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Opinión

Mar 19 Abr 2016

La alegría del amor – primeras reflexiones

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez - Acaba de regalar el Papa Francisco a la Iglesia y a todas las personas de buena voluntad, la Exhortación Apostólica Postsinodal AMORIS LAETITIA, la alegría del amor, sobre el amor en la familia. Este es el resultado de los trabajos de los sínodos extraordinario y ordinario sobre la familia, realizados en Roma en octubre de 2014 y 2015 respectivamente. El mismo Papa en el número seis describe la estructura y el contenido básico presente en los nueve capítulos del documento con los 325 numerales.Dice así el Sumo Pontífice: “En el desarrollo del texto, comenzaré con una apertura inspirada en las Sagradas Escrituras, que otorgue un tono adecuado. A partir de allí, consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra. Después recordaré algunas cuestiones elementales de la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia, para dar lugar así a los dos capítulos centrales, dedicados al amor. A continuación destacaré algunos caminos pastorales que nos orienten a construir hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios, y dedicaré un capítulo a la educación de los hijos. Luego me detendré en una invitación a la misericordia y al discernimiento pastoral ante situaciones que no responden plenamente a lo que el Señor nos propone, y por último plantearé breves líneas de espiritualidad familiar”. Haciendo caso a lo que nos pide el Papa de que “no recomiendo una lectura general apresurada” (AL, 7), he considerado útil en esta primera reflexión, destacar algunos aspectos interesantes del documento: La continuidad del magisterio respecto del matrimonio y la familia. Personalmente diría, que es una traducción en lenguaje sencillo, coloquial, misericordioso, de la doctrina evangélica y eclesial que podemos encontrar tanto en la Sagrada Escritura, como también, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica, los documentos de Juan Pablo II Familiaris Consortio y Evangelio Vitae, y la Deus Caritas Est, de Benedicto XVI. No están exentas sendas reflexiones más técnicas y filosóficas, sobre todo en lo que tiene que ver en la forma de entender la norma moral y el discernimiento pastoral, como aparece en el capítulo octavo. La pertinencia del contenido. El Papa habla, de “mantener los pies en la tierra” (AL, 6) cuando se refiere al análisis de la realidad y la situación actual de la familia, que no sólo está presente en el capítulo segundo, sino prácticamente de forma transversal a lo largo de todo el texto. El Papa parte de hechos e informes reales que se puede deducir de las certeras y fraternas recomendaciones de diversa índole, que hace, sobre todo en los capítulos cuarto, quinto y séptimo. La conversión pastoral. Retoma el Papa su invitación hecha al pueblo de Dios en la exhortación Evangelii Gaudium y en la Bula MitisIudex DominusIesus, a que con creatividad, los pastores y líderes de pastoral familiar asuman el reto de evangelizar las familias, en todas sus realidades, acompañándolas, discerniendo e integrando caso por caso, comenzando por las que están bien, hasta llegar a las que él mismo denomina, familias “en situaciones irregulares”. La pastoral familiar diocesana y parroquial ha de fortalecerse. La recuperación del sentido del amor conyugal. En los capítulos cuarto y quinto, casi como retomando y releyendo el capítulo 13 de la carta San Pablo a los Corintos, el conocido himno de la caridad “el amor es comprensivo, el amor es servicial…”, el Papa propone la forma como debe ser vivido el amor en familia y cómo ese amor ha de ser el eje para la felicidad de todos los que conforman la institución familiar, comenzando por el varón y la mujer, padre y madre, que hacen parte del “designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (AL, 251). Ante la desvirtualización del amor que se ha vuelto egoísta, el Papa propone la vivencia de un amor conyugal generoso, abierto y alegre. La dimensión misionera. Es un aporte bien significativo de la Exhortación. Motiva desde lo que denomina “la lógica de la misericordia pastoral” (AL, 307), primero, en los casos complejos, después de un adecuado discernimiento pastoral, a “identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual” (AL, 293) y, segundo, a acompañar las personas de toda condición, creyentes y no creyentes, teniendo en cuenta el punto de partida de que “hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición” (AL, 296). De esta forma, se aplica aquello de que la Iglesia debe estar en salida, es decir, al encuentro de todos. Esta dimensión misionera está marcada, como lo ha dicho el mismo Papa, por la misericordia, pues “procura alentar a todos para que sean signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se realiza perfectamente o no se desarrolla con paz y gozo” (AL, 5). En síntesis, Amoris Laetitia es un nuevo llamado a renovar la confianza en la familia, reconociendo que es don de Dios para bien de los esposos, sus hijos y la entera sociedad. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Lun 18 Abr 2016

El arte de ser arquitectos

Por. P. Wilinton Torres Pulido. Hace algunos días nos visitó la Universidad de la Sabana, compartiendo algunos estudios de investigación muy interesantes y entre otros puntos concluían que una familia sólida fomenta el desarrollo positivo de los niños. Hemos entrado en el mes de los niños, buena oportunidad para hablar de la arquitectura, pero no de una arquitectura quizá de edificios o demás estructuras físicas, sino de la arquitectura humana, como arte de acompañar a nuestros niños y niñas en procesos que le enseñen a vivir de acuerdo a la verdad la bondad y belleza de su ser, en una comunidad que lo acoge y le enseña los valores y virtudes propios de una herencia cultural milenaria. Somos fecundados fruto de la donación de un hombre y una mujer, quienes deciden entregar sus vidas, dando cumplimiento a las palabras del Génesis: “Por esta razón deja el hombre a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se hacen uno solo”. (Gen. 2,24). Es allí donde el hombre deja su egoísmo natural y comienza a formar comunidad. “Una sola carne” significa, que fruto de su entrega total, nacen los niños, amor esponsal y eterno. Quienes se entregan para toda la vida, reciben la gracia divina para acompañar a la nueva vida que se recibe en calor de hogar . Allí cuando la mamá le da leche materna a su hijo le está trasmitiendo fe, esperanza y caridad. Es allí donde aprendimos que existen momentos sagrados para encontrarnos, éstos no se discuten simplemente se acogen. Cómo no recordar los días en que con mis cuatro hermanos, papá y mamá rezábamos el rosario y nos encontrábamos para orar y descubrir el momento sagrado de la comunión y el encuentro con Dios. Cómo olvidar cuando visitaba a mis abuelitos y veía en su habitación un Cristo, la Biblia, la imagen de la virgen del Carmen, en un altar que para ellos era muy sagrado. En la escuela el domingo, las profesoras nos llevaban a misa y aprendíamos que Dios ocupa en nuestra vida un lugar importante, cantábamos los villancicos en diciembre con nuestra catequista, aunque nos motivara un obsequio sencillo para el último día de novena, también, el regalo que nos dejaban nuestros padres la noche del 24, y el veinticinco amanecíamos felices porque el Niño Dios nos lo había traído. Podríamos seguir con la lista interminable de celebración de la comunión. Así aprendimos que aunque había también momentos difíciles en casa, Dios nos mantenía unidos, que éstos eran muy cortos y que vendrían otros muy especiales. Aprenderíamos que la vida no es color de rosa, pero sí color esperanza. Nuestros padre nos entregaron la herencia de los valores que harían de nosotros seres humanos, y con la gracia de Dios, más que humanos, para ser protagonistas de nuestra historia y sembradores de valores que nos ayudarían a descubrir lo esencial de la existencia para descubrir en ella el gozo de vivir, de ser hijos de Dios, en la artesanía de un mundo mejor. Por último, como olvidar la relación y el significado que tiene nuestra vida, también gracias a que nuestros padres, profesores, y aun en las escuelas deportivas en las que compartimos, estaban en sintonía de formar seres humanos capaces de vivir con esperanza en la donación de nuestra vida a una misión de humanidad. En este mes damos gracias a Dios por nuestros padres y todos aquellos que hicieron posible la mejor arquitectura de nuestras vidas con los valores y virtudes que nos enseñaron para ser hombres y mujeres de bien. Es entonces nuestra tarea, ser arquitectos de humanidad y continuar con la herencia que nos han dejado nuestros antepasados y hacer que este mundo sea mejor y crezca cada vez más en fe, esperanza y caridad, también en el corazón de nuestros niños y niñas. Ésta es una tarea no sólo de este mes, sino de toda nuestra vida. Dios siga regalando los dones necesarios para que juntos, con los carismas que hemos recibido, los compartamos a las nuevas generaciones, haciendo de esta tierra una oportunidad de justicia y caridad para todos. P. Wilinton Torres Pulido Director del Departamento de Estado Laical

Sáb 16 Abr 2016

Pastores para servir

Por Mons. Edgar de Jesús García Gil. Quiero escribir sobre los pastores de la Iglesia (obispos, presbíteros, diáconos) pero desde una orilla que hoy en día es un poco desconocida. Estamos cansados con todos los medios amarillistas que solo se recrean en los malos ejemplos de las diferentes profesiones del mundo, y por supuesto a la Iglesia, con mucha o poca razón, se la aplican hasta el fondo. Mi vocación al sacerdocio se forjó por el respeto profundo que en mi familia y en mi pueblo les tenían a los representantes de Cristo en la tierra. Cuando el padre rector del seminario menor de Cali me pregunto por qué quería entrar al seminario le respondí que yo quería ser sacerdote para servir como veía que hacían los sacerdotes que rodearon mi infancia sobre todo en mi parroquia de Roldanillo. En el seminario menor y mayor San Pedro apóstol de Cali, dirigido por los padres Eudistas, la alegría, la entrega, la tenacidad, la preparación intelectual, la dirección espiritual y la vida de oración que los padres formadores nos mostraban fueron apoyo incondicional para madurar en un sano equilibrio nuestra vocación a la vida cristiana y sacerdotal. Aprendimos a discernir con respetuosa inteligencia que las fallas humanas no tenían que acaparar todo el valor de la persona sino que eran oportunidades para revisar y mejorar. El concilio vaticano segundo (1962-1965), nuevo pentecostés en la Iglesia, indudablemente abrió nuevos horizontes para comprender una Iglesia con sus presbíteros más abierta al mundo y a las necesidades de las personas más pobres. Muchos presbíteros en sus comunidades comenzaron abrir brechas novedosas para que el evangelio incidiera con mayor profundidad en la realidad social. Aunque algunos se quemaron en estos intentos por seguir líneas políticas equivocadas, la mayoría ha sobrevivido aportando desde su experiencia y madurez los logros que ahora estamos cosechando. En América Latina se fue gestando una nueva esperanza para el continente. El consejo episcopal latinoamericano (CELAM) compuesto por un puñado de obispos que entendieron desde el comienzo lo que significaba la comunión y la participación en la tarea de sembrar el Reino de Dios en el mundo ha servido para aplicar la revolución del Concilio en la realidad de nuestro continente. El Papa Francisco es un ejemplo de lo que estoy comentando. Al terminar el concilio muchos presbíteros de varios países de Europa salieron en misión ad gentes para diferentes partes del mundo con el fin de colaborar en una evangelización más inculturada en nuestras propias realidades. Ellos gastaron su vida en la evangelización sin protagonismos políticos o sociales que los halagaran con aplausos y reconocimientos mundanos. Algunos fueron martirizados por el evangelio. Solo la misión comprometida con sus cuotas de sangre es la que suscita vocaciones entre los niños, adolescentes y jóvenes para apostarle a la vida sacerdotal en lo que llamamos la aventura de la fe y del evangelio por instaurar el Reino de Dios entre los hombres. Indudablemente las familias cristianas comprometidas han sido semilleros de vocaciones sacerdotales en nuestro continente. Y es en este espacio de comunión familiar donde ahora tenemos que seguir cultivando más vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. La belleza de la familia se hace visible en los hijos y en sus diferentes opciones de vida que van asumiendo. Los 5200 obispos y los 415.348 presbíteros católicos que vivimos en estos tiempos tratamos de responder a una llamada que es de Dios, en una Iglesia que está guiada por el Espíritu Santo. El pueblo santo de Dios que acompañamos en nuestras diócesis y parroquias es la razón de ser de nuestra entrega porque todos caminamos juntos para vivir la propuesta salvadora de Jesús resucitado que hoy nos vuelve a repetir: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno” Juan 10, 27-30. Felicitaciones a todos los pastores que a ejemplo de Jesús el Buen Pastor trabajan en el campo de Dios por la salvación de la humanidad. + Monseñor Edgar de Jesús García Gil. Obispo de la diócesis de Palmira

Jue 14 Abr 2016

Que se note la Pascua

Escrito por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Después de la solemne Vigilia Pascual, la Iglesia continúa contemplando y asumiendo el acontecimiento de la Resurrección del Señor, que nos permite experimentar su presencia y la irradiación de su vida nueva en nosotros. El tiempo de Pascua es para comprender y sentir que la victoria de Cristo es nuestra victoria, que su muerte es nuestro verdadero nacimiento. La vida cristiana existe o desaparece según sea nuestra fe en la Resurrección. Cuando, después de la larga preparación de la Cuaresma, se cree y se vive realmente la Pascua del Señor, debemos tener la convicción de San Pablo: "Pasó lo viejo, todo es nuevo" (2 Cor 5, 17). En verdad, ya nada debe ser como antes. De muchas maneras se debe manifestar en nosotros esta novedad; no se trata simplemente de afirmar una doctrina, sino de vivir con coherencia un acontecimiento y testimoniarlo con pasión en el mundo. La Pascua se debe notar en nuestra alegría. Si creemos que Cristo está vivo en medio de nosotros, si vemos que ha comenzado una transformación del mundo y de la historia, si tenemos la certeza de que estamos destinados a la vida eterna, debe verse que nuestra existencia, no obstante las pruebas y dificultades que tengamos, es ya una fiesta. Vivimos en la paz, la confianza y el gozo que nos da el triunfo de Cristo. La Pascua se debe notar en nuestro celo apostólico. Como los primeros discípulos, quien ha vivido este acontecimiento único y sorprendente necesariamente debe ser testigo (Hech 10,39-42). Todos conocemos los sufrimientos y los miedos de nuestra sociedad, las dificultades de nuestras familias, la lucha en que se debate la juventud; si no llegamos a estas situaciones con un valiente anuncio del que es luz y vida para el ser humano, es porque todavía no creemos en la Resurrección. La Pascua se debe notar en nuestra fraternidad. Quien nos ha mandado amar como él mismo nos amó, nos ha capacitado, por su muerte y resurrección, para tener sus mismos sentimientos y criterios. En efecto, nos ha dado su Espíritu que derrama en nosotros el amor de Dios para que seamos hermanos y construyamos la auténtica comunión eclesial. La fuerza de nuestra unidad prueba la verdad de nuestra experiencia pascual. La Pascua se debe notar en nuestra decisión de ser santos. Vivir la Resurrección nos hace semejantes a Cristo, que venció el pecado del mundo y vive para Dios. La gracia de este tiempo, cuando la acogemos auténticamente, nos lleva a caminar según las bienaventuranzas. Si no hemos salido de la fuerza de gravedad del egoísmo y del mal, todavía no somos personas pascuales, no tenemos aún rostro de resucitados. La Pascua se debe notar en nuestra esperanza. Más allá de la maraña de dificultades y angustias que tenemos, escuchamos la palabra de Jesús: "Tendrán tribulaciones en el mundo, pero tengan confianza: Yo he vencido al mundo" (Jn 15, 18; 16, 33). Si hemos resucitado con Cristo, como enseña San Pablo, buscamos las cosas de arriba; aspiramos a las cosas de arriba, porque nuestra vida ya está en Dios (Col 3; 1-3). + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mar 12 Abr 2016

Identidad y escala de valores

Por: Mons. Ismael Rueda Sierra - Entramos a vivir el tiempo de Pascua. Pascua siempre sugiere un paso necesario de una situación a otra; es superación y esperanza. Pasar de la muerte a la vida significa un cambio no sólo cualitativo sino de sentido. Y la Pascua del Señor implica necesariamente en la vida social, en la cotidiana construcción de la cultura, en las relaciones humanas, en la persona, un paso y cambio para superar todo lo que daña, lo que produce muerte, para rescatar la vida, la dignidad humana. Vivir en un mundo global nos permite monitorear diariamente de una sola mirada, lo que ocurre en el planeta desde el mismo lugar de los acontecimientos, experimentando simultáneamente, las repercusiones y efectos, sean positivos o negativos para toda la humanidad. Tal es la influencia que las redes sociales y el mundo virtual, así como los diversos medios de comunicación, ejercen sobre la “aldea global” o casa común que compartimos. El uniformismo va quedando en segundo plano y la fragmentación de costumbres, actividades, opciones y propósitos se van convirtiendo en una feria de diversidades. Curiosamente también se puede ver la tendencia a imponer por parte de ideologías (visión de la sociedad desde la perspectiva de un grupo determinado o de un pensamiento “único”) un punto de vista que, a como dé lugar, “debe” ser aceptado por todos. Lo más curioso de esta tendencia cultural, es que casi siempre se hace en nombre de la libertad, que paradójicamente es don y tarea permanente, y llamada a generar responsabilidad y compromiso leal para con toda la familia humana y su dignidad. En este estado de cosas, resulta demasiado importante, por tocar la misma dimensión de sentido de toda persona humana o sociedad, construir la identidad de cada uno como conciencia y conocimiento de sí mismo, habida cuenta de unos valores que se asumen libremente y que permiten no solo, la dirección de un proyecto de vida (vocación), sino la posibilidad de conocer y respetar en las relaciones humanas cotidianas, el ser de los demás. Es la condición que permite entre otros factores, el diálogo, el enriquecimiento con el punto de vista de los otros, los consensos para buscar el bien común, el respeto de los derechos inalienables de las personas donde ellos empiezan, y en el lenguaje cristiano, la posibilidad de construir comunidades dinámicas, responsables y en paz. Un ejemplo palpable del fenómeno señalado más arriba, lo pudimos experimentar en la pasada Semana Santa, tendencia que se acentúa cada vez más, cuando hubo programación de fútbol de selecciones de América, en la fase eliminatoria, el jueves y viernes Santos; también en Cuba el viernes Santo, se programó la histórica presentación de los rockeros famosos, The Rolling Stones. Y ya no es extraño ver la diversidad de programaciones que se empiezan a ofrecer simultáneamente en el tiempo que, en nuestra cultura latinoamericana y en el occidente cristiano en general, celebramos en la fe el acontecimiento central de la pasión, muerte y resurrección del Señor. No es fácil identificar de dónde provienen estas iniciativas, ni en últimas su intención, pero sí resulta comprensible que a muchos de los promotores, no les interesa, tampoco les importa, que una gran mayoría del pueblo exprese con tranquilidad y sin ser interrumpidos, libremente su fe y creencias a las que tienen derecho inalienable. También resulta una oportunidad para aplicar una jerarquía de valores a la hora de participar en esos eventos y “escoger” qué es lo primero y que puede ocupar otro lugar, pues siendo importante y atractivo como por ejemplo ver jugar a nuestra selección Colombia, sin embargo no reemplaza de ninguna manera a Quien está en primer lugar: nuestro Dios y Señor. Con mi fraterno saludo de pascua. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Dom 10 Abr 2016

Para orar, meditar y vivir

Para orar, meditar y vivir ¿Me amas más que éstos? Santa Teresita, inquieta por santificarse en la iglesia, se hacía continuamente la siguiente pregunta: ¿En la iglesia cuál es mi vocación? Después de mucho leer y meditar, se encontró con los capítulos 12 y 13 de la primera carta de San Pablo a los Corintios y de allí extrajo la siguiente conclusión: “En la iglesia, mi vocación es el amor”. Y desde aquélla hora la santa repetía continuamente: “¡Oh, Jesús!, para amarte no tengo nada más que el hoy”. El amor verdadero se vive en el presente, en el hoy de Dios, de lo contrario es una mera ilusión. “Me voy a pescar” es la expresión que Pedro lanza a los otros discípulos y dicen ellos: “Vamos también nosotros contigo”. Vuelven al oficio de antes, regresan a su pasado y lo hacen bajo el liderazgo de Pedro, pero con unos criterios meramente humanos. El amor que Jesús les había manifestado durante su ministerio público, llegaron a pensar que era un amera ilusión, un amor pasajero, un amor al estilo humano. Por eso, volvieron al oficio de antes e intentaron pescar durante toda la noche y al amanecer no habían cogido nada. Por más que bregaron no lograron pescar absolutamente nada. Es que la vida sin el Señor es vacía y sin sentido. Se necesitan las luces del Maestro y Señor. En realidad la vida sin Jesús no tiene orientación, no tiene un norte bien definido. “Jesús se presentó en la orilla” y hace una pregunta: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”. Los discípulos fueron sinceros y reconocieron que no tenían absolutamente nada que compartir con el “desconocido” que los interrogaba. Sin embargo, cuando él los invita a lanzar las redes, que luego sacaron llenas de peces, son obedientes y es allí precisamente, cuando descubren que es el Señor. La obediencia a la Palabra de Jesús multiplica el bien y da resultados asombrosos. Con la obediencia se descubre que el Señor nunca se ha ido, que siempre ha estado con sus discípulos, aún en los momentos más críticos de su existencia Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida, sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí. Dios está siempre con nosotros, aunque muchas veces no lo percibamos. Viene ahora una escena preciosísima que vale la pena resaltar: Jesús invita a sus discípulos a compartir una comida. Los discípulos aportan los peces, pero Jesús mismo ya ha preparado la hoguera. “Ven unas brasas con un pescado puesto, encima y pan”. Jesús les calienta el alma, les da de comer, les alimenta el espíritu. Jesús rehace la amistad con sus discípulos, les demuestra que su amistad es eterna, les da prueba fehaciente se su fidelidad y amor eterno. Allí sentados en la cena, se gesta un silencio constructivo, un silencio palabra, en el cual los discípulos no se atreven a decir nada, porque sabían que era el Señor. Frente a Dios es mejor callar que locamente hablar. A Dios solo se le ama y se le contempla en el silencio. Los discípulos entienden que no se trata del silencio amargo del escandalo de la cruz, sino del silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón. Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él. En este comer juntos, Jesús es para ellos, más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35). “Yo soy el Pan de Vida”. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). Decía Santa Teresa: “Dios siempre habla en el silencio”. Para escuchar a Dios es necesario hacer silencio. En el silencio nos abrimos a la acción misericordiosa de Dios. El silencio nos propicia un ambiente favorable para conocernos a nosotros mismos y reconocer al otro. En la soledad nos encontramos con nuestras grandezas y miserias. En el silencio descubrimos el amor infinito de Dios, su misericordia. En este ambiente de silencio, se da precisamente la última escena del evangelio que proclamamos, miremos: 1.Hay una triple pregunta: ¿Me amas? Con la triple pregunta, Jesús le da a Pedro la posibilidad de enmendar su triple negación durante la pasión. Dios nos da a todos siempre una segunda oportunidad. Incluso nos da una tercera, una cuarta y hasta infinitas posibilidades. El Señor no lo borra a uno de su corazón con el primer error. Con el Señor siempre hay una nueva oportunidad, con Él nada está perdido. ¿Será que nosotros somos así con los demás? Somos resentidos, vengativos…, precisamente, porque vivimos sin Dios. Odiamos y con ese sentimiento ocupamos nuestro corazón y no le damos cabida al Señor. Trabajamos mucho, hacemos muchas cosas, pero sin la fuerza divina y por eso hacemos demasiado poco y nos cansamos mucho. 2.Quien ama perdona. Si aprendiéramos la lección contenida en esto que Jesús hizo por Pedro, si nos interesáramos por devolverle nuestra confianza a alguien que se ha equivocado, que nos ha hecho algo feo, que nos ha traicionado, que no se hizo sentir cuando más lo necesitábamos, nuestra convivencia familiar y comunitaria sería más feliz. Si perdonáramos más, viviríamos más y mejor, viviríamos alegres y bien dispuestos para amar incluso a los enemigos. 3. Hay una triple confesión que termina con un acto de confianza absoluta: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. El diálogo entre Jesús y Pedro tiene que ver con la vida de cada uno de nosotros. San Agustín dice: “Interrogando a Pedro, Jesús también nos interrogaba a cada uno de nosotros”. La pregunta: “¿Me amas?” se dirige a todo discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y prácticas; es una realidad mucho más íntima y profunda. Es una relación de amistad con la persona de Jesús. 4.Quien ama sirve. Pongámosle cuidado también a esto: Jesús pide que el amor por Él se concrete en el servicio a los demás. Amar consiste en servir. “¿Me amas?, entonces apacienta mis ovejas”. ¿Amas a tu esposo(a)?, entonces ocúpate de él (ella). ¿Amas a los hermanos de tu comunidad de fe?, entonces pongase a servirles. ¿Amas a tu hijo?, y entonces, ¿por qué lo abandonas? Nuestro amor por Jesús no se debe quedar en un hecho intimista y sentimental, se debe expresar en el servicio a los otros, en el hacerle el bien al prójimo. La Madre Teresa de Calcuta solía decir: “El fruto del amor es el servicio y el fruto del servicio es la paz”. [icon class='fa fa-download fa-2x']Descargar reflexión completa[/icon]

Vie 8 Abr 2016

¿Matrimonio igualitario?

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - Una avalancha de reacciones no se hizo esperar. Las a favor y las en contra; las mesuradas y las exacerbadas. Un tema tan álgido da para todo y es porque no se puede ser indiferente cuando se trata de una realidad que nos toca el nervio: la familia. ¿Quién no tiene una? ¿Quién no tiene una visión de lo que es o debería ser? Quizá alguno piense que para el caso colombiano se trata del peor escenario para recibir la Exhortación Apostólica Post Sinodal del Papa Francisco sobre este tema: “Amoris Laetitia”. Pero yo pienso lo contrario: no que sea el mejor escenario posible – porque no lo es – sino que resulta siendo el ámbito más paradigmático para evidenciar el reto de cómo hacer que la Familia no pierda su esencia constitutiva. Es decir: ¿Quieren una evidencia de cómo la familia se ha resquebrajado hasta el punto de considerarse familia y matrimonio lo que no lo es? Es verdad que la culpa no es toda nuestra, de la Iglesia, pero sí tenemos parte en esta debacle. Seamos sensatos: ¿Qué tanto tiempo ocupa nuestra pastoral familiar? ¿No hemos ido cediendo al querer del mundo actual que solo ve el matrimonio como un acto social y no como sacramento? (¡Desde que paguen el estipendio! dirá alguno) ¿Cuánto tiempo se emplea y quién dicta los cursillos prematrimoniales? ¿Quién llena el expediente prematrimonial en la parroquia? ¿Qué tipo de diálogo se lleva a cabo con la pareja que se va a casar? ¿Vamos más allá de entregar simplemente la lista de requisitos? ¿Atendemos más las formalidades documentales que el acompañamiento pastoral para que el consentimiento de los contrayentes sea pleno, libre, consciente? Y los matrimonios de laicos comprometidos: ¿Hasta dónde se han esforzado por hacer de su experiencia de esposos una manera concreta de evangelizar? Y si en lo antecedente hay cuestionamientos, ni se diga lo consecuente: ¿Existe en nuestras parroquias un grupo consolidado de asesoría matrimonial al menos durante el primer año de unión conyugal? ¿Hay al menos un mínimo seguimiento a las parejas de recién casados? ¿Qué crisis han sufrido, qué alegrías han experimentado: nacimientos, muerte, fracasos económicos, infidelidades, etc? ¿Nos contentamos con el mínimo esfuerzo de celebrar una esporádica eucaristía por las familias o, por el contrario, vamos a buscar a las familias, salimos a encontrarlas, a proponerles un estilo de vida cristiano? ¿La pastoral familiar en la parroquia va más allá de unos talleres anuales en el templo durante la Semana de la Familia? ¡Para algo han de servir las direcciones del domicilio después del matrimonio que quedan consignadas en el expediente prematrimonial! ¡Para algo más que para poder enviar una notificación en el caso de iniciar un proceso de nulidad matrimonial! Rasguémonos todas las vestiduras posibles porque la Corte Constitucional Colombiana avaló el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero también hagamos de este acontecimiento una oportunidad: hay que hacer más, mucho más, por salvaguardar la familia, por favorecer la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos, por formar personas maduras para asumir el reto del amor. Expongamos la doctrina siempre actual de la Iglesia que expone claramente que solo en la complementariedad del hombre y la mujer subyace la posibilidad de constituir un entorno adecuado para el crecimiento de las personas en el plan de Dios. Hagamos algo más y hagámoslo ya. No puede haber un contexto más “tristemente oportuno” que el actual. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com

Vie 8 Abr 2016

La alegría del matrimonio ante la decisión de la Corte

Por Daniel Bustamante Goyeneche Pbro.La unión entre personas del mismo sexo no cumple las mismas funciones sociales por las que el Derecho regula y protege el matrimonio, por lo que no tiene sentido atribuirle toda la regulación jurídica del matrimonio. El Matrimonio es una institución que tiene una vocación primaria a la procreación, que solo pueda darse entre un hombre y una mujer. Por lo tanto las personas del mismo sexo no pueden por naturaleza procrear. En efecto, el matrimonio no es una institución meramente “convencional”; no es el resultado de un acuerdo o pacto social. Tiene un origen más profundo. Se basa en la voluntad creadora de Dios. Dios une al hombre y a la mujer para que formen “una sola carne” y puedan transmitir la vida humana: “Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra”. Es decir, el matrimonio es una institución natural, cuyo autor es, en última instancia, el mismo Dios. Jesucristo, al elevarlo a la dignidad de sacramento, no modifica la esencia del matrimonio; no crea un matrimonio nuevo, sólo para los católicos, frente al matrimonio natural, que sería para todos. El matrimonio sigue siendo el mismo, pero para los bautizados es, además, sacramento. Lo que está en juego, en este caso como en cualquier otro en el que la Iglesia alza la voz, es el respeto a la dignidad de la persona humana y a la verdad sobre el hombre. El sujeto de derechos es la persona, no una peculiar orientación sexual. El matrimonio no es cualquier cosa; no es cualquier tipo de asociación entre dos personas que se quieren, sino que es la íntima comunidad conyugal de vida y amor abierta a la transmisión de la vida; comunidad conyugal y fecunda que sólo puede establecerse entre hombre y mujer. Por otra parte, no se puede privar a los niños del derecho a tener padre y madre, del derecho a nacer del amor fecundo de un hombre y de una mujer, del derecho a una referencia masculina y femenina en sus años de crecimiento. La Iglesia enseña que toda persona, independientemente de su tendencia sexual, debe ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando “todo signo de discriminación injusta”. Del mismo modo, la Iglesia también ha recordado que no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. Las personas del mismo sexo pueden tener otro tipo de unión que debe ser protegido, pero que en esencia es distinto al matrimonio. “Dios creó el hombre a imagen suya; [...] hombre y mujer los creó” (Gn 1, 27). “Creced y multiplicaos” (Gn 1, 28); “el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los llamó “Hombre” en el día de su creación” (Gn 5, 1-2). Es de recordar que la mayoría de los colombianos profesamos la Fe Católica, la cual reconoce la noción de matrimonio que surge de la unión de un hombre y una mujer. La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro. Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos. No podemos ceder ante la indebida presión de algunos grupos de interés, empeñados en socavar los valores fundamentales del matrimonio y de la familia. Exhortamos a nuestros feligreses y a los ciudadanos de buena voluntad a mantenerse fieles a las enseñanzas morales del Evangelio, camino de vida y plenitud humana. Animados por el Papa Francisco, que nos insiste que “los proyectos de equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, no existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia […] Es inaceptable que las iglesias locales sufran presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan el “matrimonio” entre personas del mismo sexo ».(Relación final 2015, 76; cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 junio 2003), 4.) Debemos reafirmar nuestro compromiso de defender la naturaleza auténtica y los derechos inalienables de la familia, fundada en el amor y el compromiso de un hombre y de una mujer. Oramos por Colombia, especialmente por los esposos y esposas que viven fielmente su compromiso de amor matrimonial para que, con su testimonio de vida, manifiesten a la sociedad la belleza de la familia cristiana. Daniel Bustamante Goyeneche Pbro. Director Departamento Matrimonio y Familia Conferencia Episcopal de Colombia