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“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” (Santo Cura de Ars)
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Por: Mons. José Libardo Garcés Monsalve - El próximo 4 de agosto recordamos en la liturgia de la Iglesia a san Juan María Vianney, conocido como el Santo Cura de Ars, patrono de los párrocos y de los sacerdotes. Un sacerdote sencillo y humilde, que supo entregar su vida a Dios y a los hermanos, en un servicio abnegado sobre todo en el sacramento de la confesión, logrando desde el confesionario muchas conversiones de personas que llegaban de todas partes a la aldea de Ars, a pedir perdón al Señor por sus pecados y a recibir la gracia de Dios.
“El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, es una frase que el Santo Cura de Ars repetía y meditaba con frecuencia; nos invita a todos a reconocer con gratitud a Dios el don tan grande que representan los sacerdotes, para la Iglesia y para cada una de las comunidades parroquiales; quienes recibiendo el llamado del Señor y dando una respuesta generosa a su plan de salvación, cada día repiten las palabras y los gestos de nuestro Señor Jesucristo para que pastores y fieles tengan el pan de la Palabra y de la Eucaristía que es el camino a la vida eterna.
El Santo Cura de Ars enseñaba a sus fieles con la propia vida. Siempre lo veían en el templo dedicando muchas horas de su tiempo a la oración. Con gran fervor se ponía de rodillas frente al Santísimo Sacramento presente en el sagrario, en actitud contemplativa, y estaba allí sin necesidad de hablar mucho, sino entrando en el secreto de su corazón y orando al Señor como lo pide el Evangelio: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 6). De su oración contemplativa brotaba un amor profundo por la Eucaristía, pues estaba convencido que todo el celo pastoral en la vida del sacerdote depende de la Eucaristía. Por eso celebraba su misa diaria con gran fervor y unción.
Su profunda vida espiritual y fervor en el ejercicio de su ministerio sacerdotal, lo llevó a abrazar la Cruz del Señor cada día y a entregar su vida en un servicio constante en el confesionario, de tal manera que su alimento era la Eucaristía y su lugar de trabajo era el trono de la gracia, donde escuchaba a los penitentes y los llevaba hasta Dios. Al conmemorar a este gran santo patrono y modelo de los sacerdotes, volvemos la mirada a cada uno de los sacerdotes de la Iglesia y de nuestra Diócesis, orando por su ministerio para que cada día la fidelidad sea la nota central de los ministros del Señor y así puedan tener un corazón ardiente de pastores para entregar toda su vida a la evangelización, identificando su vida con la de Jesucristo Buen Pastor. El Concilio Vaticano II hablando de los sacerdotes expresa: “encontrarán en el mismo ejercicio de la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad. Esta caridad pastoral fluye sobre todo del sacrificio eucarístico” (Presbyterorum Ordinis #14), esto significa en el sacerdote una vida interior que se expresa en un corazón ardiente de pastor, con la conciencia de llevar en su vida el misterio de Amor que tiene que ser la fuente de su vida de oración y de todo su apostolado.
Un sacerdote al estilo de Jesús, a ejemplo del Santo Cura de Ars, animador de una comunidad parroquial es capaz de renovar y convertir una parroquia, en una comunidad de discípulos misioneros al servicio del Evangelio. Así lo expresa Aparecida cuando afirma: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia; pero, al mismo tiempo, debe ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los alejados y no se contenta con la simple administración” (Documento de Aparecida #201).
Este fue el itinerario espiritual y pastoral de san Juan María Vianney para la aldea de Ars, quien, enamorado de Nuestro Señor Jesucristo, se dedicó a anunciarlo con su vida y con el ejercicio de su ministerio, que privilegió en el confesionario, entregando la gracia de Dios a tantos alejados que acudían a recibir el perdón misericordioso y desde allí se fue renovando la parroquia y también su entorno. Hoy el Papa Francisco nos invita a una conversión pastoral y misionera como la que emprendió el Santo Cura de Ars, con el anhelo de que todas las comunidades lleguen a conocer y amar a Jesucristo. Así lo expresa el Papa cuando dice: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una ‘simple administración’. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un ‘estado permanente de misión” (Evangelii Gaudium #25).
El cura de Ars vivió la buena noticia del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y se la hizo descubrir a sus feligreses permaneciendo en medio de su pueblo, como lo afirmó san Juan XXIII en ‘Sacerdotii Nostri Primordia’: “como un modelo de ascesis sacerdotal, modelo de piedad y sobre todo de piedad eucarística, y modelo de celo pastoral”, de tal manera que su parroquia rápidamente se fue renovando, siendo para los fieles ejemplo de respuesta en la fe, la esperanza y la caridad.
En este momento histórico como sacerdotes tenemos un gran desafío de iniciar nuevos cristianos y reiniciar a los que se han alejado, mediante un proceso evangelizador que tenga a Jesucristo como centro, para hacer realidad el sueño del Papa Francisco que pide una nueva evangelización donde “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG #35), que es el mismo Jesucristo, Nuestro Señor.
Que la intercesión del Santo Cura de Ars, de la Santísima Virgen María y del glorioso Patriarca san José, alcancen del Señor muchas bendiciones y gracias, que ayuden a todos los sacerdotes a vivir en fidelidad a Cristo y a la Iglesia. A todos los fieles, les concedan seguir unidos en oración y en colaboración con sus sacerdotes en las comunidades parroquiales.
Para todos, mi oración y bendición.
+ José Libardo Garcés Monsalve
Administrador Apostólico de la Diócesis de Cúcuta
Misioneros hoy
Vie 4 Oct 2024
Mar 1 Oct 2024
La Palabra de Dios, corazón del trabajo evangelizador
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta - Concluimos el mes de septiembre que lo hemos dedicado a la oración pidiendo por la paz, para recibirla como don de Dios y transmitirla a los hermanos, y en torno a la memoria de san Jerónimo, centramos nuestra reflexión en la Palabra de Dios que debe estar en el centro del trabajo evangelizador, para conocer y amar a Jesucristo, iluminados por el lema pastoral para este mes que dice: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la paz”.El Papa Francisco continuamente nos sigue llamando a través de su magisterio, a fortalecer la conciencia misionera, que es el mandato de Jesucristo desde el principio: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos y bautícenlos para consagrarlos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 19 - 20), como una invitación a compartir la fe con los hermanos, que hoy se hace realidad en nuestra Iglesia Particular que está en salida misionera y desea transmitir la Palabra de Dios por todas partes.El centro de la evangelización es Jesucristo, a quien damos a conocer en salida misionera, por tanto, la Palabra de Dios ha de ser el corazón de todo el proceso evangelizador. El Papa Francisco lo enfatiza cuando dice: “Las Sagradas Escrituras son fuente de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios sea cada vez más el corazón de toda actividad eclesial” (Evangelii Gaudium 174).La misión de la Iglesia es anunciar la Palabra de Dios a tantas personas que no conocen a Jesús; que el Papa Francisco lo recuerda como la tarea prioritaria de la Iglesia: “quiero recordar ahora la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor, y sin que exista un primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización” (EG 110), que está contenido en la Palabra de Dios, y por esta razón, la fuente de la predicación y la evangelización se encuentra en las Sagradas Escrituras.El alimento del discípulo misionero está en el Pan de la Palabra y en el Pan de la Eucaristía, que se sirven diariamente en la Santa Misa que celebramos con piedad para transformar nuestra vida en Cristo y salir a anunciarlo, no como una teoría, sino como una experiencia de vida. El Papa Francisco así lo enfatiza cuando nos enseña que: “La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana” (EG 174).La evangelización es tarea de la Iglesia, entendiendo aquí el llamado de todos los bautizados a trasmitir el Evangelio a los demás, porque ese tesoro que se recibe no puede quedar escondido, hay que comunicarlo a otros. Así nos lo enseñó el Papa Benedicto XVI: “No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita de este anuncio. El Señor mismo, suscita entre los hombres nueva hambre y sed de las palabras del Señor. Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia” (Verbum Domini 91).En esta enseñanza entendemos todos los cristianos que la misión de la Iglesia es transmitir la Palabra de Dios, que no puede ser algo opcional, ni un añadido en la vida de fe que recibimos en el bautismo, sino que es un mandato para todos, pues se trata de participar en la vida y misión de la Iglesia. Esta tarea corresponde a cada uno de nosotros. Así lo repite el Papa Benedicto XVI cuando afirma que: “la misión de anunciar la Palabra de Dios es un cometido de todos los discípulos de Jesucristo, como consecuencia de su bautismo. Ningún creyente en Cristo puede sentirse ajeno a esta responsabilidad que proviene de su pertenencia sacramental al Cuerpo de Cristo. Se debe despertar esta conciencia en cada familia, parroquia, comunidad, asociación y movimiento eclesial. La Iglesia como misterio de comunión, es toda ella misionera y, cada uno en su propio estado de vida, está llamado a dar una contribución incisiva al anuncio cristiano” (VD 94).Como bautizados comprometidos con el anuncio de la Palabra de Dios, sigamos en salida misionera, porque “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia, y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15). Es tarea prioritaria en todos los lugares donde nos encontramos, que transmitamos a nuestros hermanos la profesión de fe que hacemos hoy con Pedro, diciendo: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la paz”.Que la Santísima Virgen María y el Glorioso Patriarca san José, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con la misión de la Iglesia de anunciar la Palabra de Dios por todas partes.En unión de oraciones,reciban mi bendición.
Vie 6 Sep 2024
Reconstruir la familia
Por Mons. Ramón Alberto Rolón Guepsa - La familia es expresión de la voluntad creadora de Dios Uno y Trino.De donde viene mi familia, no ha sido una elección personal sino un regalo, un hecho puntual en que se me dio la vida y se desarrolló, allí me encontré con los seres más significativos de mi vida, que reconozco por los afectos y lazos de parentesco; que en gran parte hacen posible mi subsistencia y mi relación con la sociedad.Es un hecho que tengo que reconocer porque lo he recibido y vivido, pero también asumirlo como un don inestimable de gracia, la familia es expresión de la voluntad creadora de Dios uno y trino. Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, como nos los describe la Palabra de Dios en el libro del Genesis (1,27). “la fecundidad de la pareja humana es imagen viva y eficaz, signo visible del acto creador”. (A.L. 10)La pareja que ama y genera vida dando origen a la prole en su misión “creced y multiplicaos” se da como en un santuario: la familia, imagen que nos lleva a descubrir, por la fe, el misterio de Dios Uno y Trino (Dios Trinidad es comunión de amor y la familia es reflejo viviente). De allí se revela la dignidad, amor, santidad, valor y misión de la familia, como estado necesario e indispensable dado a la persona para el desarrollo de la vida, esta es la voluntad del Dios Creador.Pero este plan original fue frustrado por el pecado de la pareja, entra el desorden llegando hasta el fratricidio de Caín que mata a su hermano Abel, se desdibuja la imagen de amor y Santidad.Sin embargo, el Creador, en su bondad, continuaba su plan benevolente sobre la familia, debía restablecer su dignidad, valor, misión y santidad; así podemos contemplar en el llamado a Abrahán para enrutar la historia del hombre y la familia como plan de salvación.Con el hijo de la promesa, no nacido de la esclava sino de la esposa, comienza un camino para devolver la imagen perdida de la familia, Isaac y luego Jacob continúan esta misión de reconstruir la familia, obedientes a la escucha de la Palabra de Dios que quiere renovar todas las cosas por la fe.En la familia de Jacob, los doce hermanos que van a dar origen el pueblo de Israel, pero allí se da un nuevo insuceso, los hermanos atentan contra José (Cfr. Gn. 37,20) pero Dios interviene en la historia para renovarla, los hermanos no comenten fratricidio, no matan a José, sino que lo venden a unos mercaderes que lo llevan a Egipto donde la protección de Dios se manifiesta. Enviado por delante para ayudar a su familia posteriormente.El recuentro de José con sus hermanos es una bella lección de arrepentimiento y de perdón necesario para restablecer la familia, donde el padre Jacob ocupa un rol fundamental para mantener el afecto y valor de la familia y restablecer la fraternidad.Podemos Leer la historia de José que se encuentra en el libro del Genesis (Gn. Cap. 39 y ss).En este relato podemos ver cómo Dios dirige en su voluntad de reconstruir el sentido y rol de la familia con el perdón que tiene todo un proceso, los hermanos de José van a Egipto a proveerse de trigo ante una situación de grave desabastecimiento que pone en riesgo la subsistencia de toda la familia, así comienza el primer encuentro; el corazón de José no está marcado por la venganza sino al contario desea la reconciliación, es la primera gran lección para la familia hoy no albergar sentimientos negativos de represalia. Cuánto bien se haría a nuestra familia hoy tener esos sentimientos positivos de perdón y reconciliación.José les concede la ayuda necesaria vendiéndoles el trigo, abrigando la esperanza de volver a ver a su padre Jacob, no renuncia a su propósito, ahora ve claramente que Dios le ha enviado por delante a Egipto para salvar a su familia y así lo asume. Dios tiene un propósito con cada uno de nosotros en nuestra familia, que debemos leer desde la fe y también asumir con entereza para colaborar en el plan de Dios.Pero en este proceso es necesario el arrepentimiento para sanar, reconocer la falta para no volver a caer en ella. El perdón siempre tendrá la condición de la contrición con el compromiso de no volver a caer en el mismo pecado, eso es lo que busca el hombre de los sueños, hacer que sus hermanos se arrepientan y deseen no haber cometido tan grave falta, deben traer al hermano menor y pasar por la prueba recordando el trato que dieron a su hermano José, reconocer el pecado y confesarlo, proceso de sanación, que debemos trabajar en nuestra familia hoy.La cristalización del perdón llega cuando José conoce a su hermano menor Benjamín y sus hermanos están dispuestos a cambiarse por El, pues no puede repetirse la historia que les ha constado tanto, así han pasado la prueba y José les perdona, viene pues el esperado encuentro con su Padre Jacob, todo se ha dado en el marco del amor camino de la restauración.La familia patriarcal ha vuelto a reunirse recuperando al hijo que había sido vendido, ahora vuelve al estado de la verdadera fraternidad que debe existir en la familia ese es el querer de Dios en cada uno de nuestros hogares.Esta historia de José debemos leerla en familia para volver a recuperar el valor, la dignidad y el estado de gracia con la cual salió de la mano creadora de Dios y que, en la familia de Nazaret, con la presencia del Hijo Amado en medio de la familia humana Dios Padre renueva todas las cosas para volverlas a su estado original.Cada uno de nosotros tenemos un rol en la familia, una misión que asumir como don del Dios Uno y Trino, no renunciemos a ella, al contrario, hay que estar dispuestos a trabajar sinceramente para a santificar nuestra familia, en el amor y la fraternidad con la reconciliación, el perdón la fe, con la gracia del Padre Dios que nos une como familia bendecida y santificada por Cristo con el sacramento del matrimonio.Dios bendiga nuestra familia.+ Ramón Alberto Rolón GuepsaObispo de Montería
Mar 3 Sep 2024
La paz esté con ustedes (Jn 20, 19)
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En el desarrollo del proceso de evangelización de la Diócesis de Cúcuta, comenzamos este mes de septiembre enmarcado por la celebración de la Semana por la Paz y la reflexión en torno a la Palabra de Dios, con el lema del proceso pastoral: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la paz”, inspirados por la Palabra de Dios que nos dice: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres. Que todo el mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie; al contrario, en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, protegerá sus corazones y pensamientos por medio de Cristo Jesús” (Flp 4, 4-7).En Colombia y en el mundo podemos decir que nos angustia la situación de guerra que afrontamos y el deterioro de la dignidad de la persona, así como todos los atentados y amenazas en contra de la vida y de la familia. Frente a este panorama desolador, retomamos las palabras del Apóstol san Pablo a los Filipenses, que nos dice que nada nos angustie, en cualquier situación presentemos nuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias (Cf Flp 4, 6), con la certeza que la paz de Dios, por medio de Jesucristo, estará siempre con nosotros. Esta certeza la tenemos desde el mismo momento en que Jesús se presentó como el resucitado: “La paz les dejo, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar” (Jn 14, 27), que implica trabajar intensamente por tener en la vida a Nuestro Señor Jesucristo que nos conduce a la verdadera paz, mediante el perdón y la reconciliación con nuestros hermanos.La misión de Jesucristo en esta tierra fue conducirnos a la paz, reunir a los que están dispersos y divididos y establecer la paz entre los que crean divisiones. Su misión desde la cruz fue devolvernos la paz con Dios, perdida a causa del pecado y que lo escuchamos desde la primera palabra cuando nos otorga el perdón misericordioso, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34), que implica dejarnos limpios de todo lo que se opone a Dios y librarnos de odios, resentimientos, rencores, venganzas y violencias que destruyen nuestras relaciones familiares y comunitarias y hacen que la paz comience a agonizar.Dejemos a un lado nuestras amarguras, resentimientos y tristezas. Oremos por nuestros enemigos, perdonemos de corazón a quien nos ha ofendido y pidamos perdón por las ofensas que hemos hecho a nuestros hermanos. Deseemos la santidad, porque he aquí que Dios hace nuevas todas las cosas. No temamos, no tengamos angustia alguna, estamos en las manos de Dios (Cf. Flp 4, 6). La Eucaristía que vivimos con fervor es nuestro alimento, es la esperanza y la paz que nos conforta y una vez fortalecidos, queremos transmitir la vida nueva a nuestros hermanos, a nuestra familia y nuestras relaciones sociales, porque la paz que viene de lo alto está con nosotros y desde nuestro corazón se transmite a todos los que habitan a nuestro lado.Jesucristo es la revelación suprema, la manifestación decisiva del Padre para decirle al mundo que no reina el mal, ni el odio, ni la venganza, ni la violencia, sino que reina el Señor, que ha venido a traernos amor, perdón, reconciliación, paz y una vida renovada en Él, para que todos tengamos paz en la tierra.El Papa Francisco en el mensaje por la paz del año 2017 nos dice: “Para los cristianos la no violencia no es un mero comportamiento táctico, sino más bien un modo de ser de la persona, la actitud de quien está tan convencido del amor de Dios y de su poder, que no tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad. El amor a los enemigos constituye el núcleo de la revolución cristiana. Precisamente, el Evangelio del amen a sus enemigos (Cf. Lc 6, 27) es considerado como la carta magna de la no violencia cristiana, que no se debe entender como un rendirse ante el mal, sino como responder al mal con el bien (Cf. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia” (Mensaje por la Paz, 2017, 3).Debemos procurar llevar perdón, reconciliación y paz a la familia, a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad de la paz y de la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado, al decirnos: “La paz esté con ustedes” (Jn 20, 19). ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en el testimonio sonriente de un buen cristiano que trabaja por la paz! La paz en el corazón es una enorme ayuda para la familia, para todas las personas que entran en contacto con quien está en paz interior, porque lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, mediante el perdón y la reconciliación.Los invito a que trabajemos juntos por el perdón y la reconciliación y en oración contemplativa, de rodillas frente al Santísimo Sacramento, mirando y contemplando el Crucificado, recibamos la paz que viene de lo alto como un don de Dios que queremos transmitir a los demás, a través del perdón a nuestros enemigos tal como nos lo pide Jesús en el Evangelio (Cf. Lc 6, 27) y puestos en las manos de Nuestro Señor Jesucristo, que es nuestra esperanza y nuestra paz y bajo la protección y amparo de la Santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca San José, que nos protegen, imploremos la paz para nosotros, para nuestras familias y para el mundo entero, diciendo: “Tú eres el Cristo, con tu Palabra danos la Paz”.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de Cúcuta
Mar 3 Sep 2024
Camino irrenunciable hacia la paz
Por Mons. Luis Fernando Rodríguez Velásquez - El mes de septiembre está dedicado, en lo litúrgico, con ocasión de la memoria de San Jerónimo (30 de septiembre), a reflexionar en la importancia y valor de la Sagrada Escritura en la vida de los creyentes; y en lo social, con ocasión de la memoria de San Pedro Claver (9 de septiembre), a reflexionar sobre los derechos humanos y la paz.En el 2017, tuvimos los colombianos la inolvidable visita del Papa Francisco, pero pienso que es necesario, de vez en cuando, retomar sus mensajes que no pasan de moda, como ninguno de los mensajes de San Pablo VI y San Juan Pablo II que también nos visitaron en 1968 y 1986, respectivamente.En su visita a Cartagena de Indias, el tema fue precisamente el que se nos propone para este mes de septiembre, «Dignidad de la persona y derechos humanos». Demos espacio al Papa Francisco en este editorial a sus palabras, que espero resuenen con la fuerza transformadora de los corazones, las mentes y las acciones de todos, para que realmente tomemos conciencia de la necesidad de trabajar juntos por alcanzar la paz que parece tan esquiva.“Aquí, en el Santuario de San Pedro Claver, donde de modo continuo y sistemático se da el encuentro, la reflexión y el seguimiento del avance y vigencia de los derechos humanos en Colombia, hoy la Palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración.Porque Colombia hace décadas que a tientas busca la paz y, como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados. «Si no te escucha [tu hermano], busca una o dos personas más» (Mt 18,15), nos dice el Señor en el Evangelio.Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanza (la paz) con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. «El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite —toda la gente y su cultura—. No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 239).Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Pero eso sólo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas. A nosotros cristianos se nos exige generar «desde abajo», generar un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, responder con la cultura de la vida y del encuentro. Nos lo decía ya ese escritor tan de ustedes y tan de todos: «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros... una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación» (Gabriel García Márquez, Mensaje sobre la paz, 1998).¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta, esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad. ¡Cuántas veces se «normalizan» —se viven como normales— procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce y nuestras manos acusen proféticamente! Al lado de san Pedro Claver había millares de cristianos, consagrados muchos de ellos; pero sólo un puñado inició una corriente contracultural de encuentro. San Pedro supo restaurar la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas. No poseía títulos académicos de renombre; más aún, se llegó a afirmar que era «mediocre» de ingenio, pero tuvo el «genio» de vivir cabalmente el Evangelio, de encontrarse con quienes otros consideraban sólo un deshecho. Siglos más tarde, la huella de este misionero y apóstol de la Compañía de Jesús fue seguida por santa María Bernarda Bütler, que dedicó su vida al servicio de pobres y marginados en esta misma ciudad de Cartagena.En el encuentro entre nosotros redescubrimos nuestros derechos, recreamos la vida para que vuelva a ser auténticamente humana. «La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y de cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada» (Discurso a las Naciones Unidas, 25 septiembre 2015).Finalmente, Jesús nos pide que recemos juntos; que nuestra oración sea sinfónica, con matices personales, diversas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor. Estoy seguro de que hoy rezamos juntos por el rescate de aquellos que estuvieron errados y no por su destrucción, por la justicia y no la venganza, por la reparación en la verdad y no el olvido. Rezamos para cumplir con el lema de esta visita: «¡Demos el primer paso!», y que este primer paso sea en una dirección común”. Demos el paso sin miedo por la paz.+Luis Fernando Rodríguez VelásquezArzobispo de Cali