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Comunidad Humana y mundo rural: Una relación necesariamente sustentada por valores éticos
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El fundamento ético es inherente a la relación que la comunidad humana ha ido trabando con el territorio a lo largo del tiempo. Cuando aquel se desvanece la buena relación se trunca, originándose graves desequilibrios que no solo provocan efectos en el territorio, sino también en la propia comunidad humana. Como indica el Papa Francisco en su última encíclica, «es necesario hundir las raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con una perspectiva más amplia» (Fratelli tutti, 145).
Esta afirmación general se encarna de muy diversas formas en el mundo y, a lo largo de la historia, ha tomado cuerpo de maneras distintas. No obstante, hay algo común en todas ellas: la permanencia de valores éticos, más o menos activados, en el quehacer humano a la hora de manejar los recursos naturales, sin los cuales, como se ha dicho, las consecuencias son claramente negativas. Convencidos de la dignidad de la persona y asumiendo la llamada a la fraternidad universal, podemos «soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos» (FT, 127). Más para alcanzar esta meta es necesario que todos tengan la voluntad de aportar, la capacidad para hacerlo y el sacrificio que comporta tal fin.
Vertebro mis reflexiones en tres apartados. En el primero, se hace una rápida presentación de algunas claves que perfilan la significación de los territorios rurales en nuestro mundo actual a la luz de algunos datos ofrecidos por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En el segundo, se abordan los dos conceptos básicos que arman los procesos activos de uso de los recursos naturales en el mundo rural y terminan por crear organismos productores de bienes: la operatividad y la funcionalidad. En el tercero, se reflexiona sobre la necesaria condición derivada de aquella operatividad y funcionalidad: la sostenibilidad que, en otras palabras, es la expresión más evidente de un obrar ético.
1. ¿Son los territorios rurales protagonistas esenciales en nuestro mundo?
La realidad de un mundo industrializado y el enorme peso de la población urbana han enmascarado esa otra realidad que, sin embargo, está ahí y, paradójicamente, resulta esencial para la primera. El mundo rural sigue siendo la pieza clave que ha hecho posible, y lo sigue haciendo, el sostenimiento de los ámbitos urbanos donde sociedades terciarizadas se afianzan y, al contrario de lo que pasa en los territorios rurales, muestran signos de evidente vitalidad.
Una breve pincelada resulta suficiente para mostrar la importancia de los territorios rurales en el mundo. Lo son por el peso de las extensiones que ocupan, la población que habita en ellos, las personas que trabajan en la agricultura, ganadería y explotación forestal, y las importantes funciones que desempeñan.
En efecto, según el Anuario Estadístico de la FAO de 2020, con datos referidos a los años 2017-2018, los terrazgos labrados y los prados y pastos permanentes ocupan en el mundo el 36,9% de la superficie emergida. Asia es el continente más agrario con el 53,7% de su extensión ocupada por tierras de tal condición, mientras Europa tan solo mantiene un 20,9%. Las tierras de cultivo alcanzan en el mundo los 15,6 millones de kilómetros cuadrados (km2), mientras que los prados y pastos permanentes casi duplican esa cantidad y las tierras forestales alcanzan los 40,6 millones de km2. Dicho de otra manera, algo más de dos terceras partes de la superficie emergida de la tierra tienen un recubrimiento agroforestal; es decir, tiene una potencialidad de uso agrario activada o latente. La tendencia desde el año 2000 es creciente para las tierras agrícolas, que han avanzado en unos 75 millones de hectáreas, mientras que las forestales retroceden en unos 89 millones de hectáreas.
Algo más de 3.400 millones de habitantes son catalogados como población rural; es decir, están asentados en espacios rurales. Eso significa el 44,8% del censo demográfico del mundo, alcanzando el 58% en África y el 50% en Asia; mientras, en América, es del 19% y en Europa del 25,4%.
La población ocupada en labores agrícolas roza los 900 millones, lo que significa el 27% de la población activa total (en el año 2000 era del 40%). África es el continente en el que el peso es mayor, con el 49,3%, mientras que en Europa es del 5,5%. Sin embargo, a pesar de ofrecer un acusado crecimiento en la aportación del sector agrario al PIB mundial entre el año 2000 y 2018, su significación es escasa (sobre el 4%). Por continentes, los contrastes son claros: en África participa del 18,8%, mientras en Europa lo hace con el 1,6%.
Los sistemas rurales hacen uso del complejo tecnológico de modo muy dispar. Asia utiliza 178,4 kg de fertilizantes químicos por cada hectárea de cultivo y 3,67 kg de pesticidas/hectárea de cultivo, mientras África tan solo alcanza 25,1 kg y 0,30 kg.
Por último, las emisiones provocadas por los manejos agrícolas y ganaderos se cifran en 5.410,5 millones de toneladas CO2 equivalentes y alcanzan los 10.439 millones de toneladas CO2 equivalentes, si se toma en consideración la conversión neta de bosques y las turberas degradadas. Asia es el continente con mayor participación en la generación de estas emisiones con casi la tercera parte de las mismas (1).
A la luz de estos datos, se pue- de contestar con fundamento a la pregunta que encabeza este apartado. En efecto, la importancia de los territorios rurales es significativa en nuestro mundo. Ocupan una buena extensión de las tierras emergidas; albergan a una parte cuantiosa de la población mundial y en ellos trabaja un porcentaje elevado de la población activa, aunque las diferencias entre continentes son muy acusadas; la aportación al PIB mundial, sin embargo, es escasa, si bien en el seno de unos continentes su peso es mucho mayor que en otros; y, por último, la aplicación del complejo tecnológico a los sistemas productivos es muy dispar, así como el impacto generado por las emisiones, cosa a tener muy en cuenta.
Ahora bien, junto al protagonismo que mantienen los territorios rurales en la hora presente, es necesario reconocer las tendencias que amenazan al mundo alejado de las grandes urbes. A menudo, la falta de servicios y oportunidades en estas zonas está produciendo una dinámica evidente de despoblación y empobrecimiento. Si no queremos ir muy lejos, se habla, con tanta razón como dolor, de la España vaciada, de la España olvidada (un fenómeno que, por cierto, no es exclusivo de nuestro país) (2).
Ante ello, el reto consiste en vigorizar el sentimiento de pertenencia, ocupada favorecer el acceso a unos servicios públicos de calidad, reformar inteligentemente el sector agrario, impulsar la actividad económica, diseñar una fiscalidad apropiada a los territorios despoblados, promover la creación de créditos y avales adecuados, dar a conocer la historia y las tradiciones locales, conservar el patrimonio, reforzar la formación y la educación para coser a los jóvenes al territorio, dotar al entorno de tecnología y mejorar las comunicaciones y demás infraestructuras. Son elementos clave para ofrecer oportunidades vitales a las nuevas generaciones. Si dentro encuentran lo que desean no tendrán que buscar fuera. Hay que brindar a quienes pertenece el porvenir un presente atractivo, fecundo y sólido. Será la mejor herramienta para que puedan construir su propio destino y sean dueños de sus propios sueños.
El futuro será real y aceptable para cuantos llaman suyo al mañana si existe un vínculo consistente entre persona, comunidad y territorio. De lo contrario, solo contaremos con espacios urbanos masificados y despersonalizados, por un lado, y con regiones rurales abandonadas, empobrecidas y vaciadas, por otro. El siguiente apartado ofrece algunas pistas en este sentido.
2. Los territorios rurales: una creación de la comunidad humana
Desde el primer momento en que la comunidad humana se asienta sobre un territorio crea necesariamente lazos con él. Entabla una relación compleja que se manifiesta en una doble cara: la del beneficio que el hombre obtiene para hacer posible su supervivencia y la del sello que imprime en el medio al intervenir sobre él; sello que se visualiza a través del paisaje y se puede medir por los múltiples impactos ambientales producidos. La intervención humana perdura en el tiempo y termina por acrisolar una madeja de relaciones, que podríamos denominar «trabazón», hasta configurar un nuevo organismo; «un todo animado», podría llamarse, evo cando una expresión de Alexander von Humboldt (3).
Esa trabazón que ha surgido implica dos acciones esenciales: la operatividad y la funcionalidad. La primera hace referencia al conjunto de técnicas utilizadas para poder transformar el recurso en producto y la segunda al beneficio mutuo que comporta, o debe comportar, para la comunidad humana y para los ecosistemas naturales.
No cabe pensar que la comunidad humana y el complejo físico pudieran ser dos naturalezas contrapuestas, antagónicas, que buscan imponerse una a otra. Más bien, forman parte del mismo entramado natural con evidentes características y potencialidades diferentes. Puede que la más sobresaliente sea la responsabilidad de la comunidad humana derivada de su propia condición de libre, inteligente y dotada de ingenio que le permite ejercer un cierto dominio sobre el escenario natural en el que vive y del que se nutre. Dominio que en términos etimológicos nos hace pensar en la construcción de la casa común a la que tantas veces se refiere el Santo Padre. No se trata, obviamente, de un «dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás criaturas» (LS, 83), sino de labrar y cuidar la tierra: «Mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza» (LS, 67).
En efecto, la relación hombre-recurso siempre ha estado sustentada por herramientas materiales y organizativas; unas veces de cariz tradicional y otras más evolucionadas. Ellas han hecho posible el progreso y, en suma, la mejora de las condiciones de vida, no solo en el plano material, sino también en aquellos aspectos más nobles propios de la naturaleza humana, notablemente la cultura. La permeabilidad entre civilizaciones ha facilitado la penetración de esos procesos operativos, impulsados por numerosos entes internacionales, entre ellos la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA), con el afán de procurar un justo y equitativo desarrollo a todos los pueblos del mundo. Este loable empeño ya posee una primera manifestación del fundamento ético. No basta procurar el desarrollo mediante la enseñanza-aprendizaje de modos más eficientes de operar con los recursos, es necesario hacerlo sin anteponer los intereses propios a los de la comunidad rural que recibe aquellos y eso se llama generosidad. «La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades» (FT, 124).
La funcionalidad del recurso natural es el primer efecto de la acción operativa desplegada por el hombre. Poner a funcionar un recurso es activar sus potencialidades para que pueda cumplir el papel encomendado. Del recurso emanan productos necesarios para la satisfacción de las necesidades de la comunidad humana, al mismo tiempo que aquel, podríamos decir, adquiere mayor plenitud. La funcionalidad del recurso, y más en concreto la del recurso natural para la agricultura, no solo implica, por tanto, la provisión de un bien, sino, sobre todo, el ennoblecimiento del propio recurso al dotarlo de «cultura» y convertirlo en una obra creada por el hombre, no pocas veces dotada incluso de valores estéticos. ¿Alguien puede pensar que la funcionalidad del recurso puede ser encomiable, fructífera y hasta engendrar belleza sin el sustento de un comportamiento ético?.
En resumen, tanto la operatividad como la funcionalidad, dos procesos clave en la puesta en marcha de las potencialidades de los recursos naturales, rezuman valores éticos que se pueden concretar, por un lado, en la búsqueda de la equidad - un impacto justo en los beneficios del progreso - y, por otro, en el uso sostenible, duradero y hasta ennoblecedor de lo que ofrece el complejo físico hasta «culturizarlo» en el sentido más noble del término. Tal como recuerda el Sumo Pontífice, «hace falta incorporar la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su propia cultura» (LS, 144).
3. El fundamento ético de la sostenibilidad en los territorios rurales
Aquella «trabazón» operativa y funcional está sometida a continuos cambios, bien por la mejora del complejo tecnológico utilizado por el hombre, bien porque las demandas sociales se vuelven más exigentes o cambian de orientación. Ese cambio es precisamente el que le dota de vida; carácter ineludible que debe cumplir.
Hace ya mucho tiempo que la condición de sostenible se ha vuelto exigible por parte de las instituciones públicas a cualquiera de las acciones que la comunidad humana emprenda en su relación con los recursos naturales; ahí están los programas diseñados a tal fin por los gobiernos y los múltiples foros internacionales que abogan por ello, entre los que descuella la Agenda 2030 de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible, consensuada por la comunidad internacional como plan de acción a favor del progreso de las personas y del planeta (4).
No obstante, cabe decir que el interés por una conducción sostenible no es ninguna novedad, pues ahí están los manejos tradicionales de los sistemas agrarios que durante siglos supieron extraer lo necesario para la supervivencia, a la vez que cuidaron exquisitamente el recurso.
La sostenibilidad ofrece una diversidad de aspectos que la hacen plural. No se puede hablar tan solo de sostenibilidad ambiental, como una acepción exclusiva y unidireccional. Más bien, el horizonte se amplía al dar entrada a las implicaciones sociales, económicas y culturales que también le son consustanciales. Es ahí donde el comportamiento ético da plenitud a la sostenibilidad al dotarla de fundamentos que hacen posible la satisfacción de los bienes necesarios y el progreso de la comunidad humana, al mismo tiempo que procuran la conservación y mantenimiento de los recursos con toda su vigorosa potencialidad para generaciones futuras.
La sostenibilidad ambiental debe ser siempre una condición del obrar humano. Al manejar los recursos naturales, el hombre no toma contacto con algo ajeno a él; más bien, acoge en sus manos un recurso que, de tratarlo indebidamente, produce un daño injusto al recurso y un impacto negativo en el hombre. Por tanto, preservar la integridad del recurso se convierte en el primero de los principios éticos a no soslayar nunca.
La sostenibilidad social implica tener como prioritaria «la distribución equitativa de los frutos del verdadero desarrollo», como ya señaló san Juan Pablo II (Sollicitudo Rei Socialis, 26). Sería corrupto acaparar por parte de unos pocos, aunque algunos pudieran pensar que fuera legítimo, los bienes fruto de aquella funcionalidad exitosa e incluso dotada de excelente condición por sus efectos ambientales positivos. La equidad es expresión de la solidaridad y, a la vez, debe ser complementada por esta. De este modo, se convierte en el fundamento ético de la sostenibilidad social.
La sostenibilidad económica no alude tan solo a la viabilidad de un determinado uso de los recursos naturales por la suficiente aportación pecuniaria. Esto sería restringir el significado a un balance financiero saneado. Más bien, debe entenderse por tal el uso de los recursos económicos de modo transparente y tomar en consideración la función social de la riqueza generada al margen de la satisfacción exigida por parte de la sociedad por el bien material producido. Por tanto, el enriquecimiento de unos pocos y la aparición y consolidación de sociedades desequilibradas económicamente es una perversión del principio ético de la solidaridad que debe regir la sostenibilidad económica.
La sostenibilidad cultural alude al respeto exquisito de las culturas diversas que se han generado en los territorios rurales de todo el mundo. La incorporación en cada una de ellas de procesos operativos más eficientes no tiene por qué suponer una «uniformización cultural»; más bien se deben respetar siempre los legados culturales diversos que son manifestación excelente de la creatividad humana. La respetabilidad, por tanto, debe ser un valor ético sustentador de cualquier acción desplegada en el campo del desarrollo y hace posible al mismo tiempo el progreso y la conservación de las culturas.
Estos principios éticos - mantenimiento de la integridad del recurso, equidad social, solidaridad económica y respetabilidad cultural - deben regir las cuatro facetas de una sostenibilidad integral a las que nos acabamos de referir. Cabe preguntarse si aquellos son permanentes o adaptativos a las situaciones concretas que se vivan. Dicho de otra manera, ¿hay un cimiento ético duradero inherente a la relación entre la comunidad humana y los territorios rurales? La vigencia de un fundamento ético permanente que anime al quehacer humano en este campo parece del todo plausible.
Este fundamento permanente no puede ser maleable a conveniencia; es decir, el hombre no puede hacer «ingeniería ética» o, lo que es lo mismo, crear en cada momento un panel de principios éticos cambiables y acomodables a su interés inmediato y coyuntural. No serían tales. Se cometería el mayor de los fraudes al vaciar de honesto sentido unas palabras biensonantes. Al contrario, estimo que hay un rescoldo permanente, aunque no estable, que bien pudiera calificarse de progresivo; es decir, lleno de vitalidad que se enriquece continuamente y afianza su base cada día por el crecimiento y la fortaleza que entraña el obrar ético de la comunidad humana explicitado por los valores a los que nos hemos referido anteriormente.
Como mencionaba el Obispo de Roma, «la solidez está en la raíz etimológica de la palabra solidaridad. La solidaridad, en el significado ético-político que esta ha asumido en los últimos dos siglos, da lugar a una construcción social segura y firme» (FT, 115, nota 88).
Conclusión
Más que una conclusión es importante provocar una incitación. Una incitación a pensar conjuntamente si el sustrato ético que debe animar toda acción humana puede obviarse o, al contrario, debe fortalecerse y convertirse en un auténtico tamizador que nos oriente sobre la bondad o maldad de nuestra relación con el medio en el que vivimos.
Hemos señalado la generosidad como valor ético que debe presidir la acción del desarrollo. También la sostenibilidad como condición necesaria de una saludable funcionalidad de los territorios rurales. En el seno de esta sostenibilidad se ponen en juego valores éticos como la integridad ambiental, la equidad social, la solidaridad económica y la respetabilidad cultural.
¿Acaso alguien puede afirmar que estos no son valores éticos ejercidos por la comunidad humana en su trato con los territorios rurales y las gentes que los habitan? Más bien, me atrevo a decir que, si perdieran vigor o fueran sustituidos por sucedáneos oportunistas, las consecuencias serían muy negativas, tanto para el medio rural como para la humanidad entera.
NOTAS
(1) Cfr. FAO. 2020, World Food and Agriculture - Statistical Yearbook 2020, Rome 2020. Puede consultarse en: https://doi.org/10.4060/cb1329en.
(2) Sobre el panorama español, sigue siendo de gran interés el estudio de D. PEREI- RA JEREZ, F. FERNÁNDEZ-SUCH, B. OCÓN MARTÍN, O. MÁRQUEZ LLANES, Las zonas rurales en España. Un diagnóstico desde la perspectiva de las desigualdades territoriales y los cambios sociales y económicos, Fundación FOESSA, Madrid 2004.
Puede consultarse en: https://www.caritas. es/producto/zonas-rurales-espana diagnostico-perspectiva-desigualdades-territoriales-cambios-sociales económicos/
(3) Cfr. A.VON HUMBOLDT, Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, Imprenta de Gaspar y Roig, Madrid 1874, Tomo I, 1-69.
(4) Un amplio comentario sobre esta iniciativa de la ONU puede encontrarse en: J. M. LARRÚ (coord.), Desarrollo humano integral y Agenda 2030. Aportaciones del pensamiento social cristiano a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2020.
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Matrimonio y familia: don de Dios
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“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)
Por. Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Estamos culminando el mes de octubre con la certeza de seguir avanzando en la conciencia misionera de cada uno de los bautizados, cumpliendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19). Frente a la misión llegan también momentos de incertidumbre, por las dificultades que hay que afrontar cada día, incluso el rechazo de muchos al mensaje de salvación. Frente a esta realidad, el evangelizador no ha de desfallecer, debe seguir adelante con la gracia que viene de lo alto para continuar la tarea, que no es propia, sino del Señor, y Él mismo nos ha dado la certeza que no estamos solos, pues nos ha dicho: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Evangelizar es la misión de la Iglesia y está en nuestras manos ser instrumentos disponibles para cumplir con esta tarea que le da identidad a la Iglesia. San Pablo VI así lo enseña: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii Nuntiandi, 14), para que muchos experimenten la alegría del Evangelio y den sentido a sus vidas, como lo afirma el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, 1).Dejar entrar a Jesús en la propia vida, en la vida familiar, es tener la garantía de que Él llega para permanecer, Él estará con nosotros todos los días, en los momentos fáciles y difíciles; en las alegrías y en la Cruz, ahí está el Señor caminando con nosotros, siendo soporte y alivio, dándonos esperanza en la tribulación. Aparecida nos ilustra esta realidad cuando afirma: “Todos nosotros como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (Documento de Aparecida, 30), porque Jesús camina con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.El mundo que está sin Dios se queda sin esperanza y entra en el vacío y en la tristeza más profunda; el Señor quiere quedarse en el corazón de todos hasta el final de los tiempos, pero hay que permitirle la entrada, hay que dejarse encontrar por el amor de Dios que salva, que perdona, que purifica y llena de alegría el corazón. El Papa Francisco insiste en la alegría que da el encuentro con el amor de Dios y lo expresa así: “Sólo gracias al encuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada. Llegamos a ser plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora, porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8).La presencia del Señor en nuestra vida hasta el final de los tiempos, le devuelve el sentido y la alegría a la existencia humana y aún en medio de las dificultades, existe serenidad y armonía, porque mirar y contemplar el Crucificado, fuente de nuestra salvación, llena el corazón de paz. Esta realidad interior que se vive al experimentar el amor de Dios, es lo que se transmite en el nombre del Señor en el trabajo misionero, de tal manera que, no se necesita mucha ciencia humana para evangelizar, basta experimentar el amor de Dios, “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).Esta fue la experiencia de los primeros discípulos del Señor, ellos después de experimentar el amor de Dios, de inmediato salieron con gozo a transmitir lo que estaban viviendo en sus vidas y lo hacían con gozo y convicción “hemos encontrado al Señor” (Jn 1, 41), y esta es la misión nuestra: vivir el amor de Dios en la propia vida y querer extender ese amor a otros siendo auténticos misioneros del Reino de Dios, porque “todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121).Como creyentes en Jesucristo, sigamos en salida misionera haciendo discípulos misioneros del Señor, haciendo anuncio del Señor diciendo: “Tú eres el Cristo, envíanos Señor”, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que la Santísima Virgen María y el glorioso patriarca san José, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de ir por todas partes a hacer discípulos misioneros del Señor, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 20).En unión de oraciones.Reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 22 Oct 2024
Dos Grandes Misioneros
Por Mons. Orlando Antonio Corrales García , Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia - El Domingo 20 de Octubre celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de las Misiones y por este motivo, todo el mes de Octubre se llama el Mes Misionero. Por esto les presento en esta reflexión a dos grandes misioneros, cuya Memoria litúrgica tenemos en estos próximos días: San Juan Pablo II y San Antonio María Claret.El martes 22 tenemos la Memoria litúrgica del Papa San Juan Pablo II. En el inicio solemne de su pontificado, el 22 de Octubre de 1978 en la Plaza de San Pedro, resonó la voz potente del nuevo Papa, venido de Polonia, que exhortó a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad, a abrir las puertas a Cristo el Salvador de todos los hombres. Este es el anuncio Misionero que debe llevarse a todos los rincones de la tierra: proclamar que Cristo es el Salvador y que todos los hombres y mujeres, son invitados a abrir las puertas del corazón a Cristo, para que sea El quien dé sentido a la vida de cada persona.No cabe duda que este Papa fue un gran misionero y por ello viajó a tantos países del mundo, con el único objetivo de llevar el mensaje de la Salvación, la buena noticia del amor de Dios a todos: sus numerosos viajes, al igual que sus incontables documentos, tuvieron y tienen todavía hoy el propósito de acercar a hombres y mujeres de todas las culturas y lenguas, a Dios, para descubrir y experimentar su amor de PadreDestaco entre sus documentos, la Encíclica Redemptoris Missio: La Misión del Redentor, publicada el 7 de Diciembre de 1990, cuyo subtítulo es: Sobre la permanente validez del mandato misionero. Trata de la urgencia de la actividad misionera en estos tiempos. Tiene 8 capítulos, que me permito enunciar:1. Jesucristo, único Salvador.2. El Reino de Dios.3. El Espíritu Santo, protagonista de la misión.4. Los inmensos horizontes de la misión Ad gentes.5. Los caminos de la misión.6. Responsables y agentes de la pastoral misionera.7. La cooperación en la actividad misionera.8. Espiritualidad misionera: «El verdadero misionero es el santo».El jueves 24 celebramos la Memoria litúrgica de San Antonio María Claret. Nació en España y como sacerdote, predicó durante varios años en la región de Cataluña. Durante toda su vida desplegó un gran ardor misionero. Fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, entregándose con gran generosidad a su tarea misionera en esa Isla del Caribe. Su gran espíritu misionero lo impulsó – por inspiración divina – a fundar la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como los Misioneros Claretianos, que hacen presencia en 68 países, entre ellos Colombia. Están presentes en varias Diócesis de nuestro país, muy especialmente en Quibdó, Chocó. También están presentes en Medellín.San Antonio María Claret dio está definición del misionero: «Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todos el mundo en el fuego del divino amor. Nada me arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas».Que el ejemplo y el dinamismo de estos dos grandes misioneros, nos impulse para vivir la Misión de manera permanente, como debe ser, no sólo en algunos momentos.
Mié 16 Oct 2024
Todos llamados al seguimiento de Jesús
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta - Avanzamos en el mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones, con el llamado a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia, que en salida misionera, sigue llamando a todos al seguimiento de Jesús.En el pasado, en la familia se transmitían las verdades fundamentales de la fe, que permitían al niño y al joven optar por el Señor; hoy la parroquia en salida misionera, debe convocar mediante el proceso evangelizador, para que el seguimiento de Jesús sea una realidad en muchos hogares y ambientes. La tarea de la Iglesia sigue siendo la de cumplir con el mandato del Señor de ir a todos para anunciarles el mensaje de salvación, la Buena Nueva del Evangelio.San Pablo VI así lo enseña cuando afirma: “No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda creatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Como una llamada a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la humanidad o a una clase de hombres o a un solo tipo de cultura” (Evangelii Nuntiandi, 50). Este llamado que nos hace el Papa nos tiene que mover a todos a desarrollar la creatividad para llegar a los distintos sectores de la parroquia.Hay que salir del ámbito del despacho parroquial. En palabras del Papa Francisco, hay que tener presente llegar con la evangelización a los tres ámbitos de la pastoral: “En primer lugar el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, está el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii gaudium, 14). Revisando nuestra acción misionera en el proceso evangelizador, hemos cuidado con diligencia el primer ámbito de la pastoral, encendiendo el corazón de los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, buscando que los creyentes respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.Nos hace falta ir a buscar a los que están en el ámbito de los que no viven las exigencias del bautismo, que es un grupo amplio de fieles. Y mucho más descuidado, se encuentran los del tercer ámbito, aquellos que no conocen a Jesucristo o lo rechazan abiertamente. El mandato de la salida misionera debe abarcar el segundo y tercer ámbito, y para llegar a todos, debemos convocar a los que tenemos en el primer ámbito de la pastoral, para que se comprometan en el anuncio gozoso del mensaje de Jesucristo en todos los ambientes, recordando lo que nos dice el Papa Francisco que: “los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14).En el credo proclamamos que la Iglesia es católica, esto quiere decir universal, y la universalidad tiene que estar en la mente del evangelizador, para llegar con la fuerza del Evangelio a todas partes. Recordemos que el Señor es quien conduce la misión; nosotros somos instrumentos que entregamos nuestra vida al servicio del Evangelio. Esta certeza nos ayuda a vencer los miedos de entrar a ciertos sectores de la sociedad y arriesgarnos a ir; aún si nos rechazan en un primer momento, no desistir en la tarea evangelizadora, ya que sabemos, vamos en el nombre del Señor y tenemos la certeza de que Él mismo nos ha dejado en el Evangelio: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Esto implica tener fervor por la evangelización, que en el misionero se percibe con fuerza cuando está en gracia de Dios. Un sacerdote, un misionero en gracia de Dios, es capaz de salir de su habitual situación de confort y dar la vida por Jesucristo. No es posible ser un misionero fervoroso estando en situación permanente de pecado. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de un sacerdote, de un misionero es que no permanezca en situación de pecado por mucho tiempo, que, frente al pecado, busque de inmediato el sacramento de la confesión, reciba el perdón, y sienta la necesidad de ir a anunciar la misericordia de Dios por todas partes.Frente a esta realidad, necesitamos comunicar que todos están llamados al seguimiento de Jesús. Queda de parte del misionero hacer vida el llamado del Papa Francisco cuando dice: “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos, con la conciencia de que: “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos con la disponibilidad de cumplir el mandato del Señor, de convocarlos a todos para que sigan a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre Celestial. Que la Santísima Virgen María, estrella de la evangelización y el glorioso patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera.En unión de oraciones, reciban mi bendición.
Vie 11 Oct 2024
‘La paz les dejo, mi paz les doy’
Por. Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - La sociedad se encuentra hoy sobre arenas movedizas entre el amor y el odio, la tristeza y la alegría, la felicidad y la infelicidad, la violencia y la indulgencia. Una sociedad polarizada que se debilita por las verdades a medias difundidas a través de las redes sociales, por la politiquería e incoherencia de cientos de servidores públicos, por el sensacionalismo de algunos medios de comunicación o el sectarismo de algunos periodistas y, por la indiferencia de numerosos ciudadanos.Una sociedad en la que nos estamos dividiendo entre buenos y malos, entre los que dicen trabajar por la paz y los mal llamados ‘enemigos de la paz’, entre un nutrido grupo de ciudadanos que creen que es posible la convivencia pacífica y aquellos que ven detractores en los que manifiestan desacuerdo, entre los que supuestamente creen en el cambio y los que piensan que ese cambio no se ha dado. Mientras todo esto va acrecentándose los grupos alzados en armas y las bandas criminales continúan su avanzada disputando territorios donde el poder de las armas y las drogas silencia conciencias y mata sueños de niños, adolescentes y jóvenes; donde hombres y mujeres ven cómo se tejen hilos de violencia, venganza, miedo, olor a muerte. Una disputa por territorios en diversas zonas a los que la fuerza pública pareciera, no puede llegar.No ignoramos cómo nuestra fuerza pública honrando su amor a la patria sigue batallando tratando de generar una mayor confianza institucional y credibilidad en los colombianos, intentando mantener los ánimos para defender los derechos humanos, la convivencia y la soberanía nacional, sujetos al irrespeto de los ciudadanos como consecuencia de una inversión de los valores sociales y el cuestionamiento de la autoridad. En este contexto podemos comprobar una dolorosa realidad, la ausencia de liderazgo y una juventud, entre los 19 y 37 años de edad que está diluyéndose en el entramado social.Siento dolor al constatar la cantidad de jóvenes privados de la libertad recluidos en los centros penitenciarios de Colombia; experimento dolor ante la constatación de jóvenes consumidores activos, inyectándose heroína y desertando de sus carreras profesionales para sumergirse en las nuevas tecnologías que haga más fácil la consecución del dinero o los logros de metas e ideales. Asimismo, el índice de suicidios en aumento en el departamento del Quindío (34 en lo que va corrido de este 2024) y el aumento de niños menores de nueve años consumidores cocaína, como denunció este mismo diario, tiene que preocuparnos.Yo creo en la paz y como padre y pastor siento que debemos seguir luchando superando las diferencias, la envidia, la desconfianza, la avaricia, que trae consigo turbulencia y ruido (St 3,16-4,3). Hago un llamado a las fuerzas vivas de la sociedad a que unamos nuestros esfuerzos en beneficio de una nación en paz para lo cual debe brillar la justicia, la equidad, la verdad y el amor.Hago un llamado al señor Presidente a que como líder de los colombianos entienda que su gobierno es para todos, le ruego buscar consensos, buscar un acuerdo nacional y evitar confrontaciones, rivalidades, conflictos y divisiones. Hago un llamado a los violentos para que depongan las armas de la guerra y se abran al diálogo con gestos y hechos concretos de paz y de justicia.Hago un llamado a todos los ciudadanos para que nos comprometamos como artesanos de la paz; es urgente abrir el corazón al Príncipe de la paz, a Jesús, que nos dice: ‘la paz les dejo, mi paz les doy’ (Jn 14, 27); esa paz que trae consigo serenidad y calma y que se construye desde la fuerza del perdón y la reconciliación.No perdamos más tiempo en discusiones vanas, tengamos la disposición interior para que, superando las diferencias, nos sintamos hermanos y juntos seamos signos de amor, unidad y paz.+Carlos Arturo Quintero GómezObispo de la Diócesis de Armenia