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Opinión

Vie 14 Jul 2017

Es urgente formar e integrar a los laicos

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El mundo en que vivimos sufre grandes y profundas transformaciones. En él, la Iglesia de Cristo debe anunciar la propuesta de plena realización humana y social que contiene el Evangelio. Esto implica renovar el compromiso apostólico, expresar adecuadamente el mensaje, encontrar nuevas formas para llegar a los distintos sectores; más aún, encarnar fecundamente la vida cristiana en la sociedad. Pero esto no es posible hacerlo sino en y a través de personas concretas. Por eso, uno de los más grandes y urgentes desafíos hoy es la formación integral y la participación de los fieles laicos. El catolicismo sociológico se cae a pedazos; de esa estructura viven cada vez menos personas. Es preciso entonces construir desde la base, antes de que sea tarde, una comunidad de discípulos de Cristo que viva a plenitud la fe y que con ella impregne la realidad de la familia, de la educación, del trabajo, de la política, de la economía, con la naturalidad de una lámpara que una vez encendida va poniendo mansamente su luz en todo lo que la rodea. Esto implica un proceso orgánico, progresivo, personal y comunitario de formación del laicado. A partir del Concilio Vaticano II se han abierto enormes posibilidades y perspectivas para que los laicos se integren y participen en la vida y misión de la Iglesia con la condición profética, sacerdotal y pastoral que les ha dado el Bautismo. Todos tenemos que contemplar con agradecimiento y alegría lo que el Señor ha venido haciendo en nuestra Arquidiócesis con muchos laicos: crece su empeño en formarse, despiertan su sentido de pertenencia a la Iglesia, se vinculan fructuosamente a diversos servicios en las parroquias, influyen de diversas maneras en la transformación de la sociedad, buscan la santidad. Sin embargo, a la vez, debemos constatar con honda preocupación la realidad de tantos bautizados que no salen de una gran ignorancia con relación a lo esencial de la vida cristiana, que mantienen una incomprensible pasividad y que encerrados en su aislamiento no se afanan por integrarse a un proceso de evangelización, por aprovechar la ayuda de sus hermanos y por testimoniar la alegría del Evangelio. Esto no puede seguir así. Una tarea urgente en la Iglesia es ayudar a todos los fieles a crecer en el sentido de responsabilidad frente al seguimiento de Cristo y frente a la misión que de él hemos recibido. En la historia de la Iglesia hay momento es que hay penumbras y son más difíciles las pruebas. Ante esas situaciones la reacción justa no es huir ni tampoco echarnos a dormir. Por el contrario, es la hora de despertar, de crear, de apurar el paso, de asumir el futuro con más pasión. Este momento de la Iglesia necesita un acertado protagonismo y un decidido compromiso de los laicos. Ellos, como nunca, deben ser testigos de Cristo, apoyo decidido de la vida parroquial, fermento de alegría y de esperanza en sus familias y en sus barrios, constructores de un mundo nuevo. Esto implica una formación humana y cristiana recia y adecuada a los tiempos que corren. Tienen que aprender a escuchar a Dios en su Palabra, a vivir el misterio de Cristo en la liturgia, a conocer profundamente el contenido de la fe, a construir comunidad en diversos niveles, a ser competentes para anunciar el Evangelio en múltiples ambientes y campos pastorales. Esta tarea de formar sólidamente a los laicos es prioritaria para los sacerdotes pero corresponde también a los mismos laicos que deben asumir con madurez su identidad y su tarea en la Iglesia. Saludo con gozo y esperanza el número grande de laicos formados y comprometidos que tenemos; los procesos de formación que están impulsando los sacerdotes en las parroquias, los delegados de pastoral y varias instituciones arquidiocesanas; los buenos resultados de las pequeñas comunidades y de los grupos apostólicos. Pero espero que avancemos mucho más con decisión y eficacia. No podemos perder tiempo. La Iglesia necesita en este momento una participación más activa y responsable del laicado. Permitamos que en los bautizados, mujeres y hombres, se renueven hoy las maravillas de Pentecostés. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Mié 12 Jul 2017

“…mi oración es judía…”

Es la expresión del Papa Francisco en una entrevista del 12 de junio de 2014, al hablar de la importancia de rezar los salmos y celebrar la Eucaristía diariamente. Orar los salmos en el contexto de la Liturgia de las Horas (LH) debe suscitar en los fieles cristianos y de manera especial en los Obispos, sacerdotes, diáconos y consagrados, una alegría espiritual que va más allá de un simple cumplir una promesa, y que encuentra su mayor expresión cuando el ser orante se apropia, “en el espíritu del resucitado” (Rm 8,11) de una verdad irrefutable predicada por el Papa Benedicto XVI: “todo lo debo esperar de Dios y basar la vida entera en Dios, que en Cristo nos lo ha regalado todo”. Es oportuno recordar algunas razones que sostienen la acción cotidiana de rezar la Liturgia de las Horas o el Oficio divino y contemplar que en ella, Dios se vale de mí para “misericordiar” a su Iglesia y al mundo entero. 1.- Celebramos la liturgia porque actualiza para nosotros la acción salvadora de Cristo y nos permite abrirnos a la esperanza en la que hemos sido salvados (Rm 8,24). Nos enseña el catecismo de la Iglesia “La Liturgia es "acción" del "Cristo total". Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta” (1136). 2.- El Misterio de Cristo, su Encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía, especialmente en la asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la celebración de la Liturgia de las Horas, "el Oficio divino" (SC IV). La Liturgia de las Horas "realmente es la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre" (SC 84; CIC 1174). 3.- La Liturgia de las Horas nos fortalece en el ministerio, acrisola nuestra opción de vida, mantiene radiante nuestra identidad porque ella es fuente de vida espiritual y nos permite entender que el ideal de la vida cristiana y sacerdotal consiste en que cada uno se una con Dios íntima y constantemente (SC 86 y 96; PO 5). 4.- La Liturgia de las Horas es el medio privilegiado que favorece que cada jornada sea un constante diálogo con Dios, un sacrificio espiritual que se inspira y apoya en el único y definitivo sacrificio de Cristo con el cual se debe identificar el sacerdote. En la oración de la LH el presbítero se descubre inmerso en el misterio de la filiación divina que se hace entrega a los demás en el servicio pastoral. 5.- La oración es el acto central de la persona de Jesús en cuanto hombre y por lo tanto, un real conocimiento del Dios-Hombre es sólo posible entrando en ese acto de oración. En consecuencia, sintonizar nuestra vida con el misterio de Jesús sólo es posible participando de su mismo sacrificio que se actualiza en la Eucaristía y se prolonga en el tiempo por la Liturgia de las Horas. Cabe recordar que «en el Oficio Divino, los presbíteros, en nombre de la Iglesia, piden a Dios por todo el pueblo a ellos confiado y por todo el mundo» (PO 5). 6.- La LH tiene una profunda dimensión eclesial en la cual brilla, en la Iglesia que reza, el esplendor de la Santísima Trinidad y en la voz de la Iglesia resuena la voz de Cristo. El sacerdote no debe olvidar que toda acción litúrgica es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La Instrucción General para la LH enseña: “la santificación humana y el culto a Dios se dan en la LH de forma tal que se establece un diálogo entre Dios y los hombres, en que Dios habla a su pueblo…y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración”. Acojamos la exhortación del Papa Benedicto XVI “celebrad la Liturgia de las Horas dirigiendo la mirada a Dios en la comunión de los santos, de la Iglesia viva de todos los lugares y de todos los tiempos, para que se transforme en expresión de la belleza y de la sublimidad del Dios amigo de los hombres”. Por bondad de una monja de clausura, llegó a mis manos la siguiente oración para ofrecer la celebración del oficio divino: “Abre, Señor, mis labios para que bendiga tu santo nombre; purifica mi corazón; ilumina mi entendimiento, inflama mi voluntad, para que digna, atenta y devotamente pueda cantar este oficio y merezca ser escuchado en la presencia de tu Divina Majestad. Canto el oficio Divino en nombre de la santa Iglesia, porque es tu oración al Padre, unida a aquella divina intención con que Tú mismo, en la tierra tributaste tus alabanzas al Padre, mirándolo con tus divinos ojos, en el Espíritu Santo. Amén. ¡Qué gran cosa es adorar bien a Dios en la Liturgia de las Horas! Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director Financiero Conferencia Episcopal de Colombia

Lun 10 Jul 2017

No sólo el páramo de Santurban

Por: Monseñor Ismael Rueda Sierra - El papa Francisco, a quien esperamos en su visita apostólica a Colombia en el mes de septiembre, nos ha entregado la carta encíclica “Laudato Si”, en continuidad con el magisterio pontificio del Beato Paulo VI y San Juan Pablo II, sobre el tema de la ecología. Pero indudablemente el papa Francisco va al fondo en su reflexión integral e interdisciplinar de lo que significa el cuidado de la casa común, como responsabilidad de todos. En los distintos foros mundiales y también los locales, estos temas ocupan primera línea, por cuanto está en juego la supervivencia misma de la humanidad y el adecuado tratamiento de la dignidad humana. Por tal razón, con base en una dimensión ética, entre otras, que debe estar necesariamente en la base del discernimiento, también existen unas consideraciones de tipo político, económico y cultural que afectan profundamente, por las competencias propias en materia de decisiones, conductas y vigencias culturales lo mismo que por los intereses de lucro y consumo, que en ocasionen se priorizan, como es usual en el mundo de hoy. Se ha vuelto recurrente, a la hora de conciliar el manejo adecuado del medio ambiente con las aplicaciones de tipo industrial, minero o urbanístico, etc. no dar la adecuada importancia a su componente ético y social, o brindar promesas ecológicas que francamente no convencen porque se sabe de antemano, del enorme impacto que producen sobre los bienes naturales. Quiere esto decir que para vender la idea de la explotación de los recursos, o la expansión urbana, a menudo los interesados se colocan un “traje ecológico” para obtener el visto bueno de la opinión pública especialmente. Quisiera hacer alusión sólo a algunos apartes de la encíclica papal aludida, que nos permiten ver el enorme reto que tenemos a la hora intervenir el medio ambiente, en favor del ser humano. Al referirse el Papa a una ecología integral afirma que “La ecología… También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. No estará de más insistir en que todo está conectado” (cf. L.S.138). Afirma además: “Cuando se analiza el impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los efectos en el suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o de grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia” (cf.L.S.35). “El cuidado de los ecosistemas, afirma, supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación” (Id.36). En relación con la cuestión del agua, que sin duda es prioritaria a la hora de plantear los temas ecológicos, por cuanto su acceso, uso y consumo forma parte del derecho a la vida, el Santo Padre afirma que “En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos” (Id.30). De modo que, en el caso nuestro de la intervención en el páramo de Santurbán, al que ya me había referido en otro editorial, invocando la aplicación del principio de precaución, será necesario para su adecuado manejo y conservación, no ignorar las consideraciones éticas y de responsabilidad social, presentadas por el Santo Padre Francisco en la encíclica “Laudato Si”. Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Lun 3 Jul 2017

Una rápida mirada a los papas de mi vida

Por: Mons. Edgar de Jesús García Gil – El 9 de octubre del año 1958 entré al seminario menor de Cali. Ese día fue de luto total. Murió el papa Pio XII. Un hombre elegante, hierático, sagrado. A lo largo del recorrido entre Roldanillo y Cali en una chiva de pueblo los seminaristas oíamos por todos los municipios los cien repiques que se doblaban cuando moría un papa. ¡Qué impresión y que asombro esta entrada al seminario conciliar San Pedro apóstol de Cali! Fue elegido el gordito y querido Juan XIII, hoy santo. Para sorpresa de todo el mundo abrió las puertas de la Iglesia al mundo moderno con la convocación del Concilio Vaticano II. (1962-1965). Aires nuevos comenzaron a entrar en la Iglesia de Jesucristo. Falleció 3 de junio del año 1963. Fue elegido el papa Pablo VI, quien continuó el concilio y lo clausuró. Otro santo, hoy beato. Pastoreó la Iglesia con amor y ciencia sin igual. El progreso de los Pueblos fue una de sus preocupaciones sociales. Fui testigo de su santidad porque viví en Roma los dos últimos años de su vida (1976-1978) cuando estuve haciendo la licenciatura en teología dogmática en la Gregoriana. Lo acompañé en varias eucaristías en la plaza de San Pedro como sacerdote servidor de la Eucaristía. Lo observaba bien y su rostro envejecido y macilento reflejaba la luz del transfigurado. Murió el 6 de agosto de 1978 mientras yo estaba trabajando en la Mercedes Benz cerca de Stuttgart Alemania. Mientras regresaba a Colombia fue elegido el papa Juan Pablo I que vivió 33 días como una sonrisa de Dios. El 16 de octubre de 1978 fue elegido Juan Pablo II, hoy santo. Nacido en Polonia. Apenas yo había cumplido 32 años de vida. Fue el papa de mi vida sacerdotal y quien me llamó al episcopado el 8 de septiembre del año 1992, hace ya 25 años. Tenía un carisma especial con todos. Nos mostró la riqueza del humanismo cristiano en la persona de Jesucristo. Sus viajes pastorales rompieron un record en su afán evangelizador. Su persona, su palabra y su cercanía conquistaron el corazón de muchos especialmente de los jóvenes. Tuve la oportunidad de vivir la experiencia de dos visitas “ad limina apostolorum” con Juan Pablo II. Maravillosos encuentros en Roma con la riqueza de su personalidad santa. Murió el 2 de abril del año 2005 a los 27 años de pontificado. Sucedió a San Juan Pablo II Benedicto XVI el 19 de abril del año 2005. Academia y vida monástica según las reglas de San Benito fueron las dos combinaciones de su pontificado. Sufrió el manejo mundano de la sede de Pedro y tomo la decisión de renunciar al pontificado el 28 de febrero del año 2013 y se convirtió en un papa emérito. Increíble pero cierto. Su humildad con este gesto sorprendió al mundo entero. Y llegó para sorpresa del mundo cristiano la figura del papa Francisco. Argentino, Latinoamericano y Jesuita. Traía en el corazón la nueva evangelización, la misión permanente y la conversión personal y pastoral de Aparecida. Es la continuación de la apertura del Concilio Vaticano II que parecía frenado en la historia y en los territorios. Es la alegría del evangelio. Es la alegría del amor en los esposos. Es la conciencia ecológica del mundo. Es realmente una novedad. Ha comenzado a purificar a la Iglesia de la mundanidad espiritual y burocrática que tenía como un caparazón pesado y duro. Todos han sido sucesores de Pedro como obispo de Roma. Vicarios de Cristo en la tierra. Instrumentos de Dios para construir la unidad de la Iglesia. Del 06 al 10 de septiembre tendremos en nuestra tierra colombiana al papa Francisco. ¡Qué maravilla y que bendición! “Padre de Misericordia, te damos gracias por el papa Francisco y te suplicamos que su visita a Colombia sea un tiempo de bendición que nos confirme en la fe y nos ayude a dar el primer paso para comenzar con Cristo algo nuevo en bien de todos los colombianos”. + Edgar de Jesús García Gil Obispo de Palmira

Vie 30 Jun 2017

Demos el primer paso

Por: Mons. Luis Adriano Piedrahita Sandoval - Del seis al diez del próximo mes de septiembre tendremos la alegría de tener en nuestro país al Papa Francisco. El sucesor de Pedro, a quien el Señor colocó como la roca sobre la cual quiso edificar su Iglesia, el Obispo de Roma, Padre y Pastor de la Iglesia universal, viene a visitarnos y a ofrecernos con su visita un auténtico tiempo de gracia y momento especial y único, “reflejo en cierta medida de aquella especial visita con la que el supremo pastor (1 Pe 5,4) y guardián de nuestras almas (1 Pe 2,25), Jesucristo, ha visitado y redimido a su pueblo”. Sabemos que se trata de una visita eminentemente pastoral: El Papa viene a animarnos y a confirmarnos en la fe. Es este el mandato que Pedro recibió del Señor: “! Simón, Simón ¡Mira que Satanás ha solicitado el poder sacudirlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). El Papa viene a impulsarnos en la tarea que tenemos de la Nueva Evangelización, como nos lo ha recordado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Hoy, en este “id” de Jesús, están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia, y todos somos llamados a esta nueva salida misionera” (20). Qué bueno sería que, como Iglesia diocesana, recibamos este momento de gracia como un llamado a tener un renovado compromiso de hacer de cada una de nuestras parroquias “comunidades de discípulos-misioneros que anuncian la alegría del Evangelio. El Papa viene a recordarnos el valor que tienen los dones del matrimonio y de la familia, y el compromiso consiguiente de hacer de las familias lugares en los que se vive y comparte la alegría del amor, alegría que es también causa de júbilo para la Iglesia (Amoris Laetitia, 1). Siguiendo su línea de pensamiento consignado en sus grandes documentos, no podemos dejar de lado el tema de la ecología de la carta encíclica “Laudato Si”; el Papa Francisco vendrá a recordarnos seguramente el desafío urgente de proteger nuestra casa común, que “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella” (2). Como mensajero de la paz, el Papa viene a invitarnos a hacer decididamente de la necesidad de la paz en nuestro país un anhelo ferviente que nos lleve a sanar nuestros corazones de resentimientos y odios, y a construir una sociedad en la justicia, en la equidad, en la reconciliación, en el perdón, en el respeto mutuo, en el amor fraterno. Sabemos que constituirnos todos “en artesanos de la paz” es la tarea que de manera especial nos apremia como Iglesia en Colombia, y la Palabra del Santo Padre nos traerá sosiego, serenidad, alegría, esperanza, para emprender dicho camino. Como lo dice el lema de la visita, el Papa Francisco viene a invitarnos a “dar con él el primer paso”, a colocarnos en camino hacia algo nuevo, decidiéndonos a hacer crecer y madurar la semilla de su Palabra eficaz y creadora que ya el Señor ha sembrado, para que cosechemos unas personas, unos hogares, unas comunidades, unas instituciones, una Iglesia, renovados y renovadas para bien de todos los colombianos: “He aquí que yo renuevo lo antiguo, dice el Señor: ya está en marcha, ¿no lo reconocen? Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo” (Is 43,19). Oremos, preparémonos, dispongámonos a acoger la visita del Papa Francisco como una verdadera bendición de Dios y a recibir su presencia y sus enseñanzas con corazones bien dispuestos. + Luis Adriano Piedrahita Sandoval Obispo de Santa Marta

Mar 27 Jun 2017

La grandeza del matrimonio

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo – Está bajando el número de los matrimonios. Para muchos, el matrimonio no produce más que problemas y hasta el divorcio resulta difícil y costoso. Por eso, algunos jóvenes optan por no casarse y otros por la unión libre que une sin unir y que presenta la relación ante la sociedad sin que establezca un gran compromiso hacia el futuro. Varios piensan que el matrimonio conserva las huellas de un pasado que cada vez está más lejos. Para algunos más es una celebración que pretende algo imposible: comprometer para toda la vida a dos personas cambiantes en una sociedad en evolución donde nada es estable y definitivo. Así se opaca el sentido del matrimonio. Se lo ve sólo como la garantía de una unión y hasta se lo ha utilizado para adquirir derechos, legitimar una herencia, reconciliar familias, reparar un acto prematuro o simplemente darle realce a una relación. Este no es el verdadero matrimonio. Sin embargo, a pesar de las apariencias, del ataque de ciertas ideologías y de la desconfianza de tantos, el matrimonio resiste. La mayoría de las parejas lo contraen o por lo menos lo desean, porque el auténtico matrimonio responde a un instinto natural fundamental en el que hay que buscar sus raíces El verdadero origen del matrimonio no está en la sociedad; Dios lo ha puesto en el interior de nuestro ser. Siguiendo la reflexión de Jean Onimus, nosotros tenemos necesidad de vivir juntos en un intercambio permanente, con las diferencias indispensables que fecundan el diálogo. Todo lo que es exterior a una pareja es contingente y de alguna forma la perturba. El amor durable es una realidad íntima, una exigencia del corazón; él vive sin hacerse notar, él madura y se purifica como el acero, él envejece como el buen vino, él no se deja arruinar por el tiempo porque sabe entrar en la eternidad. Probablemente, el matrimonio es la unión espiritual que cada vez se vuelve más inescrutable desde lo exterior; éste es su profundo misterio. Podría parecer grandioso pero a la vez absurdo que dos personas diferentes, cada una con sus costumbres, sus preferencias, su pasado, su libertad, se comprometan a vivir juntas hasta la muerte. Aparentemente, hay algo de locura en esta entrega total. Se han necesitado siglos para que la realidad del matrimonio se configurara en su plenitud. Cuando Jesús exige la fidelidad absoluta en el matrimonio, los discípulos reaccionan: “entonces es mejor no casarse”. En muchas culturas se ha tenido la presencia de una esposa principal rodeada de amantes de paso. Ha sido la solución cómoda para el doble deseo del amor: la permanencia y el cambio. Es la oposición entre el amor profano que aparece ante todo como un juego o un placer y el amor sagrado que es un fuego que trenza a la vez el deleite y lo espiritual. Con la ayuda de la contracepción, el acto de amor tiende hoy a volverse todavía más anodino y sin trascendencia. Comienzan a asomarse las graves consecuencias que vendrán de esta liberación de los sentidos, que está modificando la vida de las parejas. Es necesario llegar a la conciencia de que el verdadero amor está más allá; no puede surgir de un capricho sino de un don interior de otro orden. Lo que está aconteciendo entre nosotros anuncia una nueva etapa de la cultura, que ofrece la doble posibilidad de una sociedad dura y seca en la que el amor se configura con lo rutinario de la vida o de un amplio porvenir abierto al amor durable hecho de ternura y de donación. Pastoralmente tenemos que estar atentos a estos cambios, al principio casi imperceptibles, pero que dejan luego grandes efectos; así procede la evolución cultural. Hay que mostrar que el amor fiel es todavía más fresco y feliz que el otro; él lleva la alegría hasta la ancianidad; él introduce en lo absoluto y trascendente. La felicidad del matrimonio descansa en exigir toda la grandeza de que somos capaces. Es el poder de ir más lejos, hasta la completa unión. Es algo extraordinario y al mismo tiempo natural, como son todas las obras maestras de la vida. Sería una tristeza y una tragedia que permitamos que ya no se vea y se realice la belleza y la grandeza del verdadero matrimonio. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 26 Jun 2017

Viene el Papa, ¿Cómo prepararnos?

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - Desde el momento en que el Señor Nuncio Apostólico y las Directivas de la Conferencia Episcopal Colombiana, junto con el Presidente de la República confirmaron la visita del Papa Francisco a Colombia, desde ese mismo instante se dio inicio a un camino de preparación no sólo de los aspectos logísticos en las ciudades que serán visitadas por el Romano Pontífice, sino también la preparación espiritual de los colombianos. En definitiva, cuando viene un invitado especial a casa, ésta se arregla con decoro y los corazones se disponen para acoger al mensajero de la paz. El Papa viene a Colombia, y por esto todos estamos siendo invitados a prepararnos para cuando llegue el 6 de septiembre. Así las cosas, en concreto, también los católicos colombianos, también los de las ciudades que no tendrán la visita personal del Papa Francisco, nos vamos a preparar. ¿Qué hacer? 1. Orar. La Conferencia Episcopal ha publicado ya la oración oficial de preparación de la visita del Papa. Ésta se puede hacer todos los días. Es necesario encomendar a Dios esta visita pastoral, para que tanto el Papa como nosotros, podamos ser dóciles a la acción del Espíritu Santo: en el Papa para anunciar con valentía la Verdad de Cristo, y en nosotros, para acoger el mensaje y ponerlo en práctica. Es importante estar atentos a las jornadas de preparación, sobre todo las Vigilias de oración antes de la llegada del Sumo Pontífice. 2. Profundizar en la figura del Papa en la Iglesia. Para esto, están próximas a ser publicadas las catequesis para realizar en las parroquias, en los movimientos y grupos apostólicos, en las Universidades y Colegios. En fin, serán unas catequesis que ayudarán a conocer qué significa el Papa en la Iglesia, cuál es su misión y por qué viene a Colombia. 3. Conocer al Papa Francisco. Ya se encuentran en muchos lugares libros, escritos, biografías del Papa Francisco, desde cuando era joven sacerdote jesuita, luego Arzobispo de Buenos Aires en Argentina, hasta llegar a ser Papa. Qué bueno que se conozca a este hombre, que siendo uno de los nuestros, por ser el primer Papa latinoamericano, lo podemos conocer desde lo profundo de sus pensamientos porque habla nuestra misma lengua. 4. Acercarse y leer el Magisterio del Papa Francisco. Es muy importante tener un acercamiento a los escritos pontificios: las cartas, las encíclicas, las homilías, especialmente en la casa Santa Marta donde reside y sus exhortaciones apostólicas, especialmente la última, Amoris Laetitia sobre la alegría del amor en familia. Si se quiere conocer al Papa, más allá de los comentarios que pueden hacer de él escritores, periodistas o críticos, es muy importante ir a la fuente primera que son sus escritos. En las librerías católicas hay abundante bibliografía sobre el Papa Francisco. 5. Ver al Papa. Desde ahora vale la pena informarse del itinerario y la programación oficial de la Visita del Papa a Colombia: la mayoría, para seguirlo a través de los medios de comunicación, y otros, para desplazarse a alguno de los lugares donde estará en Bogotá, Villavicencio, Medellín o Cartagena. Que la alegría de la espera del ilustre visitante, disponga nuestros corazones para una vida nueva, dispuesta al cambio, dispuesta dar con el Papa Francisco “el Primer paso”. +Luis Fernando Rodríguez Velásquez V. Obispo Auxiliar

Vie 23 Jun 2017

DAR EL PRIMER PASO ¿Hacia dónde?

Con gran alegría hemos recibido la noticia, que el papa Francisco visitará en el mes de septiembre y por cuatro días, nuestro país. Sin duda alguna, es un acontecimiento providencial que vivimos, porque viene el mensajero que anuncia la paz, la salvación y que trae buenas nuevas (Is 52,7), para este pueblo colombiano crucificado por tantas realidades que degradan su dignidad. Esta visita apostólica debe ser sinónimo de alegría para todos los colombianos sin excepción alguna, porque el mensaje de paz, de buena nueva y como tal, el plan salvífico de ese Padre de amor, de misericordia y Dios de todo consuelo, está dado para todos (1Tm 2,4), por ende, nos invita a dar el primer paso. Pero, ¿dar el primer paso hacia dónde? El primer paso debemos darlo en particular y como sociedad hacia la conversión, el amor y el seguimiento al resucitado. Es decir, el paso hacia la conversión (Mc 1, 15) significa un sincero arrepentimiento del pecado y un apartarse de ese pecado que degrada nuestra dignidad como seres humanos y como hijos de Dios. Dicho de otra manera, es momento de romper con esa indiferencia globalizada, cómoda y relativista, que multiplica todo tipo de injusticia social, corrupción y violencia hacia los pobres, los que sufren, los excluidos y silenciados al margen de la historia. En últimas, es hora de apartarse de esa indiferencia que activa la economía de la exclusión y que da lugar a la llamada cultura del descarte (Evangelii Gaudium, 54), para dar paso bajo el principio de misericordia, a aquella cultura que, promulgando la vida, la esperanza, la caridad, siembra la paz. Asimismo, dar un paso hacia el amor como ley de vida para corresponder al reino de Dios (Mc 12, 28-31; Lc 14, 12-14), significa ver al prójimo con ojos de misericordia y caridad. En otras palabras, en la medida en que seamos capaces de ver al otro –a ese que es totalmente diferente y que en ocasiones no aceptamos– con una mirada caritativa, podremos paulatinamente caminar juntos hacia la civilización del amor y construir con ello, un modelo de sociedad más humano. Por último, dar el paso al seguimiento de Jesús, no es otra cosa que estar abiertos, dispuestos a servir y acoger la misión de evangelizar a otros (Mc 1, 16-20; Mt 16, 24. 28, 19-20), que todavía no conocen de este misterio. Hacia ese trípode –conversión, amor y seguimiento– debemos dar el primer paso, antes, durante y después de la visita del Santo Padre, con un oído atento y un corazón dispuesto a la escucha de la Palabra. No quiero terminar esta reflexión sin antes recordar que el Papa no viene a Colombia a apoyar a un partido, movimiento o a un político en particular. Viene –como se dijo al comienzo–, como mensajero de paz que anuncia la salvación, que anima a la reconciliación y la esperanza. Que no turbe nuestro corazón el sensacionalismo mediático de algunos sectores, que sólo buscarán impedir que nos preparemos debidamente ante este acontecimiento providencial. Desde ya: ¡Bienvenido papa Francisco! Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co Twitter: @ismagonzalez / @cenestrategico