Sáb 29 Oct 2016
“Hoy tengo que alojarme en tu casa”
Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Jesús, el Señor, es definido por el Papa francisco como “callejero de la fe.” así lo hemos podido comprobar durante las narraciones bíblicas que hemos escuchado cada domingo. Jesús, el Señor, ha pasado por las diferentes aldeas curando enfermos, sanando heridos de corazón, expulsando demonios, resucitando muertos. Jesús, el Señor, va camino a Jerusalén. Hoy el evangelio nos dice: “entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.” Allí acontece algo extraordinario, podríamos decir hay allí, en Jericó, un milagro. Se trata de la historia preciosa de Zaqueo, un publicano, cobrador de impuestos y además un hombre rico; riqueza que según narra el texto, seguramente había adquirido cobrando una sobretasa en los impuestos. Según narra el proceso de su conversión su dinero no era adquirido con toda honestidad: “si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.”
Los dos personajes centrales del evangelio son: Jesús, el Señor y Zaqueo. Pero el personaje que aparece en primer lugar es Jesús. A él le competen las dos acciones: “entrar” y “atravesar” la ciudad. Jesús pasa por allí como peregrino pero también como misionero, pasa como “callejero de la fe.” Es Jesús, quien levanta los ojos para ver a Zaqueo, de igual manera, es Jesús, quien se hace invitar a casa de Zaqueo: “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” Jesús, el Señor, trae la salvación a casa de Zaqueo. La Salvación es obra de la misericordia divina, pero es también búsqueda y aceptación humana. Dice San Agustín: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti.”
Por eso vale la pena resaltar también la actitud de Zaqueo como personaje secundario del texto. La primera inquietud es: “trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura.” El primer paso en el camino de su conversión es querer conocer personalmente al Señor, para cumplir tal interés necesita superar todos los obstáculos humanos y los atajos de las circunstancias de la vida y de tantas personas que en algún momento de la vida lo enredaban en el camino hacía Dios. Zaqueo supera las barreras humanas, vence los prejuicios de la sociedad. Hombre “importante” y reconocido como era entre los personajes de Jericó y sin embargo corre y se sube a una higuera. Cuando hay un verdadero deseo no hay impedimento humano que valga. Zaqueo vence las prevenciones humanas y se atreve a buscar todos los medios necesarios para ver a Jesús.
Es allí en el árbol precisamente donde se ve sorprendido por la mirada de Jesús y su invitación a que lo acoja en su casa. Seguramente que Zaqueo no quería ir más allá de la simple curiosidad. Pero he ahí el secreto de Dios, Él siempre, siempre, va más allá. Dios no se contenta con que lo conozcamos, Él nos invita a una relación más personal, más íntima, nos invita a que lo recibamos en nuestra casa para poder salvarnos, para manifestar su misericordia. Dios no es un Dios lejano, Él es el Señor y el “amigo que nunca falla”. La salvación de Dios es hoy, en nuestra casa, Él llega a nuestro corazón, a nuestras familias, a nuestras empresas y lugares de trabajo; Jesús va por nuestras calles, por nuestros campos y ciudades, va mirándonos e invitándonos a ser sus discípulos, no huyamos de Él, dejémonos amar de Él… “Dios es un eterno presente.” De nuestra parte lo que debemos hacer es preocuparnos verdaderamente por buscar todos los medios necesarios para poder conocerlo o al menos distinguirlo, todo lo demás lo hará Él. Dios es nuestro compañero de camino, Él va con nosotros y nos invita continuamente a la conversión. Así como Zaqueo, nosotros estamos también convocados a permitirnos “distinguir” a Jesús, subiéndonos al árbol de la Palabra de Dios, al árbol de los sacramentos, de la Eucaristía, de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la fraternidad…
Invitación a vivir el evangelio hoy:
Emprendamos todos, todos, por favor: sacerdotes, religiosos (as), movimientos apostólicos, laicos, empresarios…, una verdadera cruzada evangelizadora de nuestros campos y ciudades. Vamos por la vida al estilo del Jesús: entremos en el corazón de las personas, entremos en sus casas e invitémoslos a seguir de verdad al Señor.
Por favor, pensemos y repensemos la “pastoral de nuestra ciudad y nuestros campos”, no hay que especular mucho, solo contemplemos al Señor y tratemos de actuar como Él, quitemos nuestros escrúpulos humanos…, recordemos lo que dice la Palabra: “el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.” Tenemos que ser más incisivos en nuestra evangelización. Hay que evangelizar como dice San Pablo “a tiempo y a destiempo.” Ya es hora de entender que en la iglesia todos tenemos la obligación de ser misioneros. Hablar del Reino de Dios, mostrar el camino de la salvación, no es sólo tarea de los clérigos y religiosos. Todos en la iglesia, óigase bien, todos, somos responsables de la salvación de nuestros hermanos. “Una sola alma vale el mundo entero.”
Vamos a entender una cosa que repetía frecuentemente Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo a los sacerdotes de su diócesis: “La verdadera conversión debe pasar de la mente al corazón y del corazón al bolsillo”. Una persona verdaderamente se muestra convertida cuando es capaz de compartir sus bienes espirituales, intelectuales y materiales, de lo contrario es discurso. Intentemos ser juiciosos con el diezmo bíblico, no sólo en lo material, sino también con el tiempo, con los dones y carismas que Dios nos ha regalado. ¿Qué tal si los profesionales damos el diezmo económico y de nuestro tiempo para ayudar a las personas más necesitadas de nuestra sociedad? Si esto fuera realidad en nuestra iglesia, podríamos hacer mucho mejor y con mayor fuerza el bien y podríamos acercar muchas más personas a Dios y a la iglesia.
Tarea:
Vamos a meditar y a orar el siguiente pensamiento de San Ambrosio:
“Hagamos ahora las paces con los ricos. En realidad, no queremos mortificar a los ricos. En lo posible, quisiéramos curarlos a todos... Aprendan que el pecado no está en la abundancia de bienes, sino en no saber usarlos. De hecho las riquezas, si son obstáculo para los malvados, a los buenos les ayuda para la virtud. Zaqueo, escogido por Cristo, ciertamente era rico. Sin embargo, les dio a los pobres la mitad de sus bienes y restituyó el cuádruplo de cuanto adquirió por medio de fraude. Como se puede ver, lo primero no basta y la liberalidad no tiene mérito en cuando continúe la injusticia, porque no se pretenden los despojos de un robo sino dones espontáneos. Procediendo así, Zaqueo recibió más de lo que le daba a los otros. Y es consolador que Él sea presentado como jefe de publicanos. ¿Quién podrá desesperar si hasta éste, con una fortuna de origen fraudulenta, fue salvado?”
+ Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo
Obispo de Florencia