Vie 9 Sep 2016
Alegría - Misericordia
Por Mons. Omar de Jesús Mejía Giraldo - Estamos ahora en la altura del capítulo 15 de San Lucas, conocido como el texto de la misericordia. Dice la Palabra que se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para escucharlo y se acercan también los letrados y fariseos para murmurar. Ambos tienen la intención de estar atentos ante las palabras del Señor; sin embargo, cada grupo tiene su interés. Los publicanos y pecadores seguramente se han sentido tocados por su misericordia, ellos han visto que muchos de sus conocidos han sido transformados por su gracia y sanados integralmente por Él. En cambio los fariseos y letrados continúan anclados a la ley, siguen siendo cerrados a la misericordia de Dios; confían meramente en sus argumentos y en las seguridades humanas. Éstos se encuentran en su lugar de confort y por lo tanto no quieren permitir que la gracia toque sus corazones, porque los desinstala y los incomoda.
Éste hecho da píe para que Jesús, el Maestro y Señor, manifieste una lección de misericordia y de alegría por el ofrecimiento del poder salvador de Dios Padre. La lección consiste en describir tres parábolas cuya enseñanza fundamental se fundamenta en el siguiente esquema: “pérdida”, “búsqueda”, “hallazgo” y “alegría compartida”.
La primera parábola es la de la oveja perdida, que el pastor busca, encuentra y comparte la alegría con sus amigos. La segunda es similar, pero ahora la protagonista es una mujer, que tiene diez monedas y se le pierde una; parece ser que Jesús, el Maestro y Señor, quiere enseñarle a los fariseos y letrados la importancia de la mujer en la historia de la salvación. Finalmente encontramos la parábola del “hijo pródigo”, cuyo protagonista es el Padre.
El esquema de las tres parábolas nos puede servir como punto de referencia en la meditación del misterio de nuestra vida. No se nos olvide lo siguiente: “De Dios venimos y a Dios tenemos que volver”. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón vive inquieto hasta que descansa en ti”. Hemos partido de los brazos misericordiosos de Dios Padre, no vayamos a perder nuestro norte y si por algún motivo nos sentimos perdidos, por favor, retomemos la actitud del hijo menor: recapacitemos y volvamos a los brazos del Padre.
Hermanos, vivir lejos de Dios no es ningún negocio, hacer ruptura con él trae graves consecuencias, porque perdemos el conducto normal de la gracia. Los invito a buscar afanosamente al Señor, Él nos está esperando y con seguridad que al hallarlo, no tardará en darnos su misericordia e inundarnos con su poder, su amor y su alegría.
Solamente el amor de Dios, que es un amor estable y duradero, un amor que plenifica, nos garantizará vivir la alegría de la vida cristiana. Dice la Palabra: “Les digo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. Así define el diccionario la alegría: “Sentimiento grato y vivo producido por un motivo placentero que, por lo común, se manifiesta con signos externos”. En la parábola de la oveja perdida observamos la inmensa alegría del pastor al hallar la oveja perdida, porque la ha recuperado sana. ¿Somos como el pastor, sentimos alegría al ver que un hermano nuestro vuelve a la gracia? ¿Luchamos por anunciar el evangelio y compartir nuestra alegría de la fe con los demás o vivimos tranquilos y acomodados en nuestra fe?
El hermano que abandona la fe en Dios es de gran valor y debemos ir en busca de él para recuperarlo y si es necesario incluso se le debe pedir perdón, por nuestro anti testimonio. No se nos olvide las siguientes palabras de Santa Eufrasia: “Una vida vale más que el mundo entero”. Hermanos, la conversión que nos pide el evangelio de hoy no es solamente la del pecador, sino también y sobre todo, la conversión de nosotros los “cristianos – católicos”, quienes nos hemos adormecido en nuestro celo pastoral y ya no salimos a buscar a las ovejas; es decir, no salimos a buscar a las personas perdidas, no tenemos tiempo para los demás. El mundo nos ha encapsulado en lo técnico y electrónico, andamos con tanta prisa y tan ensimismados, que no tenemos tiempo para escuchar al otro. No tenemos tiempo para atender bien al paciente, al penitente, al alumno, al campesino, al jefe, al empleado… Lo más grave aún, muchas veces, no somos acogedores con quienes algún día se fueron y ahora quieren regresar. No podemos quedarnos con los brazos cruzados esperando a que la oveja vuelva sola y sin hacer nada para provocar su conversión. Como aquel pastor y como aquella mujer no podemos dormir tranquilos mientras una oveja esté perdida.
Como el Padre de la parábola, debemos estar siempre dispuestos a recibir a tantos hermanos nuestros que hoy quieren volver, al regazo maternal de nuestra iglesia, porque se han dado cuenta que se han quedado con una visión recortada de la Palabra de Dios, se han quedado sin sacramentos y sin la maternidad de la Santísima Virgen María.
Una de las grandes claves de la evangelización de hoy se encuentra en la acogida. Como cristianos debemos crecer más y más en ser más acogedores y fraternos en compartir más nuestra vida y nuestros sentimientos. Si de verdad, verdad, queremos construir una sociedad más fraterna y en paz, necesitamos ser acogedores. El acoger al otro es el primer gesto de la misericordia. Cuando el “hijo prodigo vuelve a casa, lo primero que sintió fue la acogida cariñosa y sin limites de su Padre.
Por favor, vivamos nuestra vida sin envidias, sin resentimientos, sin dolor. La imagen de nuestra fe en Dios no puede ser la que nos presenta el hijo mayor. La imagen modelo para nosotros es la del Padre: acogedor, fraterno, desprendido, cariñoso, expresa su amor sin limites, todo lo ofrece. Como dice Fausto en la canción soñando con el abuelo: “No hay que dar de lo que sobre, sino lo que está faltando”. Así es el Padre, así debe ser nuestro compromiso.
No vivamos nuestro presente llorando el pasado, ni llorando el porvenir; vivamos nuestro presente al estilo del “hijo menor”, cuando decidió regresar al Padre lo hizo inmediatamente y lo único que encontró fue alegría y misericordia. El corazón alegre hace tanto bien como un medicamento. Vivamos, vivamos con alegría hermanos, que Dios nos ama y nos ofrece su misericordia
Tarea:
Continuar con la lectura del libro del Eclesiástico.
Monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo
Obispo de Florencia