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Opinión

Mar 2 Mayo 2017

Falacia laicista

Por: Monseñor Pedro Mercado Cepeda: La laicidad del Estado puede ser entendida de múltiples maneras, a veces opuestas e incluso contradictorias. Al referirse al ‘Estado laico’, término bastante común en estos días, es siempre necesario distinguir, cuidadosamente, entre una sana vivencia de la laicidad y el laicismo. Una sana laicidad reconoce la mutua y legítima autonomía del Estado y de la religión, sin negar, no obstante, el papel esencial e insustituible de las religiones en el ámbito público y la colaboración recíproca que ha de existir entre las autoridades civiles y religiosas en la salvaguarda del bien común. El laicismo, por el contrario, como corriente ideológica, considera la religión como “superstición” e intenta limitar su acción y su influencia, juzgándolas a priori como perjudiciales para el hombre y para la sociedad. En su versión contemporánea, más sutil, el laicismo tiende a excluir la religión de la vida pública mediante un forzado confinamiento de la experiencia religiosa al ámbito privado y a la conciencia individual. Se habla, en ese contexto, del “Estado laico” con la intención de “encerrar en las sacristías” la voz de los creyentes e imponer, desde el amplio escenario del poder, una visión unilateral del mundo y de la sociedad. Las falacias de esta praxis son evidentes: democracias que dan la espalda a los valores religiosos de sus pueblos; políticos tecnócratas que se convierten en “maestros” de una moral laica que nadie puede cuestionar y presuntos adalides de la tolerancia que discriminan y ridiculizan a quienes no piensan como ellos. Nada más distante de un Estado social de derecho, auténticamente democrático y plural, que la imposición de la ideología laicista como fundamento de su convivencia política y social, negando a sus ciudadanos, a los creyentes, el espacio que por derecho les corresponde en la esfera de lo público. Precisamente por ello, intentando refutar de antemano cualquier interpretación tendenciosa de la laicidad, la Constitución de 1991 evitó definir a Colombia como un “Estado laico” decantándose –a pesar de las presiones– por un enunciado menos ambiguo, que definió a nuestro país como un Estado de libertad religiosa con igualdad de cultos (cfr. art. 19). "Una sana laicidad reconoce la mutua y legítima autonomía del Estado y de la religión, sin negar, no obstante, el papel esencial e insustituible de las religiones en el ámbito público y la colaboración recíproca que ha de existir entre las autoridades civiles y religiosas en la salvaguarda del bien común." Una visión positiva e incluyente de la religión es la que emerge en el nuevo ordenamiento constitucional que, en 1991, puso los fundamentos de la construcción de una Colombia moderna, abierta y tolerante. Tolerante con todos, abierta para todos, sin discriminación alguna por causa de creencia o religión. Años más tarde, el derecho de libertad religiosa y la igualdad de cultos fueron desarrollados ampliamente en una ley estatutaria, poco conocida pero fundamental en la comprensión de la identidad religiosa de nuestro país, la 133 de 1994. Cito ahora textualmente su artículo 2.º: “Ninguna Iglesia o confesión religiosa es ni será oficial o estatal. Sin embargo, el Estado colombiano no es ateo, agnóstico o indiferente ante los sentimientos religiosos de los colombianos. El Poder Público protegerá a las personas en sus creencias, así como a las iglesias y confesiones religiosas, y facilitará la participación de estas y aquellas en la consecución del bien común”. Palabras claras que no dejan campo a interpretaciones confusas. Mal hacen los defensores del laicismo radical en ampararse en una Constitución, la de 1991, que abiertamente y de manera taxativa negó sus ambiciones. Un capítulo más de la falacia laicista que a los creyentes nos corresponde desenmascarar con mayor contundencia, valentía y coherencia. MONSEÑOR PEDRO MERCADO CEPEDA * Presidente del Tribunal Eclesiástico de Bogotá Tomado de El Tiempo

Jue 27 Abr 2017

Lo que vi en Semana Santa y no es…

Por: P. Jorge Enrique Bustamante Mora - La Semana Santa, o Semana Mayor convoca a miles de fieles, es el momento en que aparecen los “católicos” que a lo largo del año se esfuman mágicamente, pero no es de esto que quiero hablar, sino de la importancia que sacerdotes y quienes son responsables de las distintas celebraciones deben de colocar para que el centro del año litúrgico, el Triduo Pascual, Triduo del crucificado, sepultado y resucitado, adquiera el verdadero sentido que debe tener, y así invitar a una mejor comprensión de la fe, tanto a frecuentes como a los que ocasionalmente por este tiempo aparecen. Sé que cada uno coloca lo mejor de sí, ¡ni más faltaba dudar! Pero hay algunas cosas que se pueden mejorar. Pues con eso de las redes sociales, aunque no salí del lugar de mi misión, a través de las miles de fotos que me llegaban, especialmente a través de WhatsApp y del Facebook, donde todos compartían con el afán de mostrar, pude muchos lugares “visitar”, y puedo decir que mucho de lo que vi no es lo que debe pasar. El Monumento… o será mejor decir “lugar de la reserva”, pues la Iglesia nos dice que para este lugar hay que evitar el término “sepulcro o monumento” por la connotación que estos términos tienen de dar sentido de un “santo sepulcro” o cárcel del Señor. En muchas de las fotos no estaba el “tabernáculo” sino la exposición del Santísimo en la Custodia, incluso en algunas, desaparecía la Custodia entre la centralidad de arreglos y flores, ¿dónde estarían las otras formas consagradas en tan especial celebración? “El Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia”. “No ha de hacerse nunca una exposición con la Custodia u ostensorio” para este momento; que buena oportunidad para motivar la adoración y el encuentro con la presencia del Señor en el Sagrario o Tabernáculo donde permanece el resto del año, es la imagen común que el fiel encontrará en cada capilla o Iglesia; hay lo esperará siempre el Señor, presente en Sacramento que nos ha regalado en este día; al punto que la Congregación invita a usar el mismo lugar de la reserva habitual si está separada de la nave central: “Cuando el sagrario está habitualmente colocado en una capilla separada de la nave central, conviene que se disponga allí el lugar de la reserva y de la adoración”. Otra evidencia fotográfica era el esplendor a veces exagerado… más que lugar de la reserva del Sacramento fruto de la Cena del Señor, en el contexto del Triduo Pascual, parecen altares de la Solemnidad de Corpus Christi; el Señor se merece lo mejor, pero un poco de sobriedad por el contexto de la Pasión del Señor, que bien nos hará; que bueno recuperar el sentido de cada una de las dos fiestas, bien diferenciadas. “Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo...” remarcando que se trata de una invitación, esencialmente, “a la adoración, silenciosa, y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día” (Cf. Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, #141; y Congregación para el Culto Divino, carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales). ¡Gracias por las fotos! Perdonen mi atrevimiento, pero no podía callar, solo les comparto para que en esta responsabilidad de evangelizar podamos cada día lo mejor brindar y así esos corazones para Cristo conquistar. ¡Felices pascuas! P. Jorge Enrique Bustamante Mora Director del Departamento de Doctrina y Animación Bíblica

Mar 25 Abr 2017

Resucitaremos con ÉL

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Estamos celebrando la Pascua, el acontecimiento fundamental de nuestra fe. Nosotros somos cristianos, es decir discípulos de Jesús, porque él ha resucitado de la muerte. “Si Cristo no hubiera resucitado”, dice San Pablo, “nuestra fe sería vana”. Ser cristiano, finalmente, es creer en la muerte y resurrección de Cristo, que ha cambiado la historia de la humanidad y debe cambiar también nuestra propia vida. Podemos acercarnos al misterio de la Pascua desde varios niveles. En primer lugar, el nivel fenomenológico. La resurrección de Cristo, aunque supera la historia, es un hecho que ocurre en la historia; por eso, se puede documentar desde diversos testimonios. Ninguno ha sido testigo ocular de la resurrección; pero muchos han dado fe del sepulcro vacío, de un encuentro personal con el Resucitado, de un movimiento de fe y de la realidad de la Iglesia que exigen, a la raíz, un hecho histórico extraordinario. La resurrección no es un mito o una hermosa fábula; es un hecho que históricamente no se puede negar. Luego, el nivel de la fe. La resurrección es también un hecho misterioso, humanamente inexplicable. Exige la fe, don de Dios, para ser comprendido y aceptado. El ejemplo clásico es el de Santo Tomás, que no estaba presente cuando Jesús se apareció a los otros apóstoles y no creía que hubiera resucitado. Pero cuando pudo ver a Jesús y tocar las llagas de sus manos y de su costado, entonces aceptó que verdaderamente estaba vivo; luego, del hecho histórico pasa a la fe, reconociendo a Cristo como su Señor y su Dios. Es necesario pedir la fe para no vivir como si Dios no existiera y como si Cristo no estuviera vivo. El tercer nivel de comprensión de la Pascua es el de la identificación con Cristo. No basta saber que resucitó y no basta aceptar que él ofrece un camino de salvación. Es necesario conocer y amar a Cristo, comprometerse con alegría a seguirlo, asumir su proyecto de vida que me llevará a vivir eternamente. La fe se me ha dado para que configure mi vida con la de Cristo y luego sea luz del mundo, sal para las personas con las que comparto, levadura para la sociedad humana. Vivir la Pascua significa encontrar un sentido para la propia vida, tener una meta en la existencia, caminar en la certeza de que resucitaré con él. La resurrección es la gran novedad del Cristianismo. Otras cosas las dicen, más o menos, las demás religiones y los demás libros sagrados; pero la resurrección de la muerte para vivir la vida eterna con Dios es una verdad que solamente Cristo nos ha revelado y nos ha prometido también a nosotros. Es en este nivel donde la Resurrección nos consuela y hace auténtica y feliz nuestra vida. Nuestra esperanza es ésta: Cristo ha resucitado para que nosotros también resucitemos. Así, la fe en la resurrección se vuelve un proceso que comienza ya y nos mantiene el espíritu joven en la conquista de la verdad, de la libertad y del bien. Cristo resucitado es fuente de gozo y de fortaleza, nos da una mirada llena de confianza sobre nuestra vida y sobre el mundo en el que vivimos; es decir, nos hace ver la realidad que nos rodea, no con nuestros ojos, sino con los ojos de Dios. A quien asume la vida en Cristo, a pesar de los sufrimientos y pruebas, no le faltan nunca la paz y la alegría. Qué importante que, en el momento actual cuando hay desorientación sobre las metas y eclipse de valores, cuando se necesitan más que nunca certezas absolutas y horizontes que resistan el paso del tiempo, nosotros seamos capaces de mostrar con nuestra vida y nuestro testimonio que la vida verdadera ya ha comenzado y se encuentra sólo en Cristo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 21 Abr 2017

“Creyeron en Él por las palabras de la mujer”

Por: Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo - “Los discípulos estaban reunidos” - El evangelio de este segundo domingo de pascua comienza con una sentencia real y coherente con lo que le ha sucedido a su Maestro, dice la Palabra: “Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. ¿Para qué se reunieron los discípulos? No es difícil intuir la razón de su reunión. Ellos están llenos de miedo, quieren huir antes que ser condenados también a la muerte. Quizás estaban pensando volver a los oficios de antes. Lo cierto es que tenían miedo y no era para menos. El miedo es aterrador, el miedo encierra, el miedo perturba el ánimo, el miedo genera pánico, el miedo hace que los problemas se vean más grandes de lo normal. El miedo no es buen consejero. El miedo enferma el alma, el espíritu y hasta el cuerpo. El miedo no deja pensar, no deja espacio para la oración (escasamente se reza). El miedo genera relaciones tormentosas y crea desconfianza. En fin, sentir miedo no es conveniente… Lo peor que nos puede pasar es que nuestras relaciones estén basadas en el miedo. ¡Cuidado con el miedo¡. El miedo frustra, deprime, genera resentimiento, odio, deseos de venganza y hasta nos puede llevar a la muerte. El miedo es una amenaza. Popularmente decimos: “al miedo nadie le ha puesto calzones”. El miedo nos impulsa a la ambición, cuando le tenemos miedo al futuro, desconfiamos de todo, de todos y hasta de Dios. Jesús continuamente dice: ¡No tengan miedo¡, y en el evangelio de hoy Jesús, resucitado repite tres veces: “La paz esté con ustedes”. En otras palabras le está diciendo a sus discípulos y a nosotros hoy: ¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo¡ Hermanos, si somos imagen y semejanza de Dios ¿por qué nos tenemos miedo? Si Dios habita en mí, porque vivo con miedo? Jesucristo ha resucitado, resucitemos con Él, dejemos atrás el miedo. El único que nos puede dar la paz verdadera es Jesucristo resucitado, abramos nuestros corazones a Él. Sin apertura al resucitado no habrá paz en nuestras familias, comunidades e instituciones. Escuchemos el mensaje de la Palabra: “Jesús les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor”. Necesitamos ver al Señor. Él se hace presente en la Palabra, en los sacramentos, en los hermanos, en las circunstancias de cada día. Hermanos, Jesús resucitado está presente en el sacramento de la reconciliación, en este sacramento, a través del sacerdote el Señor nos dice: “Reciban el Espíritu Santo”. Cuando el sacerdote nos dice: “Te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre…”, nos está liberando de la esclavitud del pecado, nos está regalando el don de la gracia, nos está dando el don de la Vida Eterna…, nos está resucitando con Cristo, nos restablece la amistad con el resucitado. Todos los días y de una manera especial, la iglesia nos invita a que nos reunamos como discípulos, no por miedo, no; la iglesia nos convoca para que nos reunamos en la Eucaristía, para celebrar el triunfo de la vida sobre la muerte. En la Eucaristía conmemoramos la muerte y resurrección del Señor. Por eso decimos: “Anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”. Pongámosle atención al mensaje de la primera lectura (Hech 2,42-47): “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Hermanos, por favor, no nos cansemos de encontrarnos con fe para celebrar la fe, para profundizar la fe, seamos fieles a la reunión semanal (ningún domingo sin misa). Nos reunimos para crecer en la fe, para dar gloria y alabanza al Señor, nos reunimos para acrecentar nuestra unidad. Si de verdad creemos y queremos tener vida en Jesús, tengamos en cuenta: Nuestras reuniones no son como las de un club de amigos. Nuestros encuentros deben estar inspirados por el resucitado, son para recibir la fuerza del resucitado, para recibir su paz (la paz esté con ustedes). Los cristianos nos reunimos con la fuerza del Espíritu Santo para alegrarnos, para meter nuestra mano en el costado de Jesús resucitado, para meter nuestros dedos en los agujeros de sus manos y para gritar desde lo profundo del alma: “Tú eres mi Señor y mi Dios”. De cada reunión nuestra y sobre todo de cada Eucaristía, debemos salir con más fuerza, debemos salir con el impulso del Espíritu Santo a gritarle al mundo: “Jesucristo ha resucitado , yo lo he experimentado”. De cada Eucaristía debemos salir plenos de alegría y con el deseo inmenso de gritarle a los demás: “!Jesús es mi Señor¡ Nuestras asambleas se deben distinguir porque son reuniones de creyentes que se encuentran por la fe en Cristo, porque son asambleas abiertas y dinámicas, nuestra fe no puede ser un gueto. En la fe nos reunimos, mis hermanos, para crecer en fraternidad y en el espíritu de servicio; nos reunimos en el nombre del Señor, para continuar su obra: pasar por el mundo haciendo el bien… Como creyentes nos encontramos para celebrar la fe y para ayudarnos mutuamente a asumir los sufrimientos de cada día. Nos reunimos, en especial cada domingo, para celebrar nuestra fe y el encuentro con el resucitado. No se nos olvide: “Somos una comunidad sacramental, no un club de amigos”. Finalmente entendamos una cosa fundamental: Toda reunión de los cristianos es para celebrar la salvación que Cristo nos ha traído. Nuestra salvación y la salvación de nuestros hermanos debe ser por último nuestra única y real preocupación. Para iluminar esta realidad meditemos el siguiente poema antiguo: “La ciencia más acabada es que el hombre bien acabe, pues al fin de la jornada aquél que se salva sabe, y el que no, no sabe nada”. (Anónimo) + Omar de Jesús Mejía Giraldo Obispo de Florencia

Lun 17 Abr 2017

La procesión – delito

Por : P. Raúl Ortiz Toro - Son las 5 de la mañana del domingo y como joven sacristán voy a tocar las campanas del templo parroquial. En el silencio del amanecer, las campanas retumban y la gente agradece: el que va a misa de 6 y el que tiene que madrugar a sus oficios; el que no le interesa, da media vuelta y sigue durmiendo. Pero no es 2017. Eran los noventa, cuando las manifestaciones de fe católica no fastidiaban a nadie o si lo hacían la gente no denigraba ni salía a señalar de delincuentes a los católicos. No voy a caer en la trampa de considerar que todo tiempo pasado fue mejor. No; pues cada tiempo tiene sus buenas cosas y sus peores. Tampoco caeré en la respuesta facilista de decir que como la mayoría de días festivos son religiosos entonces los indiferentes y ateos tienen que ir a trabajar esos días para que no se incomoden con nuestras procesiones (si bien es cierto que seré uno de los primeros en firmar para que se quiten los festivos religiosos que pasaron a los lunes por la Ley Emiliani (1983) porque esas fiestas religiosas pasaron al domingo (como el Corpus Christi y la Ascensión) y se dejen únicamente los festivos que quedan en fecha fija: Jueves y Viernes Santo, 8 de diciembre, 25 de diciembre, más los de carácter civil). Cerrado el paréntesis, vamos a ver como conciliamos esto. El pasado Viernes Santo una parroquia en Bogotá salió – como todas las parroquias del mundo entero – a manifestar su fe en las calles a través de la meditación del Viacrucis. No es proselitismo, no es algarabía, no es un desorden, sino una manifestación pública de una convicción religiosa. Un ciudadano se llenó de impaciencia y salió a gritar a los que participaban del viacrucis que él tenía derecho a dormir; que estaban cometiendo un delito porque Colombia es un país laico; entre otras cosas dijo: “¡Atrevidos! ¡Esto está prohibido! ¡Lo que ustedes están haciendo es un delito!” El hecho pasó entre anecdótico e irrelevante en las redes sociales y noticieros pero detrás de todo esto se esconde la visión de Estado laicista que es diametralmente opuesto al concepto de Laicidad del Estado. El Estado laicista reduce las manifestaciones religiosas al ámbito de la subjetividad de los individuos y las confina a los templos; por el contrario, la laicidad del Estado debe responder con la no confesionalidad (que no es supresión sino independencia de poderes) y, consecuentemente, con la regulación de estas manifestaciones (porque entonces habría que prohibir las marchas de todo tipo, las celebraciones de victoria en los partidos, etc.). Por ello, los párrocos deben acercarse al menos un mes antes a la secretaría de gobierno de las alcaldías locales y/o municipales y gestionar el permiso para la manifestación; ello conlleva un aviso a las autoridades de tránsito y a las oficinas de gestión de riesgo y atención de eventualidades (como la Defensa Civil o la Cruz Roja). Sé que puede parecer engorroso pero si hacemos este proceso vamos a evitarnos dolores de cabeza. Ya en muchos templos no suenan las campanas porque han presentado quejas y las han ganado; las procesiones no son diarias –como podría serlo el toque de campanas- y estoy seguro que una buena gestión logrará que no nos tilden de delincuentes por manifestar nuestra fe. Y al ciudadano que se manifestó impacientemente le deseo que ojalá esta experiencia le sirva para entrenarse en la paciencia y la tolerancia ante la diversidad de cultos que siempre sirve en el camino de la vida, en el ámbito familiar, laboral y social. P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com

Jue 6 Abr 2017

Una mirada pastoral al día mundial de la salud

Por: Ismael José González Guzmán, PhD (c): Desde que se instauró la Organización Mundial de la Salud el 7 de abril de 1948, se propuso en su primera asamblea que se escogiese un día para celebrar a nivel mundial la salud. Por tal razón a partir de 1950, cada 7 de abril se celebra el día mundial de la salud. Esta celebración debe animarnos como Iglesia, a continuar la dispendiosa tarea de humanizar el mundo de la salud a la luz de los valores del evangelio. Para ello, la Iglesia cuenta con la pastoral de la salud quien brinda una respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor (Documento de Aparecida, 418). En la actualidad no es un misterio la situación que atraviesa el sector salud en Colombia. Situación donde convergen intereses políticos, económicos y culturales que precariamente promueven la dignidad humana, la vida y la esperanza para tantas personas, que por la naturaleza humana experimentan la enfermedad. Por consiguiente, urge al interior de la Iglesia seguir avivando la formación teológica-pastoral con énfasis en la salud, de todo el pueblo santo de Dios y en particular de los agentes de pastoral de la salud, para que respondan fielmente a las tres dimensiones de esta pastoral [solidaria, comunitaria y político-institucional] y sean verdaderos discípulos de Jesucristo y su Iglesia en el contexto sanitario. Para lograr esto último, es indispensable que los Obispos continúen con fervor su misión de rodear a los enfermos con una caridad paterna (Christus Dominus, 13) y desde sus realidades pastorales, promuevan constantemente espacios formativos para los presbíteros, diáconos, religiosos y laicos que intervienen en el acompañamiento de la pastoral de la salud, suscitando con ello, la incidencia transformadora que favorezca la construcción de un sistema de salud más digno, humano e incluyente en Colombia. Como cristianos al servicio de la salud, no podemos caer en el relativismo de un acompañamiento exprés [a las carreras], el cual impide fomentar la cultura de encuentro, no solo con ese que experimenta el dolor y los quebrantos físicos producto de la enfermedad, sino también, con su familia y el personal sanitario, que observando muchas veces como somos imagen viva del Señor por la forma como nos donamos a ese que sufre, encuentran un motivo para acercarse más a la Iglesia. En ese sentido, un acompañamiento pastoral en el mundo de la salud, debe privilegiar el diálogo como forma de encuentro con el otro que es un don, tal como lo propone el Señor a través de los evangelios (Cfr. Lc 10, 25-37 [el buen samaritano]; Jn 10, 11 [el buen Pastor]), donde nos enseña que la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad (Documento de Aparecida, 360). También hay que tener presente que la vocación cristiana de servicio en la salud, es determinante para un buen acompañamiento, puesto que no todos son llamados a servir en ese contexto particular. Por tal motivo, no quiero terminar sin antes exaltar la maravillosa opción de vida de algunas realidades particulares en la Iglesia Católica, que lo dan todo desde sus carismas por los enfermos, por la promoción de la dignidad humana y la defensa de la vida. A ellos y todos los que luchan por esta causa, les animo a que no desfallezcan en su misión, porque en los enfermos también hay un lugar teológico privilegiado por el Señor (Cfr. Mt 11, 2-6; Mc 3, 1-6; Lc 4, 38-40; Jn 11, 1-4), que merece todo cuidado, dignidad y caridad. Que el Dios de la vida, del amor y todo consuelo les bendiga, les provea el ciento por uno (Mt 19, 29) y les conceda más vocaciones para que sigan humanizando la salud y defendiendo la vida según las enseñanzas del evangelio. ¡Salud! Feliz día. Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co Twitter: @ismagonzalez

Lun 3 Abr 2017

“Demos el primer paso”

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Del 9 al 16 de abril celebraremos la Semana Santa, la que hace santas todas las semanas del ciclo anual, centrándolas en la Cena Dominical, en la celebración eucarística de la resurrección del Señor. “Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo”: es el eco de los primitivos himnos cristianos, recogido por Pablo en su carta a los Efesios (5,14). La Pascua Anual 2017 se enmarca en una coyuntura universal de incertidumbre y desaliento, en una sensación de retroceso y de miedo al futuro, de pesimismo y sumatoria de hechos negativos. También Colombia se ve envuelta en la misma atmósfera, más pesada aún por la grave polarización partidista y el afán de hacer irrelevante el proceso de paz, de generar crisis de gobernabilidad y de atajar al pueblo, a esa ingente mayoría que exige cambios urgentes y transformaciones inaplazables. El miedo al futuro se une, en nuestro país, con el pánico a la verdad, con la incapacidad de afrontar el pasado violento, rompiendo el círculo entre acumulación de la riqueza, violencia y corrupción, hegemonía y engaño. Sobre el horizonte, agitado por los coletazos de una historia que se resiste a la revisión y cambio, Colombia vive el anuncio de la ya próxima visita del Papa Francisco al País, hecho el pasado 10 de marzo, bajo el lema “Demos el primer paso”, prevista para los días del 6 al 10 de septiembre. En el anuncio, los organizadores del episcopado, en cabeza del Señor Obispo Castrense, Fabio Suescún Mutis, presentaron el afiche oficial de la visita, subrayando que “el primer paso” , ejemplarizado en el Santo Padre que camina, significa “dar el paso y comenzar a construir y soñar con la reconciliación y la paz; porque todo cambio comienza con la conversión del corazón; todo cambio necesita un momento para volver a encontrarnos, un momento para descubrirnos como Nación, como País, que se refleja en la figura precolombina colombiana”. “La visita del Papa Francisco es un momento de gracia y alegría para soñar con la posibilidad de transformar nuestro país y dar el primer paso. El Santo Padre es un misionero para la reconciliación”. “Dar el primer paso es volver a acercarnos a Jesús, volver a encontrarnos con el amor de nuestras familias, a desarmar las palabras con nuestro prójimo y tener compasión con quienes han sufrido”, subrayó Monseñor Suescún Mutis. En la tradición de la fe judía, la palabra “pascha”, “pesach”, que hoy designa la fiesta de la resurrección de Jesús, se refiere a aquella noche en que DIOS PASÓ con su ala protectora para salvar a su pueblo y conducirlo fuera de Egipto. De ahí el significado más original de “salto” (Yahveh “saltó más allá” de las casas de los israelitas, marcadas con la sangre del cordero sacrificado, perdonándolas). O también, su significado más común, “paso”, para indicar el PASO DEL MAR ROJO, de la esclavitud de Egipto, a la Alianza prometida, pero, sobre todo, el PASO DE CRISTO de la muerte de cruz a la nueva vida de la resurrección. La luz de la Vigilia Pascual ilumine nuestra noche y marque el paso, de las tinieblas del odio y del pesimismo, a la esperanza de una vida que no esté bajo el imperio de organizaciones armadas por fuera de la ley, de la amenaza constante de los violentos, sino en la construcción colectiva y constante de la convivencia y de la paz con justicia social. Que el viaje del Papa Francisco a Colombia, en esa tradicional Semana por la Paz, sea también para nuestra sociedad colombiana, parodiando el título del español Eduardo Punset, un “viaje al optimismo” de una paz posible, a las claves de nuestro futuro. Con el Papa Francisco, dispongámonos como Nación entera a DAR EL PRIMER PASO. La Semana Santa 2017 congregue a las mayorías de Colombia en la oración y celebración, en la reflexión y el silencio interior, en la unidad familiar y de vecinos, para que Jesucristo sea Palabra y Sacramento, Cuerpo Eclesial y Humanidad abierta al Don de Dios, imagen viva e imagen representativa del dolor que se transforma en victoria, de la muerte que se vuelve mero PASO a la Eternidad con Dios. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo de Cali

Mié 29 Mar 2017

Los migrantes, un rostro humano que nos desafía

Por: Mons. Nel Beltrán Santamaría - Estamos en un año particular, marcado por las negociaciones gobierno–guerrilla y el comienzo del proceso electoral. En este contexto no hay que dejar morir en la conciencia nacional la imprescindible responsabilidad que tenemos con los migrantes. Por ellos y por nuestra propia dignidad. Los migrantes son una voz que toca la conciencia humana. Son retratos distorsionados de poblaciones que vivieron mejor. Al mismo tiempo, son rostros de la esperanza que no muere y no defrauda; y se convierten en un llamado de conciencia que puede despertar lo mejor que hay en nosotros: la solidaridad; y, así, renovar nuestra humanidad y, con ello, despertar todavía más el corazón de nuestra fe cristiana: el amor a los hermanos. Los primeros cristianos asombraban: “Miren como se aman”. Amar al migrante nos devuelve la identidad histórica: “En esto conocerán que son mis discípulos, en que se aman los unos a los otros”. Al servirlos, nos convierten en sacramentos del primer mandamiento. Un migrante es una persona con igual dignidad, derechos y deberes; con la misma vocación a realizarse como persona humana e hijo de Dios. Lo dijo hermosamente el Papa: “personas humanas”. ¡Sí! Con rostros e historias personales. ¡Son personas humanas! Eso lo resume todo. Por eso a las migraciones el Papa las define como “una crisis humanitaria”. Y los migrantes de hoy “son humanos fugitivos de sus propios países o regiones”. Eso es un trauma dramático a nivel internacional o a nivel interno. Fugitivos de otros humanos. De los grupos armados o de la pobreza o el despojo o de un modelo de minería o del narcotráfico, etc. Y lo poco que era suyo pasó a otras manos. Son fugitivos que lo dejaron todo. Se puede decir que fueron “despojados”. Hijos y rostro de una demencia social, política o ideológica. Fugitivos. Una manera de ser expatriados de la dignidad de personas humanas. Perdieron la patria de la humanidad. Son el rostro de una demencia. ¿Por qué salen de sus países o de sus regiones? ¿Por qué buscan Estados Unidos o simplemente, un tugurio un poco más seguro para la vida, en los cordones de pobreza de las grandes ciudades? ¿Con tan poco tienen? ¡No! Es porque lo primero es la vida, la familia, los valores como la propia religión… Los católicos tenemos una abundante sociología, teología y espiritualidad de las migraciones. Y muchos organismos de apoyo. Pero no los suficientes. Y no pretendemos ser los únicos sensibles a este dolor humano. Pero queremos ser fieles a nuestra fe. Y esperamos escuchar el último día: “vengan benditos porque fui fugitivo y me acogieron. Entren al Reino”. Un migrante es como un hombre-síntesis del pobre del Evangelio. Abandonado en el camino. Padece todas las necesidades que nos harán benditos del Padre si ayudamos a cubrirlas: hambre, sed, desnudez, desplazamiento, soledad… Benditos nosotros los que ayudamos a encontrar respuestas institucionales desde la dignidad de la persona humana. Cuantas veces lo hagamos lo hemos hecho a Cristo mismo. Y nos dirán: entren al Reino. Pero no solo nosotros. Sino también con ellos. Un paso clave en el servicio a los migrantes es tratar de mejorar la calidad de la acogida y ayudar a recuperar la dignidad oscurecida. Crear unas condiciones nuevas que favorezcan salir de las condiciones en las que llegan. Y ayudar a despertar una conciencia de humanidad y de derechos “humanos” que multipliquen la solidaridad social y despierten la sensibilidad de los gobiernos. Y es urgente comprender y difundir que las migraciones son más que solo un problema de carencias. Es un sistema de despojo asumido con pasividad política y social, convertido en cultura, en leyes y en modelos de urbanismos marginales. Fenómenos que no tocan la macro-economía o la política. Y a veces justificados en razones supuestamente religiosas. Son judíos, musulmanes, o cristianos. A veces, entre las propias religiones. Es una crisis cultural e institucional; local y mundial. Son males transversales en el mundo. En el democrático y en el dictatorial. Es la cultura de la exclusión, de la desigualdad, de las fronteras cerradas, de la reacción insegura frente al extranjero o diferente, como si ser migrante fuera una manera inferior de ser humano. ¡Así provengan del pueblo vecino! Gracias a las personas que acogen, a las que no dejan pasar desapercibidos a tantos humanos, a las que se organizan y trabajan para tratar de responder. “Benditos porque tuve hambre y me dieron de comer. Porque fui forastero y me acogieron”. DESTACADO: “Un migrante es como un hombre-síntesis del pobre del Evangelio” + Nel Beltrán Santamaría Obispo emérito de Sincelejo Fuente: Revista Vida Nueva