Mar 5 Sep 2017
Francisco, un profeta en un tiempo de crisis
Por Monseñor Juan Carlos Ramírez Rojas: En la liturgia de la Palabra del domingo XXII del tiempo ordinario, se proclamó el texto del profeta Jeremías 20,7: “¡Me sedujiste Señor, yme dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste”.
El ministerio del citado profeta, se desarrolla en tiempos de crisis, su llamado a ser mensajero de Dios, acontece en el tiempo del reinado de Josías, rey reconocido por su dedicación a la reforma y restauración religiosa del pueblo. Al morir el rey, el pueblo se ve abocado a una época de inestabilidad que finalizará con la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén y que irá acompañada de la deportación de parte de la población a Babilonia en tiempos del rey Sedecías. El profeta seducido por el amor de Dios, no rechaza la misión de anunciar la paz y exhortar al pueblo a volver a Dios.
Indudablemente que las circunstancias de lugar y el contexto histórico del ministerio profético de Jeremías, difieren del ministerio del Papa Francisco y cualquier intento de comparación exige prudencia. Sin embargo, es innegable que los acercan dos aspectos que motivan la reflexión: Los dos, se dejaron seducir por el Señor y a los dos les correspondió clamar por la verdad, la libertad y los derechos de los pueblos en tiempos de crisis.
El país se ha preparado para recibir al Pastor de la Diócesis de Roma y de la Iglesia universal; en él, contemplamos el principio y fundamento de la unidad y comunión de la Iglesia. Es él, quien desvela una crisis mundial con su magisterio, exhortando a enfrentar una nueva realidad marcada por momentos agudos de inestabilidad, que no deben ser analizados solamente desde perspectivas sociológicas, sino que requieren un “discernimiento evangélico” (EG 50).
Esta crisis, que en nuestro caso –Colombia- tiene pluralidad de matices y está enmarcada en una geopolítica, hace pensar que el mensaje profético de Francisco, en su visita apostólica, marcará el sendero del “discernimiento evangélico y exhortará a una siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos” (EG 51). La crisis mundial que tiene réplicas en el país y que se encuentra con las estructuras del conflicto interno, se ve materializada en desempleo, en un sistema educativo que forma consumidores de trabajo y no creativos empresarios; en un sistema económico excluyente e inequitativo cuyo fruto es la “cultura del descarte” (EG 53); una ausencia creciente del Estado en las regiones, una crisis que ha dejado destrucción, dolor y sufrimiento en miles de víctimas presentes en las regiones del país; hay hambre, desnutrición fruto de la politización del sistema de salud, hay una “profunda crisis antropológica que niega la primacía del ser humano, una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano (EG 55).
El país vive un momento álgido de polarización, hay un profundo deseo de paz y reconciliación generalizado, pero se perciben narrativas contrarias frente a los métodos adoptados para encontrar acuerdos de convivencia pacífica. “A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales” (EG 56), y que el humo del conflicto escondía las profundas raíces que el fenómeno de la corrupción tiene en la institucionalidad del Estado y que en lugar de disminuir parece que van en aumento un día detrás de otro. Por si todo ello no fuese suficiente, hay un problema de dimensiones globales difícilmente medible, como son todos los aspectos que se relacionan con el ecosistema: calentamiento global, lluvia ácida, desforestación, pérdida de biodiversidad, la minería legal e ilegal, la ausencia de una ética ecológica (LS 13).
El país tiene sed de reconciliación, perdón y paz. Sed que debe saciarse con el diálogo político honesto sin excluir un diálogo pastoral; con una promoción humana integral, de manera especial para los pobres y oprimidos; con un sistema judicial no politizado y con una política no judicializada. Vivimos en un país que necesita un mensaje de esperanza. Un mensaje que por otro lado se encuentra en la Palabra de Dios. Un mensaje que está a nuestro alcance y que tenemos el inmenso privilegio de poder ver, escuchar y compartir en la persona del Papa Francisco, que se ha dejado seducir por el Señor y sabe que “la alegría del evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1).
Seamos claros, el mensaje que el Papa Francisco viene a transmitir de parte del Señor, no es ni fácil ni accidental. Se trata de un mensaje que nos va a confrontar y que para algunos puede ser incomodo e incluso, impopular. Como Jeremías, nos hará memoria de las raíces de los diversos conflictos que vivimos, tal vez tendremos que reconocer que hemos obrado mal, que en la búsqueda de falsas libertades nos hemos alejado de Dios; que hemos desvirtuado la grandeza de ser hermanos y puede suceder que el Papa, como dice el Señor, tiene que dirigirse a un pueblo que “tiene ojos y no ve, tiene oídos y no oye” Jr 5,21.
Pero Francisco ha decido salir a nuestro encuentro, seducido por el amor de Dios, y a pesar que algunos se resistan a su presencia y mensaje, nos hará sentir con su testimonio de Pastor que Dios no se olvida de Colombia, que sale a nuestro encuentro porque nos ama y porque nos ama nos interpela y exhorta a Dar el primer paso, para volver a Dios y celebrar nuestra fe, para que restauremos la verdadera justicia, para que renunciemos a las falsas seguridades que dan las armas, para que nos reencontremos como nación, para que seamos discípulos misioneros, artesanos de la paz; para “vernos y tratarnos como hermanos” y juntos construir algo nuevo en bien de todos los colombianos.
¡Bienvenido a Colombia, Papa Francisco!
Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas
Ecónomo-Director Financiero CEC