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Opinión

Lun 10 Oct 2016

¡Cristo es nuestra paz!

Diversos medios de comunicación y líderes sociales han analizado ampliamente los resultados del plebiscito del pasado 2 de octubre que, contra todo pronóstico, rechazó los términos del Acuerdo final firmado entre el Gobierno Nacional y las FARC. Sin duda, muchos factores coadyuvaron a ese resultado inesperado. Pero uno en particular ha sido objeto de especial atención: el papel del sector religioso y específicamente de algunas iglesias cristianas, cuyo rol ha sido considerado "determinante" en la sorpresiva victoria final del "no". No han faltado, en el contexto de polarización y debate que vive nuestro país, duras críticas a aquellas iglesias y pastores que declararon públicamente su apoyo personal e institucional al "no". Y desde diversos sectores, se multiplicaron también las críticas al Episcopado colombiano por permanecer neutral ante el plebiscito, limitándose a recomendar a los católicos una participación activa en la consulta a través de un voto libre, informado y consciente. Paradójicamente, los mismos que hoy critican con rudeza la opción política asumida por algunos pastores y líderes cristianos, consideran “inaceptable” la neutralidad de la Jerarquía Católica juzgándola “cómoda, apática y cobarde”… En realidad, la posición asumida por la Iglesia no fue fruto de comodidad, apatía, tibieza o cobardía. Ninguna opción era, a corto plazo, más sacrificada y arriesgada que la “neutralidad”. Pero ninguna otra opción era posible, ni eficaz, ni evangélica, ni conveniente, ante el diagnóstico de realidad política y social que el Episcopado se planteó como escenario de su acción evangelizadora en favor de la reconciliación y la paz. Un escenario que, desde el primer momento, quiso superar los límites impuestos por la coyuntura de las negociaciones en La Habana, la agenda mediática y las interminables controversias sobre los detalles del Acuerdo final. La “neutralidad” de la Iglesia Católica en el plebiscito es consecuencia de un enfoque global, en el que la paz se vislumbra más como un proceso social, ético y moral, que como el mero fruto de una negociación política, sujeta a los cambiantes dinamismos de la realidad nacional. Pero existe, además del ya señalado, otro elemento que explica la neutralidad de la Iglesia en el plebiscito. Creemos firmemente que nuestras relaciones con el ámbito político deben estar caracterizadas por un exquisito respeto de la libertad de conciencia de los fieles laicos, verdaderos protagonistas de la evangelización de lo público, misión para la cual gozan de amplia libertad, capacidad de iniciativa y autonomía. Así nos lo enseñó claramente el Concilio Vaticano II. Si hemos de aportar en la construcción de la reconciliación y la paz, la Jerarquía ha de hacerlo con valentía y coherencia, pero siempre en el respeto de la legítima diversidad de opiniones, ideas e identidades políticas. Nuestra misión es iluminar, acompañar, animar, no imponer. A mis hermanos, pastores de otras comunidades cristianas a las que aprecio inmensamente, un consejo dado de corazón y con humildad. Consejo que extiendo también, con igual humildad, a algunos hermanos sacerdotes: Demos a Dios lo que es de Dios y a César lo que es de Cesar. ¡No dejemos que los políticos, sea cual sea su partido, manoseen a Cristo y a su Evangelio! El respeto por la libertad de nuestros fieles en el campo político es la única garantía de que no sucumbiremos ante la tentación del poder, del autoritarismo moral o del partidismo sectario, pudiendo así desarrollar nuestra misión evangelizadora sin compromisos o condicionamientos mundanos. En este campo, los discípulos del Señor nos jugamos la autenticidad profética de nuestra misión común: la predicación del Evangelio. !Cristo es nuestra paz! Mons. Pedro F. Mercado Cepeda Secretario Adjunto del Episcopado para las Relaciones con el Estado y Director del Departamento para el Diálogo Ecuménico e Interreligioso - Vicario Judicial de la Arquidiócesis de Bogotá.

Lun 10 Oct 2016

Querer es poder

Por Mosn. Gonzalo Restrepo - Muchas veces hemos escuchado este refrán que dice: “Querer es poder”, como todos los refranes populares está lleno de sabiduría y refleja el sentir del pueblo. “Querer es poder”, significa que en la vida nuestra, en cualquier circunstancia que nos encontremos, en cualquier etapa de nuestra historia, en cualquier clase social, todo lo que nos propongamos lo podemos sacar adelante. Puede ser que muchas veces tengamos que esperar un tiempo, que en ocasiones las cosas nos parezcan imposibles, pero si tenemos paciencia, si perseveramos, con seguridad salimos adelante. Tenemos que poner los medios suficientes que nos aseguren la consecución de los fines que deseamos alcanzar. Tenemos que tener una “determinada determinación” que nos permita estar siempre en la búsqueda de lo que queremos. Habrá cosas que no podemos alcanzar porque hay obstáculos insalvables que no podemos evitar, pero no dejemos de insistir siempre, tengamos la perseverancia hasta el final. No olvidemos que “querer es poder”. Todo esto tiene que ver con el sentido de superación, con el esfuerzo constante que hemos de colocar en la realización de todos nuestros proyectos. Las cosas no salen ni resultan de la noche a la mañana. Es necesario perseverar. Cuando una persona pierde el sentido de superación, está perdiendo una de sus mayores fortalezas. Pudiéramos decir que una persona sin sentido de superación está muriendo, está prescindiendo de una característica humana fundamental. Nada puede hacernos desistir de los proyectos, a no ser que estemos proponiéndonos cosas imposibles. Recuerda “querer es poder”, no dejes que nada ni nadie debilite tu voluntad. Fortalécela siempre y dale a tu espíritu motivos de superación, para que así puedas llegar a la realización de tus proyectos. Nada puede desanimarte. El desaliento no puede habitar tu interior. Tienes muchos motivos para seguir adelante. Detrás de una batalla perdida vendrán otras ganadas. Nunca te dejes derrotar. Cuando caigas, recuerda que es humano caer, pero es mucho más humano, caer y levantarse. Siempre tendrás una nueva oportunidad y siempre podrás darle a los demás nuevas oportunidades. Recuerda y no lo olvides nunca “querer es poder”. Éste es uno de los secretos más grandes para el éxito en tu vida. + Monseñor Gonzalo Restrepo Arzobispo de Manizales

Sáb 8 Oct 2016

Gratitud

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - El domingo anterior anunciábamos cinco actitudes que Jesús enseña a sus discípulos – apóstoles como fundamentales en el desarrollo de su liderazgo espiritual que ellos debían ejercer en la comunidad. Recordemos: Cuidado con el escandalo, perdón, fe, humildad y gratitud. El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de meditar sobre la actitud, la virtud, la cualidad o el valor de la “gratitud”. Definición de gratitud: “Sentimiento de estima y reconocimiento que una persona tiene hacia quien le ha hecho un favor o prestado un servicio, por el cual desea corresponderle.” Jesús va a Jerusalén y por el camino instruye a sus discípulos, entre Samaria y Galilea, espontáneamente diez leprosos a la distancia empiezan a gritarle: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.” Algunas particularidades del texto: (1) Son leprosos y según la ley ellos debían estar apartados de la comunidad por la situación contagiosa de la lepra. Lev 13, 46-56; 14,1-32, son textos que narran todos los rituales que la comunidad y ellos tenían que seguir en caso de ser contaminados con la enfermedad de la lepra. Se trata entonces de diez personas enfermas que además viven en la soledad y en el aislamiento. (2) De los diez, nueve eran Judíos y uno Samaritano, aunque se consideraban enemigos, seguramente que el dolor por la enfermedad, los llevó a juntarse; parece ser que por las circunstancias, viven en cierto grado de “comunidad” o por lo menos en grupo. (3) A pesar de todo se unen para invocar juntos a Jesús, el Maestro, que pasa a cierta distancia de ellos. Jesús, el Maestro y Señor, asume la ley como punto de partida, invita a los diez leprosos que se presenten al sacerdote y según el texto, así lo hacen éstos hombres; sin embargo, antes de llegar donde los sacerdotes ellos comprueban que están curados, han restablecido su salud física y seguramente empiezan a recuperar a su familia y sus relaciones con los amigos y conocidos. Lo más curioso del texto es que de los diez sólo uno regresa donde Jesús el Señor para manifestar gratitud y otro detalle interesante, se trata precisamente del Samaritano, según la ley, el menos digno y aparentemente el más alejado de Dios. Dice la Palabra: “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano.” Vuelve al Señor, alabando a Dios y a grandes gritos. Es propio de quien se ha visto liberado de sus males volver la mirada a Dios para manifestar agradecimiento. Se echó por tierra a los pies de Jesús, con éste gesto el hombre curado manifiesta que reconoce a Jesús como su Señor, su Salvador, manifiesta su gratitud por la misericordia que ha experimentado del Señor y por eso da gracias. Hermanos, saber agradecer es mirar positivamente los gestos, las actitudes, las manos abiertas de los que nos favorecen. No es simple cuestión de cortesía, de buena educación, sino de buen corazón. Por eso se puede afirmar que el cristiano debe tener siempre mirada limpia para ver las continuas acciones gratuitas de Dios en favor nuestro. Gratitud es decirle al Señor: “Me has dado mucho y por eso te doy gracias.” Dar gracias cuesta muy poco, pero si sale del corazón es quizá la más noble expresión de un sentimiento humano. Al decir el texto que sólo uno de los diez vuelve al Señor dando gracias, se pone de manifiesto que vivir agradecidos no es tan fácil ni tan común. Uno de los retos del cristiano es vivir “la espiritualidad de la gratitud” y para ello es necesario ponerle atención a los dones que a diario se reciben del Señor. Decía San Bernardo de Claraval: "Cuando nos mostramos agradecidos por cuanto recibimos, ampliamos más en nosotros el espacio para recibir un don todavía mayor”. La gratitud ensancha el corazón, abre horizontes y hace que pensemos más positivamente. Vivir agradecidos es elevar continuas alabanzas al Señor: “gracias te doy Señor del cielo y de la tierra…”, “gloria a Dios en el cielo…”, “volvieron a su casa dando gloria a Dios”. La gratitud es la forma en que nos vinculamos con los demás, porque nos conecta con algo más allá de nuestro propio ser. Por eso, la gratitud es: Vinculante, nos da sentido de trascendencia, es imposible sentirla por nada. Para vivir agradecidos siempre debe existir un motivo y si somos atentos los motivos para la gratitud son infinitos; basta experimentar el amor de Dios, la dignidad y la grandeza de los demás, la hermosura de la naturaleza y de toda la obra de la creación, en fin, siempre habrá un motivo para la gratitud, lo necesario es poner atención para no pasar de largo frente a tanta maravilla. La gratitud auténtica inicia con la meditación y termina en la contemplación y para ello es necesario hacer silencio. Cuando se vive en el mundo del ruido y de la ambición es imposible vivir agradecidos. Para ser agradecidos, es necesario hacer pausas, tener espacios de descanso y de silencio…, para poder valorar lo que se tiene y así poder expresar el sentimiento que se alberga. Por algo los otros nueve del evangelio no volvieron, quizás se entretuvieron en las cosas pasajeras del mundo y en la emoción de la salud física, los atrapó nuevamente el mundo, se quedaron a mitad de camino. Lamentablemente ellos no escucharon la última intervención del Señor: “Levántate, vete: tu fe te ha salvado.” Ahora el hombre que agradeció, no fue curado sólo en su ser físico, fue sanado en la integridad de su ser, adquirió por la gratuidad divina y por su gratitud la Salvación. Éste hombre supo integrar perfectamente la petición y el agradecimiento. La oración cristiana debe ir siempre en está doble vía, no sólo recibir sino también dar. Hermanos, estamos muy acostumbrados a pedir a Dios, no es problema, pero por favor, demos un paso más al frente y vivamos con más ahínco la oración de gratitud a Dios. Reconozcamos que de Él lo hemos recibido todo y démosle gracias compartiendo lo poco o lo mucho que tengamos. La persona que agradece experimenta una salvación que va más allá de la simple curación física: ¡un cambio en la orientación interior! La gratitud es vinculante, miremos como cuando agradecemos la actitud está siempre dirigida a una o muchas personas: un familiar, un amigo, un profesor, Dios… Superemos ya hermanos la mentalidad “milagrera” de nuestra fe, en la que solo nos contentamos con pedir la eliminación del sufrimiento pero sin comprometer el corazón, el evangelio de hoy nos educa en la “espiritualidad de la gratitud”. Cuando se vive según el itinerario del Samaritano que se volvió para agradecer al Señor, nos ponemos a los pies de Jesús y somos impulsados a una nueva dinámica de la vida en el seguimiento del Señor. Importante hermanos, importantísimo, que alcancemos el segundo nivel de la fe que nos enseña el leproso, curado del evangelio, una fe que salva desde la gratuidad y la gratitud y esto genera un renovado encuentro con Dios y con los hermanos. Persona que vive agradecida posee mayores niveles de felicidad, tiene una presión arterial más saludable, mejores relaciones interpersonales, duerme mejor, se deprime menos y tolera más el dolor. Por fe, por interés, por “negocio”, por amor, por cualidad, por actitud ante la vida, por salud mental…, Vivamos agradecidos con Dios, con los demás, con la naturaleza. ¡Con todo y en todo GRATITUD¡. “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que recibe, y uno de los pecados que más ofende a Dios es la ingratitud.” Miguel de Cervantes. Quijote a Sancho, cuando va a gobernar la ínsula Barataria. Tarea: Durante la semana, cada día escribir tres situaciones por las cuales se debe agradecer a Dios o alguien en particular. Continuar la lectura del libro del eclesiástico. + Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Jue 6 Oct 2016

La Iglesia y el plebiscito

Por Pbro. José Elver Rojas - En un país polarizado, cada grupo compite por contar con el mayor respaldo, eso lo hace más fuerte y superior a su adversario. Es muy notorio que en Colombia los grupos políticos busquen el apoyo de las instituciones religiosas, quienes ceden cada vez más a las propuestas de sus pretendientes. De ahí que movimientos religiosos libres se proclamen abiertamente seguidores de un partido o líder político. Los resultados del plebiscito, donde los medios de comunicación resaltan la imagen entre vencedores y vencidos, enerva los ánimos de los ciudadanos quienes, al no aceptar los resultados, se desahogan buscando culpables para agredir con palabras ofensivas e información engañosa a través de las redes sociales. Los del No, acusan a la Iglesia que estaba a favor del Sí. Los del Sí señalan que la Iglesia por temas que solapadamente estaban en los acuerdos y atentaban contra la familia, hizo campaña a favor del No. La Iglesia Católica por su tradición y experiencia en la vida política del país, ha aprendido que matricularse con un partido es profundizar más la división de las comunidades y perder el papel de madre y maestra que le permite “velar con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos”. (Mater et Magistra N° 1) Como maestra, la Iglesia debe apoyarse en el Evangelio de donde puede sacar las enseñanzas para “resolver por completo el conflicto, o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; ella es la que trata no sólo de instruir la inteligencia, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos”. (R N, n. 16) La Iglesia existe para evangelizar, es decir, anunciar a Jesucristo, ser dispensadora de la gracia de la reconciliación para todos y ser “misericordiosa como el Padre”, (Lc 6,36). Ella no asume identidad partidista, es respetuosa de la conciencia y libertad de las personas, en consecuencia, quienes buscan el aval de la Iglesia católica para propuestas políticas, se olvidan o desconocen que la Iglesia como madre y maestra debe estar al servicio de todos porque “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón… La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia”, (GS 1). Ahora que en el país la incertidumbre y la desconfianza arrecian y un manto de soberbio delirio de omnipotencia se posa en los hombros de algunos líderes políticos; la Iglesia Católica como madre, ha de acoger y escuchar a sus hijos para enseñarles que más allá de nuestras diversas y distintas maneras de pensar, somos hermanos y nos une un mismo Dios, una misma patria y el mismo deseo: vivir reconciliados y en paz. Padre José Elver Rojas Herrera Director del Departamento de Comunicaciones Conferencia Episcopal de Colombia

Lun 3 Oct 2016

Pansexualismo

Por Pbro Raúl Ortiz Toro - La sexualidad es un don de Dios; es una bendición que hace de nosotros seres dinámicos y reales, ubicados en una identidad propia. La sexualidad va más allá de la genitalidad, la integra y la supera al mismo tiempo, puesto que la primera es un conjunto de condiciones anatómicas, fisiológicas, relacionales, morales y espirituales mediante las cuales nos ponemos en situación frente a los demás, mientras que la mera genitalidad se reduce a ese aspecto más corporal de la sexualidad que se centra en lo anatómico. Ni la práctica del sexo ni la sexualidad son pecados en sí mismos; en otra época se pensó que sí pues hasta los esposos se confesaban de haber sostenido una relación sexual. Ahora es más claro saber que lo que configura un pecado en este caso es cómo se administra la sexualidad, cómo se ejerce el don, de acuerdo al plan que Dios tiene para cada uno de nosotros desde la creación. El sacerdote en su ordenación prometió celibato, el religioso hizo voto de castidad, el casado prometió fidelidad, el soltero hace un propósito de continencia. No es un absurdo; no es un trastorno; es un modo posible de vida que solo el que no lo vive puede señalarlo de antinatural. Le indilgan a Freud la responsabilidad de haber pansexualizado la sociedad con sus teorías del psicoanálisis, a finales del siglo XIX; digamos que logró evidenciar unas fuerzas que mueven el comportamiento humano pero la sociedad ya estaba en ese horizonte mucho antes de las novelas de amor cortés del siglo XII y los hermosos cantos erotizados del Cantar de los Cantares. La sexualidad hace parte integral de la persona humana, desde que se apercibe como creatura: “se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gn. 3, 7b); esa conciencia de desnudez a la que llegan Adán y Eva, más allá de las hermenéuticas bíblicas y las interpretaciones teológicas, es una evidencia de su realidad, de su identidad: cuando conocen el pecado (y el texto no indica que haya sido sexual) conocen la integridad de su fragilidad y su diferencia, de su ser creatural. Como don de Dios, la sexualidad no se aprende en la escuela sino que es un tema privilegiado de casa. Las intenciones de ciertas políticas públicas de salud sexual en los gobiernos de turno del mundo parecen tener un buen motivo: evitar cualquier tipo de discriminación, erradicar la plaga de la pedofilia, propiciar la responsabilidad del cuidado del cuerpo, entre otros. Pero les han fallado los métodos y por ello han fracasado en sus alcances. Esto ha evidenciado también que hemos hecho poco por la educación integral de los niños en el seno de los hogares; aún hoy en día, a ciertos padres de familia les cuesta trabajo responder una pregunta con este carácter y muchos prefieren delegar esto a la escuela, razón por la cual los gobiernos se apropian esta misión. El silencio del tema en los hogares ha sido cómplice: “el arma más poderosa de los que abusan de los niños es el silencio de quienes serían incapaces de abusar de ellos” (M. Pistorino), pero la excesiva información de la escuela ha sido desastrosa: “El equipo que en 2 minutos dibuje el mayor número de objetos similares al pene y a la vagina, gana un premio (Kit educación sexual Mavex S.A.S. Revista Semana virtual 23.09.16). Dos extremos aterradores que como Iglesia estamos llamados a enfrentar a través de la invitación a las familias para que ofrezcan una verdadera educación sexual. Serviría de mucho leer los numerales 280-286 de Amoris Laetitia donde el Papa Francisco nos recuerda que “la sexualidad solo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua”. Todos los agentes de pastoral tenemos un momento privilegiado para saber enfrentar este tema y es en las reuniones con padres de familia de niños y jóvenes que se preparan para recibir los sacramentos de la primera comunión y la confirmación, y con los mismos muchachos. Si no está hecha, deberíamos realizar una verdadera propuesta para contrarrestar lo que nos quieren imponer. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com

Dom 2 Oct 2016

Del miedo a la esperanza transformadora

Por: Mons. Edgar de Jesús García Gil - Ahora se abre para Colombia una oportunidad de construir propuestas de paz cuando uno de los actores, entre tantos conflictos, ha decidido con el gobierno de turno terminar su escalada terrorista y guerrera que tanto daño le ha hecho a Colombia. Se comienza a desatar uno de los nudos del conflicto. Y todos los colombianos como artesanos de la paz tenemos la obligación moral de colaborar desde nuestros propios ámbitos a esta construcción. Pienso que es una oportunidad que no debemos dejar pasar. No le estamos apostando a ningún político y a ninguna organización guerrerista como lamentablemente las redes lo están haciendo. Por lo menos mucha gente se ha pellizcado para saber con mayor objetividad que es lo que está pasando. Le apostamos solo a Colombia para que no se siga desangrando entre hermanos. Le apostamos a recuperar conciencia de humanidad más sensible a la grandeza de la dignidad de la persona, de sus derechos y deberes, que por tantos años de guerra se ha revestido de un caparazón que nos ha vuelto más guerreros que personas. En la construcción de una nueva Colombia escuchamos la exhortación del salmista: “Ojalá escuchen la voz del Señor, no endurezcan su corazón” Como discípulos misioneros de Jesús renovamos nuestro compromiso de seguir trabajando por la paz de Colombia. Seguimos con mayor énfasis construyendo procesos de evangelización para que Jesucristo sea conocido y amado. “él es nuestra paz y ha derribado el muro que nos separaba, el odio. (Efesios 2,4). No permitimos que nos siembren miedos apocalípticos porque nos encerramos en nosotros mismos y el mundo se sigue dividiendo. Somos seguidores de Jesús que nos invita a ser hombres y mujeres de esperanza transformadora, trabajadores por la justicia y la equidad, abiertos e incluyentes a las nuevas culturas, capaces de amar, perdonar y tener misericordia con los que han sido enemigos, tejedores de fraternidad y respetuoso de las personas aunque piensen distinto. En este momento nos caen muy bien las palabras de Pablo a 2Timoteo 1, 7 “Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza” para ayudar a nuestro querido pueblo Colombiano al perdón, la reconciliación y la solidaridad. Finalmente no podemos ser ingenuos para desconocer los riesgos de toda negociación entre personas. Sabemos que los acuerdos no son perfectos. Pero que se acabe la guerra fratricida con uno de los principales actores del conflicto en Colombia es ganancia para todos. Por eso nosotros seguidores de Jesús, príncipe de la paz, oramos para que el Espíritu Santo nos ilumine a todos y podamos, tomados de las manos, sacar adelante este ejercicio de reconstrucción de un país que no quiere de ninguna manera repetir la absurda historia de guerras en el pasado. + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira

Sáb 1 Oct 2016

Auméntanos la fe

Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Es necesario recordar que estamos meditando el tema del discipulado en el evangelio de San Lucas. Jesús va camino a Jerusalén y ahora se encuentra más próximo a la ciudad capital. Los discípulos han compartido con Él su camino y han participado de todas sus enseñanzas; unas dirigidas a cada uno en particular, otras a todos ellos, constituyéndolos en comunidad. Además ha enseñado a la multitud y no han faltado las enseñanzas para los saduceos, fariseos, maestros de la ley, sacerdotes, niños, jóvenes…, en fin, es de notar que el mensaje de Jesús es abierto; a todos, todos, ha invitado al Reino de Dios, a todos ha invitado a la conversión. El domingo anterior la lección fundamentalmente iba dirigida a los fariseos, a quienes con cariño invitaba a que fueran también sus discípulos, pero la gran mayoría de ellos vivían anclados al pasado y apegados a la ley. Hoy la lección es al grupo de los doce, a los que Jesús está preparando para que sean sus “líderes espirituales”. El capítulo 17 tiene un cumulo de enseñanzas que las podemos sintetizar en cinco: Cuidado con el escandalo, el perdón, la fe, la humildad y la gratitud. El texto que acabamos de escuchar, de las enseñanzas mencionas, nos ofrece dos de ellas: “fe y humildad”. Se trata de dos condiciones indispensables para quien de verdad, verdad pretenda ser discípulo del Señor. La lección sobre la grandeza e importancia de la fe y la humildad para el líder espiritual parte de una petición: “los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe”. Los apóstoles han convivido de cerca con el Señor, han visto su obra realizada, pero también han contemplado sus criticas, sus sufrimientos, sus persecuciones, sus preocupaciones…, por eso, se dan cuenta que ser discípulos, asumir la responsabilidad de ser líderes espirituales sin fe es imposible. “Todo es posible para quien tiene fe”. Los discípulos pretenden que el Señor les aumente la fe, ellos están pensando en clave “cuantitativa” y Jesús les responde en clave “cualitativa”. Les dice: “Si tuvieran fe como un granito de mostaza”. No se trata de una fe en cantidad abundante, el Señor les habla de una fe sencilla, simple, confiada absolutamente en la providencia. Una persona de fe es esencialmente alguien que se ata, que se adhiere totalmente al otro, es un ser que se fía absolutamente en el otro. La fe no es estática, es una realidad dinámica. En la fe se establece un lazo de unión con Dios, no simplemente para ubicarse en sitio seguro, para estar protegidos, sino para dejarse llevar, dejarse conducir. La persona de fe se confía en Dios, en vistas a un camino. Se es creyente para caminar con el Señor y desde el camino con el Señor, se cree para caminar con los hermanos. La fe no es un simple acto individual, la fe es comunitaria. La fe nos ayuda en comunidad a evitar los escándalos, nos da la gracia para vivir el don del perdón. La fe nos mantiene anclados en la tierra, pero con la mirada en el cielo. La fe nos permite reconocernos frágiles y pecadores y por lo tanto humildes, porque reconocemos que sin Dios nada somos. La fe nos da la gracia de vivir siempre agradecidos; pero también nos da la fortaleza para reconocernos servidores por gracia y no por interés: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Jesús le dice a los apóstoles y hoy a nosotros que la fe crece proporcionalmente a nuestro interés por evitar los escándalos. La fe crece en cuanto nos entreguemos a Dios y a los hermanos. La fe crece en la medida que nos gastemos por el Reino y por los hermanos. Cuanto más generosidad hay en el “líder espiritual” más se crece en la fe. La comunidad avanza en la fe proporcionalmente a la entrega generosa de todos sus miembros. Por eso hermanos, hay que evitar el escandalo del pecado, del chisme, de los comentarios mal intencionados, hay que evitar el estar despedazándonos entre nosotros. Comunidad que se destroza así misma es comunidad antropófaga; es comunidad pecadora y aunque diga tener fe, se encuentra muy lejos del Señor. Cuidado hermanos, cuidado, con la destrucción entre nosotros; por favor: fe, esperanza, optimismo, caridad… Pongámosle atención a las palabras que san Pablo dirige a su discípulo Timoteo, son palabras para nosotros hoy: “Dios no ha dado un espíritu de energía, amor y buen juicio”. Si Dios nos ha dado amor y buen juicio, pongámoslo al servicio de los hermanos. Espíritu de energía, amor y buen juicio, es lo que necesitamos hermanos para crecer en la fe. Por eso les propongo una reflexión sencilla, en clave positiva sobre la fe: La fe es un don de Dios y por lo tanto hay que pedirla. Digamos con frecuencia, ojalá muchas veces al día: ¡Señor auméntanos la fe! Si Señor, auméntanos la fe cuando se nos presentan dificultades en nuestra convivencia como presbiterio, como esposos, como hermanos, como vecinos, como acción comunal, como empresa… ¡Señor, auméntanos la fe!, cuando todo parece imposible, cuando nos sentimos incapaces, cuando nos desesperamos frente al pecado del hermano. Señor, aumenta la fe de las madres cuando creen que todo está perdido, cuando se acaban las esperanzas con su hijo drogadicto… Señor auméntanos la fe cuando hay dudas entre nosotros… Señor, auméntanos la fe… La fe es una amorosa fidelidad que transforma la vida del creyente y que lleva al creyente a transformar la realidad que le rodea, haciéndola conforme a la voluntad de Dios. La fe se mueve por amor, nunca por interés, y el amor es un motor que nos lleva a la acción, al compromiso, a la lucha por el Reino. La fe es un camino de maduración, al estilo del granito de mostaza, es la más pequeña de las semillas, pero crece hasta convertirse en un bello arbusto, que sirve para albergar pájaros y produce frutos. Esa es la actitud hermanos, la fe no es confort, la fe a veces es dolor y sufrimiento. La semilla se esconde en la tierra y luego brota, la planta nace pequeñísima, pero crece y da fruto, así es la fe, hay momentos necesarios que debe estar concentrada al interior del ser, para un encuentro personal con el Señor, pero hay momentos que debe acoger a muchos, para sentir que se es comunidad. La fe al igual que la buena semilla, debe producir frutos; por eso, la fe se comparte, la fe se da gratuitamente. La fe nos debe impulsar a la misión. Es mejor gastarse dándose que oxidarse quieto. Quien no se entrega, quien no se da, termina encerrado envenenándose con su propio “dióxido de carbono”. La clave para crecer en la fe es darse, salir, compartir, ir… La fe es una inmensa fuerza que permite vencerlo todo. Con la fe nos hacemos poderosos, podemos aguantar lo que parece imponderable. Solamente con la fuerza de la fe podemos vencer el poder destructor del mal. Solo desde el poder misericordioso de la fe en Dios somos capaces de perdonarnos. La fe es un modo de existencia, no un lenguaje mental o verbal, pero cuando se quiere explicar no hay otro modo que recurrir al lenguaje. La fe es una actitud personal, una postura de la totalidad del hombre. Una opción fundamental y radical porque en ella se fundamental todas las manifestaciones de la vida del creyente. La persona creyente todo, absolutamente todo su obrar es desde la fe. “La fe es mirar la vida con los ojos de Dios”. La fe es obrar todo desde Dios, para Dios y para bien de los hermanos. La fe es también una actitud comunitaria. Es imposible vivir la fe en soledad; por eso, la fe se vive en la parroquia, en el sector, en la vereda, en el grupo de oración, en el movimiento… Comunidad cerrada no es de fe. La persona que se encierra, la comunidad que se encierra, termina confundiendo fe con manifestaciones supersticiosas, con hechicería, con magia, con religiosidad… La fe es carismática. La persona de fe y la comunidad de fe es abierta y disponible a los demás… Quien vive desde la fe sabe que todos en la iglesia tenemos nuestro puesto, lo importante es servir y hacerlo todo con fe. La fe es tener la seguridad de que Dios se preocupa de nosotros y que podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Quien confía absolutamente en Dios se sale del plano de la ley , del premio y del mérito, para entrar en el contexto del amor y la confianza. Por eso, cuando perdemos la fe empezamos a multiplicar las leyes. Cuando se pierde la confianza en la relación de pareja y en nuestras relaciones fraternas comenzamos a crear leyes. Si de verdad, verdad viviéramos desde la fe, no necesitaríamos tantas leyes… La fe es voluntad de superar las dificultades, es triunfo sobre el mal, no por el valor humano, sino por el poder de Dios. La persona de fe nunca es fatalista, jamás está derrotada. La persona de fe posee una profunda esperanza, porque sabe que puede vencer el mal a fuerza de bien, el odio a fuerza de amor. No se nos olvide hermanos que para crecer en la fe necesitamos confianza absoluta en el Señor. Por eso digamos una vez más: ¡Señor, auméntanos la fe! Tareas para esta semana: Digamos muchas veces al día: ¡Señor, auméntanos la fe! Pidámosle a Dios una fe viva. Necesitamos todos los días crecer en la fe. Profundicemos la fe mediante la oración, la lectura de la Palabra, participemos en la vida de la Iglesia. Por favor participemos de la Eucaristía, de los ejercicios espirituales, los movimientos grupos apostólicos, grupos de oración. Pero sobre todo, seamos conscientes de lo siguiente: la fe que no se cultiva todos los días mediante un trato cercano y profundo con Dios, mediante la oración es una fe que acaba por morirse. ¡Señor, auméntanos la fe! Continuemos leyendo el libro del eclesiástico. Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Mar 27 Sep 2016

Jornada de oración por Colombia

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La Conferencia Episcopal nos ha invitado para que, el próximo 29 de septiembre, hagamos en todas las parroquias, en cada una de las instituciones católicas y a nivel personal una Jornada de Oración por Colombia. Pablo VI enseñaba que la oración es un recurso muy valioso para construir la sociedad “por sus maravillosas energías de tonificación moral y de impetración de trascendentes factores divinos, de innovaciones espirituales y políticas; y por la posibilidad que ella ofrece a cada uno para examinarse individualmente y sinceramente acerca de las raíces del rencor y de la violencia que pudieran encontrarse en su corazón” (1.1.1967). El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica que la intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús, quien es “capaz de salvar perfectamente a los que por El se llegan Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7,25). Luego señala que interceder es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios, porque el que intercede busca “no su propio interés sino el de los demás” (Fil 2,4). Y añade, finalmente, que las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación, llamadas a orar “por todos los hombres y por todos los constituidos en autoridad” (Hech 12,5; 1 Tim2,1; CCE 2634 ss). Orar por Colombia es ver a Dios vivo que actúa en las historia de los pueblos y pedirle que venga en nuestra ayuda porque lo necesitamos. Es presentarle nuestras heridas para que las cure y entregarle todo lo que nos agobia para que nos sostenga y alivie. Es decirle que queremos ser una nación libre y justa para que nos ayude a desarrollar nuestra identidad. Es ponernos ante Él para que nos llame desde adentro a la verdad y a la solidaridad. Es permitirle que nos purifique de los pecados que están corrompiendo la personalidad propia que debe tener nuestra patria. Es lograr, con su luz y con su fuerza, acrecentar nuestro compromiso de trabajar decididamente por el bien común. Sin estos elementos la nación no existe. Debemos orar para tener la libertad de los hijos de Dios. Sólo con esa libertad se pueden superar la lucha entre grupos y facciones, la confrontación ideológica que oscurece el horizonte de una nación, la brecha entre ricos y pobres, el egoísmo que clasifica, atropella y excluye a los otros, el odio que genera divisiones, venganzas y muerte. El camino de los hijos de Dios lleva a buscar en todo la verdad y a desterrar el mal. Este es un camino de sabiduría que se debe aprender a recorrer cada día. La señal de que vamos por el camino de Dios es que va desapareciendo el temor, la violencia y la angustia. Por este camino se va llegando a un desarrollo integral para todos y se va renovando la esperanza. El temor y la desesperanza matan a un pueblo. Todas las personas se pueden equivocar, todos los recursos pueden resultar insuficientes, todos los proyectos pueden fallar; el único que no defrauda es Dios. Por eso, debemos apoyarnos totalmente en Él. Un pueblo que ora, es un pueblo que se encuentra con su responsabilidad y su destino, que se convierte y se une para un trabajo en común, que se abre al proyecto de Dios y se compromete a realizarlo. Esta Jornada de Oración implica ponernos a disposición de Dios para que se realice su voluntad sobre nosotros; permitir que él ilumine y dirija nuestra vida para que a través de nosotros haga lo mejor que sea posible en este momento de nuestra patria. Un pueblo sin espíritu nunca será justo, ni libre, ni feliz. Necesitamos a Dios. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín