SISTEMA INFORMATIVO
Frente a la trata de personas, el trato fraterno y solidario
Por: Ilva Myriam Hoyos Castañeda, Consejo Latinoamericano CEPROME.
Intervención en el Webinar sobre “La Iglesia Iberoamericana contra la Trata: un crimen contra la humanidad”, realizado el 21 de agosto de 2020 por el Centro de Investigación y Formación Interdisciplinar para la protección del Menor (CEPROME), adscrito a la Universidad Pontificia de México, en alianza con el Centre for Child Protection de la Pontificia Universidad Gregoriana, el Consejo Episcopal Latinoamaricano ( CELAM) y la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR).
La enseñanza de la actual pandemia
No resulta fácil entretejer las paradojas de este tiempo de derechos, a la vez, tiempo de pandemias.
Derechos proclamados solemnemente en constituciones y convenciones, pero todavía en camino para ser garantizados de manera efectiva. Pandemias reducidas no sólo a la del Coronavirus, sino a todas las situaciones endémicas que hacen de la sociedad actual una sociedad enferma.
El virus del 2020 nos ha colocado frente a situaciones dolorosas, generadoras de miedo, zozobra e incertidumbre. Pero también, nos ha invitado a repensar el lugar que ocupamos en el mundo, a indagarnos sobre la presencia del otro en nuestras vidas y de manera más radical a cuestionarnos respecto del modo de vivir nuestra fe. La actual pandemia ha causado muchos males, pero, en cierto sentido, ha sido una epifanía, una manifestación visible de bienes considerados invisibles. Además, ha dejado mirar y escuchar su voz profética.
No hemos sabido reconocer, sin embargo, esas otras pandemias o no hemos querido reaccionar de la misma manera como lo hemos hecho frente al virus que nos ha golpeado a todos indistintamente.
Hay pandemias de pandemias y cada una de ellas tiene su propio sello.
La pandemia de la esclavitud de los seres humanos
Hablemos de una sola de esas pandemias sociales, conocida como “trata de personas”. Intentemos aproximarnos a esa realidad, al parecer, distante, lejana, desconocida y ajena a nuestra propia experiencia personal.
Admitamos que la palabra “trata” genera equívocos y resulta necesario desvelar su sentido originario. Viene del verbo “tractare” y significa “tirar” o “arrastrar”. Tiene de suyo un carácter peyorativo enriquecido por el sentido histórico otorgado: se tiran o se arrastan las cosas, aquellas susceptibles de ser descartadas. Literalmente trata es “arrastrar” a los seres humanos para comerciar con ellos y usarlos como objeto de compra o de venta, considerarlos mercancía, explotarlos ejerciendo los atributos del derecho de propiedad, es decir, actos de dominio como señor y dueño.
Dominar a otro no tiene otro calificativo que esclavitud. Éste es el drama de la trata de personas: esclavizar seres humanos y fomentar la cultura del descarte.
La expresión usada, hasta hace menos de un siglo, para significar el tráfico de mujeres europeas hacia Asia o África sometidas a explotación sexual fue “trata de blancas”. A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por eliminarla, dado su carácter discriminatorio, todavía sigue utilizándose. La trata no tiene color: no es blanca, ni negra. Tampoco se identifica con un sexo ni tiene exclusividad en uno o dos continentes; es personal y, por tanto, afecta a toda la familia humana.
El fenómeno de la trata se nutre de esa condición tan propia de los seres humanos, expresión de nuestra libertad, de movilizarnos o trasladarnos de un lugar a otro. Nos movilizamos porque somos libres. Los traficantes de seres humanos buscan obtener el consentimiento de las víctimas mediante engaños y artimañas, el cual, de llegar a darse, está viciado porque sin libertad no hay consentimiento alguno. Ahí está el quid de la trata: ilusionar engañando. Comprar sueños y deseos, cautivar para silenciar voluntades. Impedir al ser humano tener morada propia y transformar a una persona en un bien de consumo.
Para producir el fenómeno de la esclavitud, los tratantes o traficantes de ilusiones de vida construyen redes generando un entramado de vasos comunicantes a través de los cuales cazan, pescan, capturan, sujetan y marcan a sus “siervos útiles”. Frente a los vejámenes o maltratos ocasionados no hay escrúpulo ni arrepentimiento alguno, tampoco derecho oponible. La lógica de la trata se acrecienta encadenando almas y multiplicando el mal. Su lógica del dominio sigue al pie de la letra las reglas de la lógica del mal.
En cada una de sus fases, manipula, intimida, violenta o elimina, si el “esclavo” deja de ser útil. En (i) la captación, atrae a la persona con la finalidad de adueñarse de su identidad y dominar su voluntad para fines de explotación; en (ii) el traslado mueve a una persona de un sitio a otro y le desarraiga de su entorno de origen, crianza o habitación. Corta todos los vínculos afectivos para evitar el contacto de la víctima con la familia o amistades o redes sociales de apoyo; y en (iii) la explotación obtiene beneficios económicos o placenteros a través de la participación forzada de la víctima, por ejemplo, en actos de prostitución, servidumbre sexual o laboral, incluidos los de pornografía y producción de materiales pornográficos.
Conocidas son sus técnicas: engañar, acallar, silenciar, seducir, aislar no sólo a las víctimas, porque los tratantes de manera sutil han ido logrando el silencio social, la indiferencia, la permisividad, la tolerancia, la apatía y todas aquellas formas perversas que han terminado por negar la esclavitud del siglo XXI, a pesar de que exista mendicidad forzada, matrimonio servil, tráfico de órganos, adopciones ilegales, turismo y explotación sexuales, pornografía y ciberacoso. Si, un conjunto de servidumbre, estructurado en las reglas de un mercado sediento de placer y deseoso de acumular riquezas y de extender el dominio de unos seres humanos sobre otros. Este fenómeno ha fortalecido la delincuencia transnacional organizada que compite a nivel nivel mundial con las drogas y las armas.
El sometimiento de las personas, el dominio sobre ellas implica un proceso complejo, propiciado en situaciones, tales como, la desesperación por falta de oportunidades, los deseos de encontrar un mundo mejor, las desventuras por las experiencias familiares y la vergüenza ocasionada por las debilidades humanas. La trata se alimenta de legítimas ilusiones de hombres y mujeres: querer una vida mejor, esperar un futuro distinto, soñar en un mundo de posibilidades. También se nutre de ese desenfrenado consumo, promovido por los mass media, que nos vende la idea de un estilo de vida que no corresponde a la realidad y nos convoca, sin importar la legitimidad de los medios, a buscarlo y alcanzarlo. Los sistemas judiciales tienen, en igual forma, responsabilidad en el
acrecentamiento del fenómeno de la trata, porque ante las deficiencias en la tipificación del conjunto de acciones que configuran este delito, han construido un sistema impune y han impedido castigar a los tratatantes y a las mafias que los soportan y han terminado, de manera kakfiana, castigando a las víctimas.
Cualesquiera que sean las razones que pretendan aducirse es reprochable el actuar de los nuevos traficantes: despojar a hombres y mujeres de su humanidad, borrar su subjetividad, obnubilar su memoria, despojar su corporeidad, anular su voluntad, cortar sueños y arrebatar sus derechos naturales, inalienables y sagrados.
La pandemia del “egoísmo indiferente”
El Papa Francisco ha denunciado ese “atroz flagelo”, calificado por él mismo como “trágico fenómeno”, “plaga aberrante”, “herida en el cuerpo de la sociedad contemporánea”, “llaga en la carne de Cristo”, “crimen contra la humanidad” y “una de las heridas más dolorosas de nuestro tiempo”. Ha reconocido, y lo ha hecho ante la comunidad internacional, que enfrentar a las redes de tratantes sobrepasa las competencias de una nación y hace necesaria una movilización de dimensión comparable a ese fenómeno.
Además, Francisco no ha perdido oportunidad para hablar sin tapujos, evitando distracciones y eufemismos. Ha denunciado que la causa principal de la trata no está en los traficantes de la carne humana, sino en el egoísmo sin escrúpulos y en la indiferencia hipócrita de habitantes del mundo que disfrutan de los beneficios y servicios de esa cadena completa de explotación e indignidad.
Frente a esa dura y dolorosa realidad es iluso pensar que acciones individuales o grupales son suficientes para intervenir en todas las fases de la nueva servidumbre de los seres humanos y que incluso las Orientaciones Pastorales sobre la Trata de Personas, elaboradas por la Sección Migrantes y Refugiados de la Santa Sede, aprobadas por Francisco y dadas a conocer en 2019, resuelven el reto de los católicos frente a un virus peor que el mismo Covid 19: “el egoísmo indiferente”. Ésta es la pandemia de las pandemias, propiciadora de una complicidad cómoda y muda, que enmascara no sólo nuestros rostros, sino nuestras conciencias.
Son necesarias declaraciones, convenciones y leyes que tipifiquen el crimen de la trata de personas como delito de lesa humanidad a través de las cuales se tipifiquen de mejor forma sus diversos elementos constitutivos, así como las acciones preventivas para erradicarla haciendo uso, entre otros medios, de campañas o programas de capacitación, formación o sensibilización, fundamentadas en derechos humanos y en el destímulo de la demanda. Sin embargo, no podemos quedarnos con documentos bien intencionados, pero deficientes frente al reto de generar un cambio de paradigma, una transformación social y una conversión personal.
El antídoto ante la pandemia de la trata: las relaciones fraternas y solidarias
Pero, entonces, ¿Qué debemos hacer los católicos? ¿Cuáles son los desafíos de nuestro actuar?
Una aclaración previa. La Iglesia no es experta en la prevención, atención e intervención de la trata de personas. Tampoco lo es en la adopción y en el seguimiento de políticas específicas para hacer frente a esta pandemia. Esas no son sus tareas. Si es su misión brindar una mirada esperanzadora desde la fe, proclamar el Reino de Dios, que es de sanación y salvación, de justicia y paz.
A partir de esa mirada es legítimo alzar la voz para gritar: ¡Basta ya del dedo inquisidor que acusa a otro de ser traficante de seres humanos! ¡Basta ya de esconder nuestro rostro haciendo uso de la nueva máscara y dejar de mirar los rostros heridos de las víctimas de los traficantes de esclavos!
El grito “basta ya de la trata de personas” encuentra eco en los versos del profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz, que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is 5, 20).
Repetir una y otra vez “basta” puede resultar siendo una acción sinsentido si cada uno de nosotros deja pasar la oportunidad de responder a esa pregunta bíblica que resuena de manera novedosa:
“¿Dónde está tu hermano?”. Recordemos la indolente y provocadora respuesta de Caín ante la pregunta del mismo Dios por la muerte de Abel: “No sé. ¿Acaso, soy yo guardián de mi hermano?”
Esa pregunta y esa respuesta fratricidas nos ponen en una encrucijada: queremos o pretendemos ser apóstoles de la prevención pero no vivimos en nuestra cotidianidad la vocación originaria de ser hijos de un mismo Padre y, en consecuencia, no podemos reconocernos en nuestra condición de hermanos. Seamos sinceros, si no aceptamos vivir de acuerdo a esa doble condición, la de hijos y la de hermanos, no podemos recuperar la humanidad del otro. Ni comprenderlo ni sanarlo ni amarlo. Tampoco nacer de nuevo.
Insistiré, a título de ejemplo, en cuatro desafíos, no exclusivos ni excluyentes, para ser apóstoles de la prevención. Sí, pero, serlo de manera coherente.
1. Es imperativo rescatar el principio cristiano de la fraternidad, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948). Estos son sus términos: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (artículo 1º). Ese comportamiento o nuevo trato es posible –siguen siendo palabras de la Declaración– porque “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” (primer considerando). Es hora, por tanto, de promover en red un nuevo trato digno entre los hombres, es decir, fraterno y solidario.
2. En medio de esta pandemia, otro de los desafíos que debemos enfrentar es recuperar el sentido trascendente de la dignidad creatural y filial, excluyente de la dialéctica del amo y del esclavo. La voz de todos los miembros de la Iglesia debe hacerse sentir con la finalidad de renovar la conciencia de que cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Imagen al haber salido de las manos de su Creador y estar llamado a la comunidad con Él. Semejanza por la cercanía originaria a su Dios, pero que crece o decrece con el tiempo, según estemos en mayor armonía con Él. La dignidad como don y tarea espera la respuesta humana. También la respuesta de los miembros de la Iglesia.
3. La trata de personas no tiene la última palabra. Otro desafío es asumir con valor nuestra condición profética para denunciar y erradicar la trata. Es momento de ser conscientes de que debemos ser guardianes de nuestro hermano o hermana y de mirar en el rostro dolido de cada otro a ese prójimo, mi próximo, que más que recibir quiere dar: donar su dolor y “darse a sí mismo”.
Si el antídoto de los antídotos, la inmunidad última, la vacuna deseada y esperada para defendernos del virus de la esclavitud de este siglo XXI, es el amor fraterno; acojamos y hagamos vida las palabras de San Juan de la Cruz: “Adonde no hay amor, pon amor, y sacarás amor”.
Una pastoral hecha con ardor
Jue 14 Nov 2024
Matrimonio y familia: don de Dios
Vie 8 Nov 2024
Vie 8 Nov 2024
Obispos colombianos convocan colecta nacional para ayudar a reconstruir edificaciones de la Iglesia en Guapi afectadas tras el atentado
Tras el atentado terrorista perpetrado en el municipio de Guapi (Cauca) el pasado 2 de noviembre, que produjo, además de lamentables pérdidas humanas, heridos y afectaciones en la tranquilidad de la población, la destrucción de las edificaciones de la Casa y la Curia Episcopal, los obispos de Colombia convocan una colecta nacional para apoyar al Vicariato Apostólico de Guapi en el proceso de reconstrucción de dichas obras.La jornada se llevará el domingo 17 de noviembre en todas las parroquias del país. Quienes deseen, también podrán participar en ella consignando su aporte a la cuenta de ahorros del Banco de Bogotá Nº 078354974, a nombre de la Conferencia Episcopal de Colombia.En el mensaje de convocatoria, los pastores destacan este apoyo como un signo de esperanza en medio de la compleja realidad que viven las comunidades del pacífico caucano; por lo que animan a todas las personas de buena voluntad a participar activamente en esta iniciativa, con solidaridad y fraternidad.“Vamos a orar intensamente también para que la población recupere la esperanza, la reconciliación y el deseo de salir adelante. El Señor recompensa al que da con generosidad”, agrega monseñor Gabriel Ángel Villa Vahos, arzobispo de Tunja y vicepresidente de la CEC, en el video que acompaña el comunicado oficial.En ese mismo video, el padre Arnulfo Moreno Quiñonez, pro-vicario de Guapi, enfatiza: “Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús; ni la violencia, ni la destrucción, ni el temor”.Vea a continuación el videomensaje:
Jue 7 Nov 2024
Durante encuentro nacional sobre cultura del cuidado, la Iglesia Católica colombiana creó la Red Nacional de Acogida
Entre el 28 y el 31 de octubre, la Conferencia Episcopal de Colombia reunió en Bogotá a los encargados de la atención y prevención de abusos de las jurisdicciones eclesiásticas del país. Cerca de 120 personas, entre sacerdotes, religiosos y laicos participaron en el evento denominado Primer Encuentro Nacional de Responsables de la Cultura del Cuidado en la Iglesia. Un espacio que buscó fortalecer los procesos de atención, acogida y apoyo, de ahí que se propiciara la creación de la Red Nacional de Acogida.En representación del Episcopado Colombiano, el evento estuvo acompañado por monseñor Nelson Jair Cardona Ramírez, obispo electo de Pereira y por monseñor José Mario Bacci Trespalacios, obispo de Santa Marta, presidente y miembro de la Comisión Episcopal para la Cultura del Cuidado, respectivamente. Asimismo, estuvieron presentes los miembros del Consejo Nacional para la Cultura del Cuidado y las profesionales encargadas de la Oficina Nacional.El encuentro se hizo posible gracias a la financiación de la organización Porticus en el marco del proyecto Iglesias particulares seguras y protectoras, a través del cual en los últimos dos años la Conferencia Episcopal adelantó jornadas de formación sobre prevención de abusos en nueve de las doce provincias eclesiásticas del país.Durante el encuentro monseñor Bacci Trespalacios abordó el tema “Espiritualidad del cuidado”, indicó que en la base de los abusos sexuales la dimensión espiritual es el más grande de los problemas.“Cuando aparece un caso hay una estructura que falla, hay una política que encubre o hay una decisión que pospone el dolor de la víctima, pero todo eso es posterior, todo eso es consecuencia de una ausencia de fe, ausencia de Evangelio, ausencia de Jesucristo”, explicó.Vea a continuación los detalles más destacados:
Mar 5 Nov 2024
"Nuestro pueblo gime de dolor": Pro-Vicario de Guapi
A través de un comunicado firmado por el pro-vicario de Guapi, el padre Arnulfo Moreno Quiñonez, esa Iglesia particular ubicada en el pacífico caucano, expresó su dolor y preocupación ante los hechos de violencia que han venido afectando gravemente a sus comunidades. La situación más reciente se presentó el pasado 2 de noviembre en la cabecera municipal de Guapi; un atentado en la madrugada de ese día, dejó, además de personas heridas, lamentables pérdidas, entre ellas, vidas humanas y estructuras, como es el caso de la Curia que resultó seriamente afectada. La Iglesia pide la presencia urgente de las instituciones del Estado allí, garantizando el derecho a la paz y generando condiciones de desarrollo humano integral.“Lamentamos la pérdida de las vidas humanas, el dolor de los heridos, el llanto de las familias y la desesperanza de una sociedad que anhela vivir en paz, la destrucción de los edificios de la curia diocesana, institución que es esencial para el trabajo de la Iglesia en Guapi y rechazamos todo tipo de acciones que generan miedo y zozobra en la población, porque que cada día su tierra es manchada con sangre de guerra; llamamos a todos apartarse de los caminos de pánico y de muerte, y acercarse más a los caminos del diálogo y la reconciliación para que así podamos construir juntos y disfrutar en hermandad de la paz”, se expresa en el comunicado.De acuerdo con el mensaje, este hecho ha causado pánico y tristeza en todo el territorio del Vicariato:“Porque lscuandé, Timbiquí, Guapi y López de Micay, somos una sola familia extendida y diseminada por todo el pacífico Caucano y Nariñense; cuando uno ríe todos ríen y cuando uno llora todos lloran”.En el mensaje, el padre Arnulfo Moreno pide la oración de todos en la Iglesia para que la Paz del Señor sea consuelo y esperanza en medio de sus comunidades:“Nos acogemos con amor y fe de solidaridad, a la oración universal, la de la Iglesia Colombiana, la de nuestros obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, consagrados y consagradas, la de los hombres y mujeres de buena voluntad, para que le pidamos juntos al Príncipe de la paz que, llegue al mundo entero, a Colombia, al pacífico Caucano y Nariñense”.Vea a continuación el comunicado leído por el Pro-vicario de Guapi:
Dom 3 Nov 2024
Obispos colombianos rechazaron atentado en Guapi: la Casa y la Curia Episcopal resultaron afectadas
A través de una carta enviada al Pro-vicario de Guapi, el padre Arnulfo Moreno Quiñonez, a todos los miembros de esa Iglesia particular y a la comunidad del municipio de Guapi, los obispos expresaron su solidaridad, profunda preocupación y rechazo ante el grave atentado cometido contra la población y la fuerza pública en la madrugada del sábado 2 de noviembre ese territorio del pacífico caucano. Hecho que dejó personas fallecidas, otras heridas y varias estructuras afectadas, entre ellas la Casa y la Curia Episcopal.En el mensaje, el episcopado colombiano, a través de su Comunidad de Presidencia, afirmó que este tipo de hechos, que causan pánico y desolación a las comunidades, evidencian el incremento de la violencia en el país. Ante esta preocupante realidad, hacen un llamado urgente a los actores armados para que abandonen la vía del terror y apuesten por el diálogo; al Gobierno le piden hacer presencia garantizando el desarrollo humano integral, la seguridad y el derecho a la paz.Además, los obispos ha pedido al Secretariado Nacional de Pastoral Social – Cáritas Colombia (SNPS-CC) que active inmediatamente el Fondo de Emergencias para apoyar a la comunidad.