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Opinión

Vie 18 Ago 2017

Mantener vivo el recuerdo

Por: Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas - El próximo 8 de septiembre, en la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, el Papa Francisco, en su visita apostólica a la ciudad de Villavicencio, beatificará al Excelentísimo Monseñor, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, quien fue asesinado en el territorio de su diócesis, Arauca, el 2 de octubre de 1989; y al Sacerdote diocesano, Pedro María Ramírez Ramos, asesinado el 10 de abril de 1948, en el municipio de Armero Tolima. La historia registra las múltiples causas sistémicas que han desencadenado el conflicto y posibilitado su persistencia en Colombia. Causas estructurales: Políticas, socioeconómicas, institucionales, sicológicas, culturales y raciales que rodearon el ministerio pastoral y profético de los nuevos Beatos y que ellos asumieron e iluminaron con su propia vida, encarnando el Martirio como supremo testimonio del amor. San Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (37), nos enseña que “no hay que olvidar el testimonio de los mártires…los mártires pertenecen a la Iglesia. Son su parte mejor porque de la manera más coherente, manifiestan el amor que se entrega sin pedir nada a cambio”. En consecuencia, es incompleta y algunas veces mal intencionada la lectura sociologista que algunos hacen del servicio pastoral de los nuevos beatos. ¿Por qué los beatifica la Iglesia? 1.- Porque en el martirio estos dos Levitas dieron testimonio de fe en Jesucristo, único Salvador. En los siglos XX-XXI la mayoría de los mártires han muerto no solo a causa de la profesión de la fe, como en los primeros siglos de la Iglesia, sino también resignados a aceptar la confrontación con las ideologías y los sistemas políticos del tiempo que les correspondió vivir y asumieron la oblatividad de su propia vida con plena libertad cuando al reclamar por la paz, por el respeto a la persona humana y el derecho a la vida eran conscientes que sufrirían la muerte por amor a los pobres y oprimidos. 2.- Porque la Iglesia con el acto administrativo y litúrgico, declarando Beatos al mártir de Arauca y al mártir de Armero, “garantiza que no ha sido una muerte más, dentro de la absurda violencia que padecemos, sino una muerte especialmente configurada con la de Cristo”. 3.- Porque en “el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor” (LG 42). 4.- Porque los Sacerdotes mártires de Arauca y de Armero, nos dan testimonio de haber tomado seriamente en consideración la vocación cristiana y sacerdotal, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, y sabían que no podían excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial, “fuerte como la muerte es el amor” afirmaba san Agustín al comentar el salmo 47; es decir, así como la muerte es violenta para cortar la existencia, el amor es violentísimo para salvarla. 5.- Porque como enseña el doctor angélico “la causa del martirio es la verdad de la fe”, y la verdad de la fe no implica solamente el acto interno de creer, sino también la profesión externa y esta, no acontece solo con la palabra sino también por medio de las acciones con las cuales se da testimonio de la fe (St 2,18). La vida y la obra de los nuevos Beatos suscitó contradicción y persecución y su martirio es expresión de una vida donada por la verdad de la fe con la efusión de la sangre. 6.- Porque los mártires se caracterizan por tener una fuerte dimensión cristológica. Ellos, a ejemplo de Cristo son testigos de la verdad. El amor a sus comunidades los aferró a la defensa testimonial de la verdad (Jn 18,37) y conservar la fe significa permanecer en el Señor y en la verdad del evangelio. La sangre de los mártires grita al cielo no solo por la injusticia que han sufrido, sino también porque contradice al materialismo y a la falta de testimonio. 7.- Porque en la vida de los nuevos Beatos se armoniza la contemplación y la acción apostólica: Supieron integrar maravillosamente la vida espiritual y el fervor misionero, la vida contemplativa y la vida activa. Su vida puede calificarse de martirial, en el sentido de que “su glorioso martirio no hizo más que sellar con sangre su preciosa vida”. Por estas y muchas razones más, el Papa Francisco nos regala en la Beatificación de Monseñor, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y del P. Pedro María Ramírez Ramos, una sublime bendición al pueblo colombiano y nos exhorta a contemplar en ellos, “la voz del testigo que da la vida por lo que ama y por lo que cree…tomar en serio el Evangelio”. Debemos mantener vivo su recuerdo. Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director financiero Conferencia Episcopal de Colombia

Jue 17 Ago 2017

La alegría del amor familiar reconcilia

Por: Ismael José González Guzmán - El papa Francisco en el año 2016, ofreció al mundo la exhortación apostólica postsinodal: Amoris Leatitia [La alegría del amor], como respuesta a los grandes desafíos que experimenta la familia hoy, los cuales le impiden, por una parte, que sea verdadera iglesia doméstica donde se viva la comunión de vida y se comunique el amor (Evangelium Vitae, 92), y por otro lado, que sea el lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad (Christifideles Laici, 40). Estos desafíos comienzan cuando, por el cambio antropológico-cultural, existe un rechazo social al modelo de familia cristiana, constituido por la unión en matrimonio de un hombre y una mujer junto con sus hijos, con igualdad en dignidad, con derechos y deberes para el bien común de sus miembros y de la sociedad (Catecismo de la Iglesia Católica, 2202-2203). En efecto, rechazar la vocación de la familia es no reconocer en el matrimonio un don del Señor (Amoris Leatitia, 61). Cuando una familia convive con la violencia, el odio, el rencor, el resentimiento y el dolor, se rompe automáticamente esa comunión de vida y amor, suscitando incluso la triste realidad de muchos hijos huérfanos de padres vivos. Esta ausencia de algunos padres también se ve reflejada cuando, por el afán del dinero, reemplazan con bienes materiales la formación en valores, bajo el argumento inverosímil de “darles todo lo que ellos no tuvieron”, o incluso, delegan a las instituciones educativas toda la formación de sus hijos, porque hoy no hay calidad tiempo para dedicarles. La Iglesia, como madre y maestra, enseña y motiva a que los padres sean los primeros maestros de la fe para sus hijos (Amoris Leatitia, 16; 19; 51). Por otro lado, el matrimonio se ha convertido más en un evento social, que en la vivencia consciente y libre de un sacramento. Hoy, algunas parejas dejan de experimentar la gracia santificadora del matrimonio, por motivos económicos que dificultan dar una buena fiesta de recepción. Hoy, en ciertos matrimonios modernos, las crisis se afrontan de manera superficial, sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio (Amoris Leatitia, 41). Para dar el primer paso y transformar los desafíos anteriormente citados y aquellos que se escapan, es importante tener presente que no hay familias perfectas, y que dentro de esa imperfección o debilidad humana, la Palabra de Dios se muestra como una compañera de viaje en medio de las crisis o en medio de algún dolor, para mostrar la meta del camino, e incluso, para que llegue a ser luz en la oscuridad del mundo. Por tal motivo, no se concibe una familia cristiana que no incluya en su vida la oración, la vida sacramental y la lectura de la Palabra de Dios, porque esto hace que crezca en el amor, la comunión y se constituya como santuario donde habita el Espíritu (Amoris Leatitia, 22; 29; 66). San Pablo nos recuerda los preceptos morales de la familia, donde cada uno de sus miembros está llamado, bajo la lógica de la caridad que propone la vida cristiana, a actuar y buscar la complementariedad. Es decir, las mujeres siendo sumisas o dóciles a sus maridos, los maridos amando a sus mujeres sin ser ásperos con ellas, los hijos obedeciendo en todo a los padres y, éstos últimos, no exasperando a sus hijos (Cfr. Col 3, 18-21). Sin duda alguna, fruto de este proceder será experimentar la alegría del amor familiar, el cual es capaz de reconciliar las diferencias, curar las heridas y divisiones suscitadas en momentos dados, y esta alegría se convierte en el júbilo de la Iglesia (Amoris Leatitia, 1). No se puede seguir pensando o alimentando esos discursos de ideologías que relativizan y degradan la dignidad del ser humano, los cuales creen que debilitar a la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es algo que favorece a la sociedad. Por el contrario, el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia; por ello, la sociedad no puede prescindir de ella, más bien, debe protegerla (Amoris Leatitia, 31; 44; 52). Vale la pena pues, que nos preparemos como familia cristiana ante la Visita Apostólica del papa Francisco al país. Y una forma de hacerlo puede ser participando en el Simposio Nacional sobre la Familia, el cual tiene como propósito central ofrecer una reflexión teológico-pastoral sobre la familia y la reconciliación, inspirada en la exhortación apostólica Amoris Laetitia, desde donde se pretende generar una transformación social al promover en cada asistente los valores del evangelio, los cuales permiten reconocer al interior de la familia, una verdadera iglesia doméstica que vive según el modelo de la Sagrada Familia de Nazaret; en amor, humildad, sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo. ¡Los espero! Para mayor información sobre el Simposio ingrese aquí: http://uniagustiniana.edu.co/simposiofamilia2017/ Ismael José González Guzmán, PhD (c) Director Ejecutivo del Centro Estratégico de Investigación, Discernimiento y Proyección Pastoral de la Conferencia Episcopal de Colombia ismaelgonzalez@cec.org.co - centroestrategico@cec.org.co Twitter: @cenestrategico

Mié 16 Ago 2017

¿Cómo va la preparación para la visita del Papa?

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - La próxima Visita Apostólica del Papa Francisco a Colombia es una oportunidad privilegiada para acercarnos a la verdadera identidad, a la misión específica, al misterio último de la Iglesia. Con este propósito, quisiera señalar algunos criterios o sugerencias que pueden ser útiles para nuestra reflexión. 1. Debemos superar la visión de la Iglesia como una simple institución humana. Con frecuencia se la mira solamente como una organización con fines culturales o sociales. Es verdad que la misión de la Iglesia debe tener hondas repercusiones en el modo de vivir la sociedad y que con frecuencia debe suplir tareas en campos como la educación, la salud, la promoción laboral. Sin embargo, la Iglesia ha sido congregada y enviada por Cristo como testigo y servidora de un proyecto más grande: el plan de salvación de Dios. 2. Debemos ver la profunda unidad entre Cristo y la Iglesia. Desde la experiencia inicial de Cristo y los Apóstoles, como está documentada en los textos bíblicos, Cristo se identifica con su Iglesia, se prolonga en ella, actúa a través de ella. No tiene ningún sentido decir que se cree en Cristo, pero que no se cree en la Iglesia. En efecto, la Iglesia sin Cristo no tiene razón de ser y Cristo quiere tener una nueva y actual corporeidad por medio de la Iglesia. La fe en Cristo sin la Iglesia no supera lo que sería una idea, un sentimiento, o un afecto a un personaje. 3. Debemos considerar que la vida y la misión de la Iglesia no se fundamentan, como piensan algunos, en sus logros culturales, en sus estrategias políticas, en sus bienes materiales, en su trayectoria histórica, en su imagen mediática, en sus proyectos sociales. La Iglesia, en realidad, vive de una misteriosa y permanente intervención de Dios que la ha pensado desde siempre, la sostiene en el tiempo y la hace capaz de una vocación que ciertamente la supera: continuar el dinamismo de la Pascua de Cristo. 4. Debemos vivir la indispensable dimensión comunitaria de la Iglesia. Sin ella, la auténtica Iglesia de Cristo no existe, porque no es posible seguir a Cristo, hacer presente a Cristo, continuar la obra de Cristo en solitario. Aun en el plano humano, no se puede creer ni amar sin referencia a los demás. La mentalidad individualista lleva sólo al egoísmo y a la autosuficiencia, que finalmente constituyen un fracaso en el plano del ser y del hacer. Crear comunidad es una tarea pendiente y apasionante 5. Debemos incrementar el sentido de pertenencia de todos los bautizados a la Iglesia. No aparece la auténtica Iglesia si se la identifica únicamente con obispos, presbíteros y religiosos. La Iglesia somos todos los bautizados, cada uno con un puesto y una función en el Cuerpo del Señor. Siempre nos complementamos y apoyamos mutuamente los unos en los otros. Llegar a esto exige una formación espiritual y catequética permanente, una dinámica renovada de comunión y participación. 6. Debemos aprender a amar a la Iglesia, más aún a sentir con la Iglesia y a vivir todo con la Iglesia. Esto se logra cuando descubrimos que la Iglesia es nuestra madre, que nos ha engendrado en la fe y nos conduce en el conocimiento y la experiencia de Cristo. Más allá de sus limitaciones y pecados, que son los de todos nosotros, la Iglesia es la institución más noble, más sólida y más bella que pueda tener la humanidad. Para cada uno de nosotros, la Iglesia no puede ser sino un motivo creciente de alegría y corresponsabilidad. 7. Debemos percibir que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia y que lo hace cuando nos mueve a cada uno de nosotros, con fuerza y con dulzura, a la santidad, a la fraternidad y al compromiso apostólico. Si la Iglesia no logra ser plenamente luz y sal y ciudad sobre el monte, como Dios quiere que sea en el mundo, es por culpa de nosotros que nos resistimos a la enseñanza y a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Estamos también hoy en la posibilidad de permitir y cooperar con el milagro de Pentecostés. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Lun 14 Ago 2017

¡Francisco, amigo: Cali está contigo!

Por: Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía - Hay ocasiones únicas, difícilmente repetibles. Hay momentos en la vida de una Nación que salen de Lo Alto, que interesan a todos. Más allá de la pluralidad y de la diferencia, hay personas que encarnan valores comunes, anhelos recónditos del alma colectiva, horizontes de futuro y signos de esperanza. La Visita del Papa Francisco a Colombia, en el marco anual de “La Semana por la paz”, del 6 al 10 de septiembre próximo, nos brinda unas horas para mirarnos ante Dios y nuestro prójimo. Nos visita un hombre universal, ecuménico, simple y sencillo, sincero y esperanzado, avanzado en años, pero joven en su alma, alegre y atento, sensible y esforzado. Su paso será fugaz ante nuestros ojos, pero todo lo que diga y haga hará más firme lo que llevamos por dentro. No hay que endiosarlo, porque él solo pretende alentar con su fe la nuestra. Quiere confirmarnos con su testimonio en la verdad, la vida y el perdón. Quiere sembrar una semilla de UNIDAD. Nuestra sociedad colombiana, nuestras familias e instituciones, necesitan este contacto con Francisco, el Sucesor de Pedro, el Papa de “La Luz de la Fe”, “El Gozo del Evangelio”, “La Alegría del Amor”, el“Cuidado de la Casa Común” y “El rostro de la Misericordia”. La Arquidiócesis de Cali invita a TODOS a anticipar nuestra BIENVENIDA al Papa, en la Plaza Caycedo y en la Catedral San Pedro Apóstol, el 2 de septiembre, a las 10 de la mañana. ¡Juntos somos un SIGNO!. +Darío de Jesús Monsalve Mejía Arzobispo Metropolitano de Cali

Jue 10 Ago 2017

Estamos de fiesta

Por: Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El mes de septiembre de 2017 será inolvidable para la Iglesia colombiana en particular y para el país en general. Así como todavía se recuerdan las visitas de Pablo VI en 1968 y de Juan Pablo II en 1986, la visita del Papa Francisco pasará a la historia, y a quienes nos toca vivir estos días, no nos queda sino agradecer a Dios por sus bondades para nosotros. Y ¿a quiénes nos toca vivir estos días de fiesta? Pues a todos los colombianos, y especialmente a todos los que hacemos parte de la Iglesia Católica, que recibimos a nuestro Padre y Pastor, al Guía espiritual de nuestra vidas, al Sucesor de Pedro, a quien tiene en su misión la tarea de ser puente -“Pontífice”- entre Dios y los hombres y entre todos nosotros. La Visita del Papa Francisco a Colombia tiene que marcar un antes y después. Como cristianos, después de escuchar al Vicario de Cristo en la tierra, no podemos seguir iguales, tenemos que cambiar, no podemos hacer inútil la visita del Obispo de Roma, que ha venido no sólo a visitarnos, sino a sembrar nuevamente la semilla de la esperanza, de la conversión, de la reconciliación y de la paz. Por todo esto, para recibir la visita, el país y las ciudades que lo acogerán, se han dispuesto, han organizado su casa, la han limpiado, la han mejorado. Los encuentros, reuniones y celebraciones litúrgicas se reparan con decoro y creyente entusiasmo. Si esto lo decimos de lo material, para que todo salga bien y bonito, en medio de la austeridad que el mismo Papa ha pedido, ¿qué no decir de los corazones de todos los colombianos y de los católicos? Los corazones son la tierra que el Papa visitará y que espera esté bien preparada, es decir, bien abonada para que su mensaje produzca los frutos esperados. No sobra intensificar la oración y la participación en las catequesis dispuestas para la visita. Colombia está de fiesta, la Iglesia está fiesta, todos estamos alegres porque viene a nosotros el Papa, el que fue elegido de lejos, el que habla nuestra misma lengua, el que nos conoce y sabe de nuestras alegrías y tristezas. Acojamos con alegría al Papa Francisco, y abrámosle las puertas de nuestros corazones para que entre, con él celebremos la fiesta de la fe y con él demos el primer paso “para comenzar algo nuevo en bien de todos los colombianos”. + Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar

Mié 9 Ago 2017

No politicemos al papa

Escrito por: P. Raúl Ortiz Toro - Estamos a un mes de la llegada de Francisco a Colombia. El papa no pasa desapercibido en ninguna parte; no solo porque es un personaje mediático que sabe utilizar gestos y palabras para transmitir un mensaje sino porque representa en sí, concretamente, la cercanía de una realidad trascendente. Por supuesto, no es Dios, ni pretende serlo creando un culto a su personalidad; es más, el papa no usa mucho el título de “Vicario de Cristo en la Tierra” sino que prefiere el de “obispo de Roma”, más concreto y localizado que indica su labor pastoral en una iglesia particular. Para el católico es sucesor de Pedro, para el incrédulo o indiferente es un líder nato. Ahora bien, lamento profundamente que estemos politizando al Papa, su visita apostólica y, peor aún, que hayamos politizado el tema de la paz matriculándola a partidos o procesos. La paz de Cristo se resume en aquella frase del evangelio de Juan dicha en el contexto de la Última Cena: “La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy como la da el mundo. No se turbe su corazón ni se acobarde”. (Juan 14, 27). Aquello de que “No la doy como la da el mundo” es una buena advertencia porque la paz del mundo es frágil mientras que la paz de Dios es estable. La paz del mundo empieza por afuera (tanto para el pretencioso que piensa que la paz se consigue con la derrota del enemigo bajo las armas como para el ingenuo que cree que la paz solamente es firmar un documento) mientras que la paz de Cristo empieza por adentro. En la actualidad, nadie nos puede quitar la alegría de escuchar menos noticias de atentados guerrilleros o secuestros o desplazamientos, pero ¿por qué surgen nuevos grupos delincuenciales e insurgentes? ¿Por qué los índices de violencia intrafamiliar no caen? ¿Por qué las riñas de navaja en la calle y de trinos en las redes sociales no cesan? Porque la paz no es externa sino interna y se forma en la familia, la escuela, la iglesia, tres instituciones lamentablemente en crisis. Los niveles de odio que manejamos en Colombia son alarmantes. En las confesiones sacramentales un pecado recurrente es la enemistad, el deseo de acabar con el otro, el odio enceguecedor que hace desear el mal a los demás. Estamos enfermos de rencor y necesitamos sendos procesos de reconciliación que solo iniciarán con el reconocimiento de nuestras diferencias y el diálogo respetuoso sin imposiciones. El papa viene a Colombia a alentar un camino de reconciliación, por ello el lema de la visita es “Demos el primer paso… para que en Cristo podamos comenzar algo nuevo en bien de todos”. No viene el papa como jefe de un partido, ni vocero de un “proceso de paz” y aunque es jefe de estado no viene a imponer una ideología política. Viene como testigo de que es posible escucharnos, de que nos une el amor de Dios, de que hay que evitar que el pesimismo erradique la esperanza, que es la raíz cristiana en la que nos apoyamos quienes creemos en que sí es posible la reconciliación en Colombia. Por eso, esta visita es un gran desafío para la Iglesia: ¿Qué acciones concretas estamos haciendo para lograr la reconciliación? ¿Por qué en un país cristiano nos odiamos tanto? P. Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor San José de Popayán rotoro30@gmail.com

Mar 8 Ago 2017

Los jóvenes ni … ni … ni …

Escrito por: Mons. Ismael Rueda Sierra - “Al menos medio millón de jóvenes, ni estudian, ni trabajan, ni buscan”. Así titulaba el periódico El Tiempo, en su edición del pasado 19 de julio, la presentación de un estudio realizado por el Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario, de mucho interés obviamente, pero también de particular preocupación. El estudio hace referencia a la población juvenil en las trece principales ciudades del país en las que cerca de 582.000 jóvenes entre los 15 y 24 años de edad, no están estudiando, tampoco trabajan, ni manifiestan preocupación por buscar empleo. El estudio los llama “ninis”. Es tendencia persistente en Latinoamérica y preocupa pues se da en el “contexto regional de reducción de la desigualdad y la pobreza”, señala el estudio. Numéricamente, el fenómeno afecta más a las mujeres que a los hombres, no obstante, tiene más efecto en los últimos, sobre todo de inseguridad, por la inactividad total en la que caen. Al analizar el hecho, de entrada se puede registrar el primer perjuicio que es detener el proceso educativo y frustrar los logros pertinentes para cada momento del mismo. Retomarlo no deja de ser traumático. Por otra parte, al no poder acceder a una experiencia laboral cuando por la misma condición juvenil la persona está provista del mayor potencial para proyectarse, ser reconocido, ganar en confianza y generar recursos para no depender ya de los mayores, conlleva mucha frustración. Otro factor que influye es el del tiempo libre que ahora tiene de sobra, pues se busca llenar a veces y desafortunadamente, con actividades que para nada le aportan favorablemente a su proyecto de vida. Allí está muchas veces la tentación para entrar en el bajo mundo de lo ilícito, el consumo de estupefacientes, el micro tráfico y otros males. Pero, por otra parte, también sería oportunidad, si hubiera más ofertas en tal sentido, para emplear bien el tiempo en intereses varios como pueden ser, de servicio a la comunidad, deporte, cultura, cuidado de la ecología y medio ambiente, sana recreación para comunidades etc. que, si bien es cierto no le aportarían recursos económicos sostenibles, le ayudarían a él y a otros a mejorar creadoramente el entorno social y sería escuela de superación y respuesta para el inmediato futuro. De todas formas, en un país que pese a las drásticas políticas demográficas que paulatinamente se han venido aplicando, también en los países más jóvenes, con población juvenil relativamente mayoritaria, en relación con otros sectores de población, resulta preocupante que no haya más políticas de Estado que quieran favorecer, en la práctica, prioritariamente, a las nuevas generaciones que, entre otras cosas, constituyen su más rico potencial de crecimiento y sostenibilidad cuando se piensa, sobre todo como se hace ahora, en procurar niveles de mayor equidad social para construir paz y reconciliación. Si las nuevas agendas no incluyen seriamente a las nuevas generaciones, su educación, capacitación, participación y protagonismo, los anteriores propósitos pueden quedar también, como muchos jóvenes, con la lamentable etiqueta de “no futuro” o de “ninis”. Sabemos qué a nivel Iglesia universal, el papa Francisco ha convocado un Sínodo que se realizará el próximo año, que tiene justamente como tema central a la juventud. En este año, hasta el momento de la Asamblea sinodal, vivimos un tiempo de “escucha” de los jóvenes para reconocer sus voces, sus sueños y sus anhelos de construcción de un mundo mejor. Quiera Dios que el Santo Padre, con ocasión de su visita apostólica a Colombia, nos ayude también a nosotros a escucharlos y a acompañarlos en la misión que les corresponde. Con mi fraterno saludo. + Ismael Rueda Sierra Arzobispo de Bucaramanga

Vie 4 Ago 2017

Jesús Emilio, mártir

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Nos ha sorprendido, por la gracia que entraña y por el momento en que ha llegado, la doble noticia de que el Papa Francisco ha reconocido el martirio de Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y que él mismo presidirá su beatificación en Villavicencio el próximo 8 de septiembre. Como sabemos, Mons. Jesús Emilio fue torturado y asesinado por el ELN, mientras realizaba una misión pastoral en varias poblaciones de su diócesis, el 2 de octubre de 1989. El proceso que ha concluido con el reciente decreto del Santo Padre garantiza que no ha sido sólo una muerte más, dentro de la absurda violencia que padecemos, sino una muerte especialmente configurada con la de Cristo. La Carta a los Hebreos nos explica que la novedad de la muerte de Cristo consiste en que no es la de un incauto que cae en manos de sus enemigos, sino la de un sacerdote que, en lugar de ofrecer animales como sacrificio, se ofrece a sí mismo por la salvación de todos (cf Heb 9,11-14). De esta manera, destruyó la violencia que se vino contra él, mediante el amor. Desarmó y rompió la dinámica interna de la violencia haciéndose víctima por la causa que lo hizo vivir. La maldad de los que lo mataron quedó sepultada en la finalidad y en el amor con que él se entregó. No se dejó quitar la vida, la ofreció (cf Jn 10,18). La muerte de Cristo entraña un anuncio impresionante para la humanidad. Grita a cada persona humana que la violencia es un instinto arcaico, un regreso a comportamientos primitivos, una incapacidad lamentable de entrar en la libertad y la plenitud de vida que Dios quiere para cada ser humano. En realidad, la violencia nunca triunfa. En ciertos relatos el verdugo es el vencedor, pero Jesús trastocó las cosas; venció al dar la vida. San Agustín lo sintetizó: “Victor quia victima” (Conf.10,43). Sin la victoria sobre el mal, a fuerza de bien, no dejamos de ser una tribu primitiva También la muerte de Mons. Jesús Emilio trasciende en la grandeza de una ofrenda sacerdotal. Ha destruido el sinsentido de la violencia al tomar su vida y su muerte y hacer de ellas una experiencia y una continuación de la Pascua de Cristo, entregándose por su pueblo al permanecer con él y correr todos los riesgos de la misión. Con lucidez anotaba en su Diario el 16 de junio de 1975: “Por tanto, acepto mi muerte no en la claridad de la mente sino en el claroscuro de mi fe… La muerte es la encrucijada de todos los misterios. ¡Ya estoy muy cerca de desatar el nudo gordiano! Muy pronto, así lo espero en mis noches, yo veré”. Más aún, veintisiete años antes de su martirio había escrito: “Yo quiero expresar aquí, en la presencia del Dios que me ha de juzgar muy pronto, los sentimientos de mi alma: Quiero que la muerte realice, por fin, mi incorporación con Cristo y sea una reproducción de su dolor y una expiación de mis pecados y de los ajenos. Quiero, a pesar de mi naturaleza frágil, divinizar mi agonía, mi miedo, uniéndome al terror del Cristo de la agonía. Sobre todo, dejo constancia de mi fe en la resurrección de Cristo, que me será participada por su misericordia. En mi pecho tengo la certeza que me incorporaré de nuevo un día, después del tiempo y de la historia, después del olvido, la soledad y la podredumbre. Entonces la inmortalidad vestirá mi mortalidad y la Vida se absorberá mi propia muerte. El grano de trigo, podrido, surgirá hecho colino de perenne verdor, y el cuerpo tendrá la luz de las estrellas” (He ahí al Hombre, 1962, p. 172-173). Así, en el martirio de Mons. Jesús Emilio, preparado a lo largo de su vida de místico y de apóstol, ha resplandecido de nuevo la santidad de Dios y la dignidad de la persona humana. Su muerte fue el anuncio misionero más solemne, la prueba hasta la sangre de su entrega total por la grey y la mejor presentación de su ser realmente transfigurado por el Evangelio. Con su martirio nos dice, en este momento de la historia, que la vida se gana dándola, que la última palabra la tiene el amor, que no podemos entrar en la desgracia de claudicar ante el bien y la verdad y que la Iglesia, si es necesario, debe seguir siendo víctima para que continúe en el mundo el dinamismo de la resurrección del Señor. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín