Jue 15 Feb 2018
La Cuaresma nos fortalece desde una experiencia de desierto
Primera lectura: Gn 9,8-15
Salmo Sal 25(24),4-5ab.6+7bc. 8-9 (R. Cfr. 10a)
Segunda lectura: 1P 3,18-22
Evangelio: Mc 1,12-15
Introducción
Ha iniciado la Cuaresma y con ella la necesidad profunda del creyente de reflexionar sobre su conversión a partir de la reconciliación con Dios y sus hermanos, recurriendo, principalmente, a la escucha de la Palabra y apoyándose en la oración, el ayuno y la limosna, para blindarse ante las tentaciones.
También el tiempo cuaresmal puede fortalecerse desde una experiencia de desierto a la manera como Jesús lo hizo durante cuarenta días y que, sin duda alguna, fue un tiempo en el que fortaleció su voluntad para permanecer incólume ante el acecho de satanás. El desierto, entendido no como un espacio topográfico sino como una experiencia de fe que exige soledad, silencio e introspección, se convierte en una gran herramienta que aporta a la conversión.
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
La primera lectura nos ilustra sobre lo acontecido después del caos del diluvio cuando Dios le entrega al hombre, a su creatura amada, en la persona de Noé, una nueva creación, estableciendo un pacto con la raza humana y todos los demás seres vivientes, pero dándole al hombre el dominio pleno sobre todo lo creado para que lo cuide y administre.
En el trozo de la primera carta de san Pedro, se rememora a quienes se dejaron tentar por la soberbia y no creyeron a Dios en tiempos de Noé; se reconoce la muerte redentora de Cristo, así como su resurrección y majestad eterna; y se presenta el diluvio como un anuncio anticipado del bautismo “que no consiste en limpiar la suciedad corporal, sino que a través de él se implora de Dios una conciencia limpia en virtud de la resurrección de Jesucristo”.
El evangelista Marcos presenta, de manera fugaz, en sólo cuatro versículos, los cuarenta días de Jesús en el desierto después de su bautismo, sin dejar de enfatizar en la aparición tentadora de Satanás en ese lugar y durante ese tiempo, y resaltando también la figura de las fieras del desierto que lo acompañaban y los seres angélicos que le servían. Seguidamente, aparece Jesús en Galilea para iniciar su ministerio público anunciando la necesidad de conversión ante la presencia inminente del Reino de Dios, es decir, ante una soberanía liberadora para el hombre, una soberanía de carácter universal, sin exclusiones.
¿Qué me dice la Sagrada Escritura?
El banquete de la Palabra que en este inicio de Cuaresma nos presenta la liturgia, resuena una vez más en nuestro camino de fe como una necesidad apremiante de cambio, de transformación de vida, de conversión, que nos anima a asumir con esperanza la realidad del Reino de Dios a partir de una relación cada vez más íntima, sería, profunda y liberadora con nuestro Creador y Salvador.
Cuando Dios dijo a Noé: “Yo establezco mi alianza con vosotros”, estaba presentándole a la humanidad su ‘modelo ideal’ en el que se contempla la felicidad de su creatura que debe tener como meta la salvación eterna. Dios preservó del diluvio a Noé, su familia y una representación del mundo animal, para garantizar su alianza con una nueva creación y para invitarnos a desarrollar la capacidad de salir de nosotros mismos en busca del otro. Sin esta capacidad “no se reconoce a los demás como criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea.” (Papa Francisco – Laudato si’ N. 208)
Adquiere, pues, trascendencia la llamada permanente que Cristo nos hace: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Llamada que se refresca en cada cuaresma. Llamada que denota una nueva oportunidad para retomar las riendas de la vida desde la esencia humana y, a la vez, entregar esas riendas a Aquel que, desde la realidad divina, puede conducirnos por caminos seguros de prosperidad, justicia, esperanza y paz.
De esa llamada permanente, que magnifica la pequeñez humana por ser nuestro Señor quien da el ‘primer paso’ para salir a nuestro encuentro, no se excluyen el dolor, el sufrimiento, la tentación y el pecado. Pero en esa llamada permanente lo que realmente sorprende e importa no es la debilidad propia del hombre, sino la misericordia de Dios que supera toda compresión humana.
¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad?
Este interrogante, asumido desde la preparación misma de la Cuaresma, acepta hacer memoria de las palabras del Papa Francisco en el momento de su despedida del pueblo colombiano: “No nos quedemos en «dar el primer paso», sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad. No podemos quedarnos parados… Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro llevando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre.” (Despedida, después de la comunión, Área portuaria de Contecar Cartagena, 10 de septiembre de 2017).
La asamblea litúrgica debe sentirse interpelada, cuestionada, conmovida y, ante todo, resuelta a asumir la conversión desde sus diferentes niveles: personal, familiar, escolar o académico, laboral o profesional, político, social y comunitario.
No caigamos en la tentación de creer que no se puede dar el paso hacia la conversión; no caigamos en la tentación, de aplazar nuestro cambio de vida; no caigamos en la tentación de considerar nuestro pecado y sus consecuencias superiores a la misericordia de Dios.
¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión?
Como sacerdotes, esta Palabra nos insta a ser los primeros en arrepentirnos de nuestras incoherencias de vida para disponernos a superar nuestras debilidades humanas y, así, salvaguardar nuestro ministerio de tentaciones y pecados.
Asimismo, la comunidad creyente debe estar atenta a la llamada que hace el Señor desde su Palabra a quienes deciden seguirle. Una llamada que no se reduce a un compromiso espiritual o religioso, sino que trasciende a todos los aspectos y niveles de la vida para que, reconociéndonos de condición pecadora, pero esperanzados en la salvación, todos superemos la tentación del individualismo y salgamos al encuentro de los hermanos para caminar juntos hacia la reconciliación y la paz.