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Opinión

Mié 23 Nov 2016

Perdonar el aborto

Por Pbro. Raúl Ortiz Toro - Tamaña sorpresa nos ha dado el Papa Francisco en su Carta Apostólica “Misericordia et misera” firmada el pasado 20 de noviembre, cuando en el numeral 12 declara que “de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario”. Algunas consideraciones nos resultan: En primer lugar, el Papa evita hablar de la pena que conlleva cometer el delito-pecado del aborto que es la excomunión latae sententiae, ya que no hace parte de su lenguaje; sin embargo, el canon 1398 lo deja en claro aun cuando Francisco no lo aluda explícitamente. En segundo lugar, esta Carta traerá implicaciones en el Código de Derecho Canónico, sobre todo en lo que respecta al título “De la cesación de las penas” pues las disposiciones y el lenguaje canónico están acomodados a la remisión exclusiva del Ordinario de lugar (generalmente se trata del Obispo) y excepcionalmente el sacerdote que es delegado como penitenciario (canon 508), el que confiesa al penitente en peligro de muerte (canon 976) y el que confiesa al penitente con agobio moral (canon 1357). Tercero, el Papa deja en claro que todo esto se lleve a cabo “no obstante cualquier cosa en contrario” lo que nos permitiría pensar que el Obispo en su diócesis puede dar indicaciones precisas de tono pastoral; se me ocurre, solo como hipótesis, que el Obispo podría decirles a sus recién ordenados que se abstengan de absolver este pecado durante el primer año de ministerio mientras adquieren una práxis penitencial más adecuada. Pero también que inste a sus sacerdotes a que se cercioren de la contrición en el penitente, absteniéndose de absolver a quien no muestre verdadero arrepentimiento: muchos casos se han visto de personas que confiesan el pecado sin sentir dolor por haberlo cometido o, como lo adujo el Papa en otro lugar (en el libro entrevista “El nombre de Dios es misericordia”), ni siquiera sienten dolor por no sentir dolor. De todos modos, se nos viene a los sacerdotes un gran desafío y es la atención esmerada y medicinal a estas personas que, generalmente, llegan desechas al confesionario. Lo hemos hecho en este pasado Jubileo como excepción y debemos ahora implementarlo como regla. Cuando he tenido la oportunidad de dictar cátedra de “Audiendas” (que es el curso para confesores) insisto en que al penitente se le encamine a la práctica de penitencias que lo conviertan en “Apóstol de la Vida”. En otras palabras suelo poner estas tres prácticas penitenciales: 1. La oración: de sanación espiritual para sanar las heridas que deja este hecho y aliviar los recuerdos cargados de culpa, sobre todo, acompañada de alguna práctica de piedad como, por ejemplo, tres visitas al Santísimo o la Novena a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de los niños no nacidos. En esa oración recomiendo orar por las parejas que pasan por la tentación de abortar para que encuentren la fuerza de Dios para evitar ese pecado. 2. El testimonio: Sin contar la historia personal, el penitente es invitado a dar consejo a tiempo y a destiempo, sobre todo a quienes quieran atentar contra la vida. Se les invita a que defiendan siempre en sus conversaciones una posición decidida en favor de la vida humana. 3. La caridad: Hay muchos niños que necesitan del apoyo de personas que sean sensibles a sus necesidades; el penitente debe ser invitado a que ejerza la caridad y el servicio con niños que bien podrían ser sus hijos. Bien podría haber otras penitencias adecuadas como medicina para aliviar el dolor moral de quien ha cometido este pecado; lo importante es que sean proporcionales al pecado cometido y no vayan a ser tomadas simplemente como una práctica vacía. Por Pbro: Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor de Popayán rotoro30@gmail.com

Lun 21 Nov 2016

Un mensaje para los jóvenes

Por Monseñor Gonzalo Restrepo - Los jóvenes son la mayor reserva de un país. En los jóvenes se encuentra el futuro de todos los desarrollos y progresos del país. La cultura, la ciencia, las instituciones sociales, la familia, las creencias y las manifestaciones culturales, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, la manera de relacionarnos y hasta el lenguaje, depende, en buena medida, de los jóvenes. Por eso, tenemos que cultivar la juventud. Tenemos que apoyar a nuestros jóvenes, permitirles que tengan alas para volar, mente amplia y clara para discernir y voluntades muy definidas y fuertes para decidir. Las semillas que sembremos en los jóvenes no se perderán. Lo importante es que siempre estas semillas encuentren el cariño, la compañía y el calor humano de quienes caminamos con ellos. Estar al lado de los jóvenes es un privilegio. Uno se rejuvenece, uno siente la energía de ellos y se entusiasma, uno vuelve otra vez a tener la espontaneidad perdida. Con los jóvenes uno es capaz de arriesgarse, de seguir adelante a pesar de las caídas y las dificultades. Los jóvenes nos enseñan a perdonar y reconciliarnos, a vivir no tanto del pasado ni del futuro, sino del presente. La juventud es un tesoro que hay que cultivar y conservar. No se pierde la juventud con el pasar de los años, sino cuando dejamos que nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestros sentimientos, se envejezcan, se vuelvan sin sentido ni sabor, pierdan su lozanía y humanidad. Los jóvenes son descomplicados, y casi siempre informales. Tienen un sentido crítico y de análisis muy agudo y, en ocasiones, llegan a la incomprensión y a la exigencia exagerada. Quieren que todas las cosas se resuelvan “ya”; no dan espera, tienen el sentido de hacer las cosas inmediatamente y muy directamente, sin intermediarios. Son explosivos. Están llenos de energía y siempre están activos. Los jóvenes son generosos, comprometidos y sinceros. Las tareas que tienen en sus manos, aquellas de las cuales están convencidos, las realizan hasta el final. En ocasiones son inconstantes. No son temerosos sino arriesgados. Si valoráramos a los jóvenes en su punto justo, si los acompañáramos más, si les mostráramos más caminos, si los entusiasmáramos más con nuestra vida y nuestro testimonio, si descubriéramos sus valores, si dialogáramos más con ellos, si les diéramos más responsabilidades, si confiáramos más en ellos, si pensáramos más en el futuro de nuestras familias, de nuestra cultura y de nuestra sociedad, entonces, estaríamos cosechando los mejores frutos para el futuro. Estaríamos asegurando calidad y valores, hogares bien formados, instituciones sanas y sin corrupción, liderazgos políticos, sociales, culturales y científicos. Aseguraríamos una educación integral fundamentada en los valores, en la convicción y en el sentido social y solidario que tanto necesitamos. Si acompañáramos más a nuestros jóvenes, el problema de la drogadicción y de la soledad que muchos de ellos arrastran, sería mucho menor y estaría siempre en plan de superación. No desperdiciemos el tesoro de los jóvenes. Y ustedes jóvenes no pierdan sus días y su tiempo en ocupaciones sin sentido. El estudio, la cultura, las buenas relaciones, el deporte, la familia, el noviazgo, los amigos y las amigas, las diversiones, sus encarretes y sus hobbies, son valores muy grandes que ustedes deben aprovechar y hacer crecer en todo sentido. Jóvenes: ustedes son los responsables del mañana de nuestra sociedad y nuestro país. No pierdan el tiempo porque jamás lo podrán recuperar. Adelante. Jamás dar un paso atrás, siempre adelante, con el mayor sentido de superación y crecimiento. + Monseñor Gonzalo Restrepo Arzobispo de Manizales

Vie 18 Nov 2016

¿Se clausura el año de la misericordia?

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo: El Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, se ha clausurado el 13 de noviembre en todas las diócesis del mundo y una semana después, en la solemnidad de Cristo Rey, se clausura también en Roma. Ha sido un año de gracia en el que toda la Iglesia ha vivido la experiencia de la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, y ha recibido la misión de anunciarla a todo el mundo. Nos ha permitido sentir de nuevo el abrazo de Dios. Ha sido una llamada, un despertar, un relanzamiento de la vida a partir de la certeza de que Dios nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos acompaña y remedia las carencias de ser o de bien que se dan en nuestra miseria humana. Pero el Año de la Misericordia no puede pasar sin habernos dejado una nueva forma de pensar, de vivir y de ser misericordiosos como el Padre. En nosotros tiene que quedar para siempre la experiencia de la compasión de Dios que nos ha sido revelada en Jesucristo y que se vuelve una fuente permanente de alegría, de serenidad, de libertad y de paz. En efecto, hemos aprendido a interpretar y a realizar nuestra vida desde el camino de felicidad que nos propone en el Evangelio, desde el perdón que Él nos ofrece siempre, desde el amor creador con que nos trabaja cada día. Este Año Jubilar debe continuar despertando en nosotros la misericordia que habita en nuestro corazón de hijos de Dios, colmados de su amor. De esta manera, la misericordia debe ser la vía maestra que lleve a la Iglesia a cumplir su misión de ser un signo vivo del amor del Padre santo y providente. Y, por lo mismo, será para cada uno de nosotros una llamada a hacernos cargo, a través de las obras de misericordia, de las dificultades y debilidades de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres, que son los privilegiados del amor paterno de Dios. El Jubileo continuará manteniendo en nosotros la certeza clara de que somos peregrinos en camino hacia la meta que es Dios y que la Puerta Santa para entrar es Cristo. En verdad, Cristo es la epifanía definitiva de Dios, que nos enseña a ser hijos y a ser misericordiosos a través de la escucha de la Palabra, de la celebración de su misma vida en la Liturgia a lo largo del año, de la vivencia pascual en los sacramentos particularmente la Eucaristía, de la alegría de la fraternidad en cada comunidad cristiana y del mandato misionero de entregar a otros el Evangelio que hemos recibido. A lo largo de este año, con buena voluntad, cada uno ha buscado recibir y dar los mejores frutos. Dios ve el corazón y conoce los esfuerzos que hemos hecho. El Año de la Misericordia en realidad no se termina; es como un horizonte que nos seguirá mostrando nuevas riquezas y nuevas posibilidades, que es preciso aprovechar. Es como un surco que quedó sembrado y ahora nos corresponde continuar cultivando con responsabilidad y esperanza las plantas que nos darán una fecunda cosecha. Es como un acicate, cargado de humanidad, que seguirá impulsando nuestras vidas hacia la santidad, el apostolado y la caridad con todos. Cerrar el signo exterior, la Puerta Santa, no significa que las gracias de este año dejen de estar presentes en nosotros. El Año de la Misericordia es como un gran río que se alarga en la llanura del mundo y de la historia y cada gota irá regando la vida de los hombres y los pueblos con el consuelo y la alegría del Evangelio. Es como un libro que quedará abierto; cada página continuará revelando el resplandor del amor de Dios y cada página seguirá siendo una oportunidad para que escribamos nuestros actos de misericordia con los demás. El Año de la Misericordia no se acaba; tiene la fuerza vivificante del río, tiene la fascinación del libro que ofrece cada día una página nueva. + Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 16 Nov 2016

El arte de confesar

Por Pbro. Raúl Ortiz Toro - Una pareja de holandeses pregunta, estupefacta, a un guía en la Basílica de San Pedro: “What is this?” (¿Qué es esto?). Algunos japoneses se acercan; quieren saber de qué se trata. El grupo se encuentra delante de un invento de San Carlos Borromeo en el siglo XVI, que el guía señala con el dedo índice y acompaña el gesto con una voz un tanto sepulcral, como si se tratara de un artificio de esoterismo, diciendo: “Es un confesionario”. Los oyentes deben seguir preguntando, porque no les dice nada la descripción: ¿Para qué sirve? ¿Quién lo usa? ¿Qué importancia tiene? Desde hace ya un buen tiempo se nos viene diciendo que el sacramento de la confesión está en crisis. Algunos confesionarios en la actualidad suelen estar vacíos: en Europa por falta de penitentes y en América por falta de confesores. Hace un tiempo salió una noticia novedosa en Francia sobre un sacerdote que había revivido su parroquia con un “novedoso método”: Se sentaba a confesar. Toco el tema porque en la conclusión del Año Jubilar de la Misericordia la gente ha acudido masivamente al sacramento de la confesión pero son, en general, los que regularmente se confiesan; algunos casos excepcionales se presentan, pero el gran porcentaje de penitentes es de fieles que suelen hacerlo y, la verdad, no son muchos, comparados con la cantidad de católicos que asisten a Misa. Algún sacerdote se quejaba de que antes del Concilio Vaticano II había más confesiones que comuniones y que después del Concilio más comuniones que confesiones. ¿Es verdad? Y, si lo es, ¿Qué cambió después de 1965? Si bien es cierto que el Concilio alentó en algunos numerales a la práctica de la confesión, sin embargo, el cambio de paradigma pastoral supuso una prelación a las formas no sacramentales de la Reconciliación como, por ejemplo, el acto penitencial de la Misa que, en lengua propia, permitió una mayor conciencia de pecado pero sin la catequesis suficiente consintió pensar que era suficiente incluso para el perdón de los pecados graves; además de ello, el perdón de los pecados por la escucha de la Palabra de Dios (no en vano la oración secreta del sacerdote, después de proclamar el evangelio, es: “Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados”) y la oración de perdón en la oración individual, influencia de corte pentecostal, con la que muchos se conforman en la comodidad y soledad de su habitación. Pero también es cierto que gran parte de la crisis de la confesión se debe a que los sacerdotes dedicamos poco tiempo a este sacramento; además, en algunos casos, la moderna terapia psicológica ha desplazado a la confesión como método de catarsis para quienes la usaban con este fin y, sobre todo, la pérdida del sentido de pecado ha ocasionado que muchos no vean útil pedir perdón. Lo que sí es cierto es que una de las maneras concretas de sentirse pastor el sacerdote es sentándose a confesar. No es fácil; se encuentran allí casos de santidad que nos cuestionan, casos de conversión que nos alientan a seguir dando una palabra de misericordia, casos de contumacia que nos mueven a la compasión y a la oración. Un buen legado de este Año Jubilar, para penitentes y sacerdotes, ha de ser cuestionarnos sobre el papel de la confesión en nuestra vida: si hemos hecho lo suficiente y si lo hemos hecho bien. Por Pbro: Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor de Popayán rotoro30@gmail.com

Lun 14 Nov 2016

La seriedad y la risa

Por Monseñor Gonzalo Restrepo - Toda nuestra vida es un conjunto de aconteceres y circunstancias que nos llevan a la seriedad y a la risa. No podemos estar siempre serios, tampoco podríamos estar siempre riéndonos. La vida es una mezcla de seriedad y de risas. Podríamos decir que nuestra vida es una “tragicomedia”, no del todo trágica, tampoco totalmente cómica. Somos los actores, unas veces de tragedias y otras de comedias. Siempre estamos actuando, unas veces lo hacemos bien y otras no tanto, pero siempre tenemos que actuar. Lo importante es que nuestra acción, en la tragedia, en la comedia o en la tragicomedia, esté adornada con unas características que nos permitan estar perfeccionando siempre nuestro papel en todas las obras que tengamos que actuar. Y, ¿cuáles son esas características? Algunas de ellas son las siguientes: Obra siempre con rectitud y autenticidad. No pretendas ser o aparentar lo que no eres ni llegarás a ser. Nunca escondas la verdad de lo que eres y de lo que no eres. Sé transparente con todas las personas. Piensa que no eres el único actor y que a tu lado hay muchos otros actores que requieren tu atención. Nunca camines por la vida como si fueses el único, el más destacado y prestigioso de los actores. No te quedes representando siempre la misma escena. Hay muchas escenas en tu vida, unas de dolor y otras de alegría, unas de fracaso y otras de éxito, escenas de angustia y escenas de esperanza. Debes tener el coraje de saber salir de las escenas y darlas por concluidas para iniciar otras, de lo contrario, tu obra, tragedia o comedia, quedará inconclusa. Serás siempre un actor maravilloso y encantador, si representas bien tu papel, pero si le ayudas a los demás actores a que ellos también lo representen de la mejor manera. Así entre todos, darán una excelente función y todos quedarán felices. Cuando olvides realizar tu papel o te equivoques, no dudes en repasar tu guión y en enmendar las fallas; sólo así se llega a ser gran actor. Algún día terminarán tus días en esta empresa de la vida donde realizas tus papeles como actor. Lo importante es que sepas comprender cuándo ha llegado este día y sepas cancelar todas tus deudas, quedar a paz y salvo y salir bien librado. No permitas que tu imagen se oscurezca, se manche o se borre por no reconocer a tiempo lo que has de reconocer, o por no salir cuando debes de salir. No busques fama, ni dinero, ni poder. Si te llegan acéptales y manéjales con tino y cuidado. Pero no corras detrás de ellos porque si así lo hicieras te traerán muchas dificultades, decepciones y desilusiones. Actúa con sencillez y decoro, con armonía y delicadeza, con serenidad y sobriedad, con fortaleza y constancia. En ello encontrarás la felicidad. Lo demás son los oropeles de la vida que entre más brillantes y atractivos, son menos satisfactorios y más alucinantes, menos reales y más aparentes. La apariencia sólo conduce a la desilusión y al fracaso, al sinsentido y a la falsedad. Quien no camina en la verdad jamás podrá ser un buen actor, ni tendrá la realización personal del cumplimiento de su papel. En la tragedia y en la comedia, en la seriedad y en la risa, en las angustias y las esperanzas, lo que tienes que hacer siempre es actuar con la verdad y con la autenticidad de lo que eres y lo que queres llegar a ser. Éxitos. Seguramente nos estaremos encontrando como actores diferentes en la realización de varias obras. A lo mejor no nos reconocemos, pero nuestra señal seguirá siendo, la sinceridad, la autenticidad y el servirnos mutuamente. + Monseñor Gonzalo Restrepo Arzobispo de Manizales

Vie 11 Nov 2016

Pongámonos "de acuerdo"

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - A partir del plebiscito para refrendar los acuerdos del Gobierno Nacional con las FARC-EP, estamos viviendo en Colombia un momento importante y decisivo. Todos nos hemos venido haciendo conscientes de la necesidad de la paz, que es mucho más que ausencia de guerra y mucho más que un pasajero programa político. Hemos entrado en un proceso de diálogo entre diversas fuerzas políticas y sociales; hemos llegado a un punto de partida para trabajar juntos en un propósito de reconciliación y de desarrollo común. Si la paz es la realización integral de las personas y el auténtico desarrollo de la sociedad que ellas conforman, estamos ante un proyecto siempre en construcción. Por tanto, quisiera que recordáramos algunos valores que es preciso mantener vivos e incorporar cada vez más plenamente a nuestra realidad social, cultural y política. Deben guiar todo lo que pensemos, juzguemos y hagamos; se requiere asumirlos constantemente en una educación personal y ciudadana; hay que lograr que sean parte de un acuerdo general establecido por todos. 1. La verdad. Es la luz que puede guiar todo camino y hacer auténticas y libres las relaciones entre personas. Ordinariamente, en cualquier conflicto lo primero que se pierde es la verdad. Si se quiere superar una confrontación con mentiras y trampas no se hace otra cosa que poner bases a nuevos y más graves enfrentamientos. 2. La libertad. Es el mayor don que puede tener una persona o un pueblo. Es falso cualquier proyecto que quiera garantizar la dignidad y los derechos de la persona humana e implementar un progreso integral en la sociedad sin libertad. Por tanto, hay que cuidar y desarrollar la democracia como un sistema que defiende y promueve la libertad de todos. 3. La unidad. En todo ser humano hay una dimensión asociativa por la necesidad de ayuda mutua. A ella se opone otra fuerza necesaria que lleva a que cada uno se afirme a sí mismo. En este movimiento se inscribe la creación y el funcionamiento de una nación. Conscientes de esta realidad, es preciso integrar la riqueza de nuestras diferencias en función del proyecto común. Destruir la unidad es un suicidio. 4. La honestidad. Es el resultado de los tres valores anteriores realizados en cada persona. Ser honesto es hacerse auténtico, es no dejarse esclavizar ni siquiera por las propias pasiones, es estar unificado por la rectitud de intención. La ausencia de este valor es el origen de la corrupción en las ideas, en los proyectos sociales y en la administración de los recursos. 5. La responsabilidad. Es la posibilidad que tenemos de responder positiva y creativamente a una llamada o a una misión personal o comunitaria. Es la forma de realizar nuestra vida y de aportar al bien de todos. Contra la responsabilidad están el egoísmo, la indiferencia y el mal proceder que nos aíslan o nos llevan a destruir el proyecto común. Es imposible una nación en paz si hay irresponsabilidad, indolencia o mal espíritu en sus ciudadanos. 6. La esperanza. El que siembra, el que construye, el que se proyecta hacia el futuro tiene que hacerlo en esperanza; es decir, en la confianza de conseguir los mejores resultados y de lograr las máximas metas. Sin esperanza no se hace nada; no se puede vivir. La esperanza no es dejar que lleguen por sí mismos los mejores resultados, sino realizar todo lo que nos corresponde con pasión y confiarlo todo a la sabiduría y a la bondad de Dios. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 7 Nov 2016

Los retos de la construcción de paz en Colombia

Por Monseñor Juan Carlos Barreto - Frente a las cercanas posibilidades de éxito en la negociación entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las FARC, y el próximo inicio de los diálogos públicos con el ELN, es importante tener en cuenta el panorama hacia el futuro para que en Colombia realmente se establezcan las bases para la construcción de la paz integral. Identificar los aspectos necesarios para esta nueva etapa de la historia es fundamental, pues el ignorarlos o reconocerlos superficialmente, induce inevitablemente a repetir errores y sufrir nuevos fracasos. Algunos elementos esenciales para garantizar una auténtica construcción de paz son: 1. PONER FIN A LA GUERRA “Un reino en guerra civil va a la ruina” (Lc 11,17) Las escandalosas cifras del conflicto son argumento suficiente para tomar la decisión de detener la guerra. Cerca de ocho millones de víctimas entre desplazados, desparecidos, asesinados, secuestrados, torturados, mutilados y con muchas otras afectaciones violentas, indican el nivel de degradación al que se ha llegado por la persistencia de la guerra. La solución militar, la cual será necesaria mientras haya indisposición al diálogo por parte de los actores armados ilegales, exige un alto precio en vidas humanas e inversión económica. Por lo tanto, la solución negociada al conflicto es más humanizante y menos costosa. El paso que se ha dado en las negociaciones de la Habana garantizan el fin de la guerra con uno de los actores principales del conflicto. En este mismo sentido, se valora la decisión del ELN de iniciar los diálogos públicos con el Gobierno Nacional. La continuidad de las bandas criminales y los paramilitares, plantean la necesidad de establecer nuevos diálogos y procesos de sometimiento a la justicia. La paz no se limita a detener la guerra, pero comienza con este paso absolutamente necesario e importante. 2. REINTEGRACIÓN SOCIAL DE EXCOMBATIENTES “Su padre, conmovido, corrió, lo abrazó y lo besó efusivamente” (Lc 15,20) Abandonar el camino de las armas implica que los excombatientes de los grupos armados ilegales se reintegren a la Sociedad Civil. Por consiguiente, si se acepta la opción negociada al conflicto, quienes toman esta valiente decisión deben ser acogidos positivamente por la comunidad nacional. Es un discurso de doble moral la petición de que dejen las armas pero se las arreglen como puedan para sobrevivir. Lo que se requiere es un esfuerzo grande para que quienes renunciaron a la guerra puedan vivir en paz y dejen vivir en paz a sus conciudadanos, lo cual exige una sólida conciencia de brindarles oportunidades para una exitosa reintegración a la sociedad con acceso a educación, empleo y protección. La tarea en este sentido exige responsabilidad por parte del Estado colombiano, solidaridad ciudadana y transparencia de los excombatientes. 3. RECONCILIACIÓN “Ve primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24) Las inevitables y abundantes heridas de la guerra pueden suscitar dos caminos: el de la venganza o el de la reconciliación. La venganza encierra muerte y desolación y nos hunde en el abismo de una guerra sin fin. El camino de la reconciliación nos abre el panorama de una nueva y esperanzadora etapa en la historia. La fe cristiana es maestra en la reconciliación y debe ofrecer el apoyo al país en estos momentos tan definitivos de la historia colombiana. No es un camino fácil, pero es la única vía para avanzar en la construcción de una paz estable y duradera. Los maravillosos ejemplos de muchas víctimas nos deben animar a recorrer este sendero. La reconciliación no sólo abarca el reconocimiento de responsabilidades por parte de los victimarios y la disponibilidad al perdón por parte de la víctimas, sino que exige la participación de esa gran parte de la sociedad que de alguna manera ha sido espectadora del conflicto armado, y que en ocasiones ha sido indiferente ante el sufrimiento de las víctimas, complaciente ante la barbarie de los victimarios o ha estigmatizado a quienes han sufrido el rigor de la guerra. 4. ATENCIÓN INTEGRAL A LAS VÍCTIMAS “Acercándose, vendó sus heridas” (Lc 10,34) Aunque ya se cuenta en el país con la Ley de Víctimas, es una realidad que su atención integral ha sido insuficiente. Es el momento para restablecer sus derechos y ofrecerles lo que necesitan a nivel de verdad, justicia, reparación y no repetición. Las víctimas del conflicto armado deben estar al centro de las iniciativas de construcción de paz en Colombia. No se trata de tener consideraciones que se inspiran en sentimientos de lástima. Realmente es importante que sean reparadas en todos los campos y se constituyan en protagonistas de una nueva etapa histórica. Por el bien de nuestra patria la meta debe ser la superación de las categorías de víctimas y victimarios. 5. AGENDAS REGIONALES DE PAZ “Recorría todas las ciudades y pueblos” (Mt 9,35) El tradicional centralismo político del sistema de gobierno en Colombia ha generado crecimientos regionales inequitativos. Mientras algunas regiones absorben los recursos del país y alcanzan altos niveles de prosperidad, en otras regiones el abandono estatal ha consolidado el empobrecimiento de millones de hombres y mujeres. Las regiones deben generar sus propios modelos de desarrollo a partir de agendas regionales de paz y desarrollo. Para este propósito hay que fortalecer liderazgos regionales honestos y competentes, y unas sanas y maduras relaciones con el nivel central. Es triste ver que en Colombia, alcaldes y gobernadores deben mendigar ante el Gobierno Nacional los dineros y las obras que requieren los habitantes de sus regiones. 6. PEDAGOGÍA PARA LA PAZ “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt 5,9) Los acuerdos de paz con los grupos armados ilegales constituyen un logro muy importante para la sociedad colombiana. Sin embargo, la paz integral va mucho más allá. La paz empieza en el corazón de las personas y se traduce en paz familiar, escolar, con los vecinos, entre sectores de la sociedad, habitantes de barrios y veredas, sana convivencia entre grupos religiosos y étnicos, regiones y países. Las diferentes violencias existentes exigen construir pedagogía para la paz. En Colombia, esta es una asignatura pendiente pero debe ocupar un lugar privilegiado en los esfuerzos de la Iglesia Católica y de todas las Iglesias, de las familias, de la academia de las organizaciones sociales y del Estado. Sin pedagogía para la paz, hay pocas esperanzas de cambios estructurales en Colombia. 7. CAMBIO DEL MODELO ECONÓMICO “Vivían unidos y tenían todo en común” (Act 2,44) Aunque siempre existirá un sector de la población que optará por la vía del delito y la criminalidad, los estudios sociológicos demuestran que muchas personas entran en la perspectiva de la delincuencia al no encontrar oportunidades de estudio, trabajo, sana recreación y construcción de empresa. El modelo económico colombiano, inspirado en el capitalismo, es el responsable de la pobreza y la injusticia en que viven muchos colombianos. Esta constatación es una invitación a trabajar por el cambio de tal modelo, hasta lograr un país con un sistema económico más equitativo, solidario y con altos niveles de inversión social. Este desafío es un compromiso que la Sociedad Civil colombiana debe asumir, sin confundirlo con el modelo de socialismo totalitarista que tanto daño ha causado en muchos países. 8. SUPERACIÓN DE LA ANTICULTURA DE LA ILEGALIDAD Y LA CORRUPCIÓN “Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16,8) La ilegalidad y la corrupción son el principal cáncer de la sociedad colombiana. Los innumerables ejemplos que sostienen esta afirmación dan cuenta de la profunda crisis humana de nuestra sociedad, de nuestras instituciones y de nuestra tradición política. La corrupción administrativa, el narcotráfico, la minería irresponsable, el contrabando, la extorsión, la trata de personas, la evasión de impuestos, la deshonestidad frente al trabajo, son signos del desgaste de una sociedad en la que ni el evangelio de Cristo ni los valores éticos han hecho una incidencia profunda. Colombia debe despertar ante esta tiranía de los corruptos e ilegales para que la actual y las nuevas generaciones puedan gozar de un país en paz. 9. FORMACIÓN POLÍTICA DE LA SOCIEDAD CIVIL “Los reyes de las naciones las dominan… No sea así entre ustedes” (Lc 22,25-26) La indiferencia política, la ignorancia frente a la realidad social, la falta de amor por el bien común y la anticultura de la corrupción son pesadas cargas de la débil democracia colombiana. La inmensa cantidad de personas que venden y compran votos, otros que han decidido no participar en la política, muchos que se quejan de sus malos gobernantes pero no disponen de mecanismos de veeduría ni de reclamación, configuran una sociedad sin formación política. Llegó la hora de generar ciudadanos comprometidos y formados en la verdadera participación política, inspirados en los Derechos Humanos y la Doctrina Social de la Iglesia; sólo así combatiremos la politiquería y el dominio de las élites mafiosas y corruptas. Nos queda un largo y hermoso camino para recorrer en búsqueda de la paz integral. El Dios de Jesús, el Padre misericordioso, nos acompaña. + Juan Carlos Barreto B. Obispo de Quibdó

Sáb 5 Nov 2016

Dios de vivos

Por Mon. Omar de Jesús Mejía Giraldo - San Lucas a la altura del capítulo 20 nos presenta a Jesús en Jerusalén, la ciudad capital, allí como en toda ciudad existe una gran variedad de culturas, de pensamientos y por lo tanto de dudas, discusiones y planteamientos de mil situaciones. La cultura Judía en la época de Jesús ya existía bajo variadísimas maneras de expresar y vivir la fe. Había sobre todo dos tendencias fuertemente marcadas: fariseos y saduceos. Los fariseos creían en la resurrección de los muertos y como lo dice expresamente el texto del evangelio los saduceos negaban explícitamente la resurrección. Por eso se organizan y plantean al Señor la cuestión de la resurrección; para ello se valen de un ejemplo típicamente humano(…). Como era natural no podían ir más allá, porque no creían en la posibilidad de la Vida Eterna. Jesús, el Señor, le enseña a los saduceos que el hombre tiene un fin. Jesús no se queda en la pregunta racional y meramente humana que los saduceos le plantean. Él le da vuelta a la pregunta. El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos. Por eso vale la pena entender que el misterio de la resurrección como problemática final y definitiva de la existencia humana la tenemos que entender y asumir desde las siguientes perspectivas: Desde la alianza Alianza es pacto, compromiso mutuo, es juramento. En el antiguo testamento la alianza entre Dios y el hombre se sella con la siguiente manifestación: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” y en el nuevo testamento esta alianza se plenifica con la vida de Jesucristo, el Señor. Por eso, hay que entender una cosa: El Dios de los cristianos es el Dios de Jesucristo, Dios de vivos y no de muertos. La resurrección es el centro del cristianismo y de los cristianos cuando nos reunimos para orar. Los cristianos comenzamos la alianza con el Señor el día de nuestro bautismo y renovamos la alianza con el Señor todos días al celebrar la Santa Misa, recordemos las palabras de la consagración: “Tomen y coman todos de Él, porque está es la sangre de la alianza, alianza nueva y eterna…” También dice Jesús, el Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangra, habita en mí y yo en él.” Además reitera la Palabra de Dios: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna” y Vida Eterna es vida en Dios, vida para siempre; por eso, desde la alianza con el Señor es imposible morir, porque “no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.” Desde la fe Aunque parezca paradójico la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. La persona de fe sabe y entiende que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe. Cuando la fe es realmente profunda nos da una escala de valores y de fidelidades. Así lo deja ver hoy la primera lectura del libro de los Macabeos, éstos son hombres llenos de fidelidad… Para nosotros hoy son un buen ejemplo para insistir en los valores que se requiere para sumir con fe y responsabilidad nuestra vida cristiana. Será necesario creer siempre en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones... Poseer el don de la fe es creer en la vida. Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura huir de la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya, ahora, en la que cada uno camina con responsabilidad. El Dios cristiano es el Dios de la vida, por eso, nuestra fe cristiana nos enseña a vivir con alegría, a vivir con plenitud cada “instante vital.” Hay que entender algo más hermanos, el cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesucristo, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo). En éste aspecto, entendamos una cosa más: la fe en Cristo sería mera palabrería si no pudiésemos traspasar el umbral de la muerte. Solamente si vivimos para la eternidad vale la pena creer y solamente la fe en Cristo nos da la eternidad. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos.” No podemos perder la fe. Fe, hermanos fe. Tenemos que ir a nuestras tumbas con dos principios bien claros y contundentes: Con dignidad y con fe. Desde el amor Así oramos en cada Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús.” Nuestra experiencia nos enseña que solo invocamos a quien amamos. El amor nos vincula al otro, el amor nos acerca y nos permite compartir el destino de la existencia. Sin amor no hay salvación. Sin amor no hay vida. Solamente en el amor de Jesús, quien en la cruz donó la vida por nosotros, podemos entender el misterio de la muerte. A Jesús no le arrebataron la vida, él la entregó por amor, para salvarnos. La muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega, el amor no es algo, sino alguien, no es una abstracción, es una persona, es la Palabra. Con la muerte en cruz, Jesús, el Señor, nos trae la plenitud de la salvación; es la cruz la máxima manifestación de amor de Dios hacía el mundo. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” El amor verdadero es hasta el final, hasta que duela, hasta agotar existencia, es decir hasta la muerte. ¿Prometes fidelidad hasta que la muerte los separe? El único amor verdadero es el amor divino, el amor que viene de Dios. Entender y asumir la muerte desde el amor de Dios, es entender y asumir la eternidad, es vivir con la certeza de no morir jamás. Sin amor no hay acogida. Cristo que nos ha llamado, nos acoge; por eso, hay que entender una cosa fundamental para aprender a vivir con libertad y serenidad: El Señor no condena a nadie, se limita a ratificar lo que el hombre decide, a dar satisfacción a sus deseos”. Nuestra tarea es vivir con sentido de eternidad, con sentido de trascendencia, con fe y esperanza. No podemos ser pesimistas, ni podemos ser personas derrotadas por el mundo, no. Nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza. Para comprender lo que en definitiva es la muerte asumida desde el amor de Dios, contemplemos lo que nos dice San Agustín,: “Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. No hay otro lugar en la vida futura, sino Dios”. Dios, en cuanto que llama al hombre a comparecer ante El, es la muerte; en cuanto juez, es el juicio; en cuanto beatificante, es el cielo; en cuanto ausente, es el infierno; en cuanto purificador, es el purgatorio. Tarea: Por favor que no pase un día sin realizar una sencilla oración en la que nos acordemos de nuestros seres queridos que han muerto; oremos por ellos, para que el Señor les conceda el descanso eterno. Vivamos siempre preparados para morir: “de morir tenemos, el día y la hora no lo sabemos.” Pensemos en clave de vida, por eso hablemos de: “vida más allá de la vida.” Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia