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Actualidad

Mar 25 Ago 2020

Frente a la trata de personas, el trato fraterno y solidario

Por: Ilva Myriam Hoyos Castañeda, Consejo Latinoamericano CEPROME. Intervención en el Webinar sobre “La Iglesia Iberoamericana contra la Trata: un crimen contra la humanidad”, realizado el 21 de agosto de 2020 por el Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la protección del Menor (CEPROME), adscrito a la Universidad Pontificia de México, en alianza con el Centre for Child Protection de la Pontificia Universidad Gregoriana, el Consejo Episcopal Latinoamaricano ( CELAM) y la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR). La enseñanza de la actual pandemia No resulta fácil entretejer las paradojas de este tiempo de derechos, a la vez, tiempo de pandemias. Derechos proclamados solemnemente en constituciones y convenciones, pero todavía en camino para ser garantizados de manera efectiva. Pandemias reducidas no sólo a la del Coronavirus, sino a todas las situaciones endémicas que hacen de la sociedad actual una sociedad enferma. El virus del 2020 nos ha colocado frente a situaciones dolorosas, generadoras de miedo, zozobra e incertidumbre. Pero también, nos ha invitado a repensar el lugar que ocupamos en el mundo, a indagarnos sobre la presencia del otro en nuestras vidas y de manera más radical a cuestionarnos respecto del modo de vivir nuestra fe. La actual pandemia ha causado muchos males, pero, en cierto sentido, ha sido una epifanía, una manifestación visible de bienes considerados invisibles. Además, ha dejado mirar y escuchar su voz profética. No hemos sabido reconocer, sin embargo, esas otras pandemias o no hemos querido reaccionar de la misma manera como lo hemos hecho frente al virus que nos ha golpeado a todos indistintamente. Hay pandemias de pandemias y cada una de ellas tiene su propio sello. La pandemia de la esclavitud de los seres humanos Hablemos de una sola de esas pandemias sociales, conocida como “trata de personas”. Intentemos aproximarnos a esa realidad, al parecer, distante, lejana, desconocida y ajena a nuestra propia experiencia personal. Admitamos que la palabra “trata” genera equívocos y resulta necesario desvelar su sentido originario. Viene del verbo “tractare” y significa “tirar” o “arrastrar”. Tiene de suyo un carácter peyorativo enriquecido por el sentido histórico otorgado: se tiran o se arrastan las cosas, aquellas susceptibles de ser descartadas. Literalmente trata es “arrastrar” a los seres humanos para comerciar con ellos y usarlos como objeto de compra o de venta, considerarlos mercancía, explotarlos ejerciendo los atributos del derecho de propiedad, es decir, actos de dominio como señor y dueño. Dominar a otro no tiene otro calificativo que esclavitud. Éste es el drama de la trata de personas: esclavizar seres humanos y fomentar la cultura del descarte. La expresión usada, hasta hace menos de un siglo, para significar el tráfico de mujeres europeas hacia Asia o África sometidas a explotación sexual fue “trata de blancas”. A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por eliminarla, dado su carácter discriminatorio, todavía sigue utilizándose. La trata no tiene color: no es blanca, ni negra. Tampoco se identifica con un sexo ni tiene exclusividad en uno o dos continentes; es personal y, por tanto, afecta a toda la familia humana. El fenómeno de la trata se nutre de esa condición tan propia de los seres humanos, expresión de nuestra libertad, de movilizarnos o trasladarnos de un lugar a otro. Nos movilizamos porque somos libres. Los traficantes de seres humanos buscan obtener el consentimiento de las víctimas mediante engaños y artimañas, el cual, de llegar a darse, está viciado porque sin libertad no hay consentimiento alguno. Ahí está el quid de la trata: ilusionar engañando. Comprar sueños y deseos, cautivar para silenciar voluntades. Impedir al ser humano tener morada propia y transformar a una persona en un bien de consumo. Para producir el fenómeno de la esclavitud, los tratantes o traficantes de ilusiones de vida construyen redes generando un entramado de vasos comunicantes a través de los cuales cazan, pescan, capturan, sujetan y marcan a sus “siervos útiles”. Frente a los vejámenes o maltratos ocasionados no hay escrúpulo ni arrepentimiento alguno, tampoco derecho oponible. La lógica de la trata se acrecienta encadenando almas y multiplicando el mal. Su lógica del dominio sigue al pie de la letra las reglas de la lógica del mal. En cada una de sus fases, manipula, intimida, violenta o elimina, si el “esclavo” deja de ser útil. En (i) la captación, atrae a la persona con la finalidad de adueñarse de su identidad y dominar su voluntad para fines de explotación; en (ii) el traslado mueve a una persona de un sitio a otro y le desarraiga de su entorno de origen, crianza o habitación. Corta todos los vínculos afectivos para evitar el contacto de la víctima con la familia o amistades o redes sociales de apoyo; y en (iii) la explotación obtiene beneficios económicos o placenteros a través de la participación forzada de la víctima, por ejemplo, en actos de prostitución, servidumbre sexual o laboral, incluidos los de pornografía y producción de materiales pornográficos. Conocidas son sus técnicas: engañar, acallar, silenciar, seducir, aislar no sólo a las víctimas, porque los tratantes de manera sutil han ido logrando el silencio social, la indiferencia, la permisividad, la tolerancia, la apatía y todas aquellas formas perversas que han terminado por negar la esclavitud del siglo XXI, a pesar de que exista mendicidad forzada, matrimonio servil, tráfico de órganos, adopciones ilegales, turismo y explotación sexuales, pornografía y ciberacoso. Si, un conjunto de servidumbre, estructurado en las reglas de un mercado sediento de placer y deseoso de acumular riquezas y de extender el dominio de unos seres humanos sobre otros. Este fenómeno ha fortalecido la delincuencia transnacional organizada que compite a nivel nivel mundial con las drogas y las armas. El sometimiento de las personas, el dominio sobre ellas implica un proceso complejo, propiciado en situaciones, tales como, la desesperación por falta de oportunidades, los deseos de encontrar un mundo mejor, las desventuras por las experiencias familiares y la vergüenza ocasionada por las debilidades humanas. La trata se alimenta de legítimas ilusiones de hombres y mujeres: querer una vida mejor, esperar un futuro distinto, soñar en un mundo de posibilidades. También se nutre de ese desenfrenado consumo, promovido por los mass media, que nos vende la idea de un estilo de vida que no corresponde a la realidad y nos convoca, sin importar la legitimidad de los medios, a buscarlo y alcanzarlo. Los sistemas judiciales tienen, en igual forma, responsabilidad en el acrecentamiento del fenómeno de la trata, porque ante las deficiencias en la tipificación del conjunto de acciones que configuran este delito, han construido un sistema impune y han impedido castigar a los tratatantes y a las mafias que los soportan y han terminado, de manera kakfiana, castigando a las víctimas. Cualesquiera que sean las razones que pretendan aducirse es reprochable el actuar de los nuevos traficantes: despojar a hombres y mujeres de su humanidad, borrar su subjetividad, obnubilar su memoria, despojar su corporeidad, anular su voluntad, cortar sueños y arrebatar sus derechos naturales, inalienables y sagrados. La pandemia del “egoísmo indiferente” El Papa Francisco ha denunciado ese “atroz flagelo”, calificado por él mismo como “trágico fenómeno”, “plaga aberrante”, “herida en el cuerpo de la sociedad contemporánea”, “llaga en la carne de Cristo”, “crimen contra la humanidad” y “una de las heridas más dolorosas de nuestro tiempo”. Ha reconocido, y lo ha hecho ante la comunidad internacional, que enfrentar a las redes de tratantes sobrepasa las competencias de una nación y hace necesaria una movilización de dimensión comparable a ese fenómeno. Además, Francisco no ha perdido oportunidad para hablar sin tapujos, evitando distracciones y eufemismos. Ha denunciado que la causa principal de la trata no está en los traficantes de la carne humana, sino en el egoísmo sin escrúpulos y en la indiferencia hipócrita de habitantes del mundo que disfrutan de los beneficios y servicios de esa cadena completa de explotación e indignidad. Frente a esa dura y dolorosa realidad es iluso pensar que acciones individuales o grupales son suficientes para intervenir en todas las fases de la nueva servidumbre de los seres humanos y que incluso las Orientaciones Pastorales sobre la Trata de Personas, elaboradas por la Sección Migrantes y Refugiados de la Santa Sede, aprobadas por Francisco y dadas a conocer en 2019, resuelven el reto de los católicos frente a un virus peor que el mismo Covid 19: “el egoísmo indiferente”. Ésta es la pandemia de las pandemias, propiciadora de una complicidad cómoda y muda, que enmascara no sólo nuestros rostros, sino nuestras conciencias. Son necesarias declaraciones, convenciones y leyes que tipifiquen el crimen de la trata de personas como delito de lesa humanidad a través de las cuales se tipifiquen de mejor forma sus diversos elementos constitutivos, así como las acciones preventivas para erradicarla haciendo uso, entre otros medios, de campañas o programas de capacitación, formación o sensibilización, fundamentadas en derechos humanos y en el destímulo de la demanda. Sin embargo, no podemos quedarnos con documentos bien intencionados, pero deficientes frente al reto de generar un cambio de paradigma, una transformación social y una conversión personal. El antídoto ante la pandemia de la trata: las relaciones fraternas y solidarias Pero, entonces, ¿Qué debemos hacer los católicos? ¿Cuáles son los desafíos de nuestro actuar? Una aclaración previa. La Iglesia no es experta en la prevención, atención e intervención de la trata de personas. Tampoco lo es en la adopción y en el seguimiento de políticas específicas para hacer frente a esta pandemia. Esas no son sus tareas. Si es su misión brindar una mirada esperanzadora desde la fe, proclamar el Reino de Dios, que es de sanación y salvación, de justicia y paz. A partir de esa mirada es legítimo alzar la voz para gritar: ¡Basta ya del dedo inquisidor que acusa a otro de ser traficante de seres humanos! ¡Basta ya de esconder nuestro rostro haciendo uso de la nueva máscara y dejar de mirar los rostros heridos de las víctimas de los traficantes de esclavos! El grito “basta ya de la trata de personas” encuentra eco en los versos del profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz, que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is 5, 20). Repetir una y otra vez “basta” puede resultar siendo una acción sinsentido si cada uno de nosotros deja pasar la oportunidad de responder a esa pregunta bíblica que resuena de manera novedosa: “¿Dónde está tu hermano?”. Recordemos la indolente y provocadora respuesta de Caín ante la pregunta del mismo Dios por la muerte de Abel: “No sé. ¿Acaso, soy yo guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9). Esta respuesta rompe, salta al vacío, visibiliza la ausencia de vínculos, defiende la desatención del otro. Además, sepulta a la familia y propicia un proceso de deshumanización que perdura hasta nuestros días. Esa pregunta y esa respuesta fratricidas nos ponen en una encrucijada: queremos o pretendemos ser apóstoles de la prevención pero no vivimos en nuestra cotidianidad la vocación originaria de ser hijos de un mismo Padre y, en consecuencia, no podemos reconocernos en nuestra condición de hermanos. Seamos sinceros, si no aceptamos vivir de acuerdo a esa doble condición, la de hijos y la de hermanos, no podemos recuperar la humanidad del otro. Ni comprenderlo ni sanarlo ni amarlo. Tampoco nacer de nuevo. Insistiré, a título de ejemplo, en cuatro desafíos, no exclusivos ni excluyentes, para ser apóstoles de la prevención. Sí, pero, serlo de manera coherente. 1. Es imperativo rescatar el principio cristiano de la fraternidad, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Estos son sus términos: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (artículo 1º). Ese comportamiento o nuevo trato es posible –siguen siendo palabras de la Declaración– porque “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” (primer considerando). Es hora, por tanto, de promover en red un nuevo trato digno entre los hombres, es decir, fraterno y solidario. 2. En medio de esta pandemia, otro de los desafíos que debemos enfrentar es recuperar el sentido trascendente de la dignidad creatural y filial, excluyente de la dialéctica del amo y del esclavo. La voz de todos los miembros de la Iglesia debe hacerse sentir con la finalidad de renovar la conciencia de que cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Imagen al haber salido de las manos de su Creador y estar llamado a la comunidad con Él. Semejanza por la cercanía originaria a su Dios, pero que crece o decrece con el tiempo, según estemos en mayor armonía con Él. La dignidad como don y tarea espera la respuesta humana. También la respuesta de los miembros de la Iglesia. 3. La trata de personas no tiene la última palabra. Otro desafío es asumir con valor nuestra condición profética para denunciar y erradicar la trata. Es momento de ser conscientes de que debemos ser guardianes de nuestro hermano o hermana y de mirar en el rostro dolido de cada otro a ese prójimo, mi próximo, que más que recibir quiere dar: donar su dolor y “darse a sí mismo”. 4. En la hora de ahora no dejemos de ser tocados por la víctima de trata y de reconocerla como dadora de amor. Comprometámonos, ese es otro desafío, para aceptar y acoger su presencia entre nosotros. Ella es un tú a quien podemos decirle: “Eres sacramento”. Generemos caminos esperanzadores para quienes logran liberarse de sus traficantes, dado que también los excluimos, los rechazamos, los señalamos y les obligamos a buscar otros “amos” para poder sobrevivir. Si el antídoto de los antídotos, la inmunidad última, la vacuna deseada y esperada para defendernos del virus de la esclavitud de este siglo XXI, es el amor fraterno; acojamos y hagamos vida las palabras de San Juan de la Cruz: “Adonde no hay amor, pon amor, y sacarás amor”.

Mar 18 Ago 2020

Rechazo de obispos colombianos por asesinatos de jóvenes

Ante los últimos acontecimientos de las masacres de 13 jóvenes, 5 en Cali y 8 en Samaniego (Nariño), los obispos del país han emitido un mensaje en el que rechazan estos hechos, oran por las víctimas y se solidarizan con las familias de los fallecidos. [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon]

Sáb 15 Ago 2020

Iglesia seguirá visibilizando y acompañando realidades en los territorios marcados por la violencia

El pasado jueves 13 de agosto se llevó a cabo, por primera vez de manera virtual, un nuevo encuentro de los cerca de 30 Arzobispos y Obispos que conforman el Consejo Episcopal de Paz (CEP) en Colombia. Acompañados por el señor Nuncio Apostólico, Monseñor Luis Mariano Montemayor, en el espacio, los prelados realizaron un análisis del contexto actual del país bajo la realidad que viven las regiones y propusieron criterios para dar continuidad al trabajo de la Iglesia Católica en favor de la reconciliación y la paz, en medio de las complejas situaciones que plantea la pandemia. A la reunión fue invitado Carlos Ruiz Massieu, Jefe de la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, quien hizo parte de un conversatorio con los prelados a propósito del informe presentado en el mes de julio por ese organismo ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en el que da cuenta de la delicada situación de seguridad que viven actualmente miembros las comunidades y excombatientes en el país. Entre las principales preocupaciones manifestadas en esta oportunidad por los prelados durante el encuentro están la continuidad en los asesinatos y amenazas a líderes sociales, así como a otros miembros de las poblaciones más apartadas y vulnerables; la integralidad en la implementación del Acuerdo de Paz; y la importancia del Sistema Integral de Justicia Transicional. Por su parte, al abordar el tema del Acuerdo de Paz y el punto de la reforma rural, así como las cifras que evidencia un incremento en las hectáreas dedicadas a la siembra de cultivos de uso ilícito en el país, en el contexto de la pandemia, el Arzobispo de Bogotá, monseñor Luis José Rueda, destacó la importancia de poner una mirada positiva en el campo y acompañarlo. El Primado manifestó: “Hay que ver el campo como el lugar donde nace la esperanza y encontrar puntos reconciliación (…) Cuando uno va al campo y ve lo que sucede allí, realmente piensa que puede haber ahí un camino de esperanza, de paz y de vida”. Una Iglesia que acompaña y visibiliza Entre los desafíos trazados por el CEP para la pastoral de la Iglesia en términos de reconciliación y paz, los prelados fueron enfáticos en la necesidad de dar a conocer de manera permanente lo que está pasando en los territorios y poner en evidencia tantas situaciones de injusticia, dificultad y pobreza que suceden. Monseñor Juan Carlos Barreto, Obispo de la Diócesis de Quibdó puntualizó: “Es bueno que la gente sienta una cercanía real nuestra y que lo podamos hacer territorialmente, por ejemplo, a través de encuentro constante con autoridades, líderes y organizaciones sociales; hacerles sentir nuestro apoyo, decirles que estamos con ellos”. Para este tema, también resaltó la importancia del diálogo social. Ante la polarización que vive el país, monseñor Barreto agregó que la Iglesia puede contribuir mucho en este aspecto, “es la Iglesia la que puede tener ese punto de quiebre y decir realmente lo que sucede, sin inclinarse por visiones ideológicas que defiendan solamente a unos y ataquen solamente a otros”. Fuente: Oficina de comunicaciones de la Comisión de Conciliación Nacional (CCN)

Mié 12 Ago 2020

Curso online gratuito ‘Apostolado del Mar y de los Ríos’

La formación dirigida a religiosos consagrados, laicos que desempeñan algún servicio en localidades ribereñas o marítimas y a personas interesadas en conocer otras áreas de evangelización y de incidencia social, mostrará las bases bíblicas, teológicas y prácticas para comprender a fondo el ambiente marítimo, de los pescadores, de áreas de ríos y grandes lagos. El curso introductorio, dirigido por la Pontificia Universidad Javeriana en alianza con la Conferencia Episcopal de Colombia y la Diócesis de Duitama, tiene una duración de 5 semanas. La formación tendrá tres ejes centrales: - Eje humano y social: el agua en la humanidad - Eje bíblico y espiritual: la fe cristiana y el agua de vida - Eje práctico-pastoral: evangelizando el ambiente marítimo Plan de Estudios y mayor información aquí Inscripción aquí

Mar 11 Ago 2020

La prevención de abusos en nuestra Iglesia: una mirada desde América Latina

Por: Consejo Nacional de Protección de Menores. “No podemos permitir que en un recinto sagrado se arrebate la inocencia y la esperanza”. Esta frase de Josefina Martínez, chilena, laica y psicóloga de profesión, evidencia el tono de las reflexiones presentadas en el Webinar “La prevención del abuso en la Iglesia latinoamericana”, realizado el pasado 31 de julio, evento organizado por el Consejo de Protección de Menores (CEPROME) y el Vatican Safeguarding Taskforce, con la colaboración del Centre for Child Protection de la Pontificia Universidad Gregoriana, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) y diferentes Conferencias Episcopales, y en donde varios miembros del Consejo Nacional de Protección de Menores de la Conferencia Episcopal de Colombia participaron. En ese conversatorio virtual, que congregó a más de quince mil personas, también se puso de presente que la prevención del abuso sexual de niños y de personas vulnerables es un trabajo todavía pendiente en América Latina. Para recuperar la confianza perdida, la Iglesia debe emprender el camino de reconocer sus errores y ser fiel a su misión evangélica de acoger a las víctimas/sobrevivientes de las violencias y los abusos cometidos por miembros de la Iglesia, sean clérigos, religiosos o laicos. El rostro de Cristo sufriente se descubrirá en la persona herida y sólo desde Él se podrá restablecer la dignidad del hijo de Dios violentada. La primera intervención ante el auditorio virtual fue la del Arzobispo de Malta y miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Mons. Charles Scicluna. Para el alto jerarca, su experiencia con víctimas le ha dejado una señal profunda en el alma, como pastor, sacerdote y hombre: “Debemos escuchar a la víctima” para entender “cuán grande es el trauma y cuán grande es el flagelo del abuso sexual”. Además, invitó a escuchar, porque “la escucha sana al herido y nos sana a nosotros mismos”. Por su parte, el Padre Hans Zollner, Presidente del Centre for Child Protection de la Universidad Pontificia Gregoriana, hizo un llamado para emprender la lucha contra el abuso a través de los textos básicos del Evangelio en donde destacó la frase de Jesús: “Dejad que los niños vengan a mí”. En esa línea, afirmó que, si no hemos escuchado a las víctimas, no hemos escuchado a nuestro Señor Jesucristo e invitó a vencer el miedo, a no negar el dolor ni las heridas de los abusos. Si la divinidad se esconde en las víctimas, debemos escucharlas para cambiar una espiritualidad fría, distante e intelectual y así transformar nuestra actitud hacia ellas. Dirigiéndose a los participantes del conversatorio dijo a cada uno de ellos: “Tú tienes que buscar que se llegue a recuperar la confianza en la Iglesia”. Para el laico Andrew Azzopardi, coordinador del Vatican Safeguarding Taskforce, existe una necesidad de crear una cultura de la protección y de la prevención positiva. “No hay que olvidar la centralidad de la persona en los abusos (…) y crear esa cultura requiere de una estrategia y de un sistema de prevención, fundados en la verdad y en la curación”. Jordi Bertomeu Farnós, Oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe, centró su intervención en hacer unas glosas al Vademécum, dado a conocer el 16 de julio de 2020, a partir de la coherencia del novísimo documento con el ordenamiento jurídico canónico, la fidelidad en la acción que lo motiva y la homogeneidad en el texto. A su juicio, el Manual es una buena herramienta, aunque perfectible. Además, hizo énfasis en la atención sobre la provisionalidad del texto, al estar llamado a actualizarse, así como la compleja redacción de algunos de sus 164 numerales. La novedad del Vademécum no radica en su contenido, sino en ser expresión del cambio de mentalidad impulsado por el Papa Francisco en la Iglesia, orientado a hacer posible “un lugar justo para las víctimas”. En la siguiente intervención la psicóloga Josefina Martínez afirmó que la experiencia con las víctimas de los abusos sexuales le ha permitido advertir el sentido de encarar el horror de ese flagelo. Una y otra vez, así lo puso de presente, ha escuchado el clamor doliente de la expresión “nunca más”. Es una necesidad de verdad conmovedora y desafiante: anima a un trabajo coordinado para que “no vuelvan a repetirse episodios de tanta angustia y oscuridad”. El Director de CEPROME, padre Daniel Portillo Trevizo, enfatizó que la prevención tendrá futuro si es eclesial. Invitó a saber conjugar nuestros tiempos, a no caer en la tentación de una “mirada retrotópica”, a asumir con humildad la “osteoporosis eclesial” y a conjugar nuestras acciones en gerundio: “Los católicos de hoy somos llamados a pertenencer a esta Iglesia herida y lastimada por los abusos cometidos al interno de ella; comprometiéndonos para que el pasado no represente una añoranza enfermiza, sino que el futuro de la Iglesia se presente cada vez más rico de promesas y de esperanzas. Una Iglesia viva, presente y consciente de su historia, formada por los creyentes que aman la verdad y buscan incansablemente la justicia”. Finalmente, se dirigieron al auditorio virtual, Monseñor Sergio Buenanueva, Coordinador del Consejo Pastoral para la Protección de Menores de la Conferencia Episcopal Argentina, y la hermana María Rosaura de González Casas, del Centre for Child de la Pontificia Universidad Gregoriana, para quienes la prevención ha sido el aspecto más olvidado en la Iglesia y requiere de una nueva “cultura relacional” ordenada a generar una “cultura de buen trato” en la Iglesia. El marco allí presentado allana el camino para erradicar el flagelo de los abusos sexuales dentro de la Iglesia, así como la enorme necesidad de escuchar, poner cara y atender a las víctimas, siendo compresivos y misericordiosos, sabiendo que sufren mucho para así hacer todo lo necesario para aliviarlos y evitar que otros lo sufran.

Sáb 8 Ago 2020

Cúpula del Voto Nacional se reviste de tricolor patrio como signo de paz

Este 06 de agosto, fecha en que Bogotá celebró el aniversario 482 de su fundación, la cúpula de la Basílica Menor del Voto Nacional, símbolo de paz para la Colombia, se revistió con el tricolor patrio, como signo de reconciliación. Frente a este acontecimiento, el padre Darío Echeverri González, párroco de la Basílica ha dicho que el encender estas luces es un signo de esperanza para los colombianos “a pesar de todas las pandemias y dificultades que envuelven al país, la reconciliación y la paz son posibles”. “Esta bella ciudad de Bogotá nos acoge a todos sin preguntarnos de dónde somos. La bandera de Colombia con sus tres colores y lo que simbolizan, nos llaman a que cada uno de nosotros pongamos un granito de arena, aportemos a la reconciliación, al perdón y así entre todos podamos construir una paz estable y duradera”, afirmó. El también secretario general de la Comisión de Conciliación Nacional, recordó como la Basílica del Voto Nacional, construida en 1902, se hizo pensando en el fin de la guerra de los Mil Días, conflicto que dejó en su momento devastada a Colombia y hoy en el presente 2020 hace de nuevo un llamado a los colombianos para que unidos se conviertan en artesanos de la paz y trabajen desde el perdón por una Nación reconciliada. Por su parte el arzobispo de Bogotá, monseñor Luis José Rueda Aparicio, al unirse al saludo de felicitación por este aniversario, dijo “Bogotá, la gran ciudad, la capital de todos los colombianos, la ciudad de puertas abiertas para todos, para que de los 32 departamentos del país podamos venir, vivir, trabajar y estudiar y para que de cualquier parte del mundo puedan llegar también a esta capital de todos los colombianos y de puertas abiertas para el mundo”. Fuente: Of. de comunicaciones Comisión de Conciliación Nacional (CCN)

Dom 2 Ago 2020

Colombia: Solidaria con Iglesia de Nicaragua

Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Colombia rechazaron y condenaron el atentado perpetrado el pasado 31 de julio en la Capilla de la Sangre de Cristo de la Catedral de Managua, calificando este hecho como una acción vandálica. "Manifestamos nuestra cercanía, solidaridad y unión de oración a Su Eminencia el Señor Cardenal Leopoldo José Brenes Solórzano, Arzobispo de Managua, y a los hermanos obispos; a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos". [icon class='fa fa-download fa-2x'] Descargar comunicado[/icon]

Dom 19 Jul 2020

Obispos colombianos invitan a superar "pandemias históricas"

En el contexto de la conmemoración de los 210 años de la firma del acta de independencia de Colombia y ante la realidad actual, marcada por complejos procesos sociales, que se han agudizado a cuenta de la pandemia por coronavirus (Covid-19), la Conferencia Episcopal de este país hace eco del mensaje de los obispos católicos al término de la 110 Asamblea Plenaria, desarrollada virtualmente la primera semana de julio del año en curso. “Para superar todas las pandemias: esperanza, compromiso y unidad”, es el título del mensaje en el que los prelados, retomando las palabras del Papa Francisco, invitan “a tomar conciencia de que la pandemia del coronavirus desenmascara nuestra vulnerabilidad y descubre las falsas seguridades sobre las que hemos construido nuestra vida personal y social”. En esta línea, alertan sobre algunas de las “pandemias históricas” : “la ya profunda brecha social, la pobreza, el desempleo, la marginación, la falta de oportunidades para las comunidades más vulnerables, las deficiencias estructurales de los servicios de salud y de educación, la corrupción tanto pública como privada, el narcotráfico y el microtráfico, el asesinato de líderes sociales, los atentados contra la vida y la dignidad humana, los actos contra la naturaleza y la infraestructura, y, sobre todo, la guerra, la violencia y la muerte en sus diversas formas y expresiones”. Para el caso específico de Colombia, los obispos animan a dar los pasos necesarios para “transformar este momento difícil y complejo en la oportunidad de construir algo nuevo y mejor para todos”. Estos desafíos serán socializados nuevamente, a través de las redes sociales institucionales de la Conferencia Episcopal Colombiana (en facebook, twitter e instagram: episcopadocol), a partir del 20 de julio, invitando a reflexionar en ellos, ponerlos en práctica y orar juntos por el bien del mundo, de nuestra patria, por la superación de los flagelos sociales que impiden el desarrollo integral y por el fin de la pandemia que nos aqueja. [icon class='fa fa-download fa-2x']Lea aquí mensaje final de la 110 Asamblea Plenaria [/icon]