos, en especial con quienes viven la limitación y la pobreza. Pero, ante todo, grabar en la mente y en el corazón las palabras de la Sagrada Escritura que nos advierte: “no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos” (Dt 16,19). Estoy seguro que, si practicamos esto, solo así podremos decir con certeza, ¡Se acerca el fin de la guerra!
Padre Juan Álvaro Zapata Torres
Secretario adjunto
Conferencia Episcopal de Colombia