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Opinión

Lun 27 Mar 2017

¡Alerta!

Por: Mons. Ricardo Tobón Restrepo - Vivimos en el mundo cambios profundos. Puede decirse que esto es lo normal en una comunidad humana que va haciendo su camino histórico, que va conquistando su futuro, que va respondiendo a su dinamismo interior de vivir en permanente creación. Sin embargo, cuando el proceso de cambio no se orienta, no se conduce y no se aplica debidamente puede traer grandes traumas para la sociedad y puede llevar aun al colapso de una civilización. Es necesario, entonces, que estemos atentos y que prevengamos situaciones graves que pueden derivarse de ciertas realidades que empiezan a aparecer como verdaderas amenazas. 1. La destrucción del medio ambiente. Se dice que en diez años tendremos el 20% menos de la biodiversidad que hoy existe. Abusamos de los recursos naturales como si pudiéramos reponerlos. Nos estamos gastando el planeta y lo estamos haciendo invivible como si tuviéramos un repuesto. La destrucción de la tierra con la minería, la tala abusiva de los árboles, la contaminación del agua y del aire y tantos otros atropellos a la naturaleza están causando males crecientes e irreparables. 2. Los avances de la tecnología, junto a grandes logros, están generando también serios problemas en la estabilidad sicológica y en la convivencia humana. Se enumeran: la adición, el empobrecimiento de la comunicación, la alteración de la concentración, la reducción de la libertad y la creatividad, los desajustes sociales. Sin darnos cuenta nos están programando; las nuevas tecnologías facilitan procesos, pero todavía no crean pensamiento, no dan sentido ni orientación a la vida. Sin saberse si nos movemos en la ciencia o en la ficción, se anuncian las posibilidades y los riesgos de la inteligencia artificial. Stephen Hawking llega a decir que éste podría ser el peor y el último error de la humanidad. 3. La estabilidad institucional no siempre tiene garantías. La forma de vivir no puede ni improvisarse ni inventarse cada día. Necesitamos apoyarnos en estructuras que surgen de la misma naturaleza o de construcciones en las que la humanidad ha gastado miles de años. Ensayar irreflexiva e irresponsablemente modificaciones en temas fundamentales para la sociedad puede resultar funesto. Por ejemplo, entregar la familia a las pasiones, la educación a la tecnología, la política a fuerzas foráneas, los valores culturales a procesos inconscientes, la felicidad al placer, la vida a la superficialidad. 4. La crisis ética que es, a la vez y en buena parte, el origen y la causa de todo lo anterior. Se produce cuando no sabemos o no queremos aceptar unos criterios y valores de comportamiento indispensables en la convivencia humana. Con frecuencia la motivan ciertas ideologías, es decir, ideas que se vuelven acción al quedar recortadas y dirigidas a un determinado propósito. Luego, cuando nos circunda la confusión y los comportamientos individuales nos vuelven enemigos, queremos controlarlo todo con la represión a partir de las instituciones que también hemos dejado entrar en decadencia. Ningún control es plenamente efectivo para la libertad humana. En definitiva, estamos en un tiempo en el que disponemos de muchos medios sin saber para qué fines. 5. La ausencia de espiritualidad. Finalmente, la última causa de los grandes desequilibrios a nivel personal y social es la falta de una vida interior a partir de unas convicciones y unos comportamientos asumidos desde la dimensión transcendente de la persona humana que se relaciona con Dios. Sin Dios no hay iluminación y motivación que pongan en marcha un proyecto común, el respeto profundo a la libertad de los otros, la razón decisiva para actuar en la verdad y el bien, la esperanza para perseverar en el ser. Sin Dios, generalmente, el egoísmo corrompe todo: las ideas, las relaciones, los proyectos y la administración de los recursos. Sin Dios nos degradamos y creamos el potencial para degradarlo todo. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 24 Mar 2017

Cuaresma

Por: Padre Raúl Ortiz Toro - ¿Dice algo, hoy en día, la palabra: “Conversión”? Seguramente que sí. Pero, también, probablemente no. Cuando digo esa palabra en la homilía trato de mirar a la gente y - no sé si es impresión mía - pero siento que con su mirada me dicen internamente: “Otra vez este padre con el tema” e imagino que se les va la mente a atender alguna preocupación que dejaron en casa. Ha llegado la Cuaresma 2017 y el estribillo es el mismo desde hace milenios: “Conviértanse y crean en el Evangelio”. ¿Qué tanto caso hacemos al tema de la conversión? Vienen ahora los retiros espirituales, las conferencias de Cuaresma, las largas filas para la confesión, los ayunos voluntarios y también los impuestos, el viacrucis del viernes, las pequeñas y grandes mortificaciones… vienen ahora muchos signos externos: el gran reto es que Jesús no nos tenga que decir la sentencia de Mateo 15, 8, cuando les sacó en cara a los fariseos el texto de Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío…” Somos los sacerdotes los primeros que tenemos que convertirnos. Y nuestra conversión, como la de todo cristiano, es permanente; no somos seres acabados y perfectos. En otra época si algún feligrés insinuaba que el sacerdote debía convertirse, éste se sentía ofendido, como si ese tema no le tocara; gracias a la Conferencia de Aparecida (que por cierto este año cumple su décimo aniversario y ya luego hablaremos de ella) hoy podemos decir que en primer lugar es el sacerdote el que necesita conversión y empieza por la conversión personal para derivar luego en la conversión pastoral. La conversión pastoral es ganancia para la evangelización, porque es la manera concreta como el pastor se acerca al necesitado. Así pues, cada día se convierte en una nueva oportunidad que Dios nos da para renovar el llamado que Él nos hizo y aplicarnos a vivir una renovada vida de servicio y de coherencia. Oremos por todos los pastores para que el Señor nos ayude en el camino de nuestra conversión y nosotros seamos humildes para aceptarla. Cuaresma nos ayuda a todos a pensar que la soberbia de la vida desaparece cuando somos verdaderamente conscientes de nuestra finitud. Ese texto del “polvo eres…” es un aterrizaje espléndido de todas nuestras vanidades. Traducido es algo así como: “Mira, tú, que te crees mucha cosa, que te haces el importante, tan autosuficiente, tu destino no es un trono sino el polvo, eres lo más pasajero y finito del universo”. La verdadera conversión cuaresmal, ese vestirse “de saco y ceniza”, es asumir una actitud de responsabilidad ante la vida hoy: ¿Qué estoy haciendo, en concreto, por conquistar la paz de mi existencia? ¿Qué estoy haciendo en concreto por hacer que la vida de los que viven conmigo sea más llevadera? La conversión no son golpes de pecho: son actitudes concretas, medibles, cuantificables. Que al llegar Pascua puedas decir: “fui menos soberbio”, “compartí mi alimento con tres personas”, “dije menos mentiras”. Cosas así. Ese será el mejor camino de resurrección. Que no tenga Nietzsche que restregarnos en la cara ese sarcasmo de su ingenio: “Los cristianos no tiene cara de resucitados”. Padre Raúl Ortiz Toro. Docente del Seminario Mayor San José de Popayán

Mié 22 Mar 2017

El presbítero para el cambio de época

Por: +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña: El Documento de Aparecida afirmó que estamos viviendo un cambio de época. Se abre paso un nuevo período de la historia con desafíos y exigencias, caracterizado por el desconcierto generalizado que se propaga por nuevas turbulencias sociales, por la difusión de una cultura lejana y hostil a la tradición cristiana, por la emergencia de variadas ofertas religiosas, que tratan de responder a su manera a la sed de Dios que manifiestan nuestros pueblos. Hemos pasado de una sociedad de cristiandad a una sociedad pluricultural, pluri-religiosa, con distintas tendencias, matices y necesidades. En este contexto debe mirarse hoy el ministerio presbiteral. Como advirtió Juan Pablo II, hay una fisonomía esencial del presbítero que no cambia: deberá asemejarse a Cristo. No obstante, la Iglesia y el presbítero se renuevan y adaptan por fidelidad a Cristo y en este sentido el presbítero de hoy deberá reflejar a Cristo Buen Pastor en medio de una cultura y una sociedad nueva. Esto le pide: Pasar del pedestal a la participación: ponerse en actitud de servicio y comunión. Se requiere que el presbítero acentúe la corresponsabilidad de los bautizados, de cara al bienestar de la Iglesia. Que se relacione más con la gente a la que sirve y esté dispuesto a escuchar. Pasar del predicador clásico a portador del misterio: las homilías no deben estar pensadas para derramar nuevos conocimientos e inspiración en mentes y corazones vacíos, sino para contribuir a que la gente pueda hacerse más consciente del Dios que lleva dentro y ama a todos. Pasar del estilo llanero solitario al ministerio en colaboración: descubrir a feligreses que posean carismas ministeriales, invitarlos a ponerse al servicio de la comunidad y favorecer el desarrollo de sus dones y talentos específicos. Presbítero, diácono, coordinador de catequesis, coordinador de liturgia, animador de jóvenes, etc. forman un equipo pastoral que sirve a los feligreses. Pasar de la espiritualidad monástica a una espiritualidad inspirada en la caridad pastoral: durante siglos, la espiritualidad presbiteral ha estado profundamente influida por las grandes órdenes monásticas y por congregaciones mendicantes. El ritmo de la vida parroquial requiere una espiritualidad que se alimente del propio ejercicio del ministerio, de la caridad pastoral, “aquella virtud con la que imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y de su servicio” y “determina el modo de pensar y de actuar, el modo de comportarse con la gente”(PDV 23). Pasar de salvar almas a liberar personas: desde la perspectiva del presbítero al servicio del culto su función principal consistía en salvar almas a través de la atención pastoral y la celebración de los sacramentos. Alguien que es solidario con las “víctimas” de este mundo globalizado. Llevar a los fieles a que sientan la necesidad de vincular Evangelio y vida cotidiana. Su profundidad espiritual lo debe impulsar al compromiso con los hermanos, especialmente los más desprotegidos. No se trata de filantropía, sino de compromiso que emerge desde la misma coherencia evangélica. Pasar de reyes dominadores a servidores humildes de la grey: Cristo es el Cordero, el Pastor, el Siervo. Y el presbítero no es ni dueño ni propietario, sino administrador y servidor; el hombre desinteresado, magnánimo y auténtico. Pasar del maestro doctor a la sabiduría de un corazón que escucha: Se requieren testigos del misterio, que hablen de lo que viven. Pasar del residente al itinerante. No vale hoy quedarse en el templo esperando la llegada de los fieles, sino salir al encuentro, en especial de las personas necesitadas. El misionero no está atado a ningún grupo, sector o movimiento, por importante que éste sea. Se requiere pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera. Pasar de la atención a la masa al cuidado personal de cada uno de los fieles: Hoy se exige pastoreo personal, para una cultura de la reconciliación y de la solidaridad. Trato cercano con las personas. Pasar de oficiante de servicios religiosos, a presidente de la fiesta de la vida y de la bendición. Para compartir con la comunidad sus alegrías, sus tristezas y esperanzas. Celebraciones que no sean meros ritos vacíos o acontecimientos sociales sino celebraciones de fe que integran a la comunidad y las conectan con el Dios vivo y verdadero. +Gabriel Villa Vahos. Obispo de Ocaña

Lun 20 Mar 2017

¿Cuánto nos cuesta el Papa?

Por: Padre Raúl Ortiz Toro - “El dinero es el estiércol del demonio”, expresó el Papa Francisco hace un tiempo para evidenciar que, por la avaricia del dinero, al hombre materialista y a la sociedad en general le importan muy poco los demás. El dinero endiosado puso a la Iglesia hace un tiempo en el ojo del huracán por cuenta de los malos manejos del IOR (Instituto para las Obras de Religión) en Roma y escándalos también los ha habido a nivel local. Por el dinero, hace unos días, un pastor protestante al que le descubrieron sus excesivos bienes materiales resultó haciendo una implícita amenaza a un periodista. El dinero tuerce el corazón y obnubila la conciencia para derivar en el egoísmo y la indiferencia. Se nos viene la visita del Papa el próximo septiembre y la gran mayoría de colombianos – una buena parte, incluso, no católicos – ven con agrado este acontecimiento. No puede faltar, por supuesto, las palabras disonantes, incluso dentro de la misma feligresía católica. Por una parte, los que ven una visita papal como el reforzamiento de un culto a la personalidad del pontífice, los que la ven como una especie de sometimiento a una doctrina o un acto público pasado de moda. No falta el que lo ve como un mero acontecimiento o espectáculo y quien pone su acento sobre todo en el tema económico: ¿Cuántos millones cobra el Papa por venir? ¿Se invertirán dineros públicos en la organización y ejecución de la visita papal? ¿Es justo que se inviertan dineros públicos en un acontecimiento religioso? Y un largo etcétera de preguntas y objeciones. He iniciado este artículo con aquella frase del Papa para resaltar que el tema del dinero, en verdad, no es importante. En primer lugar, el Papa no cobra absolutamente nada por venir a Colombia. No necesita. Otro asunto son los gastos que tiene una visita papal; al respecto, Francisco ha pedido desde el inicio de su pontificado que las visitas a regiones de Italia o a las naciones sean muy sobrias y que se eviten suntuosidades y gastos innecesarios la Iglesia, a través de sus fieles, colabora en esos gastos y por supuesto hay inversión de dineros públicos, como los hay para una carrera ciclística que pasa por la ciudad, un concierto de rock o una marcha sindical. ¿Habría de enojarme si el Estado invierte en esas actividades porque no las comparto? Pues no. La inversión de dineros del Estado en una visita papal o en una fiesta popular es inevitable. Allí donde haya un ciudadano en una actividad de concurrencia el Estado debe estar presente. Sé que con el tema religioso las cosas son de otro color, porque está de por medio la no confesionalidad del Estado y algunos ven con malos ojos que se apoye a una religión para que venga su líder. Sin embargo, la visita del Papa trasciende la libertad de cultos y la confesionalidad. Mal harían, los que defienden este parecer, al impedir nuestro deseo de ver al Papa porque ellos no lo quieren ver o porque quieren que ese dinero se lo lleven a los niños pobres de la Guajira o del Chocó, que, según ellos, sí sería verdadera obra. Pues les cuento que en muchos casos la Iglesia hace más por los niños pobres y los ancianos desfavorecidos que el mismo Estado, y no necesita de la prensa para hacerlo. Finalmente, para los que piensan solo en el dinero, les cuento que una visita papal trae enormes beneficios económicos pues se jalona el comercio, el turismo religioso y la prestación de servicios (transporte, hoteles, alimentación, etc.); por algo las economías europeas añoran tanto una visita papal pensando en la inversión mientras aquí pensamos en el gasto. Padre Raúl Ortiz Toro. Docente del Seminario Mayor San José de Popayán Email: rotoro30@gmail.com

Jue 16 Mar 2017

¿Qué hacer frente a la cristianofobia?

Por Padre Jorge Bustamante Mora: La sistemática persecución, directa e indirecta, contra el cristianismo (cristianofobia), produce diversos sentimientos en la vida de cada creyente, que van desde la indiferencia a una cierta “rabia y que se expresa en la impotencia frente al poder que nos trata, como se dice en buen colombiano, “como si fuéramos los malos del paseo”. Pero frente a esta realidad, ¿un cristiano, católico o de cualquier denominación, realmente qué puede hacer? Veamos. 1. Un cristiano frente a la persecución, venga de donde venga, no tener miedo. Ya nos lo había advertido Jesús: “bienaventurados serán cuando los injurien y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (Mt 5, 11-12). El cristiano no puede, pues, perder su esperanza, ni su alegría; la persecución es una prueba que estamos en el camino correcto, que debemos confiar más en Jesucristo y tener la certeza que nunca podrán acabar con los cristianos, nosotros “somos la sal y la luz del mundo” (Cf Mt 5, 13-16) ¡no perdamos el sabor, ni ocultemos la luz! 2. Si los persecutores no hacen distinción entre las diversas confesiones cristianas, para ellos somos lo mismo, esto nos debe invitar a vivir unidos, a que entre nosotros cristianos no nos hagamos la guerra, busquemos los caminos necesarios para anunciar juntos a Cristo Jesús el Salvador. ¡Que la persecución nos una!, que nos ayude a realizar el ideal de Jesús: “que todos sean uno, como Tú, Padre en mí, y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17,21). 3. Certeza del amor de Jesús y el valor de la cruz. No se llega a Domingo de Resurrección sin haber pasado pro viernes de dolor. El cristiano sabe que su vida es como la de Jesús, y que la cruz forma parte de la vida cristiana. “si el mundo los odia, sepan que a mí me han odiado antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría, pero, como no son del mundo, porque yo al elegirlos los he sacado del mundo, por eso el mundo los odia…” (Jn 15, 18-19). 4. Nuestra gran arma es la oración, no nos queda otro camino que orar, y confiar en el poder de Dios; Jesús nos enseñó a orar en estas circunstancias: “a ustedes, los que me escuchan, yo les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los odian, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difamen” (Lc 6, 27-28), y Él mismo con su muerte y la súplica de perdón, “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, se convierte en el mejor ejemplo viviente de cómo debemos orar los cristianos por los que nos persiguen. Oremos por nosotros para tener fuerza de vivir el momento difícil, y oremos por la conversión de nuestros persecutores, Dios los puede cambiar y convertir en grandes defensores de la fe, ya pasó con Pablo y en la historia de la Iglesia ha pasado con muchos. 5. Indudablemente como cristianos tenemos que vivir la caridad, la ayuda fraterna con aquellos que son perseguidos, no podemos mostrarnos indiferentes frente a un hermano, hijo del mismo Padre, que vive situaciones difíciles; nuestra actitud de ayuda debe ser como la del buen samaritano que acoge al que esta caído en el camino y lo hace “su hijo” para brindarle una caridad auténtica y de verdadera reconciliación, no en vano le dijo Jesús al maestro de la ley “vete y has tú lo mismo” (Cf. Lc 10, 25-37) Como cristianos tenemos que defender nuestra fe, nuestro estilo de vida; pero debemos hacerlo de una manera unida y respetuosa con los demás. Existen dos actitudes que no podemos adoptar: la primera, no podemos ser indiferentes o quedarnos cruzados de brazos como si nada pasara; y la segunda, lo que no podemos es obrar o proceder como los que nos odian y persiguen, el cristiano debe amar a todos como hermanos, pues “si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano es un mentiroso” (1 Jn 4,10). Si sufrimos la persecución de la cristianofobia tenemos que responder con una vida auténticamente cristiana, como dice san Pablo “Vencer el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Y como mensaje final quisiera que resonará profundamente en nuestros oídos la expresión de Dios: “no tengan miedo yo estoy con ustedes” (Cf. Mt 28, 10.20). Pbro. Jorge Bustamante Mora Director Departamento de Doctrina y Biblia Conferencia Episcopal de Colombia

Mar 14 Mar 2017

Viene el Papa, ¡Qué alegría!

Por Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez: “Y cualquiera que sea vuestra opinión sobre el Pontífice de Roma, conocéis nuestra misión: traemos un mensaje para toda la humanidad... Y así como el mensajero que al término de un largo viaje entrega la carta que le ha sido confiada, así tenemos nosotros conciencia de vivir el instante privilegiado —por breve que sea— en que se cumple un anhelo que llevamos en el corazón desde hace casi veinte siglos. Sí, os acordáis. Hace mucho tiempo que llevamos con nosotros una larga historia; celebramos aquí el epílogo de un laborioso peregrinaje en busca de un coloquio con el mundo entero, desde el día en que nos fue encomendado: «Id, propagad la buena Nueva a todas las naciones» (Mt 28, 19)”. Esto lo dijo el beato Pablo VI en la ONU, el 4 de octubre de 1965, antecedido con una expresión del todo especial: “Os saluda Pedro”. En la presentación de la visita del Papa, el Señor Nuncio Apostólico comenzó diciendo: “hace 31 años no viene el Papa a Colombia”. Sí, porque aunque se llamen de forma distinta, el Papa es uno. El Papa es, como bien lo anota Pablo VI, el sucesor de Pedro, por tanto es Pedro quien nos visita. Por eso estamos alegres, y por eso acogeremos al Papa Francisco, el Pedro de este tiempo, y de este año 2017, con el corazón y los brazos abiertos, con el convencimiento de que él “nos trae un mensaje para toda la humanidad”, y ese mensaje es Cristo mismo. De seguro, en el corazón de todos los colombianos estaba al anhelo de poder contar con la presencia física del Papa en todos los lugares de nuestro territorio. La verdad, era imposible; pero lo que sí es real, es que estará cerquita a nosotros, y muchos, quizás millones de colombianos, lo verán en las celebraciones litúrgicas y encuentros que se programen, y todos los colombianos lo podremos ver a través de los medios de comunicación y sobre todo, escuchar a Pedro, hablando nuestra propia lengua. Pedro, el Papa Francisco, es uno de los nuestros, es latinoamericano, nos conoce, sabe de nuestras angustias, de nuestros logros, de nuestros sueños. Será Pedro quien nos hablará al corazón y nos bendecirá con el alma. Por esto, que nadie se sienta excluido de esta visita. El Papa nos hablará a todos, su mensaje universal nos llegará, y como espada de doble filo, logrará atravesar la dureza de nuestros corazones para ayudarnos a realizar el camino de la conversión, a renovar nuestra fe y a asumir el compromiso de ser verdaderos discípulos misioneros. El Papa viene a confirmarnos en la fe. Es una visita pastoral. Con el Papa Francisco daremos el primer paso hacia la nueva Colombia y la nueva patria que juntos, de la mano del Señor, vamos a seguir construyendo. Nuestra Señora, la Virgen Madre en todas las advocaciones, desde Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá hasta Nuestra Señora de los Remedios en Cali, nos ayudará a disponernos para acoger a quien, como Juan Pablo II, vino a Colombia “como Mensajero de Evangelización que enarbola la cruz de Cristo, deseando que su silueta salvadora se proyecte sobre todas las latitudes de esta tierra bendita” (Discurso de llegada, 1 julio de 1986). +Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez Obispo Auxiliar de Cali

Vie 10 Mar 2017

Cuaresma, un camino en espiral hacia la Pascua

Hemos iniciado, con gran ánimo y con especial disposición, el tiempo de Cuaresma que nos ofrece un camino en espiral hacia la gran y central fiesta de los cristianos, la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En Él, en efecto, es paso de la muerte a la vida y, en cada uno de nosotros, debe ser ocasión para que acontezca este misterio salvífico en la historia concreta de nuestras vidas. No se trata de una celebración fría y repetitiva de signos, palabras y ritos que avisan la llegada de una etapa más del año litúrgico y que toca hacer unos preparativos y realizar unas celebraciones que pide la iglesia para quienes vienen al templo. Es, por el contrario, una celebración que, con gran novedad y expectativa, nos invita a que, en escala ascendente y con la gracia que Dios nos ofrece, vivamos la pascua con espíritu renovado y así, convertidos de nuestro mal proceder, regresemos nuevamente a la amistad con Dios y con los hermanos. Se trata, en efecto, como lo enseña, el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal, de “un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna”, y teniendo muy presente, también, que “en la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia”. En este caminar en espiral somos, entonces, motivados, encaminados y fortalecidos por la oración, la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos, especialmente de la reconciliación, las obras de misericordia y los diversos ejercicios de piedad para que, acogiendo con fe estos momentos, seamos capaces de discernir y experimentar la presencia acompañante y transformante de Cristo en nuestra historia y en la de cada persona que encontramos en nuestro diario caminar, y así, nos vayamos renovando espiritualmente, para que podamos celebrar un día la Pascua eterna. No podemos ni debemos dejar pasar estos momentos de salvación, porque el tiempo perdido lo cobra Dios; dejémonos reconciliar por y con Dios y así experimentaremos y aprovecharemos las maravillas que Dios sigue obrando en su pueblo. Que el Espíritu Santo nos ilumine y nos fortalezca para que continuemos recorriendo este camino de arrepentimiento y conversión, y lleguemos, con ánimo alegre y corazón contrito, a la cima de la celebración del misterio pascual de Cristo que continúa renovando nuestra vida.

Mié 8 Mar 2017

La ludopatía, una esclavitud silenciosa

Por Monseñor Ricardo Tobón Restrepo: Está creciendo aceleradamente en nuestra sociedad la adicción a los juegos de azar. Es cierto que desde la más remota antigüedad tenemos noticias del juego como un fenómeno presente en todas las culturas. Más aún, una de las dimensiones bellas de la vida es el aspecto lúdico. Por eso, el deporte y la diversión hacen parte de la expresión y la realización del ser humano. Sin embargo, es fatal la afición a los juegos de azar que crea en la persona una verdadera dependencia sicológica, con un comportamiento compulsivo como el que producen el alcoholismo y las toxicomanías. La ludopatía es un desorden emocional, progresivo y destructivo que lleva a la persona a la incapacidad de controlar su deseo de jugar y apostar. Todo comienza por la ambición de encontrar un camino fácil y rápido para hacer fortuna, sobre todo en ciertas situaciones de penuria económica. En un primer momento, se percibe el juego como una oportunidad para resolver, sin trabajo y sin esfuerzo, situaciones difíciles y, después, se practica como un refugio o evasión para escapar de las frustraciones de la vida. Así se entra en un mal con graves consecuencias en la vida personal, familiar, laboral y social. La inversión de tiempo, energía y dinero en el juego va llevando a la persona a ser cada vez más dependiente, pues empieza a vivir de fantasías creyendo que se va a enriquecer rápidamente o de presiones sociales y económicas pensando que tiene que jugar más para recuperar lo que ha perdido y para saldar las deudas que con el mismo juego ha acumulado. En el fondo, se trata de una ilusión, de un espejismo, de una esclavitud sin fondo porque esta “magia” casi nunca da el resultado esperado. El juego compulsivo va llevando al descontrol progresivo y, por consiguiente, a caer en circuitos de usura, en endeudamientos desmesurados, en problemas económicos y financieros, en severos desajustes familiares y en graves trastornos psicológicos. Es así como se va entrando en la intolerancia a la frustración, la incapacidad para manejar las emociones, los sentimientos de baja autoestima y la mitomanía fruto de la doble vida que desarrolla el adicto. Todo abre la puerta a la depresión y a la desesperación, que muchas veces conducen incluso al suicidio. La persona que se entrega a esta dependencia entra en un circuito obsesivo del que es difícil salir: juega para ganar más si está ganando y juega para recuperarse si está perdiendo. Las manifestaciones de la ludopatía son siempre coincidentes y muestran que no podemos admitir que el juego sea una actividad creciente en la vida humana y que sea el azote de las familias y de las personas más pobres y desfavorecidas. Debemos hacernos conscientes de cómo la industria del juego está introduciendo enfermedades mentales, crimen organizado y altos niveles de corrupción en la sociedad. Es necesario promover en las familias, en los centros educativos, en las parroquias, en diversos ámbitos de la sociedad diferentes iniciativas para proteger a las nuevas generaciones de esta ilusión seductora que arruina la vida personal, la sana relación con los demás, la debida administración de los bienes y el bienestar de la comunidad. Habría que exigir igualmente el debido control de los centros de juegos de azar y ofrecer terapias adecuadas a quienes ya padecen esta enfermedad silenciosa. Como en todas las pasiones desordenadas se sabe dónde se empieza pero no hasta dónde va a llevar, a nivel personal y social, el peso de una esclavitud que se hace cada vez más aplastante. + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín