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Dios de vivos
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Por Mon. Omar de Jesús Mejía Giraldo - San Lucas a la altura del capítulo 20 nos presenta a Jesús en Jerusalén, la ciudad capital, allí como en toda ciudad existe una gran variedad de culturas, de pensamientos y por lo tanto de dudas, discusiones y planteamientos de mil situaciones. La cultura Judía en la época de Jesús ya existía bajo variadísimas maneras de expresar y vivir la fe. Había sobre todo dos tendencias fuertemente marcadas: fariseos y saduceos. Los fariseos creían en la resurrección de los muertos y como lo dice expresamente el texto del evangelio los saduceos negaban explícitamente la resurrección. Por eso se organizan y plantean al Señor la cuestión de la resurrección; para ello se valen de un ejemplo típicamente humano(…). Como era natural no podían ir más allá, porque no creían en la posibilidad de la Vida Eterna.
Jesús, el Señor, le enseña a los saduceos que el hombre tiene un fin. Jesús no se queda en la pregunta racional y meramente humana que los saduceos le plantean. Él le da vuelta a la pregunta. El problema de los saduceos partía de la realidad del hombre como única medida, de modo que la realidad de la vida en el marco de una resurrección quedaba sumergida en un mar de dudas. Jesús invierte este cerrado punto de referencia e indica que la cuestión de la resurrección no puede plantearse (en orden a una solución) a partir de la simple experiencia humana, sino sólo dentro de un horizonte muchísimo más amplio y abarcador: el horizonte de Dios, para quien todos los hombres están vivos.
Por eso vale la pena entender que el misterio de la resurrección como problemática final y definitiva de la existencia humana la tenemos que entender y asumir desde las siguientes perspectivas:
Desde la alianza
Alianza es pacto, compromiso mutuo, es juramento. En el antiguo testamento la alianza entre Dios y el hombre se sella con la siguiente manifestación: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo” y en el nuevo testamento esta alianza se plenifica con la vida de Jesucristo, el Señor. Por eso, hay que entender una cosa: El Dios de los cristianos es el Dios de Jesucristo, Dios de vivos y no de muertos. La resurrección es el centro del cristianismo y de los cristianos cuando nos reunimos para orar.
Los cristianos comenzamos la alianza con el Señor el día de nuestro bautismo y renovamos la alianza con el Señor todos días al celebrar la Santa Misa, recordemos las palabras de la consagración: “Tomen y coman todos de Él, porque está es la sangre de la alianza, alianza nueva y eterna…” También dice Jesús, el Señor: “el que come mi carne y bebe mi sangra, habita en mí y yo en él.” Además reitera la Palabra de Dios: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida Eterna” y Vida Eterna es vida en Dios, vida para siempre; por eso, desde la alianza con el Señor es imposible morir, porque “no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”
Desde la fe
Aunque parezca paradójico la fe en la otra vida es la única que puede dar sentido humano a la historia y al progreso. La persona de fe sabe y entiende que Dios ama la vida hasta el punto de haberla hecho el don de una existencia que no termina nunca. Recordémoslo siempre: la vida eterna es una continuidad del existir en la fe.
Cuando la fe es realmente profunda nos da una escala de valores y de fidelidades. Así lo deja ver hoy la primera lectura del libro de los Macabeos, éstos son hombres llenos de fidelidad… Para nosotros hoy son un buen ejemplo para insistir en los valores que se requiere para sumir con fe y responsabilidad nuestra vida cristiana. Será necesario creer siempre en la vida, en la posibilidad de reconstruirla, en la rectitud, en el mantenimiento de unas convicciones...
Poseer el don de la fe es creer en la vida. Porque se cree en la vida, se ama, se lucha, se busca la alegría, se procura huir de la mediocridad, se aprecia todo lo que es humano. En efecto, la vida del hombre de fe adquiere sentido a partir de una vida plena, iniciada ya, ahora, en la que cada uno camina con responsabilidad. El Dios cristiano es el Dios de la vida, por eso, nuestra fe cristiana nos enseña a vivir con alegría, a vivir con plenitud cada “instante vital.”
Hay que entender algo más hermanos, el cristiano dispone de una certeza: Dios ha resucitado a su Hijo Jesús. Este, luchador entregado a la verdad, a la justicia y al amor, triunfa del dominio de la muerte. Todo aquél que se une a este combate de Jesucristo, por la fe, participará de su victoria. Aquí se abre la perspectiva de la esperanza. La fe en la resurrección es la fuente de la valentía y de la capacidad de mantener la firmeza hasta la muerte si es necesario. Puesto que se cree en la resurrección, las tareas del mundo encuentran un nuevo sentido (son trabajo por el Reino, abonan la tierra para construirlo).
En éste aspecto, entendamos una cosa más: la fe en Cristo sería mera palabrería si no pudiésemos traspasar el umbral de la muerte. Solamente si vivimos para la eternidad vale la pena creer y solamente la fe en Cristo nos da la eternidad. “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos.” No podemos perder la fe. Fe, hermanos fe. Tenemos que ir a nuestras tumbas con dos principios bien claros y contundentes: Con dignidad y con fe.
Desde el amor
Así oramos en cada Eucaristía: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús.” Nuestra experiencia nos enseña que solo invocamos a quien amamos. El amor nos vincula al otro, el amor nos acerca y nos permite compartir el destino de la existencia. Sin amor no hay salvación. Sin amor no hay vida. Solamente en el amor de Jesús, quien en la cruz donó la vida por nosotros, podemos entender el misterio de la muerte. A Jesús no le arrebataron la vida, él la entregó por amor, para salvarnos. La muerte no es algo que ocurre, es alguien que llega, el amor no es algo, sino alguien, no es una abstracción, es una persona, es la Palabra. Con la muerte en cruz, Jesús, el Señor, nos trae la plenitud de la salvación; es la cruz la máxima manifestación de amor de Dios hacía el mundo.
“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” El amor verdadero es hasta el final, hasta que duela, hasta agotar existencia, es decir hasta la muerte. ¿Prometes fidelidad hasta que la muerte los separe? El único amor verdadero es el amor divino, el amor que viene de Dios. Entender y asumir la muerte desde el amor de Dios, es entender y asumir la eternidad, es vivir con la certeza de no morir jamás.
Sin amor no hay acogida. Cristo que nos ha llamado, nos acoge; por eso, hay que entender una cosa fundamental para aprender a vivir con libertad y serenidad: El Señor no condena a nadie, se limita a ratificar lo que el hombre decide, a dar satisfacción a sus deseos”. Nuestra tarea es vivir con sentido de eternidad, con sentido de trascendencia, con fe y esperanza. No podemos ser pesimistas, ni podemos ser personas derrotadas por el mundo, no. Nosotros sabemos en quien hemos puesto nuestra confianza.
Para comprender lo que en definitiva es la muerte asumida desde el amor de Dios, contemplemos lo que nos dice San Agustín,: “Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. No hay otro lugar en la vida futura, sino Dios”. Dios, en cuanto que llama al hombre a comparecer ante El, es la muerte; en cuanto juez, es el juicio; en cuanto beatificante, es el cielo; en cuanto ausente, es el infierno; en cuanto purificador, es el purgatorio.
Tarea:
- Por favor que no pase un día sin realizar una sencilla oración en la que nos acordemos de nuestros seres queridos que han muerto; oremos por ellos, para que el Señor les conceda el descanso eterno.
- Vivamos siempre preparados para morir: “de morir tenemos, el día y la hora no lo sabemos.”
- Pensemos en clave de vida, por eso hablemos de: “vida más allá de la vida.”
Por Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo
Obispo de Florencia
Mar 18 Nov 2025
La vocación del cristiano es sanar las heridas del prójimo
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve - En este día celebramos la jornada mundial de los pobres, que tiene como propósito sensibili-zar a todos los cristianos, para vivir la caridad como el fruto maduro de la fe en Jesucristo y de la esperanza en Él, que no defrauda. La caridad es la puerta de entrada al cielo a participar de la gloria de Dios: “vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; era un extraño, y me hospedaron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme” (Mt 25, 34 - 36); concluyendo que cada vez que un cristiano hace esto por un hermano necesitado, lo está haciendo por el mismo Jesucristo y por esta razón es llamado a participar de las moradas eternas en la presencia de Dios.La vocación del cristiano es sanar las heridas del prójimo, es mirar el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la herida del otro que está tirado en el camino y tenderle una mirada de amor, como manifestación del amor que viene de Dios. Jesús lo enseña en la parábola del buen samaritano, cuando le responde al experto en la ley que le pregunta quién es el prójimo (Cf. Lc 10, 30 - 36), invitándolo a hacer otro tanto haciéndose prójimo del que sufre sin preguntar por su identidad política, social o religiosa. Así lo indicó el Papa Francisco en Fratelli Tutti: “la propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido” (FT 81), invitándonos a todos a hacernos prójimos y a “dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera” (Ibid). Esto es lo que enseña Jesús sobre la caridad y lo reitera en el evangelio diciendo: “vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37), así lo ha retomado el Papa León XIV en el mensaje para la jornada de los pobres para este año: “todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas”.Vivir la caridad cristiana no es un aprendizaje que se recibe en las academias donde se llena el cerebro de la ciencia humana, sino que es fruto de la fe en Dios que nos enseña a amar al prójimo con el corazón de Jesús, sin cálculos humanos, reconociendo al mismo Jesucristo en todos los que sufren, tal como nos lo ha enseñado en el Evangelio al hablar de la ayuda que damos a los demás (Cf. Mt 25, 31 - 46), descubriendo que “para los cristianos, las palabras de Jesús implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita” (FT 85), dignidad que nosotros en la vivencia de la caridad le reconocemos y le devolvemos en el nombre del Señor.De esta manera, entendemos que el cristiano tiene vocación a la caridad porque está en unión íntima con Dios, que lo mueve desde dentro a ser un instrumento en sus manos para realizar su obra con los que están caídos en el camino de la vida. La caridad nace de un cristiano contemplativo, que se pone de rodillas frente al Señor y allí encuentra la motivación más profunda para volverse prójimo del que sufre. El Papa Francisco expresó esta verdad cuando dijo: “la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es ‘el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de la vida humana’. Todos los creyentes necesita¬mos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (Cf. 1Cor 13, 1- 13)” (FT 92). Concluyendo así que la caridad es el fruto maduro de un cristiano que tiene un camino de perfección cristiana muy fortalecido, porque se relaciona con Dios a través de la oración y se mantiene en la gracia y en la paz del Señor; por eso, la transmite a los que están en su entorno a través de la ayuda a los más pobres y necesitados, mediante el ejercicio sincero y desinteresado de la caridad.Todos estamos clamando hoy por la paz en el mundo, pero tenemos que entender que la paz es un don de Dios que brota de la caridad y desde la caridad que es amor de entrega total puede lograr que el corazón del hombre se sane, para que pueda transformar la sociedad. La caridad como expresión más alta de la fe y la esperanza, en un creyente que vive en gracia, transforma el entorno en el que vive, ya que “la caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos” (FT 183). De tal manera, que la caridad no es solamente el centro y la corona de todas las virtudes, sino que es también “el corazón de toda vida social sana y abierta” (FT 184).Al celebrar en este día la jornada mundial de los pobres, desde las parroquias y familias estamos llamados a tener gestos de caridad para con los más necesitados, pero no podemos quedarnos en una jornada de este domingo, sino que tenemos que entender que la vocación del cristiano es la caridad, que significa agacharse para sanar las heridas del prójimo. Fieles al mandato del Señor: sean mis testigos, busquen la santidad, hagámoslo desde la vivencia de la caridad, como vocación del cristiano a mirar al que sufre con los ojos de Jesús. Que la Santísima Virgen María, madre de la caridad y el Glorioso Patriarca San José custodien la fe y esperanza en nosotros, que produce el fruto maduro de la caridad que nos abre las puertas del Reino de los cielos.En unión de oraciones,reciban mi bendición.+José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 18 Nov 2025
Hasta que la muerte nos una más
Por Mons. Miguel Fernando González Mariño - “Tú me amarás, yo te amaré, hasta que la muerte nos una más”, dice la hermosa canción de la hermana Glenda sobre ese misterio del amor humano que se “diviniza” con la presencia del Espíritu Santo en los esposos cuando están unidos por el sacramento del matrimonio. A primera vista parece contradecir el “hasta que la muerte los separe”, que se apoya en Mateo 19,6 donde el mismo Jesús expresa el plan Divino original sobre la unidad y la indisolubilidad matrimonial: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.En el mes de Noviembre la Iglesia nos invita a tener más presente nuestra vida pasajera en este mundo, nuestra realidad transitoria y por tanto la preparación para la vida eterna. Pensar que la muerte libera al esposo de la esposa o a ella de él, se ha prestado para infinidad de chistes, que nos distraen del verdadero sentido de la vocación al amor a que hemos sido llamados todos los humanos. Aclara aún más esta consideración sobre la terminación del matrimonio a causa de la muerte la enseñanza de Jesús que afirma que en la resurrección no se casarán ni ellas, ni ellos, sino que serán en el cielo como ángeles (Cf Mt 22,30).Escribe un buen autor (tal vez San Agustín...) que “la amistad que se olvida es una amistad que nunca existió”, para decir que el auténtico amor nunca se termina, sino que, por el contrario, como enseñó el Papa Francisco en Amoris laetitia, el amor humano siempre es “perfectible”. Esto, en contra de la idea popular de que el amor de los novios es el ideal y que con el tiempo se gasta y desvanece. En realidad, con la gracia de Dios, el amor (auténtico) tiene la vocación a una permanente perfección. Siendo así, ¿por qué se va a acabar repentinamente con la muerte? Lo que ocurre es que ese amor que los consagró como esposos es tan verdadero, que lo que busca es la santificación del cónyuge, su bien no solo en esta vida sino en la eterna. El amor conyugal lo que busca es la santificación del otro, que sea feliz para siempre. Además, en ese empeño sincero vivido como vocación, el que ama también se perfecciona y se santifica.En resumen, los dos cónyuges buscan la misma meta, quieren llegar juntos al cielo y no solo ellos sino con sus hijos y su descendencia. Así funciona la Iglesia y por eso la familia es la célula vital inicial. Entonces el viudo/la viuda puede contraer nuevas nupcias si ve que hace parte de su camino de santidad y puede suceder, como en tantos casos a lo largo de la historia, que se conforme un nuevo hogar en el que también se busca sinceramente vivir como familia que da testimonio de fe y esperanza. En la eternidad, donde ya no se necesita la unión conyugal para que subsista la humanidad, gozarán los frutos de esta escuela de amor en que nos encontramos en esta vida terrena.Es muy preocupante saber que por ignorancia o por indiferencia sobre estas preciosas verdades de nuestra fe en torno al valor santificador del matrimonio, alrededor del 70% de los hogares católicos en Colombia vivan en unión libre (cifra que algo varía según las regiones). Los pastores y maestros tenemos parte de culpa en esta ignorancia y tibieza de nuestros fieles. La falta de una verdadera catequesis que les permita desde niños tener una visión apropiada de la familia y el matrimonio, la falta de catequesis entre los jóvenes, la poca promoción de parejas de esposos para que se formen y apoyen la pastoral familiar parroquial, son entre otras, las causas de esta grave situación. En nuestro ENCUENTRO NACIONAL DE PASTORAL FAMILIAR que celebramos en Pereira del 23 al 25 del pasado mes de octubre, avanzamos en el estudio y modos de implementación de los Itinerarios Catecumenales Matrimoniales que nos dejó el Papa Francisco como un medio práctico de asumir Amoris laetitia en la vida pastoral. Es esperanzador ver que sí hay avances en esta tarea. Es una labor ardua, pero vale la pena. Se vio la urgente necesidad de seguir formando parejas de esposos que sean competentes en la acogida, acompañamiento y testimonio de vida, para que en verdad animen e iluminen las parejas que desean casarse. Pongamos todos los medios para que nuestros jóvenes llamados a vivir la vocación matrimonial encuentren en sus parroquias el ambiente propicio para encontrarse con Dios y tengan la alegría de comprobar que Dios los conoce y los ama y cuenta con ellos para que sean felices haciendo felices a quienes los aman, HASTA QUE LA MUERTE LOS UNA MÁS. +Miguel Fernando González MariñoObispo de El EspinalPresidente de la Comisión Episcopal de Matrimonio y Familia
Mar 11 Nov 2025
A cuarenta años de la tragedia: San Juan Pablo II en Armero
Por: Mons. Fabián Marulanda López, obispo emérito de Florencia.En la retina de los colombianos quedó muy grabada la imagen del Papa Juan Pablo II, arrodillado ante la cruz de cemento que se levantó en el lugar donde antes existió la "ciudad blanca" de Armero. Aquí se hace realidad aquello de que "una imagen vale más que mil palabras".Cuarenta años después de la tragedia de Armero y 39 de la visita del Santo Padre, pocas cosas han cambiado en la geografía de aquel lugar desolado; la fotografía del Papa que le dio la vuelta al mundo, sigue recordando a los damnificados de la tragedia la figura y el mensaje de este santo hombre de Dios que nos visitó el día 6 de julio de 1986.Allí llegó en la mañana de ese domingo, acompañado de una reducida comitiva y pronunció una conmovedora oración antes de pasar a Lérida donde encontró a los miles de hombres y mujeres que sobrevivieron a la tragedia ocasionada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz.Quienes esperábamos al Papa ese día, escuchamos su oración en medio de un silencio que sólo el viento se atrevía a romper.Oración del Papa Juan Pablo II"Padre, rico en misericordia, consuela el dolor de tantas familias, enjuga las lágrimas de tantos hermanos, protege la soledad de tantos huérfanos. Infunde a todos ánimo y esperanza para que el dolor se cambie en gozo y la muerte, por la fe, sea germen de vida nueva.Haz que, mediante la solidaridad, el trabajo y el tesón de las gentes de esta tierra, surja, como de entre las cenizas una nueva ciudad de hijos tuyos y hermanos, donde reine la fraternidad, se renueven las familias, se llenen de pan las mesas y de cantos los hogares y los campos.Bendice esta Cruz alzada aquí como signo de nuestra redención, baluarte de esperanza, símbolo de muerte y de vida, de dolor y de gozo."El viento agitaba los cabellos del Papa que caminaba erguido en aquel valle de tristezas, como un profeta que desafiaba el miedo y el dolor para hablar de resurrección y de esperanza.Mientras tanto, en la explanada de Lérida lo aguardaba la multitud. Y en medio de esa multitud, los damnificados que sobrevivieron a la avalancha de piedra y lodo, pero que quedaron marcados por el horroroso recuerdo de aquella noche infernal.Hoy, me parece ver el rostro de los miles de personas venidas de Ibagué y de los pueblos del norte del Tolima que lo esperaron con un fervor que erizaba la piel.La llegada del Papa fue acogida con pañuelos blancos y gritos de alegría. A pesar del fuerte calor, la gente se agolpaba para verlo más de cerca y participó con entusiasmo en la solemne Eucaristía. En su homilía, el Santo Padre se refirió nuevamente a la tragedia:"La catástrofe que el volcán Nevado del Ruiz provocó en Armero, conmovió profundamente mi corazón”He venido para sembrar en vuestros corazones de creyentes palabras de esperanza.Quisiera llegar con mi condolencia y afecto a cada uno de vuestros hogares.En la visita que acabo de efectuar a Armero he querido orar por los difuntos para que Dios les conceda el descanso eterno. También deseo orar por vosotros, damnificados y familiares de las víctimas, para que Dios os dé comprensión y amor, abriendo vuestras vidas a la perspectiva de un futuro mejor."En este año se cumplen cuarenta años de la histórica visita del Papa. Sus mensajes y sus gestos proféticos siguen iluminando a quienes mantenemos viva la esperanza de que Colombia pueda un día encontrar la Paz y transitar los caminos de la civilización del amor.En relación con Armero, vale la pena recordar que inicialmente esta visita no estaba incluida en el itinerario oficial que seguiría el Santo Padre, pues su encuentro con los damnificados de la tragedia debía realizarse sólo en la ciudad de Chinchiná. ¿La razón? existía el temor de que el Nevado del Ruiz, todavía activo, produjera un nuevo evento como el del 13 de noviembre de 1985 y los organizadores no querían correr con semejante riesgo.Pero dio la casualidad de que el Presidente Belisario Betancur convocó a los Gobernadores y Obispos de los lugares que visitaría el Santo Padre, a una reunión de trabajo en la Casa de Nariño. Se trataba de informar cómo se estaba preparando la visita en cada uno de los lugares previamente fijados por la Comisión Preparatoria. El compromiso para el país era muy grande y no se quería dejar de prever ningún detalle.El Arzobispo de Ibagué, Monseñor José Joaquín Flórez Hernández, debido a problemas de salud, me delegó para asistir en su reemplazo. Y cuando todos los gobernadores rindieron su informe, me arriesgué a pedir la palabra y a solicitar con el alma y el corazón, que se diera a los damnificados de Armero la posibilidad de ver al Papa; este sería el mayor consuelo para quienes todavía lloraban la pérdida de su ciudad y de sus familias. Para nadie como ellos podían ser de tanto alivio la presencia y el mensaje del Santo Padre.La petición fue acogida por el señor Presidente quien al día siguiente dio las instrucciones del caso para incluir esta nueva etapa en el itinerario de la visita.Lo que vino después, lo recuerdan bien los colombianos que fueron testigos de los hechos y también quienes han leído la historia de aquellos siete días blancos en los que San Juan Pablo II peregrinó con la Paz de Cristo por los caminos de Colombia.
Lun 10 Nov 2025
El Espiritismo
Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo - El ser humano, como lo percibe en su propia naturaleza y lo demuestra la historia, siente una tendencia hacia lo misterioso y una atracción por experiencias extrañas y ocultas. El espiritismo moderno se basa en esa realidad y se inspira en prácticas antiguas. A partir del siglo XIX fue tomando las diferentes formas y expresiones con las que se presenta hoy. Las principales tesis en las que se sustenta son las siguientes: la posibilidad y conveniencia de tener comunicación con entidades espirituales desencarnadas, la creencia en la reencarnación, la convicción de la pluralidad de mundos habitados, la identificación entre lo natural y lo sobrenatural y entre la religión y la ciencia.Por tanto, el espiritismo sostiene que, mediante personas dotadas de una naturaleza particularmente sensible, es posible una comunicación con los muertos, cuyos espíritus según su grado de evolución habitan diversos mundos. Promueve para ello reuniones en las que los “médium”, después de determinadas invocaciones, dicen recibir mensajes de los espíritus a través de ruidos, voces, escritos o apariciones. En sus rituales mezclan elementos cristianos, supersticiosos y de brujería. Es así como usan imágenes, amuletos, sahumerios, agua bendita, rezos. Es lamentable, por ejemplo, que para estas prácticas se venga utilizando abusivamente la figura de San José Gregorio Hernández.La más grave expresión de la adivinación es precisamente ésta de la necromancia o espiritismo, es decir, recurrir a los espíritus de los muertos para a través de ellos desvelar el futuro o cualquier otro aspecto de la vida. En esto los grupos espiritistas siguen el pensamiento de Allan Kardec o de otros autores que desarrollan doctrinas que no son aceptables desde la fe cristiana. Por ejemplo, no creen en un Dios personal, sino más bien en un concepto panteísta, que unifica a Dios con el conjunto de todas las cosas; al aceptar la reencarnación niegan la obra redentora de Cristo y piensan que todo funciona en el universo por una causa automática.Entre los fenómenos espiritistas o parapsicológicos, que a veces se dan en estas sesiones, se enumeran: el magnetismo o influjo de la energía vital sobre otros cuerpos, la telepatía o proyección a distancia de una influencia sugestiva por medio de la mente, el sueño hipnótico durante el cual la persona responde preguntas con aparente conocimiento de cosas ocultas, la levitación de objetos ligeros bajo el ascendiente del médium, el movimiento de objetos en la ouija o tablero alfabético, la escritura automática, etc. En cada caso debe estudiarse el origen de estos fenómenos, que ciertamente no son producidos por espíritus, sino por cierto magnetismo de las personas o por trucos engañosos.Algunos de estos fenómenos pertenecen al ámbito de la parapsicología y, por tanto, al dominio de la ciencia, aunque siguen siendo de difícil explicación; a veces presentan un cierto halo de misterio que suscita interrogantes sobre la realidad de la vida y de la muerte. Generalmente, se utilizan con fines ambiguos, falsamente religiosos, incluso con propósitos comerciales o de dominio de las personas. Interactúan con estos tipos de adivinación diferentes grupos esotéricos u ocultistas de origen antiguo o reciente, que siempre presumen poder “abrir una puerta” para hacer entrar en el conocimiento de verdades ocultas y adquirir poderes espirituales especiales.Esta práctica de los médium y de los participantes de invocar las almas de los difuntos en sesiones espiritistas introduce una forma de alienación del presente y produce una mistificación de la fe en el más allá. Por tanto, esto genera confusión, miedo y aun ciertas enfermedades mentales en algunas personas; causa, especialmente en los jóvenes, grandes equivocaciones y no pocas veces con consecuencias preocupantes a nivel moral. Es evidente, por tanto, que estas prácticas son inaceptables. En lugar del sentido religioso, de la búsqueda de Dios y de la participación en la vida sacramental, introducen comportamientos incompatibles con la verdad de la fe cristiana.Desde el Antiguo Testamento se condena con severidad esta práctica: No vayan donde nigromantes ni adivinos… ni evoquen muertos… Todo el que practique estas cosas expresa una abominación hacia Dios (cf Dt 18,9-13). Yo soy el Señor, el único Dios de Ustedes (Lev 19,31; Jer 27,9; 29,8; Is 44,25). En el tiempo de los Apóstoles se advierte que al desviarse de la verdadera doctrina se cae en fábulas o se queda a merced de falsos profetas (2 Tim 4,3-4; 1 Jn 4,1). Sólo el conocer y el vivir el Evangelio nos libra de estas formas de neopaganismo, que engañan, desubican de la realidad, traen situaciones preocupantes a nivel psíquico y, sobre todo, alejan de Dios, única fuente de la verdad y de la vida.+ Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín