Mar 19 Mayo 2020
Una gran crisis dentro de la crisis
Por: Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid - Todos en nuestra querida Colombia, hemos visto la tragedia de los hermanos venezolanos, a todas las ciudades y pueblos más remotos de nuestro territorio han llegado para buscar su futuro y tratar de aliviar sus difíciles situaciones humanas. Un drama que todos hemos contemplado con nuestros ojos.
Los hombres y mujeres de esta querida nación y, también los colombianos retornados, que no podemos olvidar, quienes emigraron por las particulares situaciones que vivió nuestra patria, en otras décadas, han cambiado las ciudades capitales, los hemos visto con sus requintos y con su música, con su trabajo e inventiva para encontrar sus medios de subsistencia y poder ayudar a sus familias en la hermana nación. Son casi dos millones de venezolanos en Colombia y unos cinco millones que han dejado a Venezuela.
Desde la tarde del 17 de agosto del año 2015, en la frontera colombiana de Cúcuta, se comenzó a vivir una gran tragedia, la deportación de más de 22 mil colombianos, y el retorno de muchos otros, este fue el inicio de un gran drama, que se ha ido desarrollando en los días.
Primero vimos llegar deportados en autobuses, en forma oficial, con toda la formalidad institucional, luego vimos llegar familias, hombres y mujeres con niños e infantes con sus pobres pertenencias pasando por las trochas de la frontera.
La Iglesia Católica, mirando a Jesucristo, exiliado en Egipto -con sus Padres San José y Santa María- , deseó ser testigo de caridad para estos hermanos, atendiendo sus necesidades y sus dolores. Desde este momento las Diócesis de la frontera, tanto en Venezuela como en Colombia, comenzamos a servir a los deportados y a los primeros emigrantes que por diversas razones deseaban salir de su tierra, buscando horizontes de esperanza y de bienestar.
Todos, sacerdotes, diáconos, religiosas, laicos, los obispos, nos pusimos desde ese momento al servicio de la caridad, pensando en cuanto nos había enseñado el Apóstol San Pablo en la segunda carta a los Corintios, “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14).
La tragedia de una nación con grandes dificultades materiales nos trajo a Norte de Santander y al nororiente de Colombia el gran drama de las urgencias en la salud y el bienestar humano de muchos venezolanos que en sus espacios no encontraban los recursos y los cuidados para sus enfermedades. Comenzamos a ver enfermos de cáncer y otras dolencias graves que necesitaban atención. También escuchamos el llanto alegre de los niños que nacían en los distintos hospitales, pues sus madres buscaban un parto seguro.
Con nuestros ojos vimos a muchos pobres y necesitados buscando medicinas y drogas que no era posible encontrar en sus lugares de origen. Desde pequeñas y simples preparaciones, hasta los recursos más avanzados de la medicina, a los cuales estaban acostumbrados por un buen servicio médico que tuvieron en otros decenios.
Con paciencia y con un gran esfuerzo, muchos llegaron desde lugares remotos de Venezuela, para buscar repuestos, aprovisionamiento de bienes básicos de subsistencia en alimentos o en las cosas necesarias para la vida.
Nuestra ciudad tuvo la presencia de hasta 80 mil personas, muchas de las cuales comenzaron su camino, para llegar a otras ciudades de Colombia o para llegar a Ecuador, Perú, Chile, Argentina. Miles de kilómetros, hechos por los caminantes. Muchos de ellos llegaron a nuestras ciudades, a Bogotá Capital, a Medellín, a Cali, a Barranquilla, a Bucaramanga, o también a pequeñas poblaciones y allí se asentaron para buscar oportunidades.
En este gran drama y tragedia, la Iglesia no ha querido quedarse inmóvil y ha sacado lo mejor de sí para atender y cuidar a estos hermanos necesitados de ayuda y de protección.
Con la previsión y el cuidado de un gran pastor, hoy anciano en sus años, el Cardenal Pedro Rubiano Saénz, el Centro de Migraciones de la Diócesis de Cúcuta regentado por los Padres Escalabrinianos dio refugio y apoyo material a muchas familias, a enfermos, a refugiados que buscaban caminos de esperanza.
También, con la ayuda de un gran sacerdote, con la presencia de otros miembros del clero, diáconos, religiosas y casi 800 laicos, se abrió la Casa de Paso ‘Divina Providencia’, que entregó desde el 7 de junio 2017, tres millones y medio de almuerzos calientes y un millón quinientos mil desayunos a los que venían de paso a la ciudad de San José de Cúcuta. A esta tarea se unieron ocho parroquias, con entusiastas hijos de la Iglesia, llenos de caridad. Un testimonio de caridad viva y operante, una tarea que nos formó en el servicio y exigió a todos una gran generosidad y esfuerzo. Muchas Iglesias diocesanas siguen sirviendo la caridad, para atender estos hermanos. Muchos católicos colombianos, hombres y mujeres generosos nos apoyaron y siguen haciéndolo.
Es necesario destacar siempre la generosidad del Papa FRANCISCO, que siempre estuvo atento a estas necesidades y realidades sociales complejas de esta gran emigración. Su atención estuvo y está siempre presente con el cuidado de dos Nuncios Apostólicos que nos han visitado y animado, S. E. Mons. Ettore Balestrero y S. E. Mons. Luis Mariano Montemayor, trayéndonos la bendición del Papa. El Santo Padre FRANCISCO también, con gestos concretos y precisos ha enviado su ayuda para atender a los necesitados.
La caridad en esta gran tragedia la hemos vivido también en la atención médica y sanitaria de emergencia para muchos, con la entrega de medicinas y de pequeños elementos para los niños y niñas (pañales, complementos vitamínicos, elementos de aseo). Se ha reverdecido una de las instituciones más antiguas de Cúcuta, la Fundación Asilo Andresen, que cuida de niños y niñas en dificultades.
A esta gran tragedia, y a una gran emigración que ha llenado las periferias de nuestras ciudades y de San José de Cúcuta, se une ahora la difusión de esta Pandemia, originada por el virus COVID-19. El virus que se ha difundido por todo el mundo, creando una situación excepcional en tiempos de nuestra historia, tocando lo más profundo de nuestra fe y limitando también la expresión de esta con el culto y la celebración de los sacramentos ha llegado a los lugares donde todos estos hermanos vivían, mostrando sus limitaciones y necesidades, ocasionando la decisión de estos hermanos de retornar a su país, al menos para tener la seguridad de un techo propio.
Esta profunda crisis que nos ha tocado vivir, en la cual los medios de comunicación han tenido una gran tarea informativa, nos ha puesto la atención de nuestras comunidades en esta nueva situación. El gobierno colombiano reconoce ya más de 50 mil venezolanos que han retornado a su tierra, en forma oficial.
Se abre ante nuestros ojos una nueva crisis, dentro de una gran crisis. Como Iglesia, como creyentes, tenemos que continuar viviendo la caridad, el servicio de los hermanos que sufren.
Estos días nos han llevado a todas las Iglesias que peregrinamos en Colombia y en el mundo entero a ponernos al servicio de los pobres y necesitados, de aquellos que no tienen el alimento necesario y los medios de subsistencia. La Caridad de la Iglesia se ha puesto al servicio de los enfermos y de los que sufren en esta pandemia – entre nosotros todavía en cifras graves pero contenidas de frente a las de otras naciones- confortando con los sacramentos y la gracia de Dios a los que sufren. Gracias a todos los responsables de los bancos de alimentos y de los grupos de caridad que en estos días han atendido a los pobres, también a los donantes generosos y a los voluntarios.
Gracias al trabajo de muchos sacerdotes y laicos, con la caridad de muchos hemos entregado más de 42.000 mercados. Muchos sacerdotes y laicos han vivido la tarea de escuchar y consolar a los que sufren por la pérdida de sus seres queridos o que se enfrentan a situaciones muy complejas fruto de la soledad o falta de elementos necesarios para la vida. Gracias a las religiosas se han atendido muchas obras y servicios caritativos en sus obras educativas y sociales, empeñadas en primera línea en el servicio de los pobres.
Esta grave situación, en la que tenemos que actuar con gran responsabilidad y serenidad para evitar la difusión de la enfermedad, nos tiene que llevar a vivir la caridad de Cristo, en nuestros hogares en primer momento, con nuestros vecinos, en cada una de nuestras comunidades parroquiales y de vida religiosa.
Tenemos que mirar el futuro con los ojos puestos en Jesucristo y en sus palabras que nos invitan a amarnos y a servirnos, inspirados en su Evangelio. Que la Santa Madre de Dios nos proteja y regale la salud en este tiempo de enfermedad.
+ Víctor Manuel Ochoa Cadavid
Obispo de la Diócesis de Cúcuta