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predicación orante

Mié 28 Mar 2018

Viernes Santo: Centremos nuestra mirada en la cruz

Primera lectura: Is 52,13 - 53,12 Salmo Sal 31(30),2+6. 12-13.15-16.17+25 (R. 6a) Segunda lectura: Hb 4,14-16; 5,7-9 Evangelio: Jn 18,1 - 19,42 Introducción En este día celebramos la muerte de Jesús como paso necesario hacia la resurrección, este recuerdo está lleno de esperanza y de victoria. Es un día centrado en la cruz, pero no con aire de tristeza, sino de celebración, ya que Cristo Jesús, como Sumo Sacerdote, en nombre de toda la humanidad, se ha entregado voluntariamente a la muerte para salvarnos a todos. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El profeta Isaías nos anuncia uno de los momentos culmen de la revelación veterotestamentaria: el cuarto cántico del Siervo de Yahveh. Este siervo se presenta ante los demás, en primer lugar, como raíz de tierra árida o flor gris del desierto sin profundidad ni colorido. El Siervo es presentado como despreciado y abandonado por todos. Es condenado a la muerte. Ahora bien, no era culpable, nos dice Isaías. Al contrario, es a causa de nuestras faltas como ha llegado a esta situación. Pero lo que aparecía como un oprobio se ha convertido en una exaltación. Será elevado. Cuando su vida parecía acabar en un fracaso y en soledad, llevaba el pecado de las muchedumbres. Su vida da fruto, verá su descendencia. Será colmado. La vida, muerte y revivificación del Siervo han sido el único modo de aplacar la ira divina, de satisfacer por los pecados de judíos y gentiles conjuntamente. Abandonado en manos de Yahveh, el Siervo ha conseguido lo que no consiguiera ni el Israel histórico con la multitud de sacrificios. Por eso en él se cumplirá la promesa abrahámica de vida perenne expresada en fecundidad. Asimismo, todos los rasgos atribuidos al Siervo de Yahveh, del Israel de la fe, los evangelistas, inspirados por el mismo Dios, lo vieron realizado plenamente en el Jesús histórico de Nazaret. El salmo 31 (30) es un canto individual de acción de gracias en el que se expresa la actitud de quien ha sido liberado de sus aflicciones y alaba a Dios en el templo. Al inicio del salmo se expresa la súplica de un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido de la comunidad, y “que produce miedo en sus amigos”, porque se lo considera como objeto de desecho. Se huye de él como de un apestado. La parte final del salmo es la dulce oración de intimidad de un huésped de Yahveh: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: “¡Qué grande es tu bondad, Yahvé! La reservas para tus adeptos… ¡Bendito Yahvé que me ha brindado maravillas de amor! ¡Tengan valor, y firme el corazón, ustedes, los que esperan en Yahvé! La carta a los Hebreros nos presenta el sumo Sacerdocio de Cristo como un incentivo más para la perseverancia. La argumentación tiene delante el patrón del Antiguo Testamento. Una vez al año, el gran día de la expiación, el sumo sacerdote judío entraba en el santo de los santos, con la sangre de las víctimas, para llevar a cabo la expiación de los pecados de todo el pueblo. Sobre este patrón familiar a todos los judíos, se describe la función sacerdotal. Allí, ante Dios, ejerce su oficio sacerdotal a favor de todos los hombres. Cristo siendo Hijo de Dios se compadece de nosotros, comprende nuestra fragilidad y asume la condición de sumo sacerdote de forma renovada. Él desde esta condición, asume nuestra humanidad, menos en el pecado, para enseñarnos el camino a Dios y ofrecernos su salvación. Por ello, la lectura nos invita a acercarnos con confianza al Trono de la Gracia, con la seguridad de encontrar auxilio y misericordia por nuestros pecados y la fortaleza que nos sustenta en la lucha diaria. En el relato completo de la pasión según san Juan, se evidencia una de las características del Jesús joánico durante la pasión: su soberanía. Jesús se presenta como el hombre libre que camina hacia su muerte con plena conciencia. La cruz no lo agarra desprevenido. Habría podido escapar, pero se deja atar porque da su vida para que todos tengan vida (Jn 18,1-19,42). De esta manera, está cumplido el plan de Dios para redimir al hombre. Esta entrega plena de Jesús en la cruz es testimonio de algo sublime, que nos lleva a preguntarnos ¿por qué Dios permitió que su Hijo viviera tantos vejámenes y muriera en cruz, si Él hubiera podido decir una palabra para dar el perdón a todos los hombres? La respuesta a esto solo tiene una razón: el amor. Jesús mismo declaró su libertad de compadecerse de toda la humanidad y de entregar su vida por la redención de todos. Asimismo, este don pleno de su amor es la invitación a que sepamos, creamos y comprendamos, ante pruebas tan absolutas, la inmensidad sin límites de ese amor que nos tienen. Ahora sabemos, en cuanto al Padre, que "Dios amó tanto al mundo, que dio su Hijo unigénito" (3, 16); y en cuanto al Hijo, que "nadie puede tener amor más grande que el dar la vida" (15, 13). En definitiva, el empeño de Dios es el de todo amante: que se conozca la magnitud de su amor, y, al ver las pruebas indudables, se crea que ese amor es verdad, aunque parezca imposible. De ahí que, si Dios entregó a su Hijo como prueba de su amor, el fruto sólo será para los que así lo crean (3, 16, in fine). El que así descubre el más íntimo secreto del Corazón de un Dios amante, ha tocado el fondo mismo de la sabiduría, y su espíritu queda para siempre fijado en el amor (Cfr. Ef. 1, 17). ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En este camino del Triduo Pascual llegamos al gran acontecimiento de la salvación por medio de la muerte en cruz de Cristo-Jesús. Por eso, con fe cantamos ¡Victoria, tu reinarás; oh Cruz tú nos salvarás! Esta aclamación recoge la más profunda significación de la Cruz y la misión que adquirimos los discípulos del Maestro. A propósito de esto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda, ante este gran misterio de fe y amor, que “la muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios”. (CIC 599) Por lo tanto, al morir Jesús por nuestros pecados entendemos que este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is53, 11; Cfr.Hch3, 14) es misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (Cfr.Is53, 11-12;Jn8, 34-36). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (Cfr.Is53, 7-8 yHch8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Cfr.Mt20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (Cfr.Lc24, 25-27), luego a los propios apóstoles (Cfr.Lc24, 44-45). (Cfr. CIC 601) Entendemos como creyentes que éramos nosotros, la humanidad, la que debía sufrir tantos vejámenes y dolores por habernos negado a obedecer la ley divina. En realidad, todos hemos pecado mucho. Y por nuestros pecados fue tenido por maldito quien no conoció el pecado, para liberarnos de la antigua maldición. Si alguien merecía la cruz era cada ser humano, cada uno de nosotros, porque a pesar de su entrega, muchas veces seguimos repitiendo los actos que nos apartan de su voluntad y de su amor. Actualizar el misterio de la salvación desde la cruz ha de motivarnos, para que de este Triduo Pascual nos comprometamos a emprender con mayor decisión la vida de santidad. No llegaremos efectivamente a la perfección y a la total unión con Dios, sino anteponiendo su amor a la vida terrena y proponiéndonos luchar animosamente por la verdad. Bellamente lo expresó nuestro Señor Jesucristo: “El que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí”. En efecto, tomar la cruz significa, renunciar al mundo y posponer todo aquello que nos aparta de su amor. Por consiguiente, los que seguimos a Cristo estamos también con él crucificados, muriendo a nuestra antigua conducta, somos introducidos en una vida nueva conforme al evangelio. Por eso decía Pablo: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos”. Y nuevamente, como hablando de sí, dice de todos: “Para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Y a los Colosenses les dice: “Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo? De hecho, la muerte del elemento mundano que hay en nosotros nos introduce en la conversión y en la vida de Cristo”. En consecuencia, si Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre, es necesario anunciar a los hermanos que en la Cruz se produce el más auténtico y genuino encuentro con Dios. Que Dios a los que ama los prueba, como un buen Padre que es. Por los sufrimientos, Jesús aprendió a obedecer y encontrarse con la voluntad genuina de Dios. Y eso se produce en sus discípulos. El creyente es un testigo vivo, en medio del mundo, del amor de Dios desde y en la cruz dolorosa y gozosa. Sólo el creyente puede transmitir esta sabiduría y poder del amor de Dios. Y el mundo lo necesita. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? En este día solemne y de gracia se requiere insistir en el don de la entrega libre y por amor de Cristo en la cruz, para la salvación de toda la humanidad. Es oportuno hacer evidenciar todo aquello que llevó a que el Señor fuera conducido al Gólgota y crucificado, pero además que se reconozca que hoy nuevamente, de muchas formas, llevamos a Cristo a la cruz: cuando destruimos al otro con palabras y obras, cuando atentamos contra la justicia, la verdad, la paz y el cuidado del medio ambiente. En consecuencia, es necesario recordarle a todo el santo pueblo fiel de Dios que para ser discípulo de Cristo hay que renunciar a todo (incluso a sí mismo), tomar su Cruz y seguirle; que para ser discípulos de Jesús es necesario permanecer fieles a su Palabra que es la verdad y que es la única que proporciona la libertad; que la Cruz de Cristo es el valor que subvierte todos los demás valores en los que el hombre cree encontrar su libertad y su felicidad como son el poder, el bienestar, el prestigio, la ciencia humana; que conseguida la liberación, el discípulo descubre que la Cruz es un motivo de gloria, es el único valor que merece realmente su atención. Finalmente, hacer ver que, si es posible conseguir la libertad de los hijos de Dios, porque Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre en favor de la humanidad esclavizada por lo único que no la deja realizarse: el pecado. Sólo se puede amar al otro de verdad en la dimensión de la Cruz, es decir, cuando se descubre y se experimenta el amor que el Padre nos tiene a todos los hombres. Por eso podemos comprender la fuerza liberadora de la Cruz. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? El encuentro con la persona de Cristo transforma la existencia del ser humano. Quien se encuentra íntimamente con el Señor no podrá seguir siendo el mismo, su vida se fundará plenamente en Él y se proyectará buscando dar gloria a su nombre. Por eso, si queremos que este Triduo Pascual nos lance a una misión de evangelización, es necesario recordar las palabras que el Papa Francisco dirigió a los fieles el 03 Jul/16, en el rezo del Ángelus: “la misión del cristiano en el mundo es una misión estupenda y destinada a todos y ninguno está excluido; ella requiere mucha generosidad y sobre todo la mirada y el corazón dirigida a lo alto para invocar la ayuda del Señor. Hay mucha necesidad de cristianos que testimonien con alegría el Evangelio cada día”.

Lun 26 Mar 2018

Jueves Santo: Eucaristía, sacerdocio y amor

Primera lectura: Éx 12,1-8.11-14 Salmo Sal 116(115),12-13. 15+16bc.17-18 Segunda lectura: 1Co 11,23-26 Evangelio: Jn 13,1-15 Introducción Con la celebración de esta eucaristía se da inicio al solemne Triduo Pascual y se nos remite a la Pascua judía, la cual es actualizada y plenificada por Jesucristo. Esta celebración de la cena del Señor desarrolla tres elementos centrales: la institución de la Eucaristía, la institución del Sacerdocio y el mandamiento del amor. Estos tres momentos no deben ser vistos como elementos independientes o diferentes, antes bien, se iluminan y complementan mutuamente. Por lo tanto, es un día cargado de calor humano, en el cual acogemos los grandes regalos que el Señor nos deja como testamento. Hoy es una jornada para reforzar los vínculos que nos unen como hermanos en la fe. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? En la lectura del Éxodo, entre el anuncio y el hecho de la muerte de los primogénitos se inserta la institución de la Pascua judía. Es la fiesta de la liberación en el seno mismo de la opresión en Egipto, de ahí que, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo. El nombre de la Pascua se deriva del hebreo pésaj que se asocia con el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto, y se lo hace aludir al paso del Señor, cuyo ángel exterminador “pasa por alto” dejando a salvo las casas señaladas en sus dinteles con la sangre del cordero. La sangre propiciatoria se pone en relación con la décima plaga y con la liberación de los primogénitos hebreos. El tema de los primogénitos toma cuerpo en este contexto, porque a raíz de ser rescatados por Dios de la muerte, se convierten en su propiedad. El carácter apresurado y como ya en viaje de la Pascua primitiva y el carácter provisional de la fiesta de los Ácimos se orientan hacia la situación presurosa de los hebreos que salen de Egipto. La Pascua no es solo memoria, es celebración de un pasado que se apropia y se revive sacramentalmente. Por ello, el significado pleno de la Pascua del Antiguo Testamento debe buscarse en la Pascua del Nuevo, igual que la Alianza hecha por Dios con su pueblo encuentra su sello y cumbre en la muerte y resurrección de Jesús. El salmo 116 (115) en la tradición cristiana se ha meditado desde la perspectiva del martirio, pero luego se ha enfatizado su carácter eucarístico, por la referencia al cáliz de la salvación. Con verdad profesamos que Cristo fue el primer mártir, dio su vida por la salvación de la humanidad, para superar el odio, la mentira, las injusticias y todo el mal que destruyera al ser humano y lo alejara de Dios. Por ello, sus versículos recogen los sentimientos del orante que mantiene alta la llama de la fe y espera en la respuesta de su Señor. Tiene la certeza que solo Dios podrá liberarlo del momento del dolor y será respuesta a sus interrogantes y fortaleza en la lucha. Este salmo al inicio del memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, es una llamada a la esperanza, a confiar en Dios que no abandona a su criatura, ni siquiera en los momentos difíciles. Por consiguiente, el salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad. En la segunda lectura san Pablo se dirige a los Corintios, en ella encontramos el testimonio más antiguo de la celebración eucarística. El Apóstol transmite la tradición que a su vez recibió de los discípulos de Jesús, anuncia que dicha celebración no es un acto que recuerde algo pasado, sino que es una legítima actualización de dicho misterio de salvación, porque en ella se anuncia y acontece nuevamente la muerte del Señor para la redención de muchos. El relato de la Pascua judía, que se narraba en la primera lectura, adquiere ahora un nuevo y pleno sentido, porque se hace el anuncio de la liberación del pueblo bajo el signo del cuerpo y de la sangre que se entrega bajo las especies eucarísticas del pan y del vino. Es el mismo rito de la alianza y de la reconciliación, con paralelos que permiten comprender la celebración cristiana desde el sentido de la Pascua originaria: la noche de la salida de Egipto//la noche de la Pasión; el cordero del Éxodo//el cordero pascual; el memorial de las pruebas del desierto//el memorial del sacrificio de Jesús. En el evangelio de san Juan constamos que Jesús antes de partir de esta vida, anuncia que ha llegado su hora, celebra la última cena con sus discípulos y desea que ellos comprendan, con un gesto simbólico, qué significa su misión, por ello, realiza el lavatorio de los pies. Este acto es un anticipo de su muerte en la cruz, un modo profético de explicar el contundente significado de su vida, muerte y resurrección. Jesús busca una implicación personal en lo escenificado: no se trata de que seamos simples espectadores, sino que pasemos a la acción: “Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho”. Este amor hasta el extremo que venos en Jesús, es lo que sacramentalmente recibimos en la eucaristía, una entrega plena, generosa, desinteresada, todo por amor. Es el amor lo que une íntimamente los tres elementos centrales de la celebración de hoy (eucaristía, sacerdocio y amor fraterno). Asimismo, Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la lucha entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada como hemos dicho en el Lavatorio, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como se nota en Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora, que es también la hora de la glorificación. Por eso, se ciñe antes del lavatorio de los pies porque representa su muerte soteriológica. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El don de la pureza es un acto de Dios. El hombre por sí mismo no puede hacerse digno de Dios, por más que se someta a cualquier proceso de purificación. En esta Palabra que nos actualiza el acontecimiento de la Pascua, Jesús expresa de manera prácticamente sintética lo sublime del misterio de salvación. El Dios que desciende hacia nosotros nos hace puros. La pureza es un don. Por ello, para poder percibir el paso de Dios he de procurar disponer el corazón, estar pronto para dejar lo que el Señor me pide abandonar, para crecer en su amor y avivar el servicio a los hermanos. Esta es la Pascua y el Señor viene a mí, dispuesto he de recibirlo, dejarme lavar los pies y alimentarme con su Cuerpo y Sangre que me otorgan la salvación. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? El Papa Benedicto XVI nos recordaba que para Juan la entrega de Jesús y su acción continuada en sus discípulos van juntas. Los Padres de la Iglesia han resumido la diferencia de los dos aspectos, así como sus relaciones recíprocas, en las categorías desacramentumyexemplum: consacramentumno entienden aquí un determinado sacramento aislado, sino todo el misterio de Cristo en su conjunto –de su vida y de su muerte-, en el que Él se acerca a nosotros los hombres y entra en nosotros mediante su Espíritu y nos transforma. Pero, precisamente porque este sacramentum“purifica” verdaderamente al hombre, lo renueva desde dentro, se convierte también en la dinámica de una nueva existencia. La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo. El obrar de Jesús se convierte en el nuestro, porque Él mismo es quien actúa en nosotros. En consecuencia, la Palabra de Dios, en este inicio del santo Triduo Pascual, nos invita a hacer actual el paso de Dios por nuestra existencia en esta nueva Pascua que nos permite celebrar, para dejarnos liberar de las esclavitudes que nos apartan de él o dañan nuestra condición humana, como nos lo recordaba el Papa Francisco en su visita a Colombia. Esto nos lleva a reflexionar sobre la actitud de Pedro en el evangelio, ¿cuántas veces actuamos como él? nos gustaría que Jesús no tuviese que morir y que no nos lavase los pies, que no llegase el sufrimiento, la renuncia o el sacrificio a nuestra existencia. Hoy la Palabra nos recuerda que en el camino del discipulado es necesario dejarnos purificar por Jesús y asumir el ejemplo que nos da de ser servidores generosos y amorosos de los hermanos, porque es solo así es como verdaderamente podemos decir que hemos vivido la Pascua, que el Señor ha pasado por nosotros. El amor hasta el extremo no debe confundirse con el “melosería”, ni con una alegría superficial. El amor contiene un aspecto duro y difícil, porque exige la muerte de muchas cosas a las que nos aferramos con demasiada fuerza. Recordemos que la Cruz y el lavatorio de los pies, nos hablan de la victoria del bien sobre el mal, pero también de los medios de los que se sirve esa victoria. Asimismo, al celebrar el misterio de la eucaristía y renovar nuestro compromiso por el amor a Dios y a los hermanos, nuestra existencia ha de lanzarnos a ceñir en nuestras mentes y corazones los mandatos del Señor, a ser testigos veraces del obrar de Dios en la cotidianidad de nuestra vida e involucrar, por nuestro testimonio, a nuevos discípulos que deseen dar la vida también por Cristo y su Iglesia. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? “Hagan esto en memoria mía”. Este mandamiento del Señor es verdaderamente sagrado para quienes somos discípulos de Él. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los apóstoles se convierte en algo posible en todos los tiempos para los cristianos. Se trata de entrar en el destino histórico de Jesús, que es la historia misma de Dios, su Reino, que acontece definitivamente en la manifestación suprema del amor. Por lo tanto, participar así en el destino del Maestro significa realizar, de manera insuperable, la fraternidad humana. La cena del Señor es la asunción, por parte de los cristianos, de lo que nos une más profundamente: la vida misma del Maestro, la historia del Hijo del Padre en la que participamos todos como hijos y como hermanos los unos de los otros. Finalmente, si entendemos como cristianos la celebración eucarística como el modelo de la celebración del misterio de la Pascua, cada uno de nosotros somos los protagonistas de la Cena del Señor. Hagamos realidad estos sentimientos, siendo paso de Dios a través de nuestras existencias, así como nos lo enseñaba el Papa Francisco en su visita a Colombia: “y como los apóstoles, hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria” (Homilía, Parque Simón Bolívar, Bogotá, 7 de septiembre de 2017).

Mié 21 Mar 2018

Domingo de Ramos: Morir y resucitar con Cristo

Primera lectura: Is 50,4-7 Salmo Sal 22(21),8-9.17-18a.19-20. 23-24 (R. 2a) Segunda lectura: Flp 2,6-11 Evangelio: Mc 14,1 - 15,47 (forma larga) o Mc 15,1-39 (forma breve) Introducción Al inicio de la semana mayor, en la que la Iglesia se dedica a un tiempo de oración, silencio y meditación en los misterios de la pasión del Señor, la liturgia de la palabra, hace una antología de textos que nos ayudarán a vivir de una manera sobria y profunda, la celebración del Misterio Pascual de Cristo, no solo para conmemorar lo que Él realizó, sino, y sobre todo, para que estemos inmersos en su Misterio para morir y resucitar con Cristo (Cfr. DH 77). La clave para unir los diversos elementos que se presentan en la celebración de este día, nos dice el Directorio Homilético, está en la segunda lectura, en dónde san Pablo, en su Carta a los Filipenses, presenta el resumen de todo el Misterio Pascual (DH 77) También, el Profeta Isaías, en su tercer canto del siervo sufriente, prefigurará la imagen de Cristo y las ignominias por las que pasará en su entrega por la humanidad, llevando al pueblo de Dios a reflexionar sobre la fuerza del siervo de Dios en las horas previas a su entrega final. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Las palabras de Isaías, son de aliento para el pueblo, la representación de la figura del Siervo de Yahvé, es una manera figurada de encarnar el sufrimiento y la ignominia por las que va a pasar, no solo el pueblo, sino el descendiente de la tribu de David que se enfrentará a sus adversarios para que “lo golpeen, lo abofeteen, injurien y calumnien” (Cfr. Is 50,6.). Todas estas expresiones de violencia física, verbal y carnal, serán una prefiguración del cuerpo lacerado de Cristo en los evangelios, como lo leeremos en el relato de la pasión del evangelio de Marcos. La aclamación al salmo 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” será el eco del Hijo en la cruz en el dolor, sufrimiento y desánimo que puede llegar a vivir un discípulo del Señor. La súplica en medio del sufrimiento, deja una sensación de abandono, de soledad y sufrimiento; pero solo al final ese reconocimiento de hondo pesar y dolor, se suple con la súplica: “¡Confía en el Señor, pues que lo libre, que lo salve si le tiene aprecio!”. Pasar del dolor al consuelo, es una manera de experimentar la misericordia de Dios y la incansable anchura de su amor por el ser humano. Solo de esta manera el dolor de la carne sufriente de los más necesitados, se convierte en la carne de nuestro Señor, “cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, Encuentro con los obispos de Colombia, Salón del Palacio Cardenalicio, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Esta contemplación del sufrimiento ignominioso del Siervo Sufriente de Dios, es evocación de los rostros sufrientes de la tierra que claman por la justicia y la verdad. Rostros con nombre e identidad concretas, que nos llevan a buscar con afán, la inclusión de los descartados e ignorados, de este mundo, en medio de la cultura del descarte. El apóstol de los gentiles en su carta a los Filipenses, escribirá todo un tratado de: humildad, sencillez y entrega. En una de las páginas más bellas de los escritos de Pablo, él exaltará las virtudes del Hijo amado de Dios y su abajamiento, como enseñanza de obediencia y sumisión a la voz del Padre. Al dejar -Cristo- su condición Divina, renunciar a ella, enseña una nueva manera de ver al ser humano. El sometimiento a la muerte en cruz, es una muestra clara de la fuerza que Cristo le imprimió a su fidelidad al Padre. Pero, sin lugar a dudas, nos va a recordar que el nuevo Adán reconcilia la vida de Pecado, con el abundante don de la Gracia que nos da Cristo resucitado, “de modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (Cfr. 2 Cor 5,17.). El vaciamiento total de Cristo en la cruz, es toda una paradoja de Dios entregándose al mundo, elemento fundamental en la narrativa de Pablo para hablar de la manera en que Dios se gasta por la humanidad (kenosis); el cántico va a resaltar la idea de cómo Jesús desde su condición divina, se abaja no solo en carne, sino en su manera de relacionarse, “Pero Dios quiso hacerse vulnerable y quiso salir a callejear con nosotros, quiso salir a vivir nuestra historia tal como era, quiso hacerse hombre en medio de una contratación, en medio de algo incomprensible”; (Encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Medellín, 9 de septiembre de 2017) hasta que se gasta el último suspiro Jesús sigue hasta el final, siendo fiel y misericordioso, asunto que Dios mismo verá agradable a sus ojos en su glorificación. La experiencia teológica adoptada por Marcos, va a tener como esencia y fuente narrativa a Pablo, el vaciamiento de Jesús en la cruz que nos relata una de las escenas más conmovedoras y reveladoras de su evangelio -la pasión del Señor-, es una prolongación de la kenosis de los textos de Pablo. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En el texto de la pasión de Jesús, Marcos va a cuestionar al lector sobre la obediencia a la voluntad del Padre, quien amando a su Hijo lo entrega por la salvación de todo el género humano, redimiendo al pecado del mundo con la sangre de su hijo amado. El seguimiento de Jesús en Marcos no se entiende sin la experiencia de la Cruz, todo lleva a ella y de ella surge todo. Marcos es el relato de la comunidad, todo el texto está dirigido a la formación de los discípulos en el seguimiento del Señor. Es por ello que al centro del relato (de XVI capítulos), la perícopa de la transfiguración, se convertirá en la manera en que los discípulos atienden el llamado de Jesús a seguirlo en su camino hacia Jerusalén, (camino que se convertirá en la crucifixión). De esta manera, mientras el texto presenta a Pedro, Santiago y Juan, queriendo construir tres tiendas, al final del relato del encuentro de ellos con Jesús transfigurado, en la pasión encontraremos a Jesús crucificado junto a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda, como evocación de la nueva transfiguración del Señor. La cruz se convierte en la nueva tienda de exaltación del Hijo de Dios en la humanidad. La muerte de Jesús no es la última palabra del Padre, ver a su Hijo amado (Cfr. Mt 3,23.) en la cruz como a muchos colombianos, sigue siendo doloroso para Dios y para nosotros, ver su cuerpo herido, nos debe mover a “… no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia de su gente” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con los obispos de Colombia, Salón del Palacio Cardenalicio, Bogotá, 7 de septiembre de 2017), es una clara invitación a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección. El paso que sigue es convertir el luto en danza, dejar que la profecía de Isaías siga teniendo sentido en la sociedad, “Forjarán sus espadas en arados, y sus lanzas en podaderas” (Cfr. Is 2,4.). La muerte de Cristo en la cruz, es una oportunidad para que entendamos el llamado a transformar los signos de muerte existentes en nuestro país, espacios que promuevan la cultura del encuentro, la semana mayor se convierte en una manera de “… desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”, (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Parque Las Malocas, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? La palabra de Dios en este domingo de pasión, nos está llamando a contemplar la carne del crucificado, en muchos colombianos y hermanos latinoamericanos que están necesitados de sanar las heridas causadas por la violencia fratricida, que ha generado miles de víctimas deseosas de reparación: “El Señor nos insta a tender puentes, limar las diferencias, desactivar los odios, renunciar a la venganza, abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Parque Las Malocas, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). La palabra de Dios siga disponiendo nuestro corazón y nuestras vidas, para seguir abriendo caminos de reconciliación, amor y paz, como mensaje clave de este domingo en el que conmemoramos la entrada de Jesús a Jerusalén. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Cristo, nuestro Señor, quien gobierna nuestros actos y nuestra vida, nos anima, en la conmemoración del domingo de ramos, a reconocer y acoger los signos propios de su entrada en Jerusalén. Cada uno de los actos que evocamos en la Palabra de Dios, hoy, tienen toda una carga simbólica; la unción en Betania es un signo de ello: Vivir la unción de nuestro bautismo, es asociarnos al reconocimiento de los poderes que hemos recibido, al inicio de nuestra vida cristiana, por el Espíritu Santo; bendecir con nuestros actos, es reavivar el sacerdocio común en la comunidad; denunciar los casos de corrupción que aquejan a nuestra sociedad, es fomentar el profetismo y asumir nuestra dimensión de ser protectores de la casa común, es revivir la actitud de reinado de Dios en nosotros y de nosotros hacia nuestro entorno. El gesto de servicio, que recordamos en la última cena, no es otra cosa que renovar la actitud de servicio a nuestro Señor, quien “(…) siendo de condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios” (Cfr. Fil 2, 6.). Cristo nos llama a no buscar acomodarnos a los títulos y reconocimientos de esta sociedad, evocando el momento de la última cena; “…esa primera noche «eucarística», en esa primera caída del sol después del gesto de servicio, Jesús abre su corazón; les entrega su testamento” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Coliseo la Macarena, Medellín, 9 de septiembre de 2017). El testamento de la entrega de Señor, se convierte en una nueva comunidad humana, llamada a ser sensible y atenta a las necesidades de los más frágiles y vulnerables. El encuentro con Cristo nos anima a dejarlo todo en manos del Padre misericordioso. La escena de Jesús, orando en el Huerto de los Olivos, es un acto profundo de discernimiento; luego de haber sido nombrado Rey y acogido por los judíos, Jesús acoge con generosidad la voluntad del Padre, impulsándonos a realizar la misma actitud de docilidad y amor. La palabra de Dios, en este domingo, es un preámbulo a vivir el misterio de la Cruz que es salvación para el creyente. Por ello, el discípulo se forja en la medida en que se dispone a asumir con el maestro la experiencia de la Cruz, aunque ésta no sea fácil de comprenderla dentro de la comunidad. Que el encuentro con Jesús, en su Misterio Pascual de pasión, muerte y resurrección, se convierta para nosotros en un espacio de fortalecimiento de nuestra fe y de renovación para nuestro espíritu cristiano y, así, recordemos que: “Somos verdaderos dispensadores de la gracia de Dios cuando trasparentamos la alegría del encuentro con Él” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, consagradas, seminaristas y sus familias, Coliseo la Macarena, Medellín, 9 de septiembre de 2017). Cristo nos llama a vivir con amor esta semana mayor y nos invita para que este tiempo sea para todos nosotros la oportunidad de renovar permanentemente nuestro encuentro con Él.

Jue 8 Mar 2018

Conversión desde el amor de Dios

Primera lectura: 2Cro 36,14-16.19-23 Salmo Sal 137(136), 1-2.3.4-5.6 (R. 6a) Segunda lectura: Ef 2,4-10 Evangelio: Jn 3,14-21 Introducción Las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma coinciden en demostrarnos que el relato del pecado e infidelidad del hombre a Dios es paralelo a la historia del perdón y amor de Dios al hombre (primera lectura), manifestados en su Hijo, Jesucristo (segunda lectura), a quien el Padre entregó al mundo para salvación de cuantos creen en él (evangelio). Este cuarto domingo de Cuaresma, se llama “Laetare", por la antífona de entrada de la Misa, tomada del libro del Profeta Isaías: “¡Alégrate, Jerusalén! Que se congreguen todos los que te aman; que se regocijen con júbilo los que estuvieron tristes; que exulten y se sacien de su maternal consolación”. (Is. 66, 10-11). Como se ve, la liturgia de este Domingo propone como reflexión el tema de la alegría, pues se acerca el tiempo de vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo; por eso se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, predominando el carácter alegre (litúrgicamente hablando), manifestado en el color rosado de los ornamentos, las flores para adornar el altar y los instrumentos musicales para la Misa. Si se toman como elección las lecturas del Ciclo A, para este domingo, llamado Laetare (alegraos), tenemos para la reflexión el tema de la luz. En efecto, la relación entre el Misterio Pascual, que nos disponemos a celebrar, el bautismo y la luz, viene acogida por un versículo de la segunda lectura: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”; idea que se desarrollará más en el prefacio del ciego de nacimiento, correspondiente para esta celebración: “Cristo, por el misterio de la encarnación, condujo a la claridad de la fe al género humano que caminaba en tinieblas, y por el Bautismo transformó en hijos de adopción a quienes nacían esclavos del pecado”. Esta iluminación, inaugurada en el Bautismo, se fortalece cada vez que recibimos la sagrada Eucaristía. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Las tres lecturas de hoy coinciden en demostrarnos que el relato del pecado e infidelidad del hombre a Dios es paralela a la historia del perdón y del amor de Dios al hombre. En efecto, el pasaje de la primera lectura que leemos, es una síntesis del mensaje fundamental de que hay que ser fiel a Dios para no ser destruido y una mirada esperanzada hacia el futuro, en donde el edicto de Ciro, Rey de Persia, permitiendo el retorno, viene a ser como un nuevo compromiso de Dios en favor de su pueblo; un compromiso que comportará la llamada a ser fiel a la Alianza, tantas veces traicionada por el pueblo escogido. Por su parte, en la segunda lectura, el designio de perdón y de amor de Dios, mantenido y escondido por siglos, en Jesucristo se ha realizado y se ha manifestado a todos los pueblos. Este designio supone la reconciliación del mundo entero, manifestada en la ruptura de la barrera que separaba al pueblo de Israel del resto de la humanidad. Así, la Iglesia es el nuevo pueblo que nace de este designio amoroso y salvador de Dios. Finalmente, en el Evangelio, contemplamos cómo Dios por medio de su Jesucristo, ha hecho pasar a la humanidad de la muerte a la vida para salvación de cuantos creen en él. En la entrevista de Jesús con Nicodemo, podemos destacar: La oferta de vida y salvación por Dios para todo el que cree en su Hijo, unigénito. Esta oferta de salvación Dios la hace por puro amor: «tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que el mundo sea salvado por él». La finalidad de Dios con el hombre es su salvación y no su perdición o su condenación. Dios da otra oportunidad, no nos trata como merecemos por nuestros pecados. Dios no quiere que perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Dios ama al hombre y porque lo ama lo ha perdonado. Respuesta libre del hombre a Dios: aceptación o rechazo, opción por la fe o la incredulidad, la luz o las tinieblas. El hombre responde a Dios con la fe o con la incredulidad: «el que cree en el Hijo de Dios no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios». La fe es el criterio último de vida y salvación, como se afirma en la primera conclusión del cuarto evangelio, «escrito para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre». Podemos subrayar que las lecturas de este domingo insisten en que Jesucristo es el signo de esa gratuidad, amor y ternura de Dios para con el hombre, que no quiere su perdición sino su vida. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La Palabra de Dios nos invita a mirar más allá de la triste realidad de nuestro pecado, mirando a Dios, quien es fuente de infinita Misericordia y quien nos devuelve la alegría de la salvación. Es una nueva invitación a convertirnos de corazón hacia Dios, para amarlo y cumplir sus preceptos, que nos hacen libre. La realidad es que todo proviene de Dios, todo es obra de su gracia y no mérito humano alguno; esta obra de amor y reconciliación Dios la ha realizado uniéndonos a Jesucristo en su evento de muerte y resurrección, de este modo, nos hace vivir todo cuanto Él ha vivido, nos ha resucitado en su Hijo. Este amor y reconciliación de Dios, la obra de su gracia y misericordia en nosotros, nuestra unión con Jesucristo, se notará en nuestro modo de vivir, en nuestras buenas obras. ¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad? El mensaje concreto para nosotros hoy es: Dios nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras que él mismo determinó que practicáramos. Así lo concluye san Pablo en la segunda lectura. No podemos alegar méritos propios, pero no se excluyen las buenas obras, pues, aunque estas no salvan por sí solas, son el fruto necesario y el signo fehaciente de esa salvación de Dios. No basta sólo una fe teórica e inactiva, es necesario un compromiso de cada uno de nosotros desde las buenas obras. Un cristiano convencido en su fe evita toda obra mala que lo conduzca al camino del egoísmo y a lo que la Sagrada Escritura ha llamado las obras de la carne: la fornicación, la impureza, la idolatría, las enemistades, los celos, los rencores, las orgias y cosas por el estilo. En cambio, siempre se deja guiar por lo que son las obras del Espíritu: el amor, la alegría, la paz, la mansedumbre, el perdón, la comprensión, el servicio, la bondad, la lealtad, la amabilidad y el dominio de sí. Nos enseña el Papa Francisco, en la homilía de la Misa, en Medellín, que para responder a la invitación que el Señor nos hace en la realidad concreta que estamos viviendo en Colombia, es preciso la renovación que supone sacrificio y valentía ante “tantas situaciones que reclaman de los discípulos el estilo de vida de Jesús, particularmente el amor convertido en hechos de no violencia, de reconciliación y de paz”. (Homilía, Aeropuerto Enrique Olaya Herrera, Medellín, 9 de septiembre de 2017). Cada uno debe hacer una revisión de vida personal, comunitaria, ¿cómo estoy llevando mi compromiso de bautizado, de hombre transformado por Cristo? ¿Cómo va mi proceso de conversión en esta Cuaresma? ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Celebramos hoy el domingo de la alegría cuaresmal. Es esta una celebración marcada por el gozo de prepararnos a vivir próximamente el Misterio Pascual de Cristo en toda su plenitud. Sentimos el gozo de sabernos perdonados por Dios y salvados por su amor; escuchamos su llamado para estar más cerca de él, y a la vez somos conscientes que él espera nuestra respuesta generosa. La liturgia es presencia viva de Cristo en medio de la comunidad. >>> DESCARGA LA PREDICACIÓN ORANTE

Vie 2 Mar 2018

Actuemos de cara a Dios y al prójimo

Primera lectura: Éx 20,1-17 (forma larga) o Éx 20,1-3. 7-8.12-17 (forma breve) Salmo Sal 19(18),8. 9.10.11 (R. Jn 6,68c) Segunda lectura: 1Co 1,22-25 Evangelio: Jn 2,13-25 Introducción Jesús nos enseña, en este domingo de cuaresma, y es la idea central de reflexión, que Dios Padre nos ha entregado el decálogo, como la síntesis de lo que debemos seguir y cumplir para realizarnos como personas, tanto social como religiosamente. Se trata de llevar un estilo de vida que esté conforme a la voluntad divina y que lleve a que nuestras actuaciones estén de cara a Dios mismo para conocerlo, amarlo y seguirlo, y de cara al prójimo para servirlo. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La primera lectura nos presenta la solicitud amorosa de un Dios celoso que reclama para sí toda la fidelidad de su pueblo, y que le propone como norma definitiva para su comportamiento un código de leyes con el que, a la vez que le garantiza una sana convivencia, le exige la total adhesión. No tendrás otros dioses y vivirás en el respeto a tu prójimo. La ley, que está inscrita en la conciencia de todos los pueblos y culturas, Dios la hace explícitamente suya para garantizar a los que ama su propia felicidad. El salmo no es más que la respuesta agradecida del pueblo a las ordenanzas del Señor. Es una invitación a someterse totalmente a los mandatos, pues estos traen buenas consecuencias para la vida, son gozo, remedio, luz, alegría, son claros, son verdad, son más preciosos que el oro y más dulce que la miel. En la segunda lectura, san Pablo cuando escribe a los Corintios los confronta, en medio de sus tensiones, a poner su esperanza no en un Mesías sabio o poderoso sino en uno débil y crucificado, cuya fuerza y sabiduría está en la Cruz, donde subió por nuestros pecados y se entregó como expresión de su vivencia del mandato del amor. Y el Evangelio de Juan, en el contexto de la muerte de Jesús, nos lo presenta en un episodio en el que el celo de la casa del Padre lo devora. Él monta en cólera al ver que el Templo es transformado en epicentro de negocios, y hace una declaración solemne que reafirma una de sus enseñanzas centrales: el nuevo Templo es Él mismo, y es en Él donde Dios se revela en Espíritu y en Verdad. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Para conocer, amar y seguir a Cristo, a través de los preceptos divinos y de los mandatos de la Iglesia, no basta con un mero cumplimiento legal y sin espíritu. Se trata, por el contrario, de cumplir los mandatos caminando y siguiendo a Cristo. Así nos lo enseña el Papa Francisco, en la homilía pronunciada en Medellín, con motivo de su Visita Apostólica, al referirse al hecho de cómo Jesús les enseña a sus discípulos que cumplir los mandatos es seguirlo a: “el camino de seguimiento supuso en los primeros seguidores de Jesús mucho esfuerzo de purificación. Algunos preceptos, prohibiciones y mandatos los hacían sentir seguros; cumplir con determinadas prácticas y ritos los dispensaba de una inquietud, la inquietud de preguntarse: ¿Qué es lo que le agrada a nuestro Dios? Jesús, el Señor, les señala que cumplir es caminar detrás de Él, y que ese caminar los ponía frente a leprosos, paralíticos, pecadores. Esas realidades demandaban mucho más que una receta o una norma establecida. Aprendieron que ir detrás de Jesús supone otras prioridades, otras consideraciones para servir a Dios”. (Homilía, Aeropuerto Enrique Olaya Herrera, Medellín, 9 de septiembre de 2017). También afirma el Papa Francisco que Jesús lleva la ley a su plenitud y por eso nos pone en la dirección de seguirlo a Él como los hicieron los discípulos: “Jesús no se queda en un cumplimento aparentemente «correcto», Él lleva la ley a su plenitud y por eso quiere ponernos en esa dirección, en ese estilo de seguimiento que supone ir a lo esencial, renovarse, involucrarse”. (Homilía, Aeropuerto Enrique Olaya Herrera, Medellín, 9 de septiembre de 2017). Por tanto, esta Palabra santa que estamos reflexionando nos compromete, en este tiempo de cuaresma, a realizar un verdadero y sincero examen de conciencia para revisar cómo estamos viviendo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, que resume la Ley y los Profetas, y de qué es necesario arrepentirnos y cambiar para poder celebrar con fruto en nuestras vidas la Pascua de Cristo que se avecina. >>>>DESCARGA LAS ORIENTACIONES ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Hoy vivimos en una sociedad que quiere prescindir de Dios, y por tanto de la norma. Al hombre parece estorbarle la ley. Se busca de muchas maneras hacerle el quite a lo establecido. La sana convivencia se ve quebrantada frecuentemente con el comportamiento de los individuos, tanto en la vida familiar, como en la social y en la política. Tenemos muchas dificultades para someternos a las normas, indispensables para vivir en armonía con Dios, con las personas, con la naturaleza y con nosotros mismos; sabiendo que la fuente de dicha armonía está en la ley de comportamiento que Dios, mostrando su grandeza, dio a Moisés para que la transmitiera al pueblo. Es por eso, entonces, que se quebranta la ley en el santuario del hogar, cuando no se cumple con el compromiso de fidelidad «hasta cuando la muerte separe a la pareja», cuando no se cuida con amor a los padres, o a los hijos, cuando se irrespeta la ley natural con los abusos provocados por la biogenética mal utilizada, con el aborto, con los métodos artificiales para evitar la procreación. Se quebranta la ley en la sociedad cuando, por ejemplo, no se cumplen las normas, las señales de tránsito, cuando no se llevan con responsabilidad los consejos y las propuestas que se dan en orden a la salvaguarda de la naturaleza, del equilibrio ecológico, y esto no sólo por las personas sino también por los Estados. Justamente por no cumplir con las normas elementales estamos destruyendo el planeta. Y lo que es peor, se rompe con la ley cuando se banaliza la muerte y el hombre se siente el dueño de la vida, que quita como quiere y cuando quiere. Se quebranta la ley en la política cuando las reglas de juego de la democracia se transgreden con delitos, como la venta, compra y el trasteo de votos, la presión armada contra la población; cuando las normas constitucionales se manejan al antojo de los legisladores, y se quebranta el bien común. Asistimos en Colombia al quiebre del sistema democrático y a la apertura de un modelo político egoísta y partidista, donde la ley que impera es la del más fuerte en astucia, en dinero, en poder. El papa emérito Benedicto XVI no se cansó de repetir que “sólo un mundo que se abre a Dios puede garantizarse un futuro”. El lema de su visita a Alemania, en el año 2011, lo afirma claramente: «Donde está Dios, allí hay futuro». Debería tratarse del regreso de Dios a nuestro horizonte; ese Dios a menudo totalmente ausente, pero que tanto necesitamos. Y para buscar a Dios no hay que ir muy lejos, puede estar en tantas personas sencillas que nos rodean; no hay que buscarlo en los sabios o en los poderosos, podemos encontrarlo en los Cristos débiles y crucificados de nuestro tiempo; como lo dijo el mismo papa emérito Benedicto XVI, podemos encontrarlo en «tantas personas sencillas de las que no habla nadie. Y, sin embargo, cuando las encontramos, sentimos que de ellas promana algo de bondad, de sinceridad, alegría, y sabemos que ahí está Dios y que Él también nos toca. Por eso, en estos días queremos comprometernos en volver a ver a Dios, para volver a ser personas a través de las cualesirradie en el mundo la luz de la esperanza, que es luz que viene de Dios y que nos ayuda a vivir». En definitiva, cuando Dios se nos presenta celoso y exigente no es más que por amor, por solicitud, porque quiere ayudarnos al bien vivir. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Este tercer domingo de Cuaresma nos invita a entrar en el ambiente celebrativo de la Pascua. En Jesús, débil y crucificado, estamos invitados a pasar de la no ley -del caos-, a la armonía -a la paz-. Vivamos este domingo, que nos acerca a las celebraciones del Triduo Pascual, volviendo nuestro corazón a Dios y a su Ley, convencidos de que es desde la propia vida como debemos empezar. En la celebración penitencial estemos atentos a revisar nuestra propia manera de comportarnos: ¿Dios sí cuenta para nuestra vida cotidiana? ¿Lo que contienen las leyes de Dios y de la Iglesia toca nuestra vida familiar, nuestros compromisos laborales, nuestras responsabilidades políticas? Celebremos el don que Dios nos hace al presentarse solícito por nuestro bienestar y al exigirnos la fidelidad total. Qué bueno saber que tenemos un Dios que solo está preocupado por el hombre. Un Dios para quien su mayor Gloria es el bien del hombre. >>>>DESCARGA LAS ORIENTACIONES

Lun 19 Feb 2018

El Amor es capaz de transfigurar todo

Primera lectura: Gn 22,1-2.9a.10-13.15-18 Salmo Sal 116(115),10+15.16-17.18-19 (R. Cfr. 9) Segunda lectura: Rm 8,31b-35a Evangelio: Mc 9,2-10 Introducción Avanza el tiempo cuaresmal de preparación para la Pascua de Resurrección, y qué mejor forma de adentrarse en él que de cara a la Sagrada Escritura, para descubrir el amor inconmensurable que Dios prodiga a su creatura aún en medio de las vicisitudes de la vida. Un amor que debe llevar al hombre a un cambio de vida, a una transformación profunda de su existencia humana, que le permita dimensionar con esperanza el horizonte de la eternidad y la meta de la salvación. Centremos, pues, la reflexión de este segundo domingo de cuaresma en el acontecimiento de la Transfiguración del Señor. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La primera lectura se conecta con el texto evangélico en cuanto que ambas narran acontecimientos importantes sucedidos en montes altos. En la primera, Dios procede extrañamente al pedirle a Abraham, el padre de la fe, una prueba extrema de amor y lealtad: el sacrificio de su hijo Isaac en un monte de la región de Moriá. Y en el evangelio, el acontecimiento se centra en la doble revelación de Dios al exclamar “¡Este es mi Hijo predilecto. Escúchenlo!” Esta expresión se da en un monte alto que la tradición identifica como el Tabor. Aquí, Dios se revela como Padre y presenta a Jesús como su Hijo, el unigénito. Esta revelación acontece en el marco de la Transfiguración de Jesús que se da en presencia de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. En la segunda lectura, el apóstol Pablo, en su exhortación a los Romanos, les hace caer en cuenta del amor salvador de Dios y el poder de intercesión de Jesucristo en beneficio de la salvación del ser humano. DESCARGA LA PREDICACIÓN ORANTE DE ESTA SEMANA ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Caben aquí las palabras del cardenal italiano Gianfranco Ravasi expresadas en uno de los libros de su colección ‘Según las Escrituras’: “La pascua terrena que celebramos es como una transfiguración, en espera de la pascua perfecta que celebraremos en la liturgia celestial y que ya no conocerá el retorno a la llanura.” La cuaresma debe generar en el creyente un cuestionamiento tan profundo que lo lleve a un cambio de estilo de vida, un cambio en su forma de ser, pensar y actuar, incluso, un cambio en su forma de relacionarse con los demás y con Dios. El diálogo de cada persona con el Señor al acercarse a su Palabra y contemplarla, tanto desde la oración, como desde la práctica de los otros ejercicios cuaresmales (ayuno y limosna), se convierte en la principal herramienta del cristiano para aprovechar este tiempo como verdadera preparación para descubrir el esplendor de Cristo Resucitado. Bien lo anota el Papa Francisco: “Con Pedro, Santiago y Juan subamos también nosotros al monte de la Transfiguración y permanezcamos en contemplación del rostro de Jesús, para recibir el mensaje y traducirlo en nuestra vida; para que también nosotros podamos ser transfigurados por el Amor. En realidad, el Amor es capaz de transfigurar todo.” (Ángelus Dominical, Plaza de San Pedro, 1° de marzo de 2015). ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Estamos llamados, como seguidores de Cristo, a ser transformadores de aquellas realidades a las que tenemos acceso permanente: la familia, el vecindario, el grupo de estudio o de trabajo, la comunidad parroquial, el grupo social o político al que pertenecemos, entre otras. Pero también nuestra incidencia creyente debe llegar hasta aquellos que ocasionalmente encontramos en vehículos de transporte público, tiendas y supermercados, centros comerciales, organismos de salud, plazas, parques… La principal herramienta para llevar a cabalidad esta misión de transformadores de la sociedad es la Palabra de Dios que nos interpela y, a la vez, nos ilumina para asumir la vida desde la fe que testimoniamos con un estilo de vida ajustado a los valores humano-cristianos que promueve el Evangelio. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La Transfiguración del Señor nos anima, en medio del tiempo cuaresmal, a mirar con esperanza, desde nuestra condición pecadora, la realidad de la resurrección de Cristo, comprendiendo, como reza en el prefacio del día, “que era necesario pasar por la pasión para llegar a la gloria de la resurrección.” Asimismo, el esfuerzo humano que aportamos para avanzar en el tramo de vida terrenal que nos corresponde, se convierte en impulso para la vida eterna.

Jue 15 Feb 2018

La Cuaresma nos fortalece desde una experiencia de desierto

Primera lectura: Gn 9,8-15 Salmo Sal 25(24),4-5ab.6+7bc. 8-9 (R. Cfr. 10a) Segunda lectura: 1P 3,18-22 Evangelio: Mc 1,12-15 Introducción Ha iniciado la Cuaresma y con ella la necesidad profunda del creyente de reflexionar sobre su conversión a partir de la reconciliación con Dios y sus hermanos, recurriendo, principalmente, a la escucha de la Palabra y apoyándose en la oración, el ayuno y la limosna, para blindarse ante las tentaciones. También el tiempo cuaresmal puede fortalecerse desde una experiencia de desierto a la manera como Jesús lo hizo durante cuarenta días y que, sin duda alguna, fue un tiempo en el que fortaleció su voluntad para permanecer incólume ante el acecho de satanás. El desierto, entendido no como un espacio topográfico sino como una experiencia de fe que exige soledad, silencio e introspección, se convierte en una gran herramienta que aporta a la conversión. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La primera lectura nos ilustra sobre lo acontecido después del caos del diluvio cuando Dios le entrega al hombre, a su creatura amada, en la persona de Noé, una nueva creación, estableciendo un pacto con la raza humana y todos los demás seres vivientes, pero dándole al hombre el dominio pleno sobre todo lo creado para que lo cuide y administre. En el trozo de la primera carta de san Pedro, se rememora a quienes se dejaron tentar por la soberbia y no creyeron a Dios en tiempos de Noé; se reconoce la muerte redentora de Cristo, así como su resurrección y majestad eterna; y se presenta el diluvio como un anuncio anticipado del bautismo “que no consiste en limpiar la suciedad corporal, sino que a través de él se implora de Dios una conciencia limpia en virtud de la resurrección de Jesucristo”. El evangelista Marcos presenta, de manera fugaz, en sólo cuatro versículos, los cuarenta días de Jesús en el desierto después de su bautismo, sin dejar de enfatizar en la aparición tentadora de Satanás en ese lugar y durante ese tiempo, y resaltando también la figura de las fieras del desierto que lo acompañaban y los seres angélicos que le servían. Seguidamente, aparece Jesús en Galilea para iniciar su ministerio público anunciando la necesidad de conversión ante la presencia inminente del Reino de Dios, es decir, ante una soberanía liberadora para el hombre, una soberanía de carácter universal, sin exclusiones. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El banquete de la Palabra que en este inicio de Cuaresma nos presenta la liturgia, resuena una vez más en nuestro camino de fe como una necesidad apremiante de cambio, de transformación de vida, de conversión, que nos anima a asumir con esperanza la realidad del Reino de Dios a partir de una relación cada vez más íntima, sería, profunda y liberadora con nuestro Creador y Salvador. Cuando Dios dijo a Noé: “Yo establezco mi alianza con vosotros”, estaba presentándole a la humanidad su ‘modelo ideal’ en el que se contempla la felicidad de su creatura que debe tener como meta la salvación eterna. Dios preservó del diluvio a Noé, su familia y una representación del mundo animal, para garantizar su alianza con una nueva creación y para invitarnos a desarrollar la capacidad de salir de nosotros mismos en busca del otro. Sin esta capacidad “no se reconoce a los demás como criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el deterioro de lo que nos rodea.” (Papa Francisco – Laudato si’ N. 208) Adquiere, pues, trascendencia la llamada permanente que Cristo nos hace: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Llamada que se refresca en cada cuaresma. Llamada que denota una nueva oportunidad para retomar las riendas de la vida desde la esencia humana y, a la vez, entregar esas riendas a Aquel que, desde la realidad divina, puede conducirnos por caminos seguros de prosperidad, justicia, esperanza y paz. De esa llamada permanente, que magnifica la pequeñez humana por ser nuestro Señor quien da el ‘primer paso’ para salir a nuestro encuentro, no se excluyen el dolor, el sufrimiento, la tentación y el pecado. Pero en esa llamada permanente lo que realmente sorprende e importa no es la debilidad propia del hombre, sino la misericordia de Dios que supera toda compresión humana. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Este interrogante, asumido desde la preparación misma de la Cuaresma, acepta hacer memoria de las palabras del Papa Francisco en el momento de su despedida del pueblo colombiano: “No nos quedemos en «dar el primer paso», sino que sigamos caminando juntos cada día para ir al encuentro del otro, en busca de la armonía y de la fraternidad. No podemos quedarnos parados… Colombia, tu hermano te necesita, ve a su encuentro llevando el abrazo de paz, libre de toda violencia, esclavos de la paz, para siempre.” (Despedida, después de la comunión, Área portuaria de Contecar Cartagena, 10 de septiembre de 2017). La asamblea litúrgica debe sentirse interpelada, cuestionada, conmovida y, ante todo, resuelta a asumir la conversión desde sus diferentes niveles: personal, familiar, escolar o académico, laboral o profesional, político, social y comunitario. No caigamos en la tentación de creer que no se puede dar el paso hacia la conversión; no caigamos en la tentación, de aplazar nuestro cambio de vida; no caigamos en la tentación de considerar nuestro pecado y sus consecuencias superiores a la misericordia de Dios. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Como sacerdotes, esta Palabra nos insta a ser los primeros en arrepentirnos de nuestras incoherencias de vida para disponernos a superar nuestras debilidades humanas y, así, salvaguardar nuestro ministerio de tentaciones y pecados. Asimismo, la comunidad creyente debe estar atenta a la llamada que hace el Señor desde su Palabra a quienes deciden seguirle. Una llamada que no se reduce a un compromiso espiritual o religioso, sino que trasciende a todos los aspectos y niveles de la vida para que, reconociéndonos de condición pecadora, pero esperanzados en la salvación, todos superemos la tentación del individualismo y salgamos al encuentro de los hermanos para caminar juntos hacia la reconciliación y la paz.

Mié 7 Feb 2018

Dios no excluye de su amor y siempre nos acompaña

¿Qué dice la Sagrada Escritura? Uno de los aspectos más curiosos del evangelio de hoy, es la de este leproso, que se acerca a Jesús, no para pedirle ser sanado. En efecto no le dice “si quieres, puedes sanarme”, sino “si quieres, puedes limpiarme”, en otras palabras, puedes restituirme la pureza. Y Jesús, efectivamente, le responde: “lo quiero, ¡quedas limpio!”. Este dialogo entre el leproso y Jesús nos invita a cuestionarnos sobre esta virtud, tan importante, como es la pureza. Es importante entender qué significa verdaderamente esta noción de pureza para la salvación. Cabe preguntarnos también el significado bíblico de la pureza, la podemos deducir de la primera lectura, en la cual se nos dice, en qué incurre la persona que se vuelve impura. El libro del Levítico refiere que, cuando alguno manifestaba los síntomas que podían desencadenar en lepra, porque la lepra era una enfermedad contagiosa, inmediatamente venia declarado por el sacerdote “impuro.” La consecuencia era que la persona debía estar aislada, fuera del campamento. La impureza, por lo tanto, desde el punto de vista espiritual, era la separación del leproso de la comunidad y de Dios. La incapacidad, la imposibilidad de estar en comunión con Dios y por lo tanto la incapacidad de adorarlo. El leproso no podía entrar en el templo, no podía participar de la oración, era separado de los hermanos. La concepción de la pureza es algo que se ha convertido, muchas veces, en un concepto equívoco en nuestra imaginación, en nuestra concepción de lo que realmente nos hace puros, de lo que nos hace verdaderamente íntegros, de los que nos hace realmente sanos. Para los judíos, en la época de Jesús, por lo general, ser puro o impuro, tenía unas consecuencias, para bien o para mal, en el comportamiento social y cultural de la época. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Cuando pensamos en la pureza, nos imaginamos algo abstracto, como una virtud sólo de los ángeles, como exclusividad para las personas impecables, o como de las personas capaces de dominar todas las perturbaciones irracionales, como de las personas dotadas de una belleza extraordinaria, fuera del tiempo. En muchas personas hay esta tendencia al “angelismo”, este deseo de una pureza ideal. Pero el “angelismo”, lejos de ser una cosa que nos hace crecer y que nos motiva al bien, puede transformarse en una peligrosa tentación de huir de nuestra realidad terrestre, de nuestra realidad de seres encarnados. En la historia de la Iglesia se pueden constatar estas tendencias de “puritanismo”. Ha habido diversos momentos en la historia que han buscado esta pureza ideal, como por ejemplo los Donatistas del tiempo de San Agustín, o los Cátaros, (cátaro significa propiamente puro), en el medioevo o todavía algunos movimientos con tinte carismático de los años “80 y 90”. En estos movimientos de espiritualidad, muchas veces se han verificado los excesos más sorprendentes de rigorismos en búsqueda de “integridad”. Desde el punto de vista psicológico, la búsqueda de esta pureza ideal, que raya en el extremo de un “angelismo”, causa problemas graves, muchas veces una fuga de la realidad. La pureza es ante todo una virtud, no un simple “angelismo” para convertirnos en lo que no somos. Nosotros fuimos creados del barro, como narra el libro del Génesis, somos una unidad de cuerpo y espíritu, fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Llevamos una realidad espiritual en nuestra corporeidad. Somos hechos de carne y esta carne es caracterizada por toda una serie de aspectos, que posiblemente no nos gustan, pero que debemos aceptar, asumirlos y portarlos serenamente para llegar a ser personas verdaderamente equilibradas, verdaderamente maduras, verdaderamente sanas. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Este orden de ideas nos permite tener una mirada analógica entre la enfermedad de la lepra y la realidad del pecado. El pecado es esta separación de Dios, esta separación de los hermanos. La pureza es la posibilidad de reencontrar la comunión con Dios, de poder alabar a Dios, agradecer a Dios, ofrecer la propia vida en sacrificio, en acción de gracias a Dios. La pureza es la posibilidad de ofrecer al Señor, no solo, nuestras oraciones, sino también nuestros cuerpos, como sacrificio agradable a Dios y como oportunidad para vivir después en comunión con nuestros hermanos. Dice el discurso de las bienaventuranzas en Mateo 5: “beatos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Aquí tenemos otra connotación bíblica de la pureza. La pureza en el Nuevo Testamento, la enseña Jesús, como algo interior. No se es puro simplemente si se lava, si se hacen las abluciones rituales, típicas de la religiosidad hebrea. No se es puro o impuro simplemente a causa de una enfermedad, que no depende de nuestra voluntad. Se es puro si el corazón está orientado a Dios, si el corazón está en paz, en relación con los hermanos. No basta sólo no matar, no robar, no cometer adulterio; para ser puros se necesita eliminar del corazón todo sentimiento de odio hacia al hermano, eliminar el deseo de las cosas de los demás, de la mujer del otro, etc. Somos justos, somos “puros” solamente si esta justicia está enraizada en lo profundo del corazón. Somos puros solo cuando nuestro corazón esta direccionado hacia Dios, en paz con Dios y con nuestros hermanos. Como afirma Jesús, no es lo que entra lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de su corazón. En este orden de ideas, cambia por completo la concepción de la pureza, se podría afirmar que es el modo justo de estar en relación con Dios y con nuestros hermanos. Como el leproso del Evangelio, estamos también nosotros llamados a ir a Jesús y pedirle: “si quieres puedes purificarme”. “si quieres Señor”, puedes restituirme la capacidad de adorarte y de ofrecerme todo mi ser, mi espíritu, mi alma, mi cuerpo en todos sus aspectos, así como es, como sacrificio agradable a Ti. “Si quieres Señor”, purifícame; si lo quieres puedes devolverme la serenidad del corazón, la mirada limpia que me permita mirar a las personas con respeto, que me permita entrar en una lógica del perdón, de misericordia, sin exclusión alguna. El corazón puro es el corazón que tiene las características anunciadas en las Bienaventuranzas: es un corazón pobre en el espíritu, un corazón manso, un corazón misericordioso, un corazón que busca la paz. Beato, por lo tanto, los limpios, los limpios de corazón, o sea los que son purificados por Cristo, porque verán a Dios. Solo el Señor nos podrá dar esta gracia, sólo Él puede hacernos puros de corazón. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? “Todo lo puedo en aquel que me fortalece”, dice San Pablo. Para este enfermo fue determinante el encuentro con Jesús. A Jesús debemos dirigirnos con la misma audacia, con la misma humildad, con la misma tenacidad del leproso del evangelio de hoy. Este grito puede convertirse en nuestra oración: “si quieres, Señor, puedes limpiarme”. Naturalmente Jesús quiere. Su voluntad, como dice san Pablo a los tesalonicenses, es nuestra santificación y nuestra purificación. “Lo quiero”, ¡quedas purificado!” nos responde Jesús. Esto nos permitirá ver a Dios, reconocerlo, tener una mirada limpia. Esto nos permitirá a la luz de la fe, de la esperanza, abrir nuestros ojos del corazón para ayudarnos a reconocer a Dios presente, activo, en todas las circunstancias de nuestra vida. Nos fortalece para la misión continua, para ver a Dios en nuestros hermanos y hermanas, especialmente los más necesitados de salud del cuerpo y de alma. “Si lo quieres Señor, puedes limpiarme”. “lo quiero, ¡quedas limpio!”.