Jue 12 Sep 2019
“Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”
Primera lectura: Éx 32,7-11.13-14
Salmo: Sal 51(50),3-4. 12-13.17+19
Segunda lectura: 1Tm 1,12-17
Evangelio: Lc 15, 1-32
Introducción
• Se presenta, en la palabra de Dios para este Domingo, la inmensa misericordia de Dios Padre ofrece y la resistencia del ser humano para acogerla.
• El perdón, abre la puerta para liberar a alguien, y permite darnos cuenta que somos los primeros, en ser prisioneros y necesitados de perdón. Se presenta una oportunidad para pedirle al Señor Jesús, nos llene de bondad y de misericordia.
• Ninguno puede sentirse extraño frente al Evangelio del Padre Misericordioso, ninguno que no pueda ser tocado de la misericordia del Señor. Parece que Jesús lo hace a posta, presenta un Padre que no respeta las reglas, un padre de amor desmesurado; un Padre que sobrepasa cualquier padre existente en la tierra.
1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura?
Hoy se lee la parábola llamada “del hijo prodigo”, un inmortal recuento, que, a pesar de la brevedad, delinea en modo inolvidable la misericordia de Dios, y la dureza del corazón humano para acogerla.
Como bien se describe, la historia presenta un padre con dos hijos adultos y una hacienda agrícola por gestionar. El hijo mayor no da problemas, se presenta como un trabajador serio, respetuoso de su padre. El menor en cambio es inquieto, insatisfecho con la monotonía cuotidiana, quiere ver el mundo, darse a la vida. Por eso pide y obtiene la parte de su herencia y se va lejos, allá donde puede gozar de los placeres de un futuro incierto; despilfarra su herencia y se reduce, en breve tiempo, a la miseria; obligado a trabajar, en un trabajo tan “sucio” que ni los hebreos podían realiza, cuidar los cerdos, y además de esto recordaba cómo en su casa también los trabajadores tenían comida en abundancia.
Esta realidad lo lleva a decidir: “me levantaré, iré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Trátame como uno de tus jornaleros”. Dicho esto, desecho y hambriento, se pone en camino hacia casa. El padre, aunque habiendo respetado su libertad de equivocarse, no ha jamás dejado de esperar su regreso, por eso al verlo de nuevo “tiene compasión, corre a su encuentro, se le cuelga al cuello y lo besa”.
El hijo le presenta el discurso que había preparado, pero el padre no deja ni siquiera terminarlo, y en cambio da órdenes a los siervos de casa de acogerlo con honores, poniéndole el vestido más hermoso, las sandalias y el anillo en el dedo, como a los señores, y sacrificarle el cordero cebado, tenido para grandes ocasiones: “comamos y hagamos fiesta porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y qué me sugiere para decirle a la comunidad?
El sentido de la historia es claro. Jesús presenta en aquel padre “El” Padre suyo y nuestro, “Padre nuestro que está en los cielos”. Aquel hijo desenfrenado somos, de algún modo u otro, todos nosotros, así como podríamos ser, poco o mucho, también el hijo mayor; el cual, como resalta la parábola, no acepta el comportamiento del primogénito: “tú sabes cuantos años te he servido, sin desobedecerte nunca, y jamás me has dado ni siquiera un cabrito para tener una comida con mis amigos. En cambio, ahora llega este hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero con prostitutas, y matas el becerro más gordo”. En vano el padre se dirige a él con ternura: “hijo mío, tu estas siempre conmigo, y todo lo que tengo es tuyo...” y hace referencia a la importancia de los afectos, recordándole que el otro es su hermano: “había que celebrar con un banquete y alegrarnos, porque tu hermano, que estaba muerto ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”.
Sobre los dos hermanos emerge todavía la sublime figura del padre, que corre al encuentro del hijo extraviado y al otro le recuerda de no haberlo jamás dejado de amar. Y El, el padre, es el verdadero protagonista de la historia, a la cual sería más oportuno cambiar el titulo tradicional, sustituyéndolo por “La parábola del padre misericordioso”. Esta expresión manifestaría mejor las tantas definiciones del amor de Dios por nosotros. Y en cuanto a nosotros, la parábola nos llama a regresar al Padre, estamos lejanos de reconocer su amor; nos invita a aprender de El a perdonarnos mutuamente las faltas, verdaderas o supuestas, para renovar las relaciones interpersonales basadas en el amor, así como El hace con nosotros. El verdadero protagonista es el Padre.
Nos podríamos preguntar hoy ¿Cómo vivir esta parábola?; sin lugar a duda, es ésta, una de las más bellas y desconcertantes parábolas del Evangelio; nos propone de nuevo el reto de ser buenos de verdad. Aunque, es de tener presente, que no es sólo el cumplimiento de comportamientos correctos e impecables lo que nos asegura tener un corazón convertido. El hermano mayor de la parábola era fiel, obediente a su padre, trabajador incansable, capaz de renunciar a sus propias diversiones en nombre del deber; pero era amargado, celoso, mezquino calculador, preocupado, sobre todo, de quién tiene de más o de menos. No reconoce la grandeza de su hermano que, de la degeneración en la que había caído, había tenido el valor de regresar y hacerse acoger, y experimentar el perdón de su padre. Para El, estar bien se limitaba a no hacer enojar a su padre, a no irritarlo. No sabe qué cosa quiera decir ser perdonado, no sabe perdonar. En definitiva, no conoce el amor.
El Papa Francisco, en su visita a Marruecos. el 31 de marzo del 2019, tomando el versículo 20 de este capítulo, dijo: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó», señaló que, así el evangelio nos pone en el corazón de la parábola que transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas no lo deja llegar a casa cuando lo sorprende corriendo a su encuentro. Un hijo esperado y añorado. Un padre conmovido al verlo regresar. Pero no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta (v. 28). Pero, al hijo mayor parece que no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo» afirmó (v. 30). Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón.
Y termina afirmando el Papa que, en su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, un padre capaz de sentir compasión.
3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo?
“Perdonar significa abrir la puerta para liberar a alguien y darse cuenta que uno mismo es el primer prisionero”. Hoy podemos pedirle al Señor, que Él que perdona todas nuestras culpas, sana todas nuestras enfermedades, salva de la tumba nuestra vida, nos llene de bondad y de misericordia.
La liturgia de la palabra de este domingo nos permite contemplar que Dios es, ante todo, misericordioso, como lo muestra, también, la primera lectura de hoy tomada del libro del éxodo. Dios ve la terquedad de su pueblo: “me he fijado en esta gente y me he dado cuenta que son muy tercos”, un pueblo que se ha apartado del camino mostrado por Moisés, ofreciendo un becerro de oro fundido para adorarlo y presentarle ofrendas. Y, aun así, Dios Padre misericordioso “renuncia a la idea que había expresado de hacerle daño a su pueblo” y espera su conversión. La liberación de la esclavitud de Egipto es la mayor prueba de amor de Dios Padre para con su pueblo, la cual el pueblo no había valorado y, por lo tanto, renegado de este amor. Similar a lo que pasa con el hijo prodigo.
En la segunda lectura, de San Pablo a Timoteo, también, se muestra cómo Dios manifiesta su misericordia y perdón con Pablo, quien reconoce que antes de su conversión, decía cosas ofensivas contra Jesús, lo rechazaba, lo perseguía e insultaba: “Dios tuvo misericordia de mi para que Jesucristo mostrara en mi toda su paciencia”. San pablo, como el hijo prodigo del Evangelio, con una afirmación contundente, de quien se siente acogido y restaurado, afirma: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”.
Esta invitación es también para nosotros hoy. Cada uno está necesitado de volver a la plenitud de vida que ofrece Dios, aunque si por culpa del pecado hemos, tantas veces, olvidado el camino que conduce a la casa del Padre. Ninguno puede sentirse extraño con este evangelio, ninguno que no pueda ser tocado de la misericordia del Señor. Parece que Jesús lo hace a posta; nos mete delante de un padre que no respeta las reglas, un padre de amor desmesurado. Un padre que sobrepasa cualquier padre existente en la tierra. Así se deja ver a lo largo de la parábola del hijo prodigo; un padre que divide la herencia cuando aún está vivo, un padre que no detiene a quien quiere irse lejos, un padre que respeta toda libertad, también aquella de un hijo desenfrenado.
Lo has hecho aposta Jesús, este padre es realmente extraño. ¿Quién lo haría como Él?, ¿Quién correría al encuentro, conmovido, por un hijo que ha despilfarrado la mitad del patrimonio?, ¿Quién pensaría sólo en manifestarle su alegría, su afecto y su ternura?, ¿quién llegaría a revestirlo súbito con los signos de su dignidad después que se fue, azotando la puerta de casa? Lo has hecho aposta Jesús, para que todos entendamos que Dios no es como lo imaginamos nosotros; su corazón no está en nuestras categorías, viejas y rígidas; su corazón palpita de un amor ilimitado. Sentimos una necesidad urgente Jesús, de convertirnos al amor de Tu Padre, a su gracia. Danos, Jesús, esta gracia de la alegría de vivir como hijos amados y perdonados, danos un corazón similar al tuyo, un corazón que tiene de las razones que ni la razón entiende.
RECOMENDACIONES PRÁCTICAS:
1. Resaltar y poner en cartelera una de las frases: “Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre”, “Cristo vino para salvar a los pecadores”, o “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.
2. Se pude emplear la Plegaria Eucarística: De la Reconciliación I, Misal p. 501, ya que en ella la Iglesia ora al Padre rico en misericordia que siempre ofrece su perdón al pecador arrepentido.
3. Se recomienda hacer procesión de ofrendas con la presentación, también, de mercados para los pobres, como medio para acoger y dispensar la misericordia a los demás.
4. Insistir en la importancia y necesidad de celebrar, con fe y humildad, el sacramento de la reconciliación, como espacio de encuentro con la misericordia de Dios. Se puede motivar la preparación y realización de celebración penitencial con confesión y absolución individual.
5. En este domingo se celebra el día del migrante. Convendría poner de relieve la situación de tantas personas que han tenido que desplazarse de sus lugares de origen motivados por múltiples causas. Es oportuno orar en comunidad por todos ellos, y, si es del caso, promover algunas ayudas para los que están necesitados.
6. Recordar que, el sábado 21, es la fiesta de san Mateo, apóstol y evangelista.