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Sacerdote, Eucaristía, Iglesia
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Por P. José Antonio Díaz - “Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han «concentrado» y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa «contemporaneidad». Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el corazón a la esperanza (cf. Lc 24, 3.35)”.
Estas eran las palabras escritas por Juan Pablo II en su encíclica sobre la Eucaristía Ecclesia de Eucharistia, n° 59, dando testimonio del misterio que vivía cada día en la celebración eucarística. Este testimonio, tan personal y cautivante, demuestra, mucho mejor que cualquier razonamiento abstracto, el carácter esencial de la Eucaristía para la vida y la identidad del presbítero, cumbre y fuente verdadera de todo lo que éste es y hace. No entendería un sacerdote que no viviera a plenitud el misterio que celebra.
Precisamente, este ejemplo me alienta a reflexionar sobre la relación que existe entre el sacerdote y el sacramento eucarístico, memorial de la pascua del Señor, dirigiéndome como hermano a mis hermanos presbíteros, pero también, para que los fieles en general conozcan la relación profunda, la verdadera espiritualidad, que debe existir entre el sacerdote, la Eucaristía y la Iglesia.
Particularmente, a mis hermanos sacerdotes, los invito a reflexionar sobre el mayor don colocado en nuestras manos y sobre las razones que hacen de la Eucaristía el acontecimiento que da sentido, fuerza y belleza a cada uno de nuestros días. Pensar en el momento sublime en el que celebraremos, junto al pueblo de Dios, o incluso, solos, el Santo Sacrificio.
Me permito comenzar con la pregunta que me han planteado muchas veces algunas personas: ¿por qué celebrar la Eucaristía cada día? ¿No será suficiente con el encuentro dominical en el que está reunida toda la comunidad cristiana? ¿Y por qué celebrar la Eucaristía estando solo o ante dos personas? ¿No se vacía así del sentido comunitario que tiene la celebración?
Se podría responder a estas preguntas sólo con argumentos teológicos, pero quiero hacerlo también bajo la luz de la vivencia espiritual contenida en las palabras del Papa Polaco, y citadas al comienzo de este escrito, pues son un testimonio profundo y convincente. Las preguntas mencionadas no se podrían responder sin plantearse otras igualmente importantes: ¿por qué somos sacerdotes? ¿Quién nos ha llamado para dar nuestra vida por el servicio de la reconciliación, la Eucaristía y la caridad? Solo hay una respuesta posible: Jesús. Somos sacerdotes porque así lo ha querido Él, porque para ello nos ha llamado y nos ha amado, y aún sigue queriéndonos y amándonos por ello, Él que es siempre fiel en el amor.
Decimos, entonces, el sentido de nuestra vida, la razón verdadera de nuestra vocación sacerdotal, no está en algo, aunque fuera lo más hermoso del mundo, sino en Alguien. Es decir, ese Alguien es Cristo el Señor. Somos sacerdotes porque un día Él nos llamó desde nuestra realidad histórica. Cada uno sabe cómo: en la palabra de un testigo, en el ejemplo de alguna persona, en un gesto de caridad que nos ha tocado el corazón, en el silencio de un camino de escucha y oración, tal vez en el dolor de una vida que de repente nos pareció desperdiciada sin Él.
A la correspondiente invitación a seguirle le dijimos que sí. En realidad, no hubiéramos podido ser sacerdotes, y serlo, a pesar de todo, en la fidelidad, si no hubiéramos recibido de Él una invitación. Es precisamente este amor el que nos ha inspirado a todas las obras que hemos hecho por los demás: desde la acogida hasta la escucha perseverante y paciente de los demás y el esfuerzo transmitirles el sentido y la belleza de la vida vivida por Dios y su Evangelio, hasta las obras de caridad y el compromiso de trabajar por la justicia, compartiendo en especial la realidad del pobre y tratando de ser la voz de quien no tiene voz. Un sacerdote no lo es por sí mismo, ni por capricho, ni persiguiendo un interés personal, es sacerdote porque Jesús lo ha llamado para esa vocación. No podemos olvidar que nuestro sacerdocio está para el servicio de la comunidad de los creyentes, es decir, la Iglesia; tenemos la función de servir en el nombre de Cristo al Pueblo de Dios. Por eso, un sacerdote no podría ejercer la misión para la que ha sido llamado por Jesús, si niega la comunión con la Iglesia.
Todo este testimonio me ayuda a explicar la razón por la que considero necesario celebrar cada día la Eucaristía: aquí no se trata de un precepto, sino de una real necesidad, no sólo emotiva sino profunda e ineludible. Se trata de la necesidad urgente que debe tener todo sacerdote de colmar su vida cada día con la de Jesús. ¿Dónde podríamos encontrarlo sino allí en donde Él nos ha prometido y garantizado el don de Su presencia? «Éste es mi cuerpo, éste es el cáliz de la nueva y eterna alianza, derramado por vosotros y por todos para remisión de los pecados» (Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,19-20) (cf. Bruno Forte, Sacerdote y Eucaristía). Las diferentes versiones del Nuevo Testamento sobre la institución de la Eucaristía permiten suponer que la tradición de la Última Cena de Jesús con sus discípulos fue tomando forma literaria en las distintas comunidades, que, fieles al mandato del Maestro, celebraron desde el principio el memorial del Señor (cf. 1 Co 11,23-25).
Cada sacerdote hace posible, por mandato de Jesús, y en comunión con el Obispo, ese memorial. Los sacerdotes en primer lugar somos calurosamente invitados a descubrir nuestra identidad sacerdotal, que se vive, especialmente, en la celebración de la Eucaristía. Por eso, la importancia de la relación sacramental que debe existir entre el presbítero y el Obispo, que forman el corazón palpitante de la entera comunidad diocesana. No se entendería nunca un presbítero que rompa la unidad, la armonía y la obediencia que debe existir con su Obispo. Como recordaba en un artículo anterior: del Obispo, se recibe la potestad sacramental y la autorización jerárquica para tal ministerio. La Exhortación Apostólica Post-sinodal Pastores Dabo Vobis, afirma: «En verdad no se da ministerio sacerdotal sino en la comunión con el Sumo Pontífice y con el Colegio episcopal, particularmente con el proprio Obispo, hacia los cuales debe observarse obediencia y respeto» (PDV 28).
El amor a la Iglesia, como misterio de comunión para la misión, se aprende del amor del mismo Cristo, que "amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25). Citando a Juan Pablo II, cuando afirmaba que "la santa Misa es absolutamente el centro de mi vida y de cada jornada" (Discurso del 27 de octubre de 1995, a los treinta años del Decreto Presbyterorum Ordinis), el Papa Benedicto XVI comenta: "Del mismo modo, la obediencia a Cristo, que corrige la desobediencia de Adán, se concretiza en la obediencia eclesial, que para el sacerdote es, en la práctica cotidiana, en primer lugar, su propio Obispo" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo).
La celebración eucarística nos une a Cristo, dejándonos transformar por él, también en su obediencia a los designios del Padre. Por esto, nuestra obediencia "personifica a Cristo obediente" (Benedicto XVI, Discurso 13 mayo) (cf. Tema para la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes: 3 junio 2005); siendo desobedientes atentamos contra esta unidad querida por el Señor.
No se puede olvidar, que la comunión de los sacerdotes con el Obispo redunda en bien de la gente, de los fieles. De unas buenas relaciones los mayores beneficiarios son los fieles, las comunidades. En cualquier circunstancia, pensemos en el bien de la gente. Si uno de nosotros decide romper con esta comunión, rompe con Cristo y con la Iglesia.
Para terminar, permítanme formular una última pregunta: ¿Es válida la Eucaristía de un sacerdote que está suspendido o en desobediencia? La situación de un sacerdote suspendido presenta un serio problema teológico - sacramental: Por una parte, la Iglesia le prohíbe el ejercicio del sagrado ministerio; por otra el sacramento del Orden imprime carácter; por consiguiente, quien lo recibió seguirá siendo siempre sacerdote. ¿Se lesiona de alguna manera la coherencia y comunión de la Iglesia?
No olvidemos que la función estrictamente sacerdotal es la celebración de la Eucaristía. Todo sacerdote y solamente el sacerdote es ministro de la Eucaristía. Juan Pablo II recuerda: "Debéis celebrar la Eucaristía que es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes, ante todo, para celebrar y actualizar el sacerdocio de Cristo..." "La Eucaristía se convierte así en el misterio, que debe plasmar interiormente vuestra existencia". (Ordenación sacerdotal de Valencia – España 8 noviembre 1982).
Pero volvamos a la pregunta anterior, ¿la Eucaristía celebrada por un sacerdote suspendido o desobediente es válida? La comunión ¿es un sacramento real? Sobre el tema de la validez de la Eucaristía la Iglesia ya ha dado criterios bastante claros. Una Eucaristía es “válida” si en ella realmente sucede la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo. Por tanto, la consagración realmente sucede si y sólo el sacerdote que preside tiene intención de hacer lo que hace la Iglesia con este sacramento. Esto quiere decir, que la validez simplemente significa que Cristo se hace realmente presente por ministerio del sacerdote.
Según la enseñanza anterior, una misa puede ser plenamente válida en circunstancias dignas o indignas. En alguna parte leía: como Cristo en su Pasión, así también Cristo en la Eucaristía está literalmente “en nuestras manos” para ser honrado y adorado, como Él realmente merece, o para ser ofendido y calumniado, como a veces sucede, o como cuando un sacerdote está en estado permanente, sin ningún tipo de contrición, en desobediencia. Por eso, en un clima de oración y penitencia, se tiene que decir: nadie está obligado a asistir, es más, no se debería asistir a una celebración eucarística que, aunque sea válida con un sacerdote suspendido o desobediente, pues termina por volverse en un espectáculo que ofende a Nuestro Señor.
“Buen pastor, pan verdadero, oh Jesús, ten piedad de nosotros:
aliméntanos y defiéndenos, condúcenos a los bienes eternos en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo sabes y puedes, que nos alimentas en la tierra,
guía a tus hermanos al banquete del cielo
en el gozo de tus santos. Amén”»
(Ecclesia de Eucharistia, n° 62).
P. José Antonio Díaz Hernández
Canciller Diócesis de Santa Marta



Pascua y año litúrgico
Lun 7 Abr 2025

Proteger y defender la familia
Jue 27 Mar 2025


Mar 11 Mar 2025
De mínimos humanitarios a máximos en humanidad: Evangelio en operatividad
Por Pbro. Mauricio Rey Sepúlveda - En el devenir histórico del mundo, la humanidad ha transitado entre la supervivencia y la aspiración a una existencia plena. En este recorrido vital, la ética y el derecho han desempeñado un papel central en la configuración de las condiciones mínimas de dignidad que deben ser garantizadas a todas las personas humanas, especialmente en contextos de crisis y vulnerabilidad. Sin embargo, el horizonte del desarrollo humano no puede reducirse a la mera subsistencia; existe un llamado ético y teológico que nos interpela a trascender la respuesta inmediata y caritativa para construir una sociedad basada en el ejercicio de la justicia estructural y la solidaridad radical.Este llamado no es ajeno a la doctrina cristiana, la cual ha puesto en el centro de su contenido la primacía de la persona y su dignidad inherente e inviolable. En palabras del profeta Isaías:“Aprended a hacer el bien; buscad la justicia, socorred al oprimido; defended al huérfano, abogad por la viuda” (Isaías 1,17).Desde esta perspectiva, podemos identificar dos niveles de responsabilidad ética y social: los Mínimos Humanitarios, que constituyen el umbral innegociable de dignidad de toda persona humana en situaciones de emergencia, y los Máximos en Humanidad, que representan la plenitud del compromiso cristiano con la transformación del mundo. En este contexto buscamos analizar ambos niveles, integrando la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y el pensamiento social cristiano, con el fin de proponer una evangelización que no solo predique la fe, sino que la haga, con el ejercicio existencial, praxis de vida en la esfera social y política.1. Mínimos Humanitarios: La Ética de la Emergencia y la Supervivencia1.1 Fundamentos Ético-Jurídicos de los Mínimos HumanitariosEl concepto de mínimos humanitarios surge del derecho internacional humanitario y de la doctrina de los derechos humanos. Se trata de un conjunto de principios que garantizan la protección de la vida y la dignidad de las personas en situaciones de guerra, desastres naturales, crisis humanitarias y pobreza extrema.Estos principios se articulan en torno a cuatro ejes fundamentales:• Protección de la vida y la integridad personal ante cualquier tipo de amenaza o violencia.• Acceso a los bienes esenciales para la supervivencia, como agua potable, alimentos, salud y refugio.• No discriminación en la asistencia humanitaria, garantizando la atención sin distinción de raza, religión, género o condición social.• Neutralidad e imparcialidad en la ayuda, evitando su uso con fines políticos o estratégicos.Desde la perspectiva cristiana, estos mínimos no son solo exigencias jurídicas o humanitarias, sino una manifestación concreta de la misericordia de Dios en la historia, a favor de toda y cada persona humana. La enseñanza de Jesús es clara en este sentido“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis” (Mateo 25, 35).Garantizar estos mínimos es un imperativo moral ineludible. No obstante, la verdadera transformación social no puede reducirse a la contención de la emergencia pasajera o temporal. Es aquí donde la reflexión sobre los máximos en humanidad cobra relevancia en nuestro quehacer social.2. Máximos en Humanidad: Hacia una Civilización del Amor y la Justicia Social2.1 Más Allá de la Asistencia: La Promoción de una Sociedad Justa y SolidariaSi los mínimos humanitarios nos permiten garantizar la supervivencia, los máximos en humanidad nos invitan a repensar el sentido de la existencia humana en clave de justicia, fraternidad, solidaridad y desarrollo integral de la persona humana. Se trata de una propuesta que no solo responde a la urgencia inmediata, sino que busca transformar las estructuras sociales que generan exclusión y desigualdad.En este sentido, los máximos en humanidad incluyen:• Una economía basada en la solidaridad y la equidad social: No basta con paliar la pobreza, es necesario erradicar sus causas estructurales.• El acceso universal a la educación y la cultura: La ignorancia y la falta de oportunidades perpetúan la marginalidad.• El trabajo digno y con sentido: El empleo debe ser fuente de realización personal y contribución al bien común.• El fortalecimiento del tejido social y comunitario: La construcción de paz requiere comunidades organizadas y participativas.• La custodia de la Casa Común: El desarrollo humano no puede desligarse del respeto por el medio ambiente y la sostenibilidad ambiental.Estos elementos encuentran su fundamento en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente en la encíclica Fratelli Tutti, donde el Papa Francisco señala:“La caridad política es también la expresión de un amor social, capaz de construir fraternidad y justicia” (Fratelli Tutti, 180).Los máximos en humanidad no son una utopía inalcanzable, sino la encarnación y manifestación concreta del Reino de Dios en la historia humana.2.2 Evangelizar la Sociedad: Una Tarea Urgente e InaplazableEl mandato evangélico no se limita a la conversión individual; implica también la transformación de las estructuras sociales injustas. En este sentido, la evangelización de lo social debe ser asumida como una tarea ineludible de la Iglesia en medio de las realidades humanas.Para ello, se requiere:1. Una educación en la doctrina social cristiana, que forme ciudadanos comprometidos con la justicia y el bien común.2. El fomento de políticas públicas basadas en los principios de solidaridad y subsidiariedad bien comprendida y asumida.3. La creación de modelos económicos alternativos, que privilegien la cooperación sobre la competencia desmedida (economía social y sólida).4. Una Iglesia en salida, cercana a los excluidos y comprometida con su causa.La evangelización no puede quedar reducida exclusivamente a los templos; debe hacerse presente en los espacios de decisión política, en la economía, en la educación y en la cultura. Como señala la carta de Santiago: “La fe sin obras está muerta” (Santiago 2, 26).La Iglesia no puede ser neutral ante la injusticia, pues su misión es anunciar un Reino donde los pobres sean bienaventurados y los últimos sean los primeros.Amar es Comprometerse con la Justicia y la SolidaridadLos mínimos humanitarios son un deber moral irrenunciable, pero no pueden ser el punto final de nuestra responsabilidad cristiana.La verdadera evangelización no se conforma con garantizar la mera subsistencia, sino que busca transformar el mundo según los valores del Reino de Dios.El desafío que se nos presenta es claro: ¿nos quedaremos en la asistencia puntual o trabajaremos por una justicia estructural? ¿Nos conformaremos con lo mínimo o buscaremos lo máximo en humanidad?La fe auténtica no se mide tan solo por la oración, sino por su impacto en la historia. La Iglesia está llamada a ser luz y fermento en el mundo, construyendo una sociedad donde el amor, la justicia y la solidaridad no sean la excepción, sino la norma de vida.“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5, 6).Es tiempo de encarnar el Evangelio en la acción social. Porque donde hay hambre, debe haber pan y formación para cocer el mismo; donde hay injusticia, debe haber denuncia ante la vulneración y defensa de los derechos humanos; y donde hay sufrimiento, debe haber desbordamiento de la esperanza. Esta es la vocación cristiana: transformar la historia desde el amor que Dios ha puesto en cada corazón humano.Pbro. Mauricio Rey SepúlvedaDirector del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Cáritas Colombiana

Mar 25 Feb 2025
San José Gregorio Hernández
Por Hernán Alejandro Olano García - En medio de la enfermedad del papa Francisco, se ha dado a conocer el 25 de febrero de 2025 la noticia esperada por muchos, la canonización del Beato José Gregorio Hernández Cisneros, tras la audiencia concedida en el Hospital Policlínico Gemelli, donde se encuentra internado, al Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, y a Monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.Francisco aprobó los votos favorables de la Sesión Ordinaria de los Padres Cardenales y Obispos miembros del Dicasterio para las Causas de los Santos para esta canonización de este integrante de la Orden Franciscana Seglar, OFS, conocido como«el médico de los pobres», quien murió atropellado en Caracas en el año 1919. El Doctor Hernández cayó golpeándose la cabeza contra el filo de la acera, lo que ocasionó una fractura en el cráneo. Desde su fallecimiento, se ha ganado su halo de santidad tanto en Venezuela como en Colombia por su labor en pro de los más desfavorecidos y sus reivindicaciones para reclamar más atención de los gobiernos.Hernández había entrado en la Cartuja de Farneta (Lucca), pero por motivos de salud, tuvo que abandonarla a los nueve meses, regresando a Caracas. Posteriormente, comenzó a prepararse para el sacerdocio, pero, mientras estaba en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, le sobrevino una pleuresía y un principio de tuberculosis. De vuelta a sus tierras, se dedicó definitivamente a la medicina.El cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano y antiguo nuncio apostólico en Venezuela, presidió en 2021 la ceremonia de beatificación el 30 de abril en el Estadio Universitario de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, casa de estudiosen la que el doctor Hernández se graduó, fue profesor, investigador e innovador de la medicina en Venezuela. Además, se fijó el 26 de octubre, fecha del nacimiento del médico, como su día de celebración dentro de la religión católica, es decir, la inclusión de su nombre en el santoral de la Iglesia.Previamente, en 1986, San Juan Pablo IIreconoció las virtudes heroicas del venezolano y lo declaró «venerable»; luego vino el paso de la beatificación, quefue aprobada por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con decreto del papa Francisco el 19 de junio de 2020, luego de que una comisión teológica de expertos concluye que un milagro del médico venezolano salvó la vida de una niña de 10 años, gravemente herida durante un asaltoen marzo de 2017 y, ahora, el milagro para la canonización en 2025.La postuladora de la causa ha sido la abogada argentina que ahora tiene como meta llevar a los altares al sacerdote colombiano Rafael García-Herreros, fundador de la Organización Minuto de Dios y miembro de la comunidad Eudista.Hernández fue autor de trece ensayos científicos sobre diversas disciplinas, reconocidos por la Academia Nacional de la Medicina, de la cual fue uno de sus fundadores, lo cual llevó a que se expresara que: «Su faceta religiosa con todo lo encomiable que sea considerada en el plano místico, no debe opacar el inmenso aporte que realizó a la ciencia médica venezolana», como lo ha reseñado en la biografía que el maestro Antonio Cacua Prada ha preparado para la beatificación y que ya se encuentra en prensa.Para el arzobispo de Caracas, en relación con la canonización, “Su legado perdura en el corazón de quienes lo veneran y de quienes han recibido los milagros de Dios bajo su intercesión. José Gregorio Hernández es un santo para nuestro tiempo, un modelo de laico cristiano que nos invita a vivir la fe con alegría y compromiso, y a poner al servicio de los demás nuestros talentos y capacidades.”Hernán Alejandro Olano GarcíaDoctor en Derecho CanónicoMiembro de las Academias de Historia Eclesiástica de Colombia, Bogotá y Boyacá

Mié 19 Feb 2025
La Esperanza no solo en algo, sino sobre todo en Alguien
Por Pbro. Francisco León Oquendo Góez - La esperanza es la fragancia que nos acaricia en las páginas de la Sagrada Escritura, perfumando nuestras vidas con su luz indefectible. Desde el aleteo del Espíritu que colma el caos oscuro e informe de belleza viva y vida bella (Gn 1,2), hasta la riqueza hermosa y la hermosura rica de la Jerusalén celestial que esperamos (Ap 21-22), la esperanza colorea los distintos libros de la Sagrada Escritura.La esperanza es fundamentalmente esperanza en Dios. No esperamos algo, sino en Alguien y esperamos algo, porque esperamos en Alguien. Esperamos en Dios y en los dones de Dios. Esperamos en los dones prometidos y las promesas donadas por Dios. Escribió San Agustín, padre de la Iglesia: “tu esperanza sea nuestro Dios; aquel que ha hecho las cosas es mejor que las cosas; quien ha hecho las cosas bellas es más bello que cualquier cosa” (Comentario a los Salmos 39,8).La palabra “esperanza” no se halla en el Pentateuco, es decir, en los primeros cinco libros de la Biblia. Quienes realizaron la llamada versión de los LXX, es decir, la traducción del hebreo al griego, introducen la esperanza en el texto de Gn 49,10. El texto hebreo dice: “no se irá el cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece y a él la obediencia de los pueblos”. El texto griego cambia la última frase así: “él será la esperanza de los pueblos”.Esta es la primera vez que encontramos la palabra “esperanza” en el texto sagrado. Providencialmente se halla vinculada no a algo, sino a Alguien, al Mesías esperado. Desde entonces el contenido de la esperanza del pueblo de Israel será el Mesías prometido, promesa que anunciarán los profetas y que se realiza plenamente en Cristo.“La esperanza más grande es la esperanza en Dios”, escribe Filón de Alejandría (Spec. Leg I,310). La esperanza en el Antiguo Testamento está puesta en Dios, a quien Judit llama solemnemente “esperanza de los desesperados” (Jd 9,11), Jeremías confiesa “esperanza de Israel, Salvador en tiempo de angustia” (Jer 14,8), mientras Matatías proclama la certeza de los esperanzados: “todos los que esperan en él jamás sucumben” (1Mac 2,61).La esperanza fuerte genera fortaleza esperanzada, capaz de vencer cualquier tormento, en medio del sufrimiento. La esperanza da fortaleza y la fortaleza da esperanza. Ejemplo de ello es la valiente madre de los mártires Macabeos, de la cual se dice que “sufría con valor, porque tenía la esperanza puesta en el Señor” (2Mac 7,20).La esperanza se pone en Dios, porque se espera salvación y sólo Dios puede salvar: “espero en el Dios de mi salvación” (Miq 7,7). Cuando la salvación esperada será salvación realizada, se cantará con gratitud alegre y alegría grata: “en aquel día se dirá: he aquí, éste es nuestro Dios a quien hemos esperado para que nos salvara; éste es el Señor a quien hemos esperado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación” (Is 25,9).La Sagrada Escritura vincula la esperanza con la felicidad. Isaías proclama con fuerza clara y claridad fuerte la certeza del creyente: “Felices los que esperan en Dios” (Is 30,18). Esta convicción se convierte en un estribillo cantado con ritmo melodioso en el libro de los Salmos: “Señor de los ejércitos, feliz el hombre que espera en ti” (Sal 84,13 en la LXX). La esperanza genera felicidad y la felicidad es el objeto de la esperanza. Bienaventuranza feliz, felicidad dichosa, dicha alegre, alegría gozosa, gozo regocijante, regocijo inmenso es el don de la esperanza y la meta de la esperanza.Jesucristo es nuestra esperanza: en él se cumplieron las antiguas promesas de Dios y él nos ha hecho promesas nuevas que fundan nuestra esperanza. La fidelidad de Dios a las antiguas promesas fortalece la esperanza en el cumplimiento de las nuevas promesas. Cristo es “la esperanza de la gloria” (Col 1,27), él es “nuestra esperanza” (1Tim 1,1), él es la esperanza “que penetró detrás del velo” (Hb 6,19). También San Ignacio de Antioquia llamará a Cristo “nuestra esperanza” (IFil 11,2), “nuestra esperanza de resurrección en él” (ITr 1,1), “la esperanza perfecta” (IEsm 10,2).El estilo de vida cristiano se caracteriza por la espera, pues se vive “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit 2,13). Como se lee en la llamada Carta de Bernabé: “una gran fe y amor habitan en vosotros por la esperanza de vida que está en él” (Ber 1,4).El jubileo de la esperanza reavive la fuerza luminosa y la luminosidad fuerte de la esperanza, en la vida eclesial y personal. Los discípulos misioneros de Cristo, quienes pertenecen a la Iglesia sinodal misionera y misericordiosa, viven esperando a quien el Apocalipsis llama “el Viniente” (1,7-8), el mismo que cierra la Biblia reafirmando su esperanzadora promesa: “sí, vengo pronto”, a quien la Iglesia incesantemente suplica con un grito que hace eco en la eternidad: “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).María, la virgen Madre, estrella de la esperanza, que nos dio al Esperado de los tiempos, sostenga la esperanza de la Iglesia, para que sea el más grande signo de esperanza en esta hora de la historia.Pbro. Francisco León Oquendo GóezDepartamento de Catequesis y Animación BíblicaConferencia Episcopal de Colombia

Mié 19 Feb 2025
Aprobada la Cuarta Edición del Misal Romano para Colombia
Por Pbro. Jairo de Jesús Ramírez Ramírez - El 3 de abril de 1969, Jueves Santo, el papa Pablo VI promulgó mediante la constitución apostólica Missale Romanum el Misal reformado según el Concilio Vaticano II . Este libro litúrgico, fundamental para la unidad en la fe y el culto (lex orandi, lex credendi), regula y nutre la celebración eucarística. Junto con el Leccionario, es un instrumento clave para la participación activa, consciente y fructuosa de los fieles en el sacramento de la fe (SC 48-49).En Colombia, tras un año de experimentación de la versión en español de la mayoría de las oraciones de la editio typica, difundida a través de Actualidad Litúrgica , boletín formativo e informativo de la Comisión Episcopal de Liturgia, Música y Arte Sacro, fue publicada la primera edición del Misal Romano reformado luego de ser aprobada por el Episcopado Colombiano y confirmada por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el 29 de julio de 1972 (Prot. n. 922/72).Nueve años después apareció la segunda edición , enriquecida con los elementos nuevos de la Editio Typica Altera de 1975 . Esta versión fue aprobada por el Episcopado Colombiano durante la XXXIV Asamblea Plenaria desarrollada en 1978 y, posteriormente, confirmada por la Sagrada Congregación para el Culto Divino, el 28 de octubre de 1982 (Prot. n. 879/81). Esta edición introdujo mejoras significativas en la pedagogía de la celebración y en la catequesis litúrgica, facilitando una mejor comprensión y vivencia del misterio eucarístico.Tras la promulgación de la Editio Typica Tertiae, el 20 de abril de 2000 (Prot. n. 143/00/L), publicada en el año 2002 , llegó la tercera edición del Misal Romano para Colombia aprobada en la LXXVI Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano, el 6 de febrero del 2004 y confirmada por la Congregación para el Culto Divino, el 21 de marzo de 2007 (Prot. n. 940/03/L). Esta versión se enriqueció con la Instrucción General del Misal Romano, aprobada para Colombia, el 17 de agosto de 2005 (Prot. n. 1312/05/L) y con la Instrucción pastoral de los Obispos de Colombia sobre algunos aspectos importantes en la celebración eucarística .Sin embargo, con el tiempo se hizo evidente la necesidad de una nueva edición que incorporara los documentos más recientes de la Sede Apostólica y otras actualizaciones pertinentes. Para ello, por voluntad del Episcopado Colombiano en la CIII Asamblea Plenaria, el 6 de febrero del 2017, ratificada en la CXIV Asamblea Plenaria, el 9 de febrero del 2023, se tomó como base la versión oficial del Misal aprobado para España en 2015 .En lo que respecta a la Instrucción General del Misal Romano, se implementaron diversas actualizaciones en virtud del decreto Postquam Summus Pontifex (Prot. n. 394/21) . Este decreto aplica las disposiciones del Santo Padre Francisco en la Carta Apostólica Magnum Principium , que modifica el canon 838 del Código de Derecho Canónico. En este documento, el Pontífice amplía la responsabilidad de los obispos de incorporar la lengua vernácula en la liturgia y de preparar y aprobar las versiones de los libros litúrgicos.En el Ordo Missae, se agregó la nueva traducción de la fórmula sacramental de la Eucaristía, aprobada por la CIII Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano, el 6 de febrero del 2017 y, por el Santo Padre Francisco, el 12 de febrero de 2025; la nueva traducción de la Oración por la Paz (cf. Ordo Missae nn. 110, 111; 123, 124; 131, 132; 140, 141, etc); y el nombre de san José en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV, por disposición del Santo Padre Francisco.En el Propio del Tiempo, el “Jueves Santo” se incluyó el rito para la recepción de los santos óleos en cada parroquia, complementando la rúbrica n., 15 del Ordo Missae; en la Vigilia Pascual, “Liturgia Bautismal”, según la rúbrica n. 43, se enriquecieron las letanías con los nombres de santa Laura Montoya y santa María Bernarda Bütler; y se suprimieron algunos nombres de santos que no correspondían al Calendario Propio.En el Propio de los Santos, se agregaron las fórmulas para las celebraciones introducidas recientemente en el Calendario General: san Gregorio de Narek, abad y doctor de la Iglesia, el 27 de febrero; san Juan de Ávila, presbítero y doctor de la Iglesia, el 10 de mayo; san Pablo VI, papa, el 29 de mayo; santa María, Madre de la Iglesia, memoria, el lunes después de Pentecostés; santa María Magdalena, fiesta, el 22 de julio; santos Marta, María y Lázaro, memoria, el 29 de julio; santa Teresa de Calcuta, virgen, el 5 de septiembre; santa Hildegarda de Bingen, virgen y doctora de la Iglesia, el 17 de septiembre; santa Faustina Kowalska, virgen, el 5 de octubre; san Juan XXIII, papa, el 11 de octubre; san Juan Pablo II, papa, el 22 de octubre; san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el 9 de diciembre; Bienaventurada Virgen María de Loreto, el 10 de diciembre.Se incluyeron también las fórmulas para las celebraciones introducidas en el Calendario Propio, aprobado por la CXIV Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano, el 9 de febrero de 2023 y confirmado por la Santa Sede, el 9 de noviembre de 2023 (Prot. n. 190/23): santa María Bernarda Bütler, virgen, 19 de mayo y santa Laura de santa Catalina de Siena Montoya y Upegui, virgen, memoria, el 21 de octubre. Además, se corrigió la oración colecta de la celebración de la Bienaventurada Virgen María del Rosario de Chiquinquirá, patrona de Colombia, fiesta, 9 de julio, por mandato de la Santa Sede, el 26 de octubre de 2021 (Prot. n. 497/19, 3); y se corrigió la titularidad de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, fiesta, 12 de diciembre, patrona de América.Se introdujo la traducción de la expresión Beata María Virgo (Bienaventurada Virgen María), más fiel al texto latino, en lugar de Nuestra Señora. Es por ello que en esta nueva edición se encontrarán los títulos de las fiestas marianas con esa misma terminología.Se incorporó el texto bíblico para el uso litúrgico, aprobado por la XCV Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano el 11 de julio de 2013 y confirmado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 25 de marzo de 2015 (Cfr. Prot. n. 542/13/L), en las antífonas de entrada y de comunión, así como en las lecturas y los evangelios que contiene.En los apéndices se incluyó el anuncio de las fiestas móviles del año. El Misal establece como opcional que el día de la Epifanía, tras la proclamación del Evangelio, y antes de la homilía, se haga el anuncio solemne de las fiestas móviles del año.También se incluyeron quince ilustraciones gráficas, diseñadas por un artista colombiano, que reflejan la riqueza de la fauna, la flora, la agricultura y la diversidad étnica de nuestro país. Estas ilustraciones corresponden a la Cruz de la portada y dan inicio a distintas secciones relacionadas con los tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Ordinario. Además, se incluyeron ilustraciones para las Plegarias Eucarísticas, el Propio de los Santos, la Anunciación del Señor, la Natividad de san Juan Bautista, así como para los santos apóstoles Pedro y Pablo, la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, las Misas Comunes, las Misas Rituales, las Misas y Oraciones por Diversas Necesidades, las Misas Votivas y las Misas de Difuntos.Del Misal precedente se conservaron en esta nueva edición: la segunda aclamación de la fórmula sacramental de la Eucaristía; la Instrucción Pastoral de los Obispos de Colombia sobre algunos aspectos importantes en la celebración eucarística; los formularios para la oración universal o de los fieles; las oraciones de preparación para la Misa y de acción de gracias después de la Misa; y los textos del ordinario de la Misa con música.No se trata, entonces, de una reimpresión corregida, sino la cuarta edición típica oficial del Misal Romano para Colombia, cuyo uso es obligatorio en todas las iglesias particulares del país. Con este nuevo Misal en nuestros altares, se nos ofrece la oportunidad de vivir con mayor profundidad el misterio de la Eucaristía, recordando que “cada vez que se celebra el memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra redención” (Oración sobre las ofrendas. Misa In Coena Domini).Expresamos un especial agradecimiento a los miembros de la Comisión Nacional de Liturgia (CONALI), cuyo trabajo y dedicación hizo posible esta obra. En todo este proceso, nos ha guiado la certeza de que la Eucaristía es lo más precioso que la Iglesia tiene en su caminar histórico, porque en ella se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida.Que esta nueva edición del Misal Romano nos ayude a vivir con mayor fidelidad y fervor el misterio de nuestra fe, celebrando con dignidad el admirable Sacramento del altar.Pbro. Jairo de Jesús Ramírez RamírezDirector del Departamento de LiturgiaSecretariado Permanente del Episcopado Colombiano