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predicación orante

Mié 23 Jun 2021

“No temas; basta que tengas fe”

DECIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Junio 27 de 2021 Primera lectura: Sb 1,13-15;2,23-24 Salmo: Sal 30 (29),3-4.5-6.12ac-13 (R. 2a) Segunda lectura: 2Co 8, 7.9.13-15 Evangelio: Mc 5,21-43 (forma larga) ó Mc 21-24.35b-43 (forma breve) I. Orientaciones para la Predicación Introducción En este domingo se nos ofrecen tres ideas fundamentales en el Evangelio de san Marcos: Cristo resucita a los difuntos, la muerte es transformada por Cristo y la esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Algunas ideas fundamentales de las lecturas de este domingo que nos ayudan en la preparación de la predicación orante son: El libro de la Sabiduría, que es un canto a la sabiduría verdadera según la mentalidad de Dios, nos ofrece hoy una página sobre la razón de ser de la muerte, uno de los interrogantes que siempre ha preocupado a la humanidad. El tema ha sido escogido hoy como primera lectura, para preparar el gran milagro de Jesús que resucita a la hija de Jairo. En la misma línea el salmista expresa su confianza en esa voluntad salvadora de Dios, a pesar de la muerte: "sacaste mi vida del abismo... cambiaste mi luto en danzas". Por eso alaba a Dios: "te ensalzaré, Señor, porque me has librado". La segunda carta a los corintios nos habla hoy de la colecta por la Iglesia de Jerusalén, que se hallaba en situación de estrechez. Pablo se dedicaba en esta época a recoger dinero para aquella comunidad, y ahora escribe a los de Corinto para decirles que pronto vendrán unos enviados suyos a recoger su aporte: en el texto de hoy les exhorta a ser generosos. Y en el evangelio de Marcos se nos narra dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro, y los dos realizados a beneficio de dos mujeres. El jefe de la sinagoga, Jairo, le pide humildemente que cure a su hija. Cuando va camino de la casa de Jairo, se le acerca una mujer que sufre hemorragias incurables, y queda curada "inmediatamente" con sólo tocarle el borde de su vestido. Jesús le alaba la fe que ha mostrado. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Las dos escenas del evangelio de hoy son muy expresivas del poder salvador de Jesús sobre la enfermedad y la muerte, dos realidades muy presentes en nuestra historia y que nos preocupan notablemente. La enfermedad es la experiencia de nuestros límites, y muchas veces, además del dolor, nos hace experimentar la soledad, la impotencia, el tener que depender de los demás, perder, junto con la salud física, también las fuerzas espirituales y la ilusión. Pero sobre todo nos preocupa el enigma de la muerte, ante el que caben reacciones de desesperación o fatalismo, de rebelión o de aceptación progresiva. Ante el gran interrogante de todos los tiempos, ¿por qué la muerte?, las lecturas de hoy no nos proporcionan la solución, por mucha fe que tengamos en Cristo Jesús, pero sí nos iluminan para que sepamos aceptarla desde la fe en Dios. Es importante cómo el evangelio nos da una perspectiva más esperanzadora. Cristo ha venido a dar vida: "para que tengan vida, y la tengan en abundancia". Muestra su poder sobre la enfermedad humana, curando a la mujer, y su poder sobre la muerte resucitando a la hija de Jairo. Desde la perspectiva de Cristo, la muerte no es definitiva: "la niña está dormida". Es una muerte transitoria. En el plan de Dios la muerte no es la última palabra, sino el paso a la existencia definitiva. El mismo, Jesús, resucitará del sepulcro a una nueva vida. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Nos dice el papa Francisco: “Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”, lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: “Contigo hablo, niña, levántate”. Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: ‘Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes’”. El Cristo que curó a la mujer con sólo su contacto, el Cristo que tendió́ la mano a la niña y la devolvió́ a la vida, es el mismo Cristo que en su Pascua triunfó de la muerte, experimentándola en su propia carne. Es el mismo que ahora sigue, desde su existencia gloriosa, estando a nuestro lado para que tanto en los momentos de debilidad y dolor como en el trance de la muerte sepamos dar a ambas experiencias un sentido pascual, incorporándonos a él en su dolor y en su destino de victoria y vida. También nuestra Iglesia debe ser "dadora de vida" y transmisora de esperanza, cuidando a los enfermos, como ha hecho a lo largo de la historia, poniendo remedio a la incultura y defendiendo la vida contra todos los posibles ataques del hambre, de las guerras, de las escandalosas injusticias de este mundo, del terrorismo, así́ como de las perspectivas radicales del aborto o de la eutanasia o de la pena de muerte. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Bienvenidos todos a esta casa de oración y a la celebración de la eucaristía dominical. Esta es la fiesta de Jesús. Nos convoca a todos para hacernos partícipes de su amor y su perdón. Venimos a tocar y ser tocados por el poder sanador de Jesucristo. Celebremos con fe esta reunión de hermanos. Monición a la Liturgia de la Palabra La vida, la salud, levantar a los débiles son muestra de la generosidad de Dios. Dios es autor de la vida y se complace en ella, en la vida de sus criaturas. Escuchemos la voz de nuestro Dios y acudamos con fe a Él. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Oremos a Dios autor de la vida y presentemos nuestras necesidades diciendo: R. Dios de la vida, atiende nuestras súplicas 1. Oremos por la Iglesia, sus pastores y sus fieles, para que todos vivamos la vida en actitud agradecida y generosa. 2. Oremos por los gobernantes de las naciones para que trabajen por la paz del mundo y no olviden a los más perseguidos y desfavorecidos de la sociedad. 3. Oremos por los ancianos, los enfermos, los que se sienten solos, los que nadie visita, para que Dios les dé su paz y consuelo. 4. Oremos por nuestra comunidad de fe, para que fijos los ojos en el autor de la vida, contribuya con la obra de creación y salvación de las vidas que nos son encomendadas en nuestros hermanos y en nuestra casa común. 5. Oremos por los difuntos de nuestras familias y de la parroquia para que, tocados por el amor poderoso de Dios, vivan en la paz y en la alegría de la vida eterna. Oración conclusiva Escucha, Padre, nuestra oración, y míranos con amor, porque somos débiles y sin ti nada podemos. Te lo pedimos de todo corazón, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén R. Amén.

Mié 23 Jun 2021

"Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista"

NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA Junio 24 de 2021 Primera lectura: Is 49,1-6 Salmo: Sal 139(138),1-3.13-14ab.14c-15 (R. 14a) Segunda lectura: Hch 13,22-26 Evangelio: Lc 1,57-66.80 I. Orientaciones para la Predicación Introducción De los textos bíblicos de esta solemnidad de san Juan Bautista se pueden entresacar las siguientes ideas temáticas: • Dios elige a Juan Bautista para preparar el corazón de los hombres al encuentro con el Señor mediante la predicación del bautismo de conversión. • Juan nos enseña con su estilo de vida lo que significa disminuir en su propia persona para que crezca Cristo. • Juan Bautista es el más grande nacido de mujer, él viene a señalarnos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Isaías 49, 1-6 expone la misión del siervo de Yahvéh que ha sido llamado desde el vientre materno para hablar en nombre de Dios. Las palabras del profeta, en efecto, son como espada penetrante que examina los corazones, Dios esta con él, le protege; le encomienda reunir a los desterrados de Israel, iluminar a todos los pueblos difundiendo la Palabra de Dios y su salvación. A pesar de la entrega y el esfuerzo, el siervo doliente piensa que “en vano se ha cansado y, en viento y en nada ha gastado sus fuerzas” (Cfr. Is. 49,4), el desaliento se apodera de su misión, y el aparente fracaso es solo para la comprensión humana, ya que Dios se siente orgulloso de su siervo y recibe gustoso la entrega de su misión, este mérito lo hace digno de una nueva misión: además de predicar la conversión, ahora el Señor lo hace luz de las naciones para que la salvación ofrecida por Dios alcance el confín de la tierra. El salmo 139 (138) canta los portentos que acompañan la vocación de quien ha sido escogido, Dios sondea sus pensamientos, distingue sus caminos; el escogido reconoce que Dios le ha creado las entrañas, le ha tejido en el vientre materno, conoce sus huesos y hasta el fondo de su alma. En los designios salvíficos de Dios, la concepción y el nacimiento de Juan Bautista evidencian una elección particular. El libro de los Hechos de los Apóstoles (13,22-26) presenta a Juan como el último de los profetas. Las circunstancias de su nacimiento y de su ministerio le sitúan en la línea de los grandes profetas del Antiguo Testamento. El profeta es el mensajero y portador de la Palabra de Dios, la grandeza de Juan radica en ser mensajero de la Palabra encarnada. Con Juan se inicia la etapa de la promesa cumplida del mesías salvador, su testimonio confirma que él no es el mesías, es solo una voz profética, un siervo indigno, un amigo del esposo, Juan disminuye y Cristo crece. El evangelio Lucas (1,57-66.80) al describir el nacimiento de Juan Bautista, lo hace en un clima de alegría, quiere demostrar el cumplimiento de las palabras del ángel a Zacarías: que Isabel siendo estéril daría a luz un hijo, que se llamaría Juan, y que muchos se alegrarían con su nacimiento, también, Juan sería lleno de Espíritu Santo desde el vientre de su madre, lo cual se ha cumplido con el movimiento del niño en el vientre de Isabel cuando es visitada por María, en este contexto tiene lugar el nacimiento (Cfr. Lc 1, 57-58), la circuncisión (Cfr. Lc. 1, 59a), el origen del nombre del niño (Cfr. Lc 1 59b-66) y su manifestación pública (Cfr. Lc. 1, 80). 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? La figura de Juan Bautista es muy llamativa en el contexto vocacional, elegido por Dios para preparar el camino del Señor Jesús, es llamado también el precursor del mesías, puesto que con él comienza la etapa culmen de la redención, anuncia a Jesucristo plenitud de la revelación divina. La misión de Juan Bautista está íntimamente unida a la experiencia del encuentro, esta empieza en el templo con Zacarías, quien al entrar en la presencia de Dios recibe la promesa de un hijo; también, es revelador el encuentro de Juan que salta en el vientre de Isabel su madre, cuando María va a visitarla y lleva en sus entrañas al redentor del mundo. Estos encuentros dejan entrever la importante misión a la que fue llamado Juan desde el seno materno. El nacimiento de Juan nos recuerda que “los vecinos quedaron sobrecogidos y corrió la noticia por toda la montaña de judea. Y todos los que le oían reflexionaban diciendo: ¿Qué va a ser de este niño? Porque la mano de Dios esta con él” (Cfr. Lc. 1,65. 68). Juan será llamado por el mismo Señor el más grande nacido de mujer (Cfr. Lc. 7.28), su palabra será penetrante como espada y de gran alcance como una flecha, estas serán las herramientas para llamar al arrepentimiento y a la conversión. El nacimiento de Juan Bautista tuvo signos claros y evidentes de la intervención de Dios y de la elección de su persona para ser el profeta que, no solo anunció al salvador del mundo, sino que lo señaló ya entre nosotros; su vocación es asumida con gran fidelidad puesto que Juan no busca nada para sí, su servicio humilde y austero es solo para que se cumpla el plan de Dios, donde él debe disminuir y el Señor Jesús debe crecer; ni siquiera sus seguidores son suyos, ellos empiezan a seguir a Jesús. Estas cualidades del Bautista serán también las cualidades del discípulo de Jesús, que está llamado a transparentarlo a Él. La celebración de la natividad de Juan Bautista es una buena oportunidad para pensar en la propia vocación, Dios nos ha elegido también para ser sus mensajeros, para abrir el camino al encuentro con Dios en la persona de Nuestro Señor Jesucristo; el mundo necesita conocer el camino de la salvación y quienes hemos conocido a Jesús tenemos la obligación de impregnar y trasmitir el ardor misionero por hacerlo conocer. Hoy hablamos de la “nueva cultura vocacional” que, en breves palabras, consiste en redescubrir y renovar los compromisos bautismales, para ponerlos al servicio de la construcción de la Iglesia; en cada bautizado está la fuerza necesaria para ser testigo de aquel que Juan anunció, el cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Celebrar el nacimiento de Juan Bautista, nos dispone a valorar el plan salvífico que Dios tiene para toda la humanidad, para cada uno de nosotros; a partir del encuentro con Él, en la oración, en el servicio a los hermanos y, en especial, en mostrar a Jesús presente en la historia de nuestras familias y de nuestra comunidad, experimentamos la misión que Dios mismo nos encarga de señalar a Jesús e invitar a otros a seguirlo a Él, completando así la misión que Juan Bautista inició con sus discípulos. Preparar el propio corazón para recibir a Cristo exige nuestra propia conversión, es decir, volcar todos nuestros pensamientos, decisiones y acciones a la persona de Jesús, de esta manera la mejor predicación que podemos hacer de Jesús es nuestro propio testimonio de vida, sencillo y austero, libre y trasparente, convencido y radical, tal como nos lo enseña la vida de Juan Bautista. De Juan aprendemos lo que significa que uno disminuya y que Cristo crezca; sabemos que el Señor no nos pide perder nuestra identidad, al contrario, siendo cada uno con nombre propio, nos pide que seamos capaces de permitirle a Dios llenar nuestros corazones de su presencia, de su mensaje y colmar toda nuestra vida del Señor que nos hace saltar de alegría y de servicio a los hermanos. Quienes hacemos parte de la Iglesia por el sacramento del bautismo, hemos nacido a una vida nueva, es la vida de los renacidos por el baño bautismal que inauguró Juan y que Cristo llevó a plenitud bautizándonos no solo en agua, sino también en el fuego del Espíritu Santo. Esta fiesta nos invita también a redescubrir las gracias recibidas cuando fuimos bautizados y a reconocer que también hemos sido llamados a edificar la Iglesia y a ser testigos del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, en lo que la Iglesia llama hoy “nueva cultura vocacional”. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Hermanos, hemos venido a escuchar la Palabra de Dios que es luz para nuestros pasos y a participar de la fracción del pan, alimento para el camino hacia la vida eterna. La celebración, hoy, de la natividad de Juan Bautista nos invitan a pensar en la grandeza de este hombre, reconocido como el profeta que anunció la proximidad del salvador del mundo y lo señaló presente entre nosotros. Pidamos la valiosa intercesión de Juan Bautista, para que también en nuestros tiempos, surjan profetas valientes y radicales que proclamen la urgencia de la conversión y la vuelta al evangelio de Jesucristo. Participemos con alegría en esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra La mesa de la Palabra hoy nos ofrece el testimonio del nacimiento de Juan Bautista, acontecimiento colmado de la presencia de Dios y de la elección de este niño, llamado para colaborar en el plan de salvación. La misión de Juan es anunciada desde el Antiguo Testamento, recordada luego en la Iglesia primitiva y descrito en el Evangelio. Escuchemos atentamente. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Elevemos nuestras suplicas a Dios nuestro Padre, que se ha mostrado misericordioso con nosotros dándonos a Juan Bautista como el profeta que nos señala a Jesucristo, salvador y redentor de la humanidad; supliquémosle por todos diciendo: R. Señor escucha y ten piedad 1. Pidamos por el papa, los obispos y sacerdotes, para que, a ejemplo de Juan Bautista, sean esos profetas que el mundo necesita y que, alzando con moderación su voz, muchos conozcan el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Oremos. 2. Pidamos por nuestros gobernantes para que, escuchando la voz de la Iglesia, también sean profetas capaces de denunciar las injusticias y trabajar por la paz y la reconciliación de todos. Oremos 3. Pidamos por los pobres, los que sufren, los menos favorecidos, para que todas sus fatigas y preocupaciones se vean reparadas por la solidaridad y la ayuda de todos los que hemos conocido la verdad del evangelio. Oremos. 4. Pidamos por quienes viven esclavizados por el pecado y la indiferencia de lo sagrado, para que encuentren en su camino una voz que los llame a la conversión y vuelvan al evangelio de nuestro Señor. Oremos. 5. Pidamos por todos los que estamos aquí reunidos, para que, escuchando la voz de Dios, atendamos al llamado que nos hace de ser sus testigos en medio del mundo y señalemos a otros, a la persona de nuestro Señor. Oremos. Oración conclusiva Padre Santo, escucha la oración de tus hijos y por la mediación de San Juan Bautista, concédenos todo lo que te hemos pedido con fe, Por Jesucristo Nuestro Señor. R. Amén.

Vie 18 Jun 2021

¿Por qué tienen miedo? ¿Por qué tienen tan poca fe?

DECIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Junio 20 de 2021 Primera lectura: Jb 38,1.8-11 / Salmo: Sal 107(106),23-24.24-25.28-29.30-31 (cf. Mc 4,40) / Segunda lectura: 2Co 5,14-17 / Evangelio: Mc 4,35-41 I. Orientaciones para la Predicación Introducción De la Palabra de Dios que se nos ofrece para nuestra oración, reflexión y vivencia, en este decimosegundo domingo del tiempo ordinario, podemos resaltar tres ideas: • La tempestad calmada nos recuerda que cuando tenemos dificultades, en algunos casos, nos falta fe para enfrentarlas con la valentía de los que confían en Él. • El proyecto del creyente se enriquece en la medida en que la persona de Jesús hace parte de él. • La fe, la serenidad y la confianza en el poder de Dios nos asegura que seremos capaces de superar todas las dificultades que se presenten en la vida. • Jesús domina las fuerzas de la naturaleza, cura las enfermedades, libera, incluso resucita a los muertos; es Dios con nosotros que ha venido a salvarnos. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Este breve texto tomado del libro de Job 38,1.8-11, resulta ser la respuesta de Dios ante la queja persistente de Job por el problema del mal presente en el mundo y que él ha tenido que padecer en su propia carne. Luego de un prolongado silencio Dios responde desde la tormenta manifestando la grandeza de su obra creadora “¿Quién cerró el mar con una puerta? ¿Quién le puso las nubes como mantilla y las nieblas por pañales? (Cfr. Job 38,9) ¿Quién es capaz de romper la arrogancia de las olas contra las rocas?” (Cfr. Job 38,1). Solo Dios tiene ese poder. El salmo 106 (107) amplia el tema del mar; en efecto, para el judío el mar es tema de admiración: “Entraron en naves por el mar, comerciando por las aguas inmensas. Contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en el océano…” (Cfr. Sal. 106, 23); pero el mar también es tema de temor por sus olas y el viento: “Él habló y levantó un viento tormentoso, que alzaba las olas a lo alto; subían al cielo, bajaban al abismo…” (Cfr. Sal. 106, 25-26); sin embargo, el salmista también destaca la confianza en el poder de Dios: “Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguo la tormenta en suave brisa y enmudecieron las olas del mar…” (Cfr. Sal.106, 28-29). La segunda carta a los corintios 5,14-17 expresa los cambios que se han producido en su vida luego de creer en Jesucristo, antes juzgaba al Señor según la carne, es decir, solo bajo la condición humana, “Ahora, ya no” puesto que la muerte y la resurrección de Jesucristo tiene como consecuencia que la vida “no es para sí, sino para él que murió y resucitó por ellos” (Cfr. 2 Cor. 5,15), Jesucristo, “el que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (Cfr. 2 Cor. 5,17). El evangelista Marcos, en el capítulo 4,35-40, narra el primer milagro de Jesús, la tempestad calmada. En el mar de Tiberíades suceden tempestades de modo inesperado, el susto de los apóstoles, Jesús durmiendo suavemente, el reclamo de quienes iban en la barca ante la despreocupación de Él, la voz serena de Jesús que increpa el viento y la calma repentina de la tempestad son los antecedentes necesarios para el que podríamos llamar hoy el centro del mensaje evangélico: ¿Por qué tienen miedo? ¿Por qué tienen tan poca fe? San Marcos capta nuestra atención para colocarnos delante del que es capaz de dominar la fuerza de la naturaleza, “¿Quién es este? Hasta el viento y las aguas le obedecen” (Cfr. Mc. 4,41). 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? En el mundo bíblico, el mar es un lugar de mucha admiración por su grandeza como, también, un lugar de amenaza y de peligro, puesto que es el lugar donde habita el mal. Los discípulos que en su mayoría eran pescadores, conocían el fenómeno de las tormentas en el mar de Galilea, pero en la escena que nos narra hoy el evangelio se les percibe muy temerosos y angustiados. La tempestad es una buena imagen de lo que puede suceder tanto en la vida comunitaria, como familiar y personal, todos experimentamos en algún momento de la vida fuertes vientos y grandes olas que sacuden la barca de nuestra vida y sentimos el miedo propio de quien se siente el peligro de hundirse en los problemas y conflictos de la existencia, sin embargo, sabemos con certeza que cuando Jesús está en la barca, así nos toque remar contra corriente y bregar con las dificultades de la vida, Él siempre nos ayudará a superar el miedo de las grandes tempestades de la existencia, no antes sin confrontarnos por nuestra falta de fe y confianza en Él. Todo los bautizados hemos recibido el don de la fe y con este don se nos ha prometido una travesía más llevadera y liviana por esta vida, y aunque nuestra vida no está libre de grandes tempestades, sabemos que si tenemos fe, por difícil que sea el momento, Dios nos salvará, aun cuando pareciera que Dios hace silencio y se muestre hasta indiferente a nuestros problemas; Él nunca nos abandonará, eso sí, nos exigirá tener más fe y confianza en Él para navegar en la barca de la vida en medio de las dificultades que se presenten en nuestras historias, en ocasiones nos toca remar contra viento y marea, con la confianza de que Dios salva. Los cristianos no deben tener miedo de hundirse, fieles a la llamada del Señor de “ir mar adentro” (Cfr. Lc. 5,4), de ser cada vez más profundos, nos debemos lanzar a lo desconocido, donde ya sabemos que hay tempestades, pero seguros a la vez de creer en aquel que es capaz de increpar y calmar las tormentas de la vida. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Cuando oramos con el Padre Nuestro le pedimos al Padre nos libre de todo mal; esta plegaria se asemeja a la súplica de los apóstoles en medio de la tempestad. La confianza en Dios y nuestra fe en Él nos asegura que las dificultades y los problemas que tengamos en el camino de la vida, se sabrán enfrentar con la sabiduría y la serenidad que el mismo Señor nos enseña; esta es una bella oportunidad para pedirle al Señor aumente nuestra fe, nos ayude a ver los problemas no como obstáculos, sino como oportunidades para ser mejores, más valientes, para demostrarnos a nosotros mismos que si el Señor Jesús está en la barca de nuestra vida, el miedo desaparece y se desata todo nuestro saber, para resolver con calma cada situación, que por difícil que sea, nos ayudará a ser mejores personas, mejores seres humanos, mejores creyentes. En San Pablo tenemos una bella inspiración, él tuvo que enfrentar persecuciones, dificultades en la tarea encomendada de la evangelización, pero él saca fuerzas y ánimo para realizar su ministerio con tanta energía y perseverancia, que nos preguntamos ¿de dónde saca tanta fuerza? La respuesta aparece clara en sus cartas, es su fe puesta en Cristo resucitado, esto lo lleva a afirmar con tanta radicalidad “nos apremia el amor de Cristo…” (Cfr. 2 Cor. 5,14). Al pedirle al Señor que aumente nuestra fe, también le debemos pedir nos de la pasión necesaria para enfrentar los retos de nuestra vocación, con la fidelidad y la radicalidad de quien ama con totalidad el nombre de Jesús y ha decidido seguirlo con toda fidelidad. Cuando los discípulos se embarcaron, en la búsqueda de nuevos horizontes y se adentraron en el mar, lo hicieron con confianza, pero cuando apareció la dificultad y la amenaza se llenaron de miedo, más aún, cuando vieron a Jesús ausente de lo que estaba pasando, se espantaron. Esta es la actitud desesperada de muchos hombres y mujeres, que emprenden su proyecto de vida y a la primera dificultad quieren renunciar y se desesperan haciéndose incapaces de resolver los problemas de la vida. Es aquí, donde debemos aprender de la actitud del Señor que con serenidad enfrenta la situación y con poder, transforma la tempestad en suave brisa. Le pedimos al Señor nos llene de su paz y con paciencia y sensatez enfrentemos la vida con valentía. El mundo está lleno de grandes desafíos, que en ocasiones nos llenan de cobardía y nos impiden actuar con sensatez, haciendo que la vida se vuelva monótona, vacía, llena de amarguras; permitámosle a Cristo fortalecer nuestra fe mediante la meditación asidua de su Palabra, alimentémonos de su Cuerpo y de su Sangre para no desfallecer en el camino, contemplándolo en tantos hombres y mujeres valientes, que con radicalidad han seguido al Señor hasta dar la vida por Él. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa En el día del Señor, nos hemos reunido para escuchar su Palabra y participar de la fracción del pan. En el decimosegundo domingo del tiempo ordinario la Iglesia nos invita a contemplar nuestra vida sometida a los problemas y desafíos de estos nuevos tiempos y nos anima a no tener miedo para saberlos enfrentar con serenidad y sabiduría. Coloquemos aquí junto al altar nuestros afanes y preocupaciones y permitámosle al Señor serenar y llenar nuestros corazones de esperanza. Participemos todos con alegría. Monición a la Liturgia de la Palabra Escuchemos con atención el mensaje de la Palabra de Dios que nos invita a contemplar su manera de actuar ante la tempestad en la que se ven envueltos los discípulos, con autoridad y serenidad Jesús calma la situación y nos exhorta a mantener la fe y la confianza en medio de las dificultades que se nos presentan. Escuchemos con atención Oración Universal o de los Fieles Presidente: Dirijamos a Dios nuestra oración pidiendo que nos escuche y nos ayude, nos responda y se vuelva hacia nosotros. Nos unimos diciendo: R. Te rogamos óyenos 1. Por el Papa Francisco, nuestros obispos y todos aquellos que han sido llamados a guiar, en medio de las tempestades de este mundo, al pueblo santo de Dios. Roguemos al Señor. 2. Por los dirigentes de nuestra nación, para que descubran la serenidad y la sabiduría con que Dios calma las tempestades y con fe, dirijan los destinos de nuestro pueblo por caminos de paz y reconciliación. Roguemos al Señor 3. Por los pobres, los enfermos, las víctimas de la violencia, para que Dios esté con ellos y vean sus vidas tranquilizadas por su amor y misericordia. Roguemos al Señor. 4. Por nuestra patria, la cual, clama porque cesen las tormentas de la injusticia, la corrupción y la impunidad, para que, llenos de fe y valentía trabajemos en la construcción de un mundo mejor. Roguemos al Señor. 5. Por nosotros aquí reunidos, para que el Señor haga nuevas todas las cosas por la fuerza del amor de Cristo y dé fortaleza a los atribulados, pan a los hambrientos y salud a los enfermos. Roguemos al Señor. Oración conclusiva Señor, por tu gran bondad, atiende las súplicas de tu pueblo, que te presenta en medio de las tempestades que experimenta en su vida. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.

Vie 11 Jun 2021

"¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?"

DECIMOPRIMER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO Junio 13 de 2021 Primera lectura: Ez 17,22-24 Salmo: Sal 92(91),2-3.13-14.15-16 (R. cf. Ez 17,24) Segunda lectura: 2Co 5,6-10 Evangelio: Mc 4,26-34 I. Orientaciones para la Predicación Introducción Para una mejor comprensión de las lecturas y su engranaje con el Año Litúrgico, es necesario hacer un acercamiento a este momento. Nos encontramos en la segunda parte del Tiempo Ordinario, que ha iniciado después de Pascua, pero que si bien vivimos en el transcurso de entresemana no es así en el recorrido dominical, que ha estado marcado por la recurrencia de grandes fiestas o Solemnidades del misterio cristiano. Concluimos la Pascua con Pentecostés, luego la Solemnidad de la Santísima Trinidad (30 de mayo), el Corpus Christi (junio 6); y esta semana que ha finalizado también nos ha llevado por los mismos senderos: El jueves, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote; el viernes, el Sagrado Corazón de Jesús; el sábado, el Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María. Una serie de eventos extraordinarios que marcan el devenir del Año litúrgico y evidencian el Reino de Dios. En el Tiempo Ordinario “no se celebra ningún aspecto particular del misterio de Cristo, más bien este misterio se vive en toda su plenitud, particularmente los domingos” (Normas universales sobre el Año Litúrgico y su calendario, n.43). Así podemos proponer tres temas de reflexión y oración: • El valor del domingo para celebrar el misterio de Cristo en plenitud desde la Palabra de Dios y la sacramentalidad; • El valor de las parábolas en la transmisión del mensaje de Jesucristo; • Algunas imágenes del Reino de Dios y las actitudes propias ante el Reino. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El profeta Ezequiel vive en el momento crítico de la destrucción de Jerusalén y el exilio del pueblo en Babilonia; y se caracteriza por infundir esperanza frente a la grave crisis y dominio de los reinos circunvecinos que han sometido y destruido la ciudad de Jerusalén. En la primera parte de su libro anuncia una serie de oráculos contra Jerusalén invitando a la madurez personal frente al silencio de Dios a través de diversas imágenes. El profeta se hace defensor de la responsabilidad personal. Los versículos proclamados, son un poema que anuncia la restauración futura con características de una “era mesiánica”, que es obra de Dios. Así este texto, desde el mensaje global del libro de Ezequiel, es un llamado a la confianza, a la responsabilidad persona, y a la esperanza en un futuro marcado por la acción de Dios. El salmo 92 (91). Es un oráculo de salvación, que en su globalidad enseña que la confianza en Dios no debe basarse en las manifestaciones maravillosas o potentes, sino en una confianza por encima de esas esperanzas, pues Dios actúa de una forma discreta, casi secreta, pero firme, continua, evidentemente eficaz. La segunda lectura es la conclusión de la sección en la que Pablo se ha preguntado sobre el misterio de la vida más allá del sentido material, en efecto, el apóstol ha abordado la reflexión sobre el desenlace de la vida del creyente (4,16 – 5,10). Para abordar esta reflexión ha usado imágenes como la “tienda de campaña”, “casa” y “vestidos”, con ellas manifiesta la transitoriedad de la vida y una esperanza en algo más firme y definitivo que llega de las mismas manos de Dios. Concluye la sección (5, 6-10) colocando de relieve la confianza en Dios que lleva a vivir el presente de una manera particular en miras a los acontecimientos que seguirán en la configuración del Reino después de la muerte: Premio o castigo; esto exige una responsabilidad personal, en la que se viva el presente procurando agradar a Dios en todo. En san Marcos 4, 1-34, encontramos las enseñanzas de Jesús en parábolas; de las cuales se han escuchado dos: el grano que crece por sí mismo y el grano de mostaza, que surgen como una enseñanza sobre el Reino, pues Jesús las introduce con “el Reino de Dios se parece…” (v. 26), “¿Con qué compararemos el Reino de Dios?” (v. 30). Las dos parábolas abordadas, manifiestan que el Reino es un misterio que crece mediante la acción del hombre y de Dios. El Reino choca con dificultades, pero al mismo tiempo posee una fuerza propia, inmanente, que le garantiza el éxito final. Aunque el hombre no sepa cómo el Reino crece silenciosamente y su éxito depende de Dios. El hombre debe realizar lo que le corresponde y aguardar con confianza y esperanza. A las parábolas le sigue la conclusión sobre las enseñanzas en parábolas (vv. 33-34). De ellas se recalca que Jesús usaba las “imágenes” que le ofrecían las narraciones parabólicas según la posible comprensión de los destinatarios, pero, al mismo tiempo, algo queda en el misterio de lo incomprensible y por ello a los suyos, a los discípulos “se los explicaba todo en privado”. Las imágenes del Reino Ninguna parábola, ni imagen, es lo suficientemente integral para hablar del Reino, es tan rico y amplio este tema que se necesitan una larga lista de parábolas o imágenes mediante las cuales se puedan manifestar las características del Reino. La Lumen Gentium desarrolla esta mirada sobre las varias figuras bíblicas del Reino o de la Iglesia en el numeral 6. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento para transmitirnos esta revelación han hecho uso de diversas imágenes; las lecturas de este domingo nos llevan a algunas de ellas. El Reino se compara expresamente con una semilla cualquiera, pero también con la semilla de mostaza, esta planta se encontraba en Israel, en estado silvestre y también en cultivos. La semilla parece una acción insignificante, pero desemboca en la construcción del Reino, “crece y produce fruto”, “se hace arbusto y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar en su sombra” (Cf. Mc 4, 26-32). El Reino se parece en su dinámica a la mostaza en Palestina, crece silvestre y en cultivos, se nota la acción de Dios y del hombre. Las semillas no son las únicas imágenes en las lecturas. Tenemos en el salmo y la primera lectura la imagen del cedro, de la palmera. Se habla de cedros, pero de manera concreta del cedro del Líbano; para la tradición bíblica es el más hermoso y majestuoso de los árboles. Crece lentamente, llega hasta los 30 metros, alcanza edad muy longeva, por ello es símbolo de grandeza y poder; su madera se apreciaba para construir moradas nobles como el Templo o palacios de reyes. El otro árbol hermoso es la palmera, sus ramas protegen del sol y de las inclemencias del clima, sus frutos alimentan al hombre; su firmeza y belleza es símbolo del justo (Salmo 92,13). 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Dios se construye un Reino Las imágenes abordadas en las lecturas manifiestan algunas características del Reino de Dios. Todo acontece en el silencio de Dios, no hay que caer en la tentación de lo espectacular, ese no es el camino ordinario de la manifestación de Dios. Aunque las parábolas e imágenes no nos den una visión completa del Reino, el creyente ha de plantearse algunas que le ayuden a captar el sentido de los textos. ¿Qué es el Reino de Dios? ¿Quién es el Reino de Dios? ¿Qué significa que el Reino sea de Dios? El Reino es un misterio, crece secretamente y tiene asegurado su éxito, en su implantación confluyen el trabajo del hombre y la acción silenciosa de Dios; pues el Reino es suyo, es su propiedad, es totalmente diferente a cualquier otro reino. Ello hace que su naturaleza sea noble, como la del cedro, hace visible la grandeza y poder de Dios, manifiesta con grandeza y belleza todo su esplendor. El Reino pide una vida de Justos. El justo – creyente y el Reino Lo primero es preguntarnos ¿Qué actitudes debe vivir el creyente para decir que está en el Reino de Dios? Daremos una respuesta a la luz de la segunda lectura de hoy. Esta lectura pareciera respondernos que quien vive en el Reino de Dios debe vivir de una manera noble y distinta, caracterizada por algunos valores: * Plena confianza en Dios, aun en medio de los silencios divinos, Dios siempre está de nuestra parte, a nuestro favor. * Guiados por la fe. El hombre del Reino vive iluminado e impulsado por la fe, este es el gran valor del Reino. * Su preferencia: Vivir en todo momento con el Señor y procurar agradarle, en lo pequeño o poco que hagamos siempre buscar agradar a Dios. * Responsabilidad personal, asumir de forma responsable la vida, no escudarnos en pecados intergeneracionales o de lastres del pasado, pues cada uno tendrá que comparecer ante el tribunal de Dios para recibir premio o castigo. * Esperanza en la vida eterna. No vivimos en el Reino para que nos vaya bien económica, laboral, sentimentalmente… en esta vida, sino que la esperanza está en vivir con Dios eternamente. La vida eterna es la fuerza misteriosa que jalona la esperanza en Dios. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Te damos gracias, Señor por darnos a conocer un poco el misterio del Reino, el cual hemos vivido a lo largo de nuestra historia, concédenos la gracia de ver lo grande y majestuoso que es tu Reino a pesar de nuestro pecado e ingratitud; haz que valorando el misterio del Reino nos preocupemos de ayudarlo a construir colocando nuestro esfuerzo para que otros lo conozcan y juntos vivamos como justos que colocamos todo en las manos de Dios. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa El encuentro de la comunidad creyente para celebrar la Eucaristía nos recuerda el valor del Reino y nuestro compromiso de dar todo para hacerlo cada día más visible y mejor. Todos somos como aves que venimos a anidarnos, alimentarnos y protegernos bajo las frondosas ramas de este arbusto que es la Iglesia. Participemos pues con fe, confianza y devoción en este encuentro con nuestro Dios. Monición a la Liturgia de la Palabra La Palabra de Dios nos sorprende, cada día, con su sencillez, para que podamos entender aquello que Dios nos quiere revelar; sin embargo, muchas veces su significado se nos escapa y no lo logramos comprender. Necesitamos entrar en amistad con Jesús para que, como hacía con sus discípulos, también a nosotros hoy, nos lo explique todo en privado. Ya estamos aquí, en la intimidad de la celebración, escuchemos pues con atención qué nos va a hablar Dios. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Padre bueno, Señor del Reino, con la certeza que vivimos guiados por la fe y con la confianza de hijos te presentamos nuestras necesidades para recibir de ti las bendiciones necesarias para la construcción de tu Reino. Digamos juntos: R. Bendice tu Reino Señor 1. Que tu Iglesia, extendida por todo el mundo, sea signo de tu majestad y poder, que los que aún no te conocen encuentren el camino de la conversión y la fe. 2. Que los dirigentes de los pueblos, en sus vivencias cotidianas, descubran la presencia silenciosa de Dios, y con su responsabilidad personal, ayuden a construir los caminos de la paz, el perdón, la reconciliación y el desarrollo de nuestros pueblos. 3. Que la humanidad entera, especialmente los más vulnerables, en medio de estas graves crisis que ha causado la pandemia, todos aprendamos a vivir con confianza en la acción silenciosa de Dios y no perdamos la esperanza de un mañana mejor. 4. Que quienes nos alegramos de participar en esta Eucaristía, nos preocupemos de agradar al Señor en todo lo que hagamos y así nos comprometamos en la construcción del Reino de Dios. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales. Oración conclusiva Señor, Dueño del Reino, nosotros tus hijos esperamos con confianza en tu acción, presentando todas estas súplicas y las que quedan en nuestro corazón. Por Jesucristo Nuestro Señor. R. Amén.

Jue 10 Jun 2021

“Del costado de Cristo surge la Iglesia”

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Junio 11 de 2021 Primera lectura: Os 11,1.3-4.8c-9 Salmo: Sal Is 12,2-3. 4bcd.5-6 (R. cf. 3) Segunda lectura: Ef 3,8-12.14-19 Evangelio: Jn 19,31-37 I. Orientaciones para la Predicación Introducción La Palabra de Dios que ilumina y da sentido a esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, nos presente algunas ideas para la reflexión, oración y vivencia, resaltadas las lecturas: • “El amor de Dios a Israel” (Os 11, 1. 3-4.8c-9), • “El amor de Dios abraza a toda la humanidad” (Ef 3,8-12.14-19) y • “Del costado de Cristo surge la Iglesia” (Jn 19, 31-37). 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? “El amor de Dios a Israel” (Os 11, 1. 3-4.8c-9): El profeta Oseas nos presenta en este oráculo un mensaje claro del amor de Dios para con el pueblo de Israel. El señor es eternamente fiel. Israel no lo es, pero el Señor, por fidelidad a sí mismo, proclama de nuevo su bendición para el pueblo. La novedad en este texto está en que, si antes esta fidelidad se proclamaba bajo la imagen del esposo, ahora se hace con la imagen del padre: el amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada; este amor vencerá incluso las peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso: “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16). “El amor de Dios abraza a toda la humanidad” (Ef 3,8-12.14-19): La actitud orante de Pablo “me pongo de rodillas”, no es una actitud frecuente en los judíos que oran siempre de pie. Sólo en los momentos de excepcional solemnidad hincaban las rodillas o se postraban en señal de adoración. El apóstol, con este giro de solemnidad casi litúrgica, expresa la intensidad de su oración y la humildad con que se realiza. Este tipo de oración hace que el hombre entero, cuerpo y alma, muestre con sus palabras y gestos el amor filial que tiene a Dios. En esta bellísima oración se pide a Dios que fortalezca a los cristianos, que Cristo habite por la fe en sus corazones y que puedan comprender la dimensión del amor de Cristo, predicado por San Pablo, de forma que crezcan hasta la plenitud de Dios. La inmensa grandeza del misterio de Cristo se expresa con un esquema muy visible: una cruz y el crucificado, cuyos brazos se extienden en las cuatro direcciones buscando abrazar con el amor a toda la humanidad. En definitiva, conocer la historia de la salvación y el misterio de Cristo es darse cuenta de la magnitud del amor de Dios. Ahí está el fundamento de la vida cristiana, como lo expresa la liturgia de las horas, en el himno de laudes en la Solemnidad del Sagrado Corazón: “Oh Jesús, suma benignidad, admirable alegría del corazón, bondad inabarcable, tu amor nos abraza”. “Del costado de Cristo surge la Iglesia” (Jn 19, 31-37): En la víspera de la Pascua se inmolaban oficialmente en el templo los corderos pascuales a los que, según la Ley, no se podía romper un hueso (Cf. Ex 12,46). La referencia a la “parasceve” (viernes como preparativo del sábado entre los judíos) y el hecho de que no le quebraran las piernas, subraya que Cristo es el verdadero Cordero Pascual que quita el pecado del mundo. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, de todos los sacramentos, y de la misma Iglesia. Este segundo Adán se durmió en la cruz para que de allí le fuese formada una esposa que salió del costado de quien dormía. El comienzo de la Iglesia y su crecimiento están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado (LG 3). Tras la muerte de Jesús, el Evangelio de Juan nos presenta un episodio que él considera altamente significativo. En primer lugar, nos indica que es el momento de la preparación (Jn 19,31), es decir, la preparación a la Pascua, y precisamente es el momento en que se inmolan los corderos para la cena pascual. Todo indica que estamos en un viernes, puesto que el día siguiente es sábado y muy solmene. Los soldados quiebran las piernas de los otros dos crucificados (Jn 19,32) y al llegar a Jesús, como lo ven ya muerto, no le quiebran las piernas (Jn 19,33), sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El mismo evangelista nos presenta dos claves de lectura de este texto. En primer lugar, la referencia a Cristo como cordero Pascual, como bien podemos encontrar en textos veterotestamentarios (Ex 12,46) o al justo cuyos huesos son protegidos por Dios (Sal 34,21). La segunda referencia es a Cristo como Dios traspasado por los pecados del pueblo. En el profeta Zacarías 12,10 está la misma expresión, que se refiere a Dios, y ahora en el Evangelio de Juan es aplicada a Jesucristo. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Hoy en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, detengámonos a contemplar juntos el Corazón traspasado del Crucificado. En la carta de san Pablo a los Efesios, reflexionemos una vez más que "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo (...) y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. El evangelista san Juan escribe: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Aunque es verdad que la invitación de Jesús a "permanecer en su amor" (cf. Jn 15, 9) se dirige a todo bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, es también la Jornada de santificación sacerdotal. Bien podemos reflexionar: ¿Cómo no recordar con conmoción que de este Corazón ha brotado directamente el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que los presbíteros hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y unión incesante con él, o sea, permanecer en su amor; esto exige que busquemos constantemente la santidad. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Reunidos como asamblea litúrgica dispongamos nuestro corazón para dar gracias a Dios en el misterio de la comunión y unidad: la Eucaristía. La iglesia celebra el día de hoy la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y la jornada de oración por la santificación del clero, supliquemos al Señor por nuestra Patria Colombia y por los sacerdotes. Continuemos con alegría esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra La liturgia de la Palabra nos presenta cómo el amor de Dios es un amor sin límites. Su grandeza se manifiesta en la pequeñez y en la ternura. Jesús, no nos pide grandes discursos sobre el amor, sino hacer pequeños gestos concretos en continuidad con Él. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Bendigamos a Cristo que, para ser ante Dios Padre el pontífice misericordioso y fiel de los hombres, se hizo en todo semejante a nosotros y supliquemos diciendo: R. Muéstranos, Señor, los tesoros de tu amor 1. Te pedimos Señor, por nuestra Iglesia y en ella por el Papa Francisco, los Obispos, el clero y a todos los bautizados, para que los sostengas frente a las dificultades que se presentan. 2. Te pedimos Señor, por nuestra patria colombiana, por los líderes de nuestros pueblos, para que el amor y el diálogo contribuyan siempre a la solución de los conflictos. 3. Te pedimos Señor, por todos los que sufren, para que del costado de Cristo sean reconfortados en la misericordia 4. Te pedimos Señor, por quienes nos encontramos reunidos celebrando la Eucaristía, que podamos continuar con la misión evangelizadora que nos has encomendado. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales. Oración conclusiva Padre Santo, escucha nuestras plegarias las cuales presentamos confiados en tu amor y misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.

Lun 31 Mayo 2021

“Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza”

EL CUERPO Y LA SANGRE SANTÍSIMOS DE CRISTO Junio 6 de 2021 Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo: Sal 116(115),12-13.15-16.17-18 (R.13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 I. Orientaciones para la Predicación Introducción De la Palabra de Dios que se nos ofrece para esta solemnidad del Cuerpo y Sangre Santísimos de Cristo, se pueden resaltar tres grandes ideas contenidas en cada una de las tres lecturas: • “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8), • “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15), y • “Esta es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26) 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? “La sangre de la Alianza” (Ex 24, 3-8): Era frecuente entre los pueblos ratificar los pactos mediante un rito o un banquete. En este pasaje del libro del Éxodo se narra un rito con banquete mediante el cual queda sellada la Alianza. Este rito tiene lugar en la cercanía del monte, considerado un lugar sagrado; Moisés se presenta como un intermediario, pero los protagonistas son Dios y su pueblo. La ceremonia tiene dos partes bien significativas: a) la lectura y aceptación del decálogo, b) el sacrificio que sella el pacto. La aceptación del decálogo por parte del pueblo se hace con toda solemnidad, usando una formula ritual: “Haremos todo lo que ha dicho el Señor”. Posteriormente, el pueblo es rociado con la sangre del sacrificio, de esta manera queda asegurado el vínculo a la Alianza. Al distribuir la sangre a partes iguales entre el altar, que representa a Dios y el pueblo, se quiere significar que ambos se comprometen a las exigencias de la Alianza. Cuando Moisés rocía con la sangre del sacrificio al pueblo entero, lo está consagrando, haciendo de él “propiedad divina y reino de sacerdotes”. Jesucristo, en la última Cena, al instituir la Eucaristía, utiliza los mismos términos: “sangre de la Nueva Alianza” (Cf. 1 Cor 11, 23-25), indicando la naturaleza del nuevo pueblo de Dios, que, habiendo sido redimido, es ahora el “Pueblo santo de Dios”. “Cristo selló con su sangre para siempre la Nueva Alianza” (Hb 9,11-15): En la Antigua Ley tanto el sacrificio expiatorio como el ritual de una Alianza exigían el derramamiento de sangre. El autor de la Carta a los Hebreos manifiesta que la mediación sacerdotal de Cristo es la única que puede lograr el perdón de los pecados y el acceso de los hombres a Dios, porque derramó su propia sangre para ratificar la Nueva Alianza. El cristiano puede hacer también de su vida un sacrificio para Dios, uniéndose al sacrificio de Cristo. En otras palabras, la santidad del cristiano deriva directamente del sacrificio del Calvario. Conviene recordar que la Santa Misa es la renovación de este único sacrificio de Cristo, pero no reiteración al modo de los antiguos sacrificios: el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la cruz; sólo difiere la manera de ofrecer (Cf. CEC 1367). “Está es mi sangre de la Nueva Alianza” (Mc 14,12-16.22-26): El evangelista Marcos es el más sobrio de los evangelios sinópticos (Mt 26,26-29; Lc 22, 14-20) y de la tradición paulina (1Cor 11,23-26) a la hora de narrar la institución de la Eucaristía. La muerte de Cristo es a la vez el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del “cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre la comunión con Dios reconciliándole con Él por “la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28). Jesús estaba reunido con sus discípulos celebrando la Pascua judía, que recordaba la liberación de la esclavitud de Egipto y el paso del Mar Rojo hacia la tierra prometida. En esa cena judía el pan se comía sin levadura, se preparaba un cordero y los alimentos se acompañaban con el vino. Jesús aprovecho esos elementos para darle un nuevo significado. Por eso dice el texto: “mientras cenaban, tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y les dijo: Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por muchos” (Mc 14,22-24). Con Cristo el pueblo cristiano vive su Pascua, es decir, el paso ya no del Mar Rojo, pero sí del pecado a la Gracia, de las tinieblas a la Luz. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? La fiesta del Corpus Christi es inseparable del Jueves Santo, de la misa in Caena Domini, en la que se celebra solemnemente la institución de la Eucaristía. Mientras que en la noche del Jueves Santo se revive el misterio de Cristo que se entrega a nosotros en el pan partido y en el vino derramado, hoy, en la celebración del Corpus Christi, este mismo misterio se presenta para la adoración y la meditación del pueblo de Dios, y el Santísimo Sacramento se lleva en procesión por las calles de la ciudad y de los pueblos, para manifestar que Cristo resucitado camina en medio de nosotros y nos guía hacia el reino de los cielos. Lo que Jesús nos dio en la intimidad del Cenáculo, hoy lo manifestamos abiertamente, porque el amor de Cristo no es sólo para algunos, sino que está destinado a todos. ¡Que nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Que nuestras casas sean casas para él y con él! Que en nuestra vida de cada día penetre su presencia. Con este gesto, ponemos ante sus ojos los sufrimientos de los enfermos, la soledad de los jóvenes y de los ancianos, las tentaciones, los miedos, toda nuestra vida. La procesión quiere ser una bendición grande y pública para nuestra ciudad: Cristo es, en persona, la bendición divina para el mundo. ¡Que el rayo de su bendición se extienda sobre todos nosotros! 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? En la procesión del Corpus Christi, acompañamos al Resucitado en su camino por el mundo entero. Y, de este modo, respondemos también a su mandato: «Tomad y comed… Bebed todos» (Mc 14,12-16.22-26). No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor. El objetivo de esta comunión es la asimilación de mi vida con la suya, mi transformación y configuración con quien es Amor vivo. Por ello, esta comunión implica la adoración, implica la voluntad de seguir a Cristo, de seguir a quien nos precede. Adoración y procesión forman parte, por tanto, de un único gesto de comunión; responden a su mandato: «Tomad y comed». II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa La Iglesia está de fiesta hoy al celebrar, honrar y venerar la presencia de Cristo en el sacramento de la Eucaristía, su Cuerpo y su Sangre. Participar en este encuentro con el Señor nos impulsa a ser sacramento de amor y de unidad. Con alegría continuemos esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra La liturgia de la Palabra nos presenta cómo del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios, incluso, ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Acudamos a nuestro Padre Dios, por mediación de Cristo que invita a todos a su Cena y en ella entrega su Cuerpo y su Sangre para la vida del mundo, digámosle: R. Cristo, Pan bajado del cielo, danos la vida eterna 1. Por el Romano Pontífice Francisco, obispos, sacerdotes, religiosos para que unidos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo formen una sola familia, roguemos al Señor. 2. Por los gobernantes de las naciones, para que rijan los destinos de los pueblos con equidad y justicia, roguemos al Señor. 3. Por los que sufren, para que sepamos compartir con ellos nuestro pan de cada día, anuncio del Pan de vida eterna, roguemos al Señor. 4. Por toda la asamblea del pueblo de Dios, invitados a la mesa del Señor, para que el Pan de la Palabra y de la Eucaristía disponga nuestro corazón en ayuda a los más necesitados, roguemos al Señor. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales. Oración conclusiva Padre misericordioso, recibe estas suplicas que te presentemos con fe y esperanza en esta solemnidad del Cuerpo y Sangre de tu Hijo, Jesucristo, quien vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén.

Jue 20 Mayo 2021

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (Misa del día) Mayo 23 de 2021 Primera Lectura: Hch 2,1-11 Salmo: 104(103),1ab+24ac. 29bc-30.31+34 (R. cf. 30) Segunda Lectura: 1Co 12, 3b-7.12-13 o Ga 5,16-25 Evangelio: Jn 20,19-23 o Jn 15, 26-27; 16,12-15 I. Orientaciones para la Predicación Introducción La Palabra de Dios nos anuncia: • El Padre de amor cumple la promesa de su Hijo Jesucristo y envía el Espíritu Santo que llena la vida de los discípulos para impulsar la misión de la Iglesia: anunciar a Cristo muerto y resucitado. • El soplo de Cristo resucitado infunde el Espíritu de vida en los apóstoles para ser enviados: ellos se encargarán de llevar el perdón de los pecados. • El Espíritu Santo llena el universo como fruto de la Pascua. Hoy nosotros, en la celebración litúrgica, invocamos al Espíritu para que nos anime en el momento presente, sobre todo para que construyamos la unidad de la familia humana. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El libro de los Hechos de los Apóstoles es considerado el “Evangelio del Espíritu Santo”. Esta obra de Lucas nos retrata una Iglesia que todo lo hace por la acción del Espíritu y esto gracias al acontecimiento de Pentecostés. Lucas intenta describir la venida transformadora del Espíritu a partir de signos teofánicos del Antiguo Testamento: el ruido, el viento, las lenguas de fuego. Lo que pretende Lucas es transmitirnos el alcance y las consecuencias de Pentecostés y para eso ha construido un relato que conserva su frescura y actualidad, dos mil años después de haber sido escrito. No sólo narra un hecho del pasado, sino que sirve de modelo para interpretar lo que hace el Espíritu en el “hoy” de la Iglesia. Todo ocurre en aquella casa donde se encontraba la comunidad que se había congregado después de la Ascensión. Adquiere protagonismo el viento huracanado: la lengua griega usa el mismo término para designar viento y Espíritu (Pneuma-Ruah). Del signo de las lenguas de fuego, se desprende el hecho de hablar en diferentes lenguas. Lucas nos presenta una composición muy gráfica para comunicarnos cómo el Espíritu de Dios tomó posesión de aquellos hombres y mujeres. Así, los lectores de todos los tiempos pueden tener clara la imagen de este gran acontecimiento. Hemos sido bautizados todos en un mismo Espíritu. Esta realidad nos la presenta la segunda lectura para que los cristianos recordemos en dónde hemos recibido al Espíritu y para que estemos convencidos de que somos verdaderos portadores del Espíritu Santo. Gracias a Pentecostés, el Paráclito es derramado en los hombres y mujeres de todos los tiempos a través a las mediaciones sacramentales del bautismo y la confirmación. En el Evangelio, Juan nos relata la primera aparición del Resucitado a los Doce, reunidos con las puertas cerradas. El soplo de Cristo, vencedor de la muerte, evoca el soplo creador del Génesis, lo que significa que el Espíritu de Dios realiza la nueva creación, que es consecuencia del Misterio Pascual de Cristo. Para realizar esta obra, los apóstoles son enviados por Cristo, capacitados por el Espíritu. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Como la Virgen María y los apóstoles en Pentecostés, así nosotros por el bautismo y la confirmación hemos sido llenos del Espíritu. Así como Cristo fue movido por el Espíritu Santo en todo su ministerio y vivificado por el Espíritu en su resurrección, nosotros debemos ejercer nuestra vida cristiana dejándonos guiar y resucitar por el Espíritu Santo. Si nos fijamos en la secuencia de la solemnidad de hoy, podemos descubrir lo que puede hacer el Espíritu Santo, llegando hasta el fondo del alma para ser nuestro descanso, nuestro gozo, nuestra luz. Debemos asombrarnos cuando esta oración le dice al Espíritu Santo: “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro”. Para llenar los vacíos del ser humano de hoy es enviado el Espíritu. Él es el amor del Padre y del Hijo y, cuando llega a nuestra vida, nos infunde el verdadero amor que nos hace sentir plenos y dichosos. Hoy acontece la efusión del Espíritu Santo para la Iglesia. Lo que aconteció en Pentecostés se actualiza concretamente en cada Eucaristía, pues el Espíritu vivificador no sólo desciende sobre las especies eucarísticas, sino también sobre la asamblea que celebra: “para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”. En Pentecostés nació la Iglesia, pero en cada Eucaristía la Iglesia se renueva y renace para ser signo de unidad. De aquí surge el reto para cada bautizado: con el don del Espíritu, el bautizado está llamado a contribuir en la edificación de la Iglesia. No podemos rendirnos en la construcción de la unidad de la Iglesia. Contamos con la fuerza del Espíritu Santo para que los hijos de Dios vivamos la fraternidad y para que todos los seres humanos lleguemos a ser una verdadera familia de hermanos. Claro está que la unidad se comienza a vivir en cada familia, en cada parroquia, en pequeñas comunidades parroquiales para que de ahí se comience a vivir en los diferentes grupos y ambientes de la sociedad. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? La secuencia de Pentecostés es una oración que viene de la Tradición viva de la Iglesia. Es un texto elaborado para ser orado y para ser contemplado. Primero que todo, oremos con él, pronunciando el mismo grito de la Iglesia que clama en este día: “Ven, Espíritu Divino”. Luego, procuremos contemplar los símbolos y las acciones que encontramos en este himno: luz, huésped, descanso, brisa, etc.; reconforta, riega, sana, etc. De esta manera podremos contemplar las maravillas que obra el Espíritu Santo en la vida humana, en la sociedad, en el universo entero. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Cristo resucitado, glorificado por el Padre, derrama sobre la Iglesia el Espíritu Santo. Hemos llegado al culmen de la Pascua y nuestra alegría es desbordante ya que el Espíritu vivificador renueva el Universo y transforma nuestros corazones. Oremos por toda la Iglesia, por nuestra diócesis, nuestra parroquia y nuestra familia para que el acontecimiento de Pentecostés anime nuestra vida eclesial. Participemos alegres en esta celebración. Monición a la Liturgia de la Palabra Prestemos toda nuestra atención a la liturgia de la Palabra para poder evocar lo que sucedió en Pentecostés y así contemplar que hoy se actualiza la efusión del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, en la Iglesia. Escuchemos atentos la Palabra de Dios. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Hoy el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones para recibir vida en abundancia. Por medio de Cristo resucitado, presentamos nuestras oraciones al Padre para pedirle que renueve en nosotros la experiencia de Pentecostés. Por eso decimos: R. Envía tu Espíritu Señor y renueva la faz de la tierra 1. Te pedimos, Padre, que el Espíritu Santo siga renovando la vida de la Iglesia para llevar a cabo su misión evangelizadora con el gozo y el entusiasmo de la fe, para que, el Espíritu nos guíe hacia la unidad que Cristo quiere para el mundo entero. Oremos. 2. Te pedimos, Padre, por los gobernantes de las naciones, para que infundas en ellos la sabiduría del Espíritu para orientar a sus pueblos hacia el progreso, la fraternidad, la justicia y la paz. Oremos. 3. Te pedimos, Padre, que el Espíritu Santo resplandezca con su luz en la vida de todos los que sufren por causa de la pobreza, la violencia, la enfermedad, la soledad, para que infundas en ellos consuelo para sus tristezas y fuerza para levantarse. Oremos. 4. Te pedimos, Padre, por nosotros, que estamos recibiendo hoy la efusión del Espíritu Santo, para que llenando de amor nuestros corazones, limpies nuestras culpas y así comencemos a caminar en la vida nueva de Cristo resucitado. Oremos. En un momento de silencio presentemos al Padre nuestras intenciones personales Oración conclusiva Padre de la vida, que nos alegras con la efusión del Espíritu Santo. escucha la voz de la Iglesia que te invoca y presenta las necesidades de la humanidad. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén

Jue 13 Mayo 2021

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»

SÉPTIMO DOMINGO DE PASCUA ASCENSIÓN DEL SEÑOR Mayo 16 de 2021 Primera Lectura: Hch 1,1-11 Salmo: 47(46),2-3.6-7.8-9 (R. cf. 6) Segunda Lectura: Ef 1,17-23 o Ef 4,1-13 (forma larga) o Ef 4,1-7.11-13 (forma breve) Evangelio: Mc 16,15-20 I. Orientaciones para la Predicación Introducción La Palabra de Dios nos orienta y fortalece: • Cuarenta días después de la resurrección, Cristo asciende a los cielos como cabeza de la Iglesia para que nosotros, como miembros de su Cuerpo Místico, podamos alcanzar su misma victoria. • Antes del acontecimiento de la Ascensión, el Resucitado envía a los Once a proclamar el Evangelio al mundo entero. Cristo se marcha físicamente, pero permanece vivo en su Iglesia que tiene la misión de anunciar la buena noticia y de bautizar a todo el que crea. • “Dios asciende entre aclamaciones”. Nosotros, los discípulos de Cristo de este tiempo presente, mientras contemplamos al Señor que asciende, nos alegramos hasta el punto de entonar todas las alabanzas y aclamaciones que salen de nuestro corazón. 1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El prólogo del libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-4) que encontramos en la primera lectura, pone en evidencia que estamos ante la continuación del relato evangélico de Lucas. Así, la vida de la Iglesia (narrada en la segunda parte de la obra lucana) queda firmemente enraizada en el ministerio de Jesús. Esta vida de la Iglesia comienza en Jerusalén (es evidente el interés teológico de Lucas por colocar a Jerusalén como punto de partida de la expansión de la Iglesia hasta los confines de la tierra) y allí recibirá la promesa del Espíritu Santo. Así queda patente el vínculo entre la solemnidad de hoy y la gran solemnidad de Pentecostés, vínculo que también Jesús expresó cuando les dijo a los discípulos que se marchaba para que vinera el Paráclito (cf. Jn 16,7). Si queremos ver la relación de la primera lectura con el Evangelio de esta solemnidad, lo podemos notar, no sólo en la descripción de la Ascensión que ambos textos nos presentan, sino en la misión que el Resucitado encomienda a los apóstoles: La voluntad de Jesús es clara: consiste en que sus apóstoles reciban el Espíritu Santo para ser testigos y vayan a anunciar la Buena noticia. Y es que la tarea evangelizadora tiene su fundamento en la experiencia de ser testigos del Resucitado, llenos de la fuerza (dynamis) del Espíritu. También queda patente el universalismo de esta misión en las expresiones: “hasta los confines del mundo” (Hch 1,8) y “vayan al mundo entero” (Mc 16,15). La Iglesia es esencialmente misionera y sus fronteras serán las del mundo. En cuanto al relato de la Ascensión, el texto de Hch se distingue por la referencia a ciertos detalles: la aparición de la nube, signo bíblico de la presencia divina; las palabras alentadoras de los personajes celestiales; el mensaje para la Iglesia en la expectativa del regreso de Jesús. Mientras tanto la breve narración de Marcos resalta el hecho de que el Señor se siente a la derecha del Padre para inaugurar su reinado universal como Mesías e interceder por nosotros como Sumo Sacerdote (cf. Hb 8,1; CEC 663-664). En la segunda lectura (Ef 1,17-23) el apóstol Pablo, a manera de oración, manifiesta que el cristiano necesita ser iluminado por Dios para comprender la riqueza de la gloria que le espera en el cielo, gracias al poder de Cristo resucitado y glorificado. Y esto porque conocer la futura herencia por la fe significa poseerla ya anticipadamente. 2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y que me sugiere para decirle a la comunidad? Podríamos preguntarnos ¿Qué efecto tiene la Ascensión de Jesús para nuestra vida en el presente que estamos viviendo? Es importante que reflexionemos que, desde el momento en que Cristo asumió nuestra condición humana, podemos afirmar una gran verdad: donde esta Cristo, está su Iglesia, estamos los bautizados. Esto significa, de cierta manera, que, si Cristo está en el cielo, los que somos de Cristo (cf. 1Cor 15,23) ya estamos con Él y podemos aspirar a disfrutar de su gloria. Claro que tenemos que esperar a que llegue el momento definitivo. No obstante, Cristo nos está preparando un lugar (cf. Jn 14,3), un lugar al que aspiramos, mientras en la vida diaria luchamos por la santidad. Con la esperanza de llegar al cielo es que se mueve nuestra vida cristiana, en medio de los gozos y las fatigas de cada día. No es casualidad que el apóstol Pablo señale que necesitamos comprender cuál es nuestra esperanza pues es muy fácil olvidar cuál es la meta de nuestra vida, en medio de tantas cosas que tenemos que pensar y que hacer, en medio de los afanes y preocupaciones de cada día. Cristo en el cielo nos dice: “Tú meta es el cielo”. Y si hay una meta que vale la pena, también valdrán la pena todos nuestros esfuerzos aquí en la tierra: los esfuerzos de todos los hombres y mujeres para sacar su vida adelante, sobre todo cuando las crisis económicas y sociales nos golpean; los esfuerzos por conseguir una sociedad llena de paz, justicia y progreso; los esfuerzos por aprender a amarnos entre hermanos; y qué decir de los esfuerzos por anunciar el Evangelio, la misión que nos encomienda Cristo resucitado. Para la misión de la Iglesia y para la vida de sus discípulos, el Señor nos promete el Espíritu Santo. La presencia visible del Verbo encarnado culmina con su Ascensión, pero toma protagonismo la acción del Espíritu Santo que es fuerza para ser testigos de Cristo (cf. Hch 1,8), fuerza en nuestro camino hacia el cielo. Litúrgicamente, la espera de esta promesa será el motor que mueva nuestro interior durante esta última semana de Pascua que comienza hoy y que nos llevará a la solemnidad de Pentecostés. Que cada día podamos invocar: “Ven Espíritu Santo”. 3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo? Nuestra oración ha de ser necesariamente una mirada dirigida al cielo. En el cielo está Cristo que mira con misericordia las situaciones difíciles que debemos pasar en la tierra. La Ascensión del Señor, según nos lo recuerda san León Magno, lejos de desanimarnos, aumenta nuestra fe, ya que nos empuja a creer sin vacilación en la presencia invisible y sacramental de Cristo en la Iglesia. Con esta fe pidamos por toda la humanidad y por las dificultades que pasa en estos tiempos. El tiempo pascual está llegando a su fin, pero la alegría pascual tiene que ser más fuerte que nunca. Esta alegría deben contemplarla en nuestra vida todos los que nos rodean. Es la alegría que se nutre de la esperanza de la vida futura que nos garantiza Cristo con su Ascensión. No nos dejemos robar ni la alegría ni la esperanza. II. Moniciones y Oración Universal o de los Fieles Monición introductoria de la Misa Llegados a este punto culminante del tiempo Pascual nos disponemos a celebrar el gran acontecimiento de la Ascensión del Señor. Nos alegramos con esta solemnidad porque Cristo sube al cielo para mostrarnos el camino y, al mismo tiempo, se ha quedado con nosotros en la Iglesia para sostenernos. Que se acreciente cada vez más nuestro gozo pascual para ser verdaderos testigos y anunciadores del Evangelio. Participemos con fe. Monición a la Liturgia de la Palabra Al escuchar la Palabra de Dios en este domingo, la Ascensión de Jesús se nos manifiesta como un acontecimiento actual. Hoy es el día en que Cristo es glorificado y en donde se renueva nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor para convertirnos en testigos de la Pascua, en testigos de Aquel que está sentado a la derecha del Padre. Escuchemos con atención. Oración Universal o de los Fieles Presidente: Con Cristo que sube al Padre, suben también las oraciones de la Iglesia que intercede por toda la humanidad. Son las plegarias que ahora presentamos, movidos por la esperanza que no nos defrauda y que nos anima para aclamar al Padre y decirle: R. Tú que tanto nos amas, escúchanos, Padre 1. Padre del cielo, te pedimos por la Iglesia, enviada por Cristo a evangelizar y bautizar, para que renueves en ella la efusión del Espíritu para recibir la fuerza que la capacita para dar testimonio del Señor resucitado, vencedor de la muerte. Oremos. 2. Padre Santo, te pedimos por los elegidos para gobernar las naciones y los pueblos, para que infundas en ellos los valores necesarios para trabajar por las personas, de manera que alcancen los altos ideales que corresponden a su dignidad. Oremos. 3. Padre Creador, te pedimos por los que sufren la enfermedad, el abandono, la pobreza, la violencia y otras situaciones difíciles, para que los confortes en la tribulación y, a nosotros, nos des la fuerza para acompañarlos con nuestra caridad. Oremos. 4. Padre misericordioso, te pedimos por esta asamblea que se congrega a celebrar la victoria de Cristo que asciende a los cielos, para que, comprendamos la riqueza de la gloria que nos espera para avanzar con mayor deseo hacia los bienes del cielo. Oremos. En un momento de silencio presentemos nuestras intenciones personales Oración conclusiva Escucha, Padre eterno las oraciones de toda la humanidad, sedienta de amor, de paz y de felicidad. Te lo pedimos por la Ascensión de tu Hijo que asumió nuestros sufrimientos para glorificarnos. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. R. Amén