Pasar al contenido principal

Opinión

Vie 16 Feb 2018

Bienaventurados los que trabajan por la paz (Mt 5, 9)

Por: Ismael José González Guzmán - Somos muchos los colombianos que durante años crecimos en medio de esa cultura violenta que sembró la guerra y los distintos conflictos sociales. No tuvimos la oportunidad de experimentar una cultura de paz, porque no fuimos formados para ella. Sin embargo, hoy que tenemos la posibilidad de construir una historia diferente en Colombia: ¿Nos negaremos a vivir en paz?, ¿vamos a perpetuarle a las próximas generaciones ese discurso de odio, resentimiento y venganza que heredamos de la violencia? O por el contrario, ¿estaremos en la capacidad de abrir el corazón y dejarnos reconciliar? El papa Francisco en su visita al país, nos recordó que todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso (cf. Misa en Villavicencio, septiembre 8 de 2017). No es posible convivir en paz sin hacer nada con aquello que corrompe la vida y atenta contra ella. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres. En definitiva, una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia (Evangelii Gaudium, 219). En medio de esta iniciativa por avivar una cultura de paz, la política juega un papel fundamental, porque se necesitan leyes justas que puedan garantizar la armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado al país por décadas; leyes que no nazcan de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre la deja a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. Evangelii Gaudium, 202). Bajo esta realidad, el Episcopado colombiano nos invitó en diciembre de 2017, a dar “un nuevo paso” hacia la construcción de un país que sea patria y casa para todos, recordándonos que Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza. Particularmente en estos comicios electorales que se avecinan. Grosso modo, los Obispos nos invitaron a: 1) Involucrarnos en el proceso electoral, para derrotar la indiferencia y el abstencionismo; 2) Reforzar con el voto el comportamiento ético de nuestra sociedad y a acabar con la corrupción; 3) Exigir campañas transparentes y que favorezcan la unidad; 4) Analizar cuidadosamente la trayectoria y las propuestas de los candidatos; 5) Pensar en las necesidades más urgentes de nuestra nación; 6) Elegir a quienes les duela la realidad de los colombianos; y 7) Asegurar el país sobre valores fundamentales y proteger su institucionalidad. Más allá de nuestras diferencias, –como nos dijo el papa Francisco– todos somos parte de algo grande que nos une y nos trasciende; somos parte de este maravilloso País. No permitamos que la historia de desigualdad social, corrupción y violencia, se siga repitiendo. Gracias a esto, tenemos una Colombia escondida detrás de las montañas, que sufre por la ausencia del Estado, que no cuenta con oportunidades y que día a día, en medio de condiciones de precariedad, lucha por sobrevivir. Estos son los frutos que nos ha dejado la clase politiquera del país, aquella que reemplaza la vocación de servicio y la paz, por la avidez del dinero, dejándonos como herencia un estado profundo de inequidad. Aprovechemos esta cuaresma y preparémonos con la oración, el ayuno y las obras de caridad, no sólo para vivir plenamente la pascua, sino también, para discernir y votar por aquellos que, su quehacer político esté inspirado en los valores del evangelio. Es decir, que trabajen por la justicia, la paz, la reconciliación, el perdón, que defiendan la vida y la familia, entre otras cosas. No olvidemos que, si queremos construir esa cultura de paz, debemos tener voluntad para dar urgentemente un paso en la dirección que propone esta reflexión. Ismael José González Guzmán Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co Twitter: @ismagonzalez / @cenestrategico

Mié 14 Feb 2018

Parroquia y situación nacional

Por: Mons. Libardo Ramírez Gómez - Temas de la reciente Asamblea de la Conferencia Episcopal de Colombia (5 al 9-02-18), fueron “Parroquia en el corazón de la Nueva Evangelización”, y “mirada a la actual situación nacional”. Se reflexionó sobre esa institución eclesial, con origen en los mismos inicios de la Iglesia, que ha sido piedra estructural en su organización, en todas las épocas anclada en la situación circundante en un país, llamada a dar valioso aporte a su vida nacional. Fueron días de trabajo intenso del Episcopado, en búsqueda de ideas motoras de una pastoral eficaz, que encauce labores concretas que lleven a los mejores resultados. Se echó una mirada sobre el nombre mismo de “parroquia”, y su historial a lo largo de los siglos, como “casa del pueblo”. Jesús, cumplida su misión de entregar lo básico de su Buena Nueva, una vez ofrecido al Padre su propio sacrificio con la subsiguiente Resurrección, al despedirse de sus Apóstoles los envío a llevar adelante la obra iniciada por Él, y llevar su enseñanza “a todas las naciones” (Mc. 16,15), les dio grandes poderes (Lc. 10,16 y 22,19 Jn. 20,23), pero, en lo organizativo, solo estableció el primado de Simón al quien llamó “Pedro”, constituyéndolo como “piedra” sobre la cual edifica su Iglesia, y le confía las llaves de la dirección de ella (Mt.16, 18-19). Al despedirse, el Señor, ordena a los Apóstoles volver a Jerusalén, y, allí, recibir al Espíritu Santo que les iría iluminando detalles organizativos (Hech. 1,7-8). Cumplida esa gran promesa, en Pentecostés, los directivos de la Iglesia, con Pedro a la cabeza, fueron dando pasos en el servicio de los pobres (Hech.6), y dan prescripciones a los fieles que se van organizando en pequeñas comunidades (Hech. 2,42-47 y 4,32-35). A través de los siglos, la Iglesia fue organizándose en lo territorial según las necesidades y asistencia del Espíritu Santo. Fue así como, surge la figura de la “parroquia”, más de lleno hacia el Siglo IV, como parte de una Diócesis encomendada a un Presbítero. Más definida aún quedó en tiempo de Carlo Magno (742-814), y, en la época del feudalismo, vino a adquirir el estilo de “feudo”, con desfiguración de su objetivo espiritual y pastoral. En medio del mismo ambiente feudal de Europa hubo edificantes pastores de almas, dedicados a las tareas propias de un Párroco, atento a sus fieles como ovejas puestas bajo su cuidado. Después vinieron órdenes como las dadas en el Concilio de Trento de crear parroquias con funciones bien definidas. En el primer Código de Derecho Canónico (1917), quedó definido el lineamiento de una parroquia, y en el Código actual (de 1983), aparece su figura con el sentido de “comunidad eclesial” destinada a agrupar a los fieles, prestándoles servicios espirituales, en ambiente comunitario. Se pidió dejar el sentido de “beneficio” para explotación del Párroco, por el más pastoral de “servicio” al pueblo de Dios. Los Papas de los últimos decenios han dado señalamiento de parroquia ideal “en salida” y no encerrada (Papa Francisco), que sean de verdad “casa del pueblo”, fontana de bondades inspiradas en el Mandamiento del Amor (Jn. 13,34). Hubo, en la Asamblea, profundización en magistrales exposiciones de prestantes Prelados, y dialogo abierto sobre procesos de avances parroquiales de actualización para servir a la Colombia de hoy en los aspectos que le son propios, con proyección hacia lo social, lo económico y político, con reclamo del deber ciudadano de participación, en forma consciente y libre, en próximos comicios electorales. Lo anterior inspiró el Mensaje final, con llamado a corregir, a la luz del Evangelio, tantas fallas que le impiden el progreso y la paz. Que la parroquia, debidamente renovada, cumpla su misión, y se corrijan desfiguraciones, para que contribuya a un mundo más amable y fraterno, como “casa para familia humana”. Libardo Ramírez Gómez E-mail: monlibardoramirez@hotmail.com

Mar 6 Feb 2018

Pa que se acabe la vaina

Por: Mons. Fabián Marulanda López - El análisis de la realidad colombiana ha dejado de ser exclusividad de sociólogos, economistas y politólogos, para ser asumido también por una nueva generación de escritores y novelistas. La novedad que éstos han introducido es hacerlo desde una óptica histórica, respondiendo básicamente a dos cuestiones: ¿por qué somos así? y ¿cómo hemos llegado a ser lo que somos? En otras palabras: ¿por qué hemos llegado, a diferencia de otros pueblos, a situaciones tan extremas y prolongadas de violencia, de rebeldía, de conflicto, de insatisfacción y de rechazo de unos a otros. Tal es el caso de William Ospina, joven escritor tolimense, autor de novelas históricas como Ursúa, el País de la canela y la serpiente sin ojos, (trilogía sobre el descubrimiento y los viajes al Amazonas en el S. XVI), quien ahora nos sorprende con una nueva obra: “Pa que se acabe la vaina”, ensayo crítico en el que trata de encontrar a los culpables de nuestros males actuales. El autor señala culpas y responsabilidades a diestra y siniestra; no se escapan los Padres de la Patria, los militares, los gobernantes, los jueces y legisladores; tampoco los Presidentes de la República y las instituciones fiscalizadoras. Y por supuesto, no se escapa tampoco la Iglesia Católica, cuya historia ha corrido pareja con la historia del país. En la letanía de señalamientos que, a juicio del escritor, determinaron a la larga parte de nuestros males, aparecen los siguientes: - La educación clerical desde el inicio mismo de la República. - El oscurantismo y las arbitrariedades de la Inquisición - La discriminación de los hijos de uniones no bendecidas. - La alianza del poder eclesiástico con los poderes del mundo. - La satanización del pensamiento liberal. - La perpetuación de la Edad Media más tenebrosa que en cualquier otro lugar del continente. “Basta recordar, escribe, que hace apenas un cuarto de siglo quienes querían contraer matrimonio civil tenían que ir a los países vecinos, porque en Colombia el único matrimonio con validez era el católico” - Los privilegios que mantuvo la Iglesia hasta la Constitución del 91. - Siendo que la obra no tiene una intención polémica, hay que admitir que la mayoría de estos señalamientos se dieron no sólo en Colombia sino también en otros países de América Latina que, no obstante, no han corrido con la mala suerte de Colombia. Pero si hemos de ser justos, hay que admitir que hoy son situaciones superadas: de buena o de mala gana, la Iglesia renunció a los privilegios del régimen concordatario, aceptó la separación de la Iglesia y del Estado, marcó distancia de los partidos políticos, entregó la Educación contratada, acogió los hijos de parejas unidas por lo civil o en unión libre (algunos han llegado incluso al sacerdocio). Así la Iglesia se siente hoy libre para proclamar la Verdad sobre la vida, la Paz y la reconciliación entre los colombianos. Y por si esto fuera poco, tenemos al frente de la Iglesia al Papa Francisco, una verdadera bendición de Dios, que nos motiva, con su mensaje y su ejemplo, a abrir las puertas para acoger a los pobres, a los pecadores y a los marginados de la sociedad; para atraer en vez de rechazar y para ir al encuentro de quienes tienen otras creencias u otras ideologías. Todos estamos de acuerdo en que el País tiene que cambiar y que en el empeño de construir un País nuevo son muchas las cosas que hay que dejar atrás; estamos frene a un país que se cansó de tantos males juntos: guerrilla, paramilitares, narcotráfico, violencia, desprecio de la vida, corrupción, injusticia, pobreza. La solución será obra de todos: hay muchas cosas por perdonar y olvidar y muchas por hacer. No vale entablar polémicas, pues el mismo derecho tendrían todos los aludidos en la obra. Más bien, tomémoslo al estilo vallenato: “Yo tengo un reca¨ o grosero para Lorenzo Miguel: él me trató de embustero y más embustero es él. Lo lleva él o me lo llevo yo, pa que se acabe la vaina”. + Fabián Marulanda López Obispo Emérito de Florencia

Jue 1 Feb 2018

En medio de la desinformación

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Resultan muy oportunas las recientes palabras del Papa Francisco, pronunciadas con motivo del la fiesta de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, denunciando la alteración de la verdad y la lógica de la desinformación, que llamó, bíblicamente, “la lógica de la serpiente”, citando el pasaje del Génesis 3,1-15. Se trata de la estrategia de la serpiente astuta, capaz de camuflarse en todas partes y morder. La primera “falsificación de la verdad” o “falsas noticias” (fake news), en los albores de la humanidad bíblica, fue la distorsión de la verdad que hizo la serpiente ante Eva, induciéndola al drama de la desinformación: “desacreditar al otro, presentarlo como enemigo, hasta llegar a la demonización que favorece los conflictos”. Esta estrategia de falsear la verdad y, a partir de ahí, manipular al otro con la mentira “disfrazada de verdad”, llevó a las trágicas consecuencias del pecado, que se concretizaron luego en el primer fratricidio (Génesis 4), y en otras innumerables formas de mal contra Dios, el prójimo, la sociedad y la creación. La primera tergiversación de la verdad, la de la “lógica de la serpiente”, debe ponernos en guardia ante la oleada de la desinformación, sutilmente engañosa y con mecanismos refinados, que ahora cuenta con un potente elemento detonador: el uso manipulador de las redes sociales y de las lógicas que garantizan su funcionamiento. “De modo que los contenidos, a pesar de carecer de fundamento, obtienen una visibilidad tal, que incluso los desmentidos oficiales difícilmente consiguen contener los daños que producen”. “Ninguna desinformación es inocua; por el contrario, fiarse de lo que es falso produce consecuencias nefastas”. Por ello, “NADIE PUEDE EXIMIRSE DE LA RESPONSABILIDAD DE HACER FRENTE A ESTAS FALSEDADES”, añade Francisco. Su llamado adquiere un inmenso valor para esta humanidad de la globalización y de las redes de difusión más sofisticadas, afectada por la ya, comúnmente denominada, “época de la posverdad”. El Papa nos invita a identificar estas estrategias, a desenmascararlas y a prevenirlas, a “no convertirnos en actores involuntarios de la difusión de opiniones sectarias e infundadas”. Pero, sobre todo, a contar con “el mejor antídoto contra las falsedades”, que no son las estrategias, sino las personas que viven una relación personalizada, en la que no es el eco a las redes, chismes y calumnias del “se dice de ti”, sino lo que realmente se sabe por trato personal, por la experiencia y el testimonio compartido entre quienes tratan a la persona o saben de los hechos. “Por sus frutos se conocerá a las personas”, por el cimiento en la roca y su solidez inconmovible ante las pruebas, por su capacidad de servir y guiar a otros a la luz, de asumir la autocrítica, de practicar la corrección y sanar a otros. “Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca” o, como señala San Pablo, “en lo que uno peca, de eso murmura sobre los otros”. Son criterios evangélicos para poner en práctica el discernimiento. (Leer Lucas 6,39-49). “La verdad no se alcanza, realmente, cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio brota de relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca”, añade el Santo Padre. Con estas reflexiones, apoyadas en la enseñanza pontificia, invito a todos a afrontar también el clima de falsedad, calumnia y difamación que pretenden crear algunos, en redes sociales y medios manipulados, con el maligno interés de hacer daño a personas concretas o a las instituciones. Al mismo tiempo, nos sirvan para afrontar la coyuntura pre-electoral y adversa a la paz con verdad, justicia social y justicia reconciliadora. La desinformación y la mentira abierta, o disfrazada de verdad, están a la orden del día y se han tomado redes e invadido muchas mentes y voluntades desprevenidas. + Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Lun 29 Ene 2018

Caminemos juntos por los caminos del perdón, la reconciliación y la paz

Por: Mons. Luis Felipe Sánchez Aponte - A pesar de las incertidumbres y dificultades que se tienen durante la etapa del post acuerdo y la falta de signos contundentes para proseguir los diálogos con el ELN, nunca podemos perder la Esperanza de que sí es posible construir entre todos y sobre las bases del Evangelio la “Civilización del amor”, sueño tan anhelado por el papa Pablo VI. San Juan Pablo II en su visita a Colombia nos invitaba a construir una sociedad que lleve el sello de los valores cristianos como el más fuerte factor de cohesión social y la garantía de un futuro en paz. Una sociedad que camine hacia la paz, recorriendo los caminos del perdón y la reconciliación. Una sociedad en la que sean tutelados y preservados los derechos fundamentales de la persona. El Papa Francisco nos invitó a reconciliarnos con Dios, con los colombianos y con la creación. “La reconciliación no es una palabra abstracta. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la atención de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de paz”. La reconciliación es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la atención del egoísmo. Es el fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto a los demás y a los valores propios de cada sociedad civil. La Reconciliación que se consolida con el aporte de todos permite construir el futuro y hace crecer la Esperanza. Lo ha dicho claramente el Papa Francisco: “Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso”. Nuestra fe como católicos nos ha de comprometer desde cada una de nuestras regiones a un compromiso muy concreto y muy real con el país. Nuestra Fe viva y Esperanza, puesta en Jesucristo Príncipe de la paz, es la respuesta a todas las angustias que vive Colombia. Frente a una mentalidad de desconfianza, desánimo, desespero, indiferencias y pesimismo, como personas maduras en la fe agarrémonos de la fuerza del Resucitado quien con el poder de su Amor, nos lleva al perdón, la reconciliación y la paz. Como católicos tenemos más convicciones para exigir respuestas a los fenómenos de la injusticia, el desempleo y el desplazamiento. Levantemos muy en alto nuestro clamor en defensa de los pobres, de los que mueren por falta de atención médica, de los que no tienen vivienda. Clamemos por el respeto a la vida de cada persona desde el momento de su concepción hasta el último momento de su vida. Miremos todos en la misma dirección de la justicia, el bien común y el desarrollo humano integral tal como lo enseñó Pablo VI: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Colombia nos necesita a todos: No podemos dejar perder esta gran oportunidad. Dejemos a un lado los intereses egoístas de las personas o de partidos políticos. Es necesario seguir clamando a los cuatro vientos que la paz es posible y que todos tenemos el compromiso de ser artesanos de la paz. Pongamos a trabajar todos los recursos de nuestra fe para la reconstrucción de una auténtica Colombia en Paz. Recordemos, finalmente, que el Papa Francisco nos ha recordado el compromiso de la reconciliación personal y comunitaria. Él nos ha invitado para que todos “seamos hombres y mujeres reconciliados para reconciliar”. “Cristo es la palabra de reconciliación escrita en nuestros corazones. Palabra con capacidad de llegar a todos los corazones. La única Palabra capaz de derrotar la cínica soberbia de los corazones egoístas. Intensifiquemos la oración. La paz de Colombia, no puede darse a sí misma, decía el Papa Francisco. La paz es un don de Dios, viene de lo alto y hay que pedirla de rodillas y mirando al cielo. No podemos quedarnos parados. Salgamos al encuentro del hermano anunciando la paz. “Que hermosos son sobre los montes los pies del Mensajero que anuncia la Paz” (Is 52,7). + Luis Felipe Sánchez Aponte Obispo de Chiquinquirá

Vie 26 Ene 2018

En defensa de valores e institucionalidad

Por Monseñor Libardo Ramírez Gómez: El fermento cristiano-católico ha sido a través de los siglos notable contribución al mundo. Habrá, siempre, personas empeñadas en negar esa realidad, pero, al acercarse a la raíz de esta fe sacrosanta y al divino Sembrador de tan sapiente enseñanza, cuya semilla esparció en pocos años y encargó difundirla a sus Apóstoles y Sucesores, con satisfacción advertimos la fuerza y valor de ese germen de infinitas bondades. Es enseñanza de bien que no es para que esté encerrada en sacristías, o bajo los muros de templos, sino para que difunda su precioso contenido “en todas las naciones” (Mt. 16,88). Muchos quisieran acallar esa voz, especialmente en cuanto a los Pastores de la Iglesia, valiéndose de falsas interpretaciones de la Palabra de Dios y de recomendaciones del Papa Francisco, p.e. cuando dijo a los Jerarcas que “no son técnicos ni políticos” (07-09-17). Pero con ello no les quitaba la grave responsabilidad de iluminar esos campos con los principios cristianos, y a los dirigentes de esos frentes respetar los puntos básicos de la fe y moral, en busca de verdadero bien común. El mismo Papa dio ejemplo de esa iluminación de recto camino, en esos campos, y pidió claro rechazo a leyes contra la vida o la familia, y fustigó la pecaminosa negligencia en frenar el narcotráfico y el desastroso consumo de la droga. En esa misma alocución, recordó el Papa a los Pastores estar pendientes de buscar soluciones a la luz de la fe ante la deformación del país, siendo ellos “custodios de las piezas fundamentales para su armonía y progreso”. Reclamó que la Iglesia no fuera acallada sino que se le reconociera la libertad de presentar su salvífico mensaje, fundamento de su Reino, con proyección de eternidad. Es que, expresó el Pontífice: “Colombia tiene derecho a ser interpelada por la verdad de Dios”, en defensa de la vida y familia de los humanos. Agregó sobre puntos concretos: “No tengan miedo de alzar serenamente la voz para recordarlos a todos”. Animados por esos llamados del Papa, lanzó, el Episcopado colombiano, con voz firme un primer mensaje en noviembre, a los católicos y a todos los de buena voluntad, a “no quedarnos parados”, sino en marcha hacia acciones concretas. Para iniciar este año 2018, envió nuevo llamado pastoral refiriéndose al tema concreto del deber cristiano y patriótico de involucrarse en el periodo electoral, que en forma candente se adelantará en estos primeros meses del año. Hay llamado enfático a superar corrosivas y antipatrióticas actuaciones, infectadas por corrupción, especialmente en las campañas políticas, minadas, también, por presiones violentas o engañosas ante la voluntad del elector. Es preciso que en todos los partidos políticos se atienda el llamado de la Iglesia a afrontar, efectivamente, y no como señuelo para conquistar votos, hacer frente a las necesidades más urgentes y clamorosas, y que se elija, con conciencia y libertad, “a quienes les duela de verdad la realidad de los colombianos”. Se da enfático llamado a dar el voto ante Dios y ante la Patria, buscando “asegurar nuestro País sobre valores fundamentales y proteger su institucionalidad”. Hay qué examinar a fondo cual es el pensamiento de los candidatos, cual la defensa de esos valores, cual su rechazo al crimen y a cuanto conduce a él, cómo quedará defendida o no con ellos la institucionalidad y herencia doctrinal que han dado piso firme a nuestra nacionalidad, sin dejar que ideologías desestabilizadoras sean a las que, ingenuamente, se les abra paso. Hay insistente llamado final a liderar la ciudadanía hacia una democracia madura y participativa, con consolidación de la justicia y de la unidad, que lleve, democráticamente, a una paz bien cimentada, con firmes principios y valores, con rechazo de todo crimen y opresión, como lo anhela y necesita nuestro pueblo. Monseñor Libardo Ramírez Gómez Obispo Emérito de Garzón Email: monlibardoramirez@hotmail.com

Lun 22 Ene 2018

En modo Papa

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Somos afortunados. Dios nos quiere tanto que ha enviado a su emisario, el Papa, Francisco para confirmarnos en la fe. En pocos meses en América latina, en especial, en Colombia, Chile y Perú, hemos sentido el paso del Señor. Tres temas o propósitos pastorales han sido trabajados por el Sucesor de Pedro: en Colombia “Demos el primer paso”; en Chile, “mi paz les doy” y en Perú, “unidos por la esperanza”. Si miramos con detenimiento, nos podemos dar cuenta que estas tres visitas están conectadas en el tiempo y en el espíritu. Los temas se complementan: es necesario dar el primer paso para dejar el odio, el rencor y para la reconciliación si queremos acoger el mensaje de la paz que el Resucitado anunció. Y si somos conscientes de la necesidad de la paz, sin duda que la esperanza será el motor de la vida de nuestros pueblos latinoamericanos. El Papa Francisco nos conoce de sobra. Sabe que es fundamental que Latinoamérica supere las enormes iniquidades; que la justicia y el ejercicio de una sana política, ayude efectivamente al desarrollo integral de nuestras comunidades; que logremos juntos alcanzar la meta de la paz que está siendo amenazada de tantas formas. Sin duda que los mensajes del Papa en cada una de los países tiene aplicación universal. Por ejemplo, en el tema de la búsqueda de la unidad, cuando abordó la problemática de los pueblos Mapuche de Chile, indígenas que luchan por “recuperar tierras”, afirmó Francisco palabras que sin duda son aplicables a nuestra realidad colombiana que no sólo enfrentamos también en varios sectores esta realidad, sino que seguimos avanzando en concretar los acuerdos de paz con los grupos insurgentes. Veamos: “La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la esperanza. En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas. Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema, dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, y no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad” (Homilía en Temuco - Chile. Enero 17 de 2018). En Colombia trabajamos por ser los artesanos de la paz. Sigamos pues en modo Papa leyendo, meditando y aplicando el maravilloso magisterio que Francisco está dejando, lleno de esperanza, en los corazones del pueblo latinoamericano. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Sáb 20 Ene 2018

Vengan conmigo

Por: Monseñor Omar de Jesús Mejía -Celebramos hoy en la iglesia el tercer domingo del tiempo ordinario y comenzamos la lectura y meditación del evangelio de San Marcos. El escritor sagrado (Marcos), hacía parte del equipo misionero de Pablo y Bernabé. Su evangelio pretende fundamentalmente mostrarnos la figura de Jesucristo, el Señor, el Hijo de Dios y por lo tanto el Salvador. Según Marcos, el ministerio público de Jesús comienza inmediatamente después que Juan fue arrestado y se inicia proclamando la Buena Noticia de Dios, la invitación a la conversión y la presencia en el mundo del Reino de Dios. A renglón seguido, el evangelio invita a la conversión y a creer en la Buena Nueva. Para cumplir la tarea de anunciar el Reino, Jesús el Señor, inicia recorriendo la orilla del mar de Galilea, como quién dice, el anuncio se hace allí donde se encuentra la gente, en sus labores cotidianas, donde se desenvuelve el acontecer diario de la gente. Anunciar el Evangelio no es cuestión de ideas, no es hacer discursos, no es realizar muchos proyectos bonitos, muchos de ellos se quedan en el papel. Anunciar el evangelio es salir a la calle, ir allí donde se encuentran las personas en sus faenas cotidianas, allí donde se debate la vida. Bien lo dice el Papa francisco: “La pastoral no se planea en oficinas con aire acondicionado”, la pastoral se realiza en medio de la comunidad, en medio de las luces y las sombras de la existencia cotidiana. Dicen los obispos en Aparecida: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (243). Para Simón y su hermano Andrés, Jesús no es una idea de la cual han escuchado hablar, no. Para ellos Jesús, el Señor, es alguien real, vivo, cercano, alguien que los miró con ternura y por lo tanto los cautivó. Dice la Palabra: “Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.” “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Según la tradición judía, un joven piadoso que deseaba profundizar en el conocimiento y práctica de la ley de Moisés, buscaba ser admitido en el grupo de algún maestro o rabino. Se decía: “Búscate un rabí y te desaparecerán las dudas” (Pirqué Abot 1,16). En cambio, aquí es Jesús quien llama a algunos, a los que Él quiere (cfr 3,13), para que sean sus discípulos: hace esa llamada con autoridad, y aquellos hombres responden. San Jerónimo comentando el texto dice: “Si no hubiera algo divino en el rostro del Salvador, Simón y Andrés, hubieran actuado de modo irracional al seguir a alguien de quien nada habían visto. ¿Deja alguien a su padre y se va tras uno en quien no ve nada distinto de lo que puede ver en su padre?” (Commentarium in Marcum 9). Para ser discípulo y misionero del Señor, se necesita tener una experiencia personal con Él. Es urgente que nuestra fe pase de ser un discurso, una simple ley o algo meramente cultural a ser una experiencia única e irrepetible, donde se viva la alegría de sentirnos amados de Dios. Hermanos, el Señor sigue pasando, Él continua amándonos, El pasa por la orilla existencial de cada uno de nosotros; pasa a través de la Palabra, en los sacramentos, en los hermanos, en la naturaleza. Si somos personas de fe, en todo y en todos, hemos de descubrir la presencia de Dios. El secreto de la fe está en escuchar la voz de Dios que hoy también nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Igual que ayer, hoy, el Señor, necesita de hombres y mujeres valientes y con decisión que queramos seguirlo sin miedo y cobardía, con valor y entusiasmo. Hoy el Señor sigue pasando por la orilla de nuestra existencia y nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. Hermanos, el Señor cuenta von nosotros, tenemos que dejarnos cautivar al igual que Simón y Andrés y con la misma prontitud que lo hicieron Santiago y Juan. El Señor nos sigue llamando a cada uno por nuestro nombre y nos convoca a ser sus discípulos y misioneros en el mundo de hoy; nos invita a proclamar con nuestra vida: “el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Reino, conversión y llamada, son realidades inseparables que desde entonces vivimos en la Iglesia. El Reino es Cristo mismo, Él nos ha salvado, el secreto de nuestra parte es aceptar la Salvación y mantenernos en la Salvación. El Reino de Dios se da en la doble dinámica del ya pero todavía no; es decir, Cristo ya nos salvó con su encarnación, con su muerte y resurrección, pero nosotros debemos aceptar el misterio. Dios nos ofrece su paternidad y salvación, pero no nos obliga a aceptarla. La gracia perfecciona la naturaleza, pero no la sustituye. San Agustín dice: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti”. Dios respeta absolutamente nuestra libertad, nos ofrece su gracia, pero no nos obliga a recibirla. Es necesario por lo tanto estar continuamente en actitud de escucha y conversión para poder aceptar la llamada de Jesús que sigue actuando en nuestra historia. Es necesario escuchar a Jesús que hoy nos sigue diciendo: “Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres”. + Omar de Jesús Mejía Obispo de Florencia Evangelio: Marcos 1,14-20 Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Vengan conmigo, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.