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predicación orante

Vie 22 Jun 2018

Anunciar la Salvación es la gran misión del profeta

Primera lectura: Is 49,1-6 Salmo Sal 139(138),1-3.13-14ab.14c-15 (R. 14a) Segunda lectura: Hch 13,22-26 Evangelio: Lc 1,57-66.80 Introducción La liturgia de hoy nos orienta a identificar la misión de San Juan Bautista: será profeta del Altísimo, luz de las naciones, que dispone el camino para recibir la luz verdadera, Cristo. Anunciar la Salvación es la gran misión del profeta. Dios le da la fuerza y la gracia para cumplir la tarea encomendada, Dios no lo desampara “lo forma portentosamente”, y así tendrá la valentía para anunciar y denunciar. El precursor tiene una tarea especial: preparar el recibimiento del Mesías. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Este texto hace parte de los relatos de la infancia de Jesús. El evangelista Lucas quiere transmitir que Juan es un regalo de Dios a su madre y a su pueblo. En Israel el nacimiento de un niño es ocasión de celebración. Dios ha librado a Isabel de la esterilidad y a Zacarías le tiene una misión como profeta, en su inspirado cántico, todo esto en ambiente de alegría. Dios se manifiesta con su misericordia, en situaciones particulares: un hijo inesperado, de padres mayores; el nombre tampoco se esperaba, según la tradición el primogénito debía llamarse como su padre, Zacarías. (Para el mundo semítico el nombre es el resumen de lo que es la persona, su destino y su identidad humana y religiosa). Pero todo cambia, Padre y Madre se ponen de acuerdo para escoger un nombre como inspirado por Dios: Juan, “Dios es propicio”, “El Señor da gracia”. Ahí Zacarías recobra la voz porque ya está en sintonía con el Plan de Dios, ahí también hay un milagro inesperado. De todo esto tan inesperado en el nacimiento de Juan el Bautista, los vecinos se interrogan ¿qué será de este niño? La mano de Dios, llena de bondad y misericordia, se vio desde el nacimiento del precursor. Zacarías, de sacerdote incrédulo, ante tan inesperados acontecimientos también se convierte en profeta, manifestando en su cántico, en primer lugar, una alabanza de las maravillas del Señor: “Él ha visitado y redimido a su pueblo”. Esa acción que está en pasado, se manifestará en plenitud en Jesús, Salvador. Zacarías también canta el lugar que Juan tiene en el plan de Salvación, heraldo que anunciará la llegada del Salvador y preparará su camino, llevando al pueblo al arrepentimiento. Es importante la descripción del Mesías, se le llama: “sol que nace de lo alto”, con dos tareas especiales: iluminar a los que viven en tinieblas y guiar sus pasos por el camino de la paz.

Vie 1 Jun 2018

El cuerpo de Cristo, alimento que fortalece y su sangre bebida que purifica

Primera lectura: Éx 24,3-8 Salmo Sal 116(115),12-13.15-16. 17-18 (R. 13) Segunda lectura: Hb 9,11-15 Evangelio: Mc 14,12-16.22-26 Introducción Al meditar y orar con las lecturas de la liturgia de la Palabra de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, destaco las siguientes ideas temáticas: El tema central de este domingo está en la alianza, la del Sinaí y la nueva realizada por Cristo. La alianza del Sinaí señala el nacimiento del pueblo de Dios, la nueva alianza, da origen al nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. Un segundo, es el valor redentor de la Sangre de la alianza, que se presenta en toda liturgia de la Palabra. Los textos bíblicos evocan los ritos del Antiguo Testamento en los que se derrama sangre como signo de la alianza que Dios estableció con su pueblo. El significado de esta alianza es ahora llevado a plenitud por el Señor Jesús, que hoy repite en la eucaristía “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos” Mc. 14,24. Una tercera línea de reflexión es la institución de la Eucaristía. En el ciclo B de la liturgia dominical leemos en el evangelio, el relato que nos recuerda los gestos y palabras que el Señor realizó antes de morir, dejando el mandato de realizar esta nueva cena pascual, en memoria suya. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? El libro del Éxodo en el capítulo 24, describe la conclusión de la alianza realizada en el Sinaí. Este relato reviste gran importancia para el pueblo llamado “pueblo de la alianza”, porque precisamente señala el nacimiento del pueblo de Dios. En el texto se recuerda como el Señor se hace el Dios de Israel e Israel se convierte en el pueblo del Señor, en esta nueva relación el rito que acompaña y sella la alianza se enmarca en el sacrificio de comunión (v. 5) y el rito de la aspersión con la sangre (v.v. 6-8). El sacrificio de comunión evoca la restauración de las relaciones amistosas entre Dios y el pueblo. Mediante la alianza se rehace y se restaura la paz y armonía rotas por el pecado. El rito de la aspersión con la sangre sobre el altar y sobre el pueblo, simbolizan la comunión que la alianza establece entre el Señor y las tribus de Israel. El Salmo 115, constituye una acción de gracias, dirigida al Señor que libera de la aflicción y la muerte. El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se bebe el cáliz ritual. El capítulo 9 de la carta a los Hebreos, explica el sacrificio de Cristo a partir de elementos comparativos del AT, pero con un cambio radical de su significado, vale la pena destacar el (v. 12) “Y penetró en el santuario una vez para siempre, no presentando sangre de machos cabríos, no de novillos, sino su propia sangre. De ese modo consiguió una liberación definitiva”. Cristo vuelve al Padre y entra a su presencia de una vez para siempre, esta entrada la realizó a través de un sacrifico y de su gloriosa resurrección. Con su cuerpo renovado por la resurrección, consiguió la liberación eterna, de este modo se inaugura la “alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna” (v. 15) El Evangelio de Marcos, en el capítulo 14, presenta el relato de la última cena de Jesús. La víspera de su pasión y muerte, Jesús interpreta a los discípulos el sentido de su muerte. “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre... de la alianza”. Jesús se mueve en un clima estrechamente sacrificial. Del mismo modo que en los sacrificios era derramada la sangre sobre el altar, así Cristo derrama la suya en el altar de la cruz. La sangre de los sacrificios que tiene carácter expiatorio, hoy adquiere plenitud, es para el perdón de los pecados de todos los hombres. Con el sacrificio de Cristo se inaugura la “nueva alianza”.

Vie 25 Mayo 2018

Somos comunidad de amor y de vida

Primera lectura: Dt 4,32-34.39-40 Salmo Sal 33(32),4-5.6+9. 18-19.20+22 (R. cf. 12) Segunda lectura: Rm 8,14-17 Evangelio: Mt 28,16-20 Introducción La Palabra de Dios que ilumina esta solemnidad de la Santísima Trinidad, manifestación de la comunión de las tres divinas personas en la diversidad de su misión, nos ofrece varias ideas temáticas para la reflexión, la celebración y la aplicación en la realidad concreta de cada comunidad: Dios Padre, en Jesucristo, siempre está presente entre nosotros y continúa actuado sus maravillas. Somos comunidad de amor y de vida a ejemplo de la Santísima Trinidad. Llamados a vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios y con los hombres ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Sagrada Escritura nos ofrece el misterio de la Santísima Trinidad, no como un evento para entender y descifrar, sino para creer, celebrar y experimentar que Dios siempre acompaña y bendice a su pueblo, de ahí que le pone de presente su historia: ¿cómo se ha mostrado Dios en su recorrido de familia, de patria? En efecto, el texto del Deuteronomio, en consideración para esta celebración (Dt 4,32-34.39-40), se centra en recordar el camino que el pueblo ha recorrido y de cuánto el Señor ha hecho por él. Es una llamada a descubrir a Dios, no sólo como el Dios del pueblo, sino como el más cercano, el más comprometido con la historia del ser humano, el Señor de Israel: «dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como heredad» (Sal 33,12). Este gozo que da al hombre descubrir al verdadero Dios y tener experiencia de Él en su propia vida, le permite confesarlo como su Señor, su único Dios. El Salmo 33 es un himno de alabanza al poder y a la providencia de Dios que frente a la debilidad humana aparece la fuerza de la palabra creadora y de la providencia solícita del Señor para con sus fieles. Del mismo modo que Dios, al comienzo de la creación, por su palabra, mandó que surgiera el mundo, así también, por su palabra creadora manda, que surja el bien. Se trata de que el hombre esté convencido en todo momento que la fuerza providente del Señor está del lado de aquellos que confiesan que sólo el Señor es su auxilio y escudo y que sólo en él se alegra el corazón. Pablo, por su parte, en la carta a los Romanos (8,14-17), desarrolla la nueva condición del bautizado, que ha recibido el don del Espíritu que da la vida en Cristo. En efecto, nos encontramos en la plenitud del don. La «carne», la Ley... nos pone en referencia con todo lo caduco, lo finito, lo que cierra al ser humano en sí mismo, y por lo tanto, lo separa de Dios. El don, el «Espíritu», en cambio, realiza la obra de abrir a la vida, y nos hace «hijos de Dios», y capaces de gritar «Abbá». Este Espíritu que impulsó a Jesús a la misión y que nos hace gritar Abbá, nos hace «hijos» en el Hijo, para vivir la misma relación de comunión que Cristo vivió con Dios, y con los hombres. Finalmente, el evangelio de Mateo (28,16-20), que describe la aparición de Jesús a los once, presenta el envío misionero como el modo de salir, acompañados por el don del Espíritu, al encuentro del otro para hacerlo discípulo en el nombre de Dios. Este envío es presentado en tres momentos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra», «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones... enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado» y, concluye con la afirmación de la presencia de Jesús en la comunidad: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»; Él, que llamó a los discípulos y los envió, sigue estando presente en medio de ellos, mientras ellos hacen discípulos para seguir al Maestro.

Vie 27 Abr 2018

Creyendo y amando podemos ser discípulos del Señor

Primera lectura: Hch 9,26-31 Salmo Sal 22(21),26b-27. 28+30.31-32 (R. 26a) Segunda lectura: 1Jn 3,18-24 Evangelio: Jn 15,1-8 Introducción Somos la viña del Señor, el pueblo que Dios se escogió y que ama entrañablemente. Jesús, el Hijo de Dios, que se nos presenta como la Vid Verdadera, de cual hacemos parte porque somos sus sarmientos y, por lo tanto, llamados a dar buenos frutos si nos dejamos podar y si permanecemos unidos a Él. Dios Padre nos concede creer firmemente en Él y en su Hijo y envidado, Jesucristo, e igualmente, nos concede amarlo sin medida, amando a nuestros hermanos los hombres. Creyendo y amando podemos ser sus discípulos y misioneros que vivamos y extendamos su reinado. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? La Iglesia es fundamentalmente el misterio de nuestra incorporación personal y comunitaria a la Persona viviente de Cristo Jesús. Incorporación interior y profunda, mediante la vida de fe, de gracia y de caridad. Y también incorporación garantizada externamente, mediante nuestra permanencia visible a la propia Iglesia, una, santa, católica y apostólica y que Cristo instituyó para prolongar su obra de salvación hasta el fin de los tiempos. En la primera lectura de los Hechos nos presente cómo Pablo fue predestinado y elegido por Dios para realizar la obra de Cristo. Y fue plenamente de Cristo, cuando quedó aceptado e incorporado a su Iglesia jerárquica y visible, como garantía de comunión con los demás cristianos. Con el Salmo 21 decimos: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos comerán hasta saciarse. Alabarán al Señor los que lo buscan; viva su Corazón por siempre. Lo recordarán y volverán al Señor, se postrarán las familias de los pueblos. Ante Él se inclinarán los que bajan al polvo. Me hará vivir para Él, mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura...” En la segunda lectura, Juan en su primera carta muestra cómo la garantía más profunda de nuestra sinceridad cristiana está siempre en la autenticidad de nuestra fe, verificada en el amor, como comunión de vida con el Corazón de Cristo, Amor avalado por Padre, este es su mandamiento que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y que nos amemos mutuamente. En el evangelio de Juan el Señor nos dice: “El que permanece en Mí y yo en él, ése da fruto”. La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Las lecturas de hoy nos ayudan a reconocer nuestro propio ser cristiano. Más de una vez nos encontramos como fuera de juego en el campo de la vida cristiana. Parece que todo se ha desvanecido y nos hallamos extraños para nosotros mismos: la Palabra, los Sacramentos, la misma oración ya "no nos dicen nada". Es reconfortante leer despacio y profundizar el evangelio de hoy. Lo dice claramente, ser cristiano no es algo afectivo que dependa de nuestro estado de ánimo. Nuestra vinculación con Cristo real y gratuita, no depende de nuestros méritos, sino de Cristo mismo quién con su muerte y resurrección nos ha configurado con Él; realidad que él mismo la presenta con la imagen "Yo soy la vid, ustedes los sarmientos". Es decir, estamos enraizados en un origen dado en el bautismo, que nos da fuerza y produce fruto, en virtud del cual podemos vivir una existencia útil y llena de sentido. A nosotros nos toca la tarea de no romper ese vínculo que nos vincula con el Resucitado. San Juan, en la segunda lectura, nos anima a poner nuestra confianza en Dios para vivir en paz interior y dar mejores frutos. En efecto, al decir "si la conciencia no nos condena, podemos acercarnos a Dios con más confianza", quita fuerza a nuestros escrúpulos, a los estados de hora baja o aridez. Sólo el pecado grave rompe nuestra vinculación con Cristo. Somos invitados, por tanto, a refugiarnos en la misericordia divina "pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo". ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Hoy Jesús nos recuerda que Él es “La Verdadera Vid”, aquella donde se injertan los sarmientos, que somos nosotros. Una Vid con profundas raíces, que irradia a través de la cepa la savia que da la vida, que no es otra que el Amor de Dios. Hoy día, para el común de muchas personas, es más importante la apariencia, lo externo, la imagen, se mide a las personas por su exterior y se valora públicamente todo lo que tiene que ver con la fachada corporal. No están de moda las grandes profundidades. Estamos perdiendo la identidad cristiana, religiosa, la raíz de nuestro ser. Y ya se sabe, cuando no hay raíz, uno está sujeto a cualquier viento. Sin embargo, sabemos que sólo lo que se construye con esfuerzo, con sacrificio, que tiene hondas raíces, es lo que perdura en la vida. Sabemos que, ante las dificultades y fracasos, si no hay profundidad en la persona, se desmoronan nuestras convicciones y tendemos a caer en la amargura, la decepción, el desencanto e incluso el sinsentido de la vida. Los cristianos también pretendemos vivir un cristianismo fácil, cómodo, que no nos exija demasiado, acomodado a los tiempos vacíos que vivimos. Y no es que todo lo que tiene el mundo moderno sea malo, para nada. Hay muchas cosas buenas, muchos avances que han mejorado la vida de las personas, muchos adelantos que han facilitado el mejor desarrollo de nuestras potencialidades. Hay más libertad, más derechos, más posibilidades para todos, aunque no siempre equitativamente repartidas en nuestro mundo. Pero es claro que, a la vez, estamos perdiendo valores esenciales, humanos, necesarios para ser felices. Qué bueno es hoy escuchar a Cristo que nos invita a afirmar y asentar nuestras vidas sobre fuertes raíces, que no son otras que las raíces de la fe y del amor. Para nosotros Cristo el centro de nuestra fe y sin Él no podemos dar buenos frutos. Unidos, más que nunca, a la Vid Verdadera, que es Jesús; anclados en El por medio de la oración, de la participación en la vida de la Iglesia, viviendo de la gracia maravillosa que mana de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y compartiendo penas y esperanzas con la comunidad, sólo podremos dar frutos abundantes, frutos que perduren, frutos según Dios. Sólo así perderemos el miedo a manifestarnos como lo que nos pide Cristo: como auténticos discípulos y misioneros; somos los sarmientos de su Cepa, con Él lo podemos todo, a su lado podemos ser verdaderos artesanos del perdón, la reconciliación y la paz. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? En la celebración de la Pascua somos incorporados bautismalmente en la persona de Jesús, muriendo y resucitando con él. La Pascua de Jesús hace posible en el mundo que la vida abundante y con calidad. El sarmiento es trabajado dolorosamente por el viñador. Se habla de “cortar” y de “podar”. Ahora podremos comprender mejor el sentido de la poda: Dios interviene en nuestra vida con la Cruz y la Cruz es salvífica. Cuando Dios interviene en nuestra vida con la Cruz, no quiere decir que esté rabioso con nosotros, ni que nos esté castigando. Se trata de lo contrario. El viñador poda el sarmiento para que dé más fruto. Es necesario “podar”, tomar decisiones para cambiar, para moldear nuestra vida de discípulos, para que Jesús crezca en nosotros, para ir poco a poco llenándonos de Cristo. Lo que el Padre quiere, lo que más desea de nuestra vida, lo que le da gloria es: que demos mucho fruto y que lleguemos a ser de verdad discípulos de Jesús. Dios quiere, que se desarrollen todas las potencialidades de nuestra existencia, que nuestro proyecto de vida sea exitoso, que se refleje en nuestro rostro la plena felicidad; para ello tenemos que permanecer unidos a Jesús. La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida de Cristo con los suyos, que ya comenzó en el bautismo. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero se prolonga a lo largo de la jornada en comunión de vida y de obras. La Eucaristía dominical es la celebración de la vida, de la fuerza radiante de la vida pascual, que vence todas las esterilidades, tristezas de nuestra vida y que nos fortalece para que obremos el bien y demos buenos frutos.

Mié 11 Abr 2018

Dejemos los miedos y dudas, construyamos paz y esperanza

La Palabra de este domingo nos recuerda el testimonio de quienes fueron testigos de la pasión, muerte y resurrección del Santo y del Justo, el autor de la vida, quien murió por nuestros pecados y los del mundo entero; a quien Dios resucitó de entre los muertos y quien es el Mesías, que está presente en nuestro caminar y nos invita a trabajar con amor y esperanza en la construcción de caminos de conversión y perdón, de esperanza y encuentro. Salmo Sal 4,2.4.7.9(R. Cfr. 7b) Segunda lectura: 1Jn 2,1-5ª Evangelio: Lc 24,35-48 Primera lectura: Hch 3,13-15.17-19 Introducción La Palabra de este domingo nos recuerda el testimonio de quienes fueron testigos de la pasión, muerte y resurrección del Santo y del Justo, el autor de la vida, quien murió por nuestros pecados y los del mundo entero; a quien Dios resucitó de entre los muertos y quien es el Mesías, que está presente en nuestro caminar y nos invita a creer y a trabajar con amor y esperanza en la construcción de caminos de conversión y perdón, de esperanza y encuentro, de convivencia humana y caridad, para que compartamos la alegría de ser constructores de Paz y esperanza, como nos lo recordó su santidad el Papa Francisco en su reciente visita a Colombia: ¡Sigan adelante! ¡no se dejen vencer, no se dejen engañar, no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa! ¡Sigan así! (Primeras palabras, Nunciatura Apostólica, Bogotá, 6 de septiembre de 2017) ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? En los Hechos, escuchamos que Pedro inicia su mensaje identificando al Dios de Israel, como el Dios de nuestros padres, quien es el mismo Dios de Jesús, a quien resucito: “El Dios de Abraham, y de Isaac, y de Jacob, el Dios de nuestros padres”(griego: pateron). E identifica a Dios con estos patriarcas para recordarnos que Abraham, Isaac, y Jacob son los progenitores, “padres”, la fuente originaria, la semilla fundante, del pueblo de Israel. Su siervo Jesús, Cristo, a quien el Dios de Israel “ha glorificado, como lo había prometido a su Hijo amado, Jesús”. Gloria que se refiere al señorío y la majestad de Dios. Gloria de Dios, revelada a la humanidad, principalmente de tres formas: En el tabernáculo y en el templo, a través de la presencia Divina; en obras mesiánicas de Salvación; y en el juicio. Gloria que Dios comparte con Jesús. Gloria de Dios y gloria de Cristo quien revela su presencia en nosotros y en la comunidad, en su obra salvadora y en el juicio. Pedro le habla al pueblo de Jesús de forma categórica: “Dios… ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y de quien renegaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo”, para mostrar que Jesús ha sido traicionado, entregado en manos de pecadores y matado como un criminal. Así deja claro ante la multitud que ellos fueron los responsables de la muerte de Jesús, el Mesías, al exigir que Pilato soltara a un asesino, Barrabás, y condenara a Jesús. Pero Pedro abre la puerta del perdón y advierte “mas ahora, hermanos,sé que por ignorancia lo hicieron, igual que sus autoridades”, con lo que pasa del juicio a la gracia. Por lo que se concluye: Juicio sin gracia destruye, y, a la vez, gracia sin juicio es ‘gracia barata’, “el enemigo asesino de nuestra iglesia” (Dietrich Bonhoeffer,The Cost of Discipleship). Necesitamos el perdón de Dios y nuestro arrepentimiento. El Salmo 4, es una oración de la tarde, con invocación al “Dios de mi justicia” por quien “en paz me acuesto”, con la insistencia en que "Dios es el único necesario". La "confianza" en Dios está en abandonarse en el sueño, en el silencio de esta muerte aparente con la seguridad que vamos a despertar. San Juan, en su primera carta, nos presenta a Jesucristo, sacrificado por nuestros pecados, quien había advertido su muerte para “que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos…”, había invitado a guardar sus mandamientos, a ser fieles, como signo de que lo conocemos, y a amar y alabar a Dios con sentimientos de gratitud. San Lucas identifica, al discípulo misionero, quien reconoce a Jesús y tiene un estilo de vida: de paz y alegría, de conversión y perdón, de encuentro y testimonio; diferente al mundo, que sigue el sistema anti Dios, por lo que rechaza permanecer en Él y vivir como Él, como señales del auténtico cristiano, que cree que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios venido en cuerpo humano; obedecela Palabrade Dios; y que vive la paz y ama, perdona y sirve a los hermanos. Hasta a los mismos discípulos se les dificulta aceptar los acontecimientos de la pasión y muerte, creen que todo había terminado con la muerte del Señor; pero se encuentran con la sorpresa de Dios, al resucitar a Jesús, quien se les manifiesta en el camino de Emaús, en el cenáculo y otros lugares donde irrumpe para quitar el miedo y la pesadumbre e impulsarlos a ser testigos y anunciadores de la nueva verdad: ¡el Señor resucitó! Él quiere reconfortar a los suyos en la fe y que se tome conciencia de su presencia, de su compañía, por eso los invita a que lo toquen, a que le palpen sus heridas y le den comida. Come con ellos y les recuerda los momentos vividos para que se cumpliesen las Escrituras. DESCARGA PREDICACIÓN ORANTE ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? El Señor Jesús ayuda a los discípulos a superar el miedo y terror, el espanto y la incredulidad. Les muestra las manos y los pies, diciendo: “¡Soy yo!”, y manda palpar el cuerpo, diciendo: “Porque un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.” Muestra sus manos y sus pies, porque en ellos están las marcas de los clavos. Cristo resucitado es Jesús de Nazaret, el mismo que fue muerto en la Cruz, y no un Cristo fantasma como imaginaban los discípulos viéndolo. Les pide palpar su cuerpo, porque la resurrección es resurrección de la persona toda, cuerpo y alma. Nada que ver con los griegos y la teoría de inmortalidad del alma o con la reencarnación. Dios, de forma maravillosa, cumplió en Jesús, su designio. Jesús, el enviado, desarrolló la mayor parte de su vida pública en la tierra, con sus discípulos, y les había anunciado todo lo relacionado con Él en las Escrituras, por eso ahora al hablarles les abrió el entendimiento y comprendieron lo sucedido. El Papa Francisco, en la Misa en Villavicencio, aludiendo a la beatificación de los mártires Monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y del Padre Pedro María Ramírez Ramos, nos recuerda que: Jesús es el Emmanuel que nace y el Emmanuel que nos acompaña en cada día, el Dios con nosotros que nace, el Dios que se sacrifica por nosotros, resucita y camina con nosotros hasta el fin del mundo; y se manifestó en quienes dice: “son la expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.”. (Homilía, Villavicencio, 8 septiembre de 2017). ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? El Señor Jesús está presente entre nosotros, pero hoy encontramos opiniones diversas y contradictorias acerca del testimonio que damos los cristianos. Están los que dicen que: estamos lejos de ser testigos, que nuestro comportamientoen lugar de ser buena noticia, por ser portadores de la Palabra de Dios, es muy dudoso, temeroso y tímido. Otros opinan que: necesitamos experimentar su presencia resucitada para convertirnos y renovarnos, porque nos falta fe. Y están los que afirman que: en la medida que reconocemos que su amor actúa en nuestras vidas y nos dejamos llenar de su Espíritu, podemos caminar día a día siendo testimonios vivos para otros hermanos. Este reconocer en nuestro camino al Resucitado, experimentarlo en nuestra vida, nos da el poder ser testigos, ser lámparas y senderos para anunciarlo, como el Mesías. Se trata, por tanto de invitar a reconocerlo y confiar en su Misericordia de Hijo de Dios; dejar las dudas y terror y, por el contrario, verlo y escucharlo en quienes esperan compasión; comprender las Escrituras y tener actitudes de misericordia en la oración y la acción, en la palabra y la vida y en la acogida y el trato; convertirnos y a agradecer el regalo de la salvación con una vida fraterna y solidaria, de perdón y paz; ser apóstoles de misericordia y hacer de los mandamientos vida que nos lleve a amar y servir a los otros y nos prepare para el encuentro definitivo con el Señor, y a vivir de fe y amor para tener fortaleza en la lucha y consuelo en las dificultades. ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? Como la incredulidad y la duda se anidan en nuestro corazón, nos debilitan espiritualmente y nos confunden en las certezas de la fe, necesitamos colocar nuestra vida ante la presencia de Dios y su Hijo Resucitado, que es quien nos ayuda a superar todas las sombras, los vacíos y las fragilidades humanas, nos renueva con su poder y nos impulsa a ser testigos del amor revelado y a asumir nuestra misión como discípulos misioneros suyos. Uno de los modos de encuentro con Jesucristo, y que la celebración Eucarística debe fortalecer en nosotros, son los pobres. El Papa Francisco, en su visita a Colombia y concretamente en su intervención en el ángelus, en Cartagena, nos anima a descubrir cómo el Señor nos enseña y nos habla a través del ejemplo de los sencillos y de los que menos cuentan: “Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez”. (Ángelus y visita a la casa santuario de san Pedro Claver, Cartagena, 10 de septiembre 2017).

Jue 5 Abr 2018

Fe, amor, perdón y paz crean fraternidad y solidaridad

Estamos convencidos de la presencia del Señor Resucitado. El mensaje bíblico de este domingo de la Divina Misericordia, nos conduce a mirar y reconocer que la fe y el amor, el perdón y la paz, crean fraternidad y solidaridad; por eso demos “gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.” Escuchemos atentos. Primera lectura: Hch 4,32-35 Salmo Sal 118(117),2-4.15c-16a+17-18. 22-24 (R.1) Segunda lectura: 1Jn 5,1-6 Evangelio: Jn 20,19-31 Introducción La Palabra de Dios para este domingo, nos orienta y nos presenta testimonios de cómo la comunidad cristiana debe identificarse por la fe y el amor, la misericordia y la confianza en Dios, nuestro Padre. Igualmente, nos encamina a encontrarnos con Jesús de Nazaret para que podamos comprender y tener experiencia del amor misericordioso de Dios, quien cumple su designio de salvar la humanidad por amor y en el amor. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Los textos bíblicos dicen: que la comunidad cristiana se identifica por la fe y el amor, la misericordia y la confianza. Cada texto muestra cómo el amor a los otros es fruto del amor a Dios y del creer que Jesús es el Hijo de Dios; cómo el testimonio que dan los apóstoles de su resurrección y presencia, lleva a la vida de comunidad y comunica espíritu de servicio activo; y cómo el encuentro con Jesús resucitado como Señor contagia alegría y empuja a confesar la experiencia de la novedad de vida, a disfrutar la paz y a vivir de fe y de confianza. El Salmo refleja los misterios redentores de la vida de Cristo, quien lo cantó al final de la Última Cena y en la acción de gracias de la Nueva Alianza, que inauguraba con la Eucaristía. En los Hechos se refleja el optimismo y la conducta ejemplar de los primeros cristianos, quienes escuchan el testimonio valeroso de los apóstoles, están unidos y comparten todo. Sin duda, María está presente y con sus cuidados maternales y sus delicadezas femeninas crea el ambiente de familia y de comunidad con el que acompaña el nacimiento de la Iglesia. La primera Carta de San Juan, dice que el Espíritu es quien da testimonio acerca de Jesucristo, quien vino por el agua y la sangre. Él es el Mesías, el Hijo de Dios, anunciado, nacido, muerto y resucitada, en quien el amor venció la muerte. El relato evangélico de la aparición del Resucitado a sus discípulos, el primer día de la semana, en una casa en Jerusalén, donde estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos, nos recuerda que, tras la muerte de Jesús, la fe de los apóstoles tambalea y queda en riesgo, igual que la fe de sus discípulos y todos los suyos; pero que se robustece al escuchar el saludo de paz, al ver sus manos y costado, al renovar el envío y recibir el soplo del Espíritu. Jesús, el hijo de María, ahora resucitado, es el Hijo de Dios, Redentor y Salvador de Israel. Es el Mesías esperado por todos los pueblos, naciones y por la humanidad entera. Al que llamaban “Rabbí” -Maestro-, ahora Tomás le dice: “Señor mío” y “Dios mío". Comienzan las nuevas realidades: a la muerte y al miedo, le suceden las apariciones y la alegría; a la entrega en la Última Cena, le sigue la presencia del Señor y Dios vivo que les acompañará siempre; María, la “Madre de Jesús”, será para los apóstoles y discípulos ‘Madre del Señor’, o ‘de mi Señor’, por lo que crece su alegría, al cumplir la misión de la entrega misericordiosa de su Hijo desde la Cruz, de cuidar sus hijos, de hacer que crean en el Hijo de Dios y tengan vida eterna. DESCARGA LAS ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Si miramos hacia Jesús de Nazaret, crucificado, y creemos en Cristo resucitado, podremos comprender el gran amor misericordioso de Dios, quien se hace carne en Jesucristo, actúa en la Iglesia, madre de toda la humanidad, mediante el Señor Jesús, quien, de forma sencilla y maravillosa, cumple su designio de salvar la humanidad por amor, y cumple la voluntad del Padre: que todos se salven. La fe de quienes entienden que Jesús es el Mesías, sin haber visto la persona de Cristo, muerto y resucitado, hace sentir tal alegría que es capaz de transfigurar al cristiano y darle la seguridad de la salvación, meta de la fe, el amor y la esperanza. Fe, la que en Tomás se torna experiencia espiritual que lo reta a crecer en la Palabra sin ver; y que motiva en la comunidad cristiana actitudes alegres y profundas de escucha, oración, perdón, servicio y disponibilidad para la fracción comunitaria del pan y para colocar los bienes al servicio de los otros, lo que despierta admiración y motiva a adherirse al grupo. ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? Dios me ama, nos ama a todos y ama toda la creación. En su visita, el Santo Padre Francisco nos invitó a soñar, arriesgar, dejar el miedo y a tomar iniciativas. Motivó al pueblo colombiano y, especialmente, a los jóvenes, reunidos en la Plaza de Bolívar, a reconocer el amor de Dios, “Dios nos ama con amor de Padre y nos anima a seguir buscando la Paz” y a repetir con él: “Dios nos ama.” Es Voz, que con entusiasmo allí proclamó y quiere ser repetida en toda la tierra: Dios me ama, Dios nos ama a todos, Dios es misericordioso. Igualmente, el Papa nos dijo, en la el Plaza de la Macarena, en Medellín: “Todos somos pecadores, todos necesitamos del perdón y la misericordia de Dios para levantarnos cada día; Él arranca lo que no está bien y hemos hecho mal, lo echa fuera de la viña, lo quema. Nos deja limpios para poder dar fruto. Así es la fidelidad misericordiosa de Dios para con su pueblo, del que somos parte. Él nunca nos dejará tirados al costado del camino, nunca. Dios hace de todo para evitar que el pecado nos venza y que después nos cierre las puertas de nuestra vida a un futuro de esperanza y de gozo. Él hace de todo para evitar eso, y si no lo logra se queda al lado, hasta que se me ocurra mirar para arriba, porque me doy cuenta que estoy caído. Así es Él”. (Encuentro con sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas y sus familias, Medellín, 9 de septiembre de 2017). La fe en Jesús, el Cristo, nos hace merecedores de su acción misericordiosa y su bendición divina de salvación. Es por esto que la fiesta de la Divina Misericordia, que se nos propone a la luz del evangelio de hoy, es un impulso a reconocer la bondad divina, a agradecer su inmenso amor y a fortalecer nuestra fe de tal modo que nos ayude a amarlo y a amarnos más; nos recuerda las ideas que el Santo Padre Francisco expresó en la bula “Misericordiae Vultus”, al convocar el Jubileo de la Misericordia, el 13 de marzo de 2015, y que podemos tener presentes para tener experiencia de la misericordia divina: 1°. Jesucristo es el rostro de la Misericordia de Dios Padre, a quien nos revela. 2°. Contemplemos el misterio de la misericordia para ser compasivos y misericordiosos. 3°. La misericordia de Dios es una realidad concreta, que pide actitudes de buen trato, de palabra sincera, oración y servicio fiel. 4°. Jesús nos revela a Dios Padre, compasivo y misericordioso, que vence el pecado, y nos pide atesorar perdón y paz, fraternidad y solidaridad, para el encuentro definitivo con el Señor. 5°. La Iglesia está invitada a anunciar con alegría el perdón. 6°. Ser apóstoles de misericordia, que está dictada por el amor y centrada en la persona humana para comunicarla de modo que muchos más disfruten sus delicias. 6°. Todo cristiano está llamado a ser un oasis de misericordia: de fe y amor, de benevolencia y entrega, de fortaleza en las luchas y consuelo en las dificultades de cada persona. 7°. La misericordia de Dios, se refleja en el estilo de compromiso y vida de cada persona. 8°. Vivir las obras de misericordia, espirituales y corporales, lleva la riqueza de Jesús. 9°. El Sacramento de la Reconciliación expresa la grandeza de la misericordia y el cambio. 10°. Acoger la llamada a la conversión y cambiar de vida, supera toda justicia y toda devoción ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La misericordia posee un valor que sobrepasa todo límite, porque nos comunica con Dios y nos impulsa a ir a los otros y favorecer el encuentro. El vivir el encuentro con Jesucristo nos lleva a reconocer a Jesús como Hijo de Dios, a amar al Padre que le da el ser y al Espíritu que da testimonio de Él, para que fortalecidos en la fe manifestemos el amor a los hijos de Dios con actitudes, palabras y vivencia de los mandamientos. Este Domingo es para sentir la bondad de Dios, celebrar y confiar en la Misericordia Divina y para corresponder con actitudes de misericordia al prójimo, quien merece un trato amable y acogedor, palabras de ánimo, acciones positivas, oración constante y comprensión con justos y pecadores; practicando la caridad con el extraño y asumiendo el compromiso: perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden… y la sentencia: la fe sin obras de nada sirve para así vivir con gozo y dar gracias a Dios junto con toda la Iglesia.

Vie 30 Mar 2018

La adhesión de corazón y mente a Cristo cambia la vida

Primera lectura: Hch 10,34a.37-43 Salmo Sal 118(117),1-2. 15c+16a+17.22-23 (R. 24) Segunda lectura: Col 3,1-4 o 1Co 5,6b-8 Evangelio: Jn 20,1-9 Introducción La importancia de la homilía en este día de Pascua, la encontramos en la enseñanza del Papa Benedicto XVI: «Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos». (Audiencia, 26 de marzo de 2008). ¿Qué dice la Sagrada Escritura? Hch 10,34a.37-43 El libro de los Hechos de los Apóstoles es de alguna manera el cumplimiento del mandato misionero que está en el Evangelio y el contenido de esa misión es de carácter universal y se encarna en la persona de Jesucristo resucitado. Cuando Pablo presenta su discurso en el areópago, en medio de incomprensiones y burlas, demuestra que la esperanza cristiana en la resurrección y en la vida eterna es parte fundamental del mensaje misionero de la comunidad primitiva. Algunos elementos significativos del texto: El contexto de esta lectura es la visita que hace Pedro a la casa de Cornelio (10,24); es un signo que revela que el acontecimiento de la resurrección no hace acepción de personas, ni de pueblos, ni de culturas: es de carácter universal; llega incluso a la casa de un pagano, (10,34). El apóstol Pedro debe enfrentarse al reto de comer alimentos considerados impuros (10,9-20), ciertamente, Lucas advierte al lector que se trata de una visión que debe ser entendida como un ejercicio pedagógico para que Pedro entienda que la resurrección de Cristo trasciende normas y tradiciones. Es de singular importancia, que Lucas advierte que la iniciativa es “divina”. La misión que Pedro lleva adelante es guiada por la fuerza del Espíritu del Resucitado, que le permite entender que la obra que realiza no conoce fronteras. La enseñanza del apóstol enfatiza en la novedad del acontecimiento que anuncia; hace una especie de síntesis de la historia de la salvación que llega a plenitud con el acontecimiento de la Resurrección, que los hace testigos y da certeza que la fe se alimenta en el encuentro con el resucitado “nosotros que hemos comido y bebido con él después de la resurrección… (10,41). Innegable la alusión al misterio Eucarístico. El texto revela los contenidos del kerigma de la Iglesia primitiva. Salmo Sal 118(117),1-2. 15c+16a+17.22-23 (R. 24) El salmo 117 evoca la historia de la victoria de un rey e incluye una liturgia de acción de gracias. Un personaje importante -probablemente, el rey o el pueblo entero, personificado en este personaje- ha tenido que librar una fuerte batalla contra el enemigo. El combate ha sido recio y el peligro grande; la misma vida ha estado en trance. Ante las dificultades, se acudió al Señor, y el Señor mostró su poder, (Directorio Franciscano, la oración de cada día). Segunda lectura: Col 3,1-4 o 1Co 5,6b-8 La carta a los colosenses es una respuesta clara al temor del apóstol frente a tendencias que cuestionaban la centralidad de Cristo en el mundo. Dos aspectos importantes. El texto tiene una identidad profundamente bautismal, quien ha resucitado con Cristo se abre a la vida de Dios y esa participación se logra en el Bautismo. Si el Bautizado ha recibido la gracia que emerge de su inmersión en el Misterio Pascual, el apóstol le presenta unos compromisos: Creer en Cristo, pasar de las tinieblas a la luz (los bienes de arriba), vivir en búsqueda de la gloria de Dios, búsqueda que se va concretando en la vida cotidiana. “Vivir con Cristo escondido en Dios”, es la certeza del hombre nuevo transformado por Cristo resucitado que en el Bautismo ha superado la realidad del primer Adán y está llamado a reproducir la imagen del segundo Adán, Cristo, (1Cor 15,45). Evangelio Jn 20,1-9 El evangelio de Juan hace una lectura de las palabras y obras de Jesús, inspirado en el acontecimiento de la resurrección. Para Juan, la Fe y el Amor son el equipaje de quien dejándose guiar por el Espíritu, busca la verdad plena, Jesucristo resucitado. Algunas claves de lectura: La afirmación inicial “el primer día de la semana, muy de mañana” tiene dos notas interesantes: evoca el primer día de la creación, día de luz (Gn 1,5) y un adverbio de tiempo “muy de mañana” que aporta información sobre el momento en que ocurrió la resurrección. Se desvela el principio de continuidad propio de la historia de la salvación: Si Dios es el creador, también es el agente activo en la resurrección. Sin embargo, se ofrece un elemento contradictorio “va temprano al sepulcro cuando todavía estaba oscuro”, es una referencia a la falsa concepción de la muerte, ella no dimensiona la victoria de Jesús, por eso se llena de miedo, de angustia ante la realidad de la loza corrida y el sepulcro vacío. Los personajes: Magdalena, Pedro y el otro discípulo, interpelan al lector para que intente caracterizarlos: Magdalena es para el cuarto evangelista una auténtica discípula, lo acompañó en la Cruz y lo busca con pasión en la oscuridad del sepulcro. Pedro, encarna la figura del hombre experimentado en la serenidad, sin afanes pero con diligencia, observa la tumba vacía y los lienzos en su lugar. El discípulo amado, cuyo nombre no desvela el texto, es quien reconoce la primacía de Pedro al dejarlo entrar de primero a la tumba; es quien al entrar “vio y creyó”, los lienzos son signo que Jesús ha sido liberado de la muerte. Llama la atención la recurrencia con la cual el texto utiliza la palabra “Sepulcro” constituyéndose en el elemento articulador del mensaje, es una forma de insistir en la memoria de la muerte y de forma pedagógica es el camino para el encuentro con el resucitado. “Vio y creyó”. El «discípulo, a quien tanto quería Jesús», entró en el sepulcro vacío «vio y creyó». Lo que «vio» con sus ojos fue que en el sepulcro no estaba el cuerpo de Jesús, sino «las vendas en el suelo». El creer del discípulo no fue causado por lo que vieron sus ojos, sino más bien por lo que vio su corazón (Ef 1,18). Los discípulos entienden las Escrituras en el acontecimiento de la resurrección y comprenden la integridad de su ministerio. La resurrección despierta en los discípulos una nueva manera de leer las Escrituras. (Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret II, 295-299). ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? La Magdalena busca al Señor en medio de la oscuridad del Sepulcro y como no logra entender todavía la victoria de Cristo sobre la muerte, el desconcierto se apodera de ella. Nosotros ungidos por la fuerza del resucitado ¿dónde lo estamos buscando? En el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal ¿encontramos rasgos de la constancia de la Magdalena en la búsqueda del Señor?; ¿sabemos ceder el lugar a ejemplo del discípulo amado?; ¿nuestro ver y creer nos permiten acoger y tener fe en el resucitado? ¿hemos asumido la obediencia de la fe? Si Cristo resucitado es portador de una nueva vida y en la fe he identificado al crucificado con el resucitado ¿cómo me relaciono con los crucificados de la comunidad de la cual soy pastor propio? “Los invito a no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la historia de su gente…sólo Dios es Señor y a ninguna otra causa se debe someter nuestra alma de pastores”, (Papa Francisco, Visita a Colombia, encuentro con los obispos, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Como sacerdotes somos predicadores de la Palabra, debemos enseñar no nuestra sabiduría sino la Palabra de Dios. ¿entiendo, oro y predico la Palabra bajo la vivencia y el encuentro personal con el resucitado? ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? El acontecimiento histórico de la Resurrección del Señor es universal, es para todos los pueblos y todas las culturas, no excluye a nadie y hemos participado de este misterio por el sacramento del Bautismo y somos constituidos discípulos misioneros, “en todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar” (EG 119). La Resurrección de Cristo nos confirma que Dios es amigo de la vida, Él “no es un Dios de muertos sino de vivos” y nos habilita y envía como defensores de la vida y constructores de paz “ante las densas tinieblas que la amenazan y destruyen: las tinieblas de la injusticia y la inequidad social, las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales…las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes…” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, Homilía, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). La experiencia del discípulo amado ante la tumba vacía, enseña que “la fe es creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia…la resurrección del Señor ha penetrado la historia, no ha resucitado en vano…” (EG 278). El encuentro vivo con el Resucitado nos cambia la vida, permite que las víctimas de los diversos conflictos puedan superar su condición, mirándose en el crucificado que venciendo la muerte es el sobreviviente que nos dice: “Colombia, abre tu corazón de Pueblo de Dios, déjate reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, gran encuentro de oración por la reconciliación nacional, Villavicencio, 8 de septiembre de 2017). ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? El resucitado nos invita a hacer el camino del discípulo amado: ver y creer. Ver en las comunidades y en las personas la acción del Espíritu Santo que suscita una “viva experiencia de Dios y de su amor”. El encuentro con Jesús resucitado hace del discípulo misionero un servidor de la Palabra que lo acerca a los más pobres y necesitados y lo invita “a no tener miedo de tocar la carne de Cristo en los pobres”.

Jue 29 Mar 2018

Pascua: Con lámparas encendidas, esperamos al Señor resucitado

Lecturas: 1ª lectura: Gn 1,1 - 2,2 (forma larga) o Gn 1,1. 26-31a (forma breve) Sal 104(103), 1-2a.5-6.10+12.13-14ab.24+35c (R. Cfr. 30) o Sal 33(32),4-5.6-7.12-13.20+22 (R. 5a). 2ª lectura: Gn 22,1-18 (forma larga) o Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18 (forma breve) Sal 16(15), 5+8.9-10.11 (R. 1). 3ª lectura: Éx 14,15 - 15,1 (nunca se puede omitir) Sal Éx 15,1-2ab.2cd.3-4. 5-6.17-18 (R. 1a). 4ª lectura: Is 54,5-14 Sal 30(29),3-4.5-6.12ac-13 (R. 2a). 5ª lectura: Is 55,1-11 Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 (R. 3). 6ª lectura: Ba 3,9-15.32 - 4,4 Sal 19(18),8. 9.10.11 (R. Jn 6,68c). 7ª lectura: Ez 36,16-17a.18-28 / Sal 42(41),3. 5bcd; 43(42),3.4 o, cuando se celebra el Bautismo, Sal 51(50), 12-13.14-15.18-19 (R. 12a) o Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 (R. 3). Lecturas del Nuevo Testamento: Rm 6,3-11 / Sal 118 (117),1-2.15c+16a+17.22-23 / Mc 16,1-7 Introducción La Vigilia Pascual (VP) está caracterizada por la abundancia de los signos de la creación: la luz, en el rito de la bendición del fuego nuevo y el valor teológico del Cirio Pascual; el Gloria, el Aleluya, el agua, elemento natural con el cual la Iglesia materializa la grandeza del bautismo; la Eucaristía y una característica esencial de esta celebración es llevar a la comunidad a un encuentro orante con la Palabra de Dios. La liturgia de la Palabra nos presenta una visión amplia de la historia de la salvación y de manera progresiva introduce a la comunidad de fe a la contemplación de los principales acontecimientos. Las etapas de la historia de la salvación presentes en la Pascua del Señor se convierten en Pascua de la Iglesia (Rom 6,3-11) en el sacramento del Bautismo y, en la celebración Eucarística. (Augé Matías, a través del año litúrgico, 169). Las oraciones que se dicen después de las lecturas del Antiguo Testamento interpretan los pasajes bíblicos proclamados en clave: cristológica, eclesial y sacramental. Las lecturas que la Iglesia proclama en la Vigilia Pascual, se pueden distribuir, por razones pedagógicas, en tres bloques: a) Creación e historia de la salvación; b) anuncios proféticos; c) la palabra se cumple en la persona de Cristo. ¿Qué dice la Sagrada Escritura? A. Creación e historia de la salvación Gn 1,1 – 2,2 La acción creadora de Dios tiene como centro de su amor al hombre quien es constituido sagrario de la confianza divina. Una expresión de la misericordia de Dios es asociar al ser humano a la obra de la creación. La misión del hombre en la creación es parte del proyecto de Dios. La figura literaria del “jardín del Edén” tiene un valor profundamente teológico, con ella se expresan aspectos fundamentales: El bienestar por excelencia, la felicidad, la comunión misteriosa de Dios con el hombre donde él es el soberano de la historia. Gn 22,1-18 o Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18 El llamado de Dios a Abrahán está marcado por la dimensión de universalidad, lo que acontece en él, sus dudas, temores, fatigas, son el camino que debe recorrer para hacer la opción por el Dios de la promesa y constituirse en padre y modelo de la fe para la humanidad. La columna vertebral de esta narración se encuentra en el texto “toma a tu hijo único, a Isaac, ve a la zona de Moriá y sacrifícalo en mi honor, en el monte que te voy a indicar”. Nos ayuda a entender la presencia de este texto en la vigilia pascual el hecho que Isaac es figura de Jesús, “el predilecto, el amado del Padre” (Jn 3,16; Rom 8,32), Aquel a quien reconocemos como el “sacramento de nuestra fe”. Éx 14,15 - 15,1 Esta lectura contiene la narración de la acción liberadora de Dios sobre su pueblo. En este texto se pueden identificar dos momentos: La acción de Moisés que pone en alto su bastón, extiende su mano y el mar se divide y el resultado de esta acción es el paso del pueblo a la libertad (Ex 14,16). La obediencia de Moisés a Yahvé es sino de fe. El segundo momento es la angustia y el temor del pueblo que se enfrenta a Moisés que los exhorta a permanecer y a contemplar el signo de la nube que los cobija y los “oculta” de la mirada de los egipcios. La acción de Yahvé no se hace esperar: levanta el viento, acción que va más allá de lo natural y genera asombro y pánico entre el ejército egipcio que perece. Dios obra a favor de su pueblo como soberano y Señor y el pueblo confirmó su fe en Él (Ex 14,31). B. Anuncios proféticos y esperanza cierta Is 54,5-14 Sal 30(29),3-4.5-6.12ac-13 (R. 2a). Isaías presenta la figura del esposo y la esposa para significar la relación entre Dios y el pueblo. Dios como el esposo fiel y el pueblo como la esposa infiel a quien Dios-esposo ha creado y a pesar de la infidelidad, la vuelve a llamar y a tomar como propiedad. La manera de ser de Dios rompe la lógica de la tradición israelita sobre la fidelidad que era considerada sagrada y quebrantarla traía consigo graves castigos. El profeta expresa que el poder de Dios supera esa realidad y él se mantiene fiel a su palabra de salvación. El trasfondo de este texto es la Alianza de Dios con su pueblo. Is 55,1-11Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 (R. 3). Dios soberano dirige la historia de todos los pueblos e invita a participar de los dones de la nueva Alianza. En la figura de la lluvia que cae sobre la tierra se desvela una sana dependencia en la cual la promesa de una tierra no solo la da Dios, sino que es Él quien la riega, la cuida y cultiva. Apertura a la novedad de Dios. La acción misericordiosa de Dios es un llamado permanente a modificar conductas, a entrar en el sagrario de la propia conciencia y confrontarse con la Alianza. Contemplar los planes de Dios. En la expresión “mis planes no son vuestros planes, el lector debe fijar su mirada en un Dios que es universal, espiritual y salvador; su grandeza no le impide ser cercano, providente, misericordioso y bueno. Ba 3,9-15.32 - 4,4Sal 19(18),8. 9.10.11 (R. Jn 6,68). El texto de Baruc centra su mensaje en el pueblo que fue exiliado y se encuentra en Babilonia. Su predicación describe lo que significa para el pueblo la ciudad santa de Jerusalén, que con su templo y prácticas religiosas es el fundamento de su identidad y anuncia que ese amor por la tierra santa provocará el regreso y la restauración definitiva. Destacamos dos ideas: El profeta con sutileza confronta al pueblo con su realidad. El dolor de saberse fuera de su tierra es la consecuencia de haber suplantado el camino de Dios y trasgredido la Alianza. El profeta le sugiere al pueblo caminar en el esplendor de Dios y debe hacer memorial de las enseñanzas de la ley de la cual emerge la luz; los exiliados deben hacer conciencia que su mayor gloria es Dios, que están llamados a ser ejemplo para los otros pueblos y deben asumir su misión desde la Palabra del Señor. Ez 36,16-17a.18-28 / Sal 42(41),3. 5bcd; 43(42),3.4 o, cuando se celebra el Bautismo, Sal 51(50), 12-13.14-15.18-19 (R. 12a) o Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 (R. 3). El profeta Ezequiel invita a entender la Palabra de Yahvé que ilumina e interpreta la historia de su pueblo, y en medio del sufrimiento quiere sacarlo de su realidad de víctima y permitirle, ya no solamente desde una culpa colectiva, sino individual, ser sobreviviente en la nueva Alianza. La esperanza ocupa el centro del mensaje que busca hacer una lectura de las causas que originaron el exilio del pueblo elegido e identificar los caminos para volver a Dios. Entre las causas está la inclinación a la idolatría que generó una conducta social contraria al fundamento de la Alianza, “no tendrás otro Dios fuera de mi” (Ex 20,1-6). El comportamiento equivocado del pueblo ha profanado el nombre de Yahvé, han olvidado que Dios comprometió su nombre, y por la dignidad de su nombre devuelve la esperanza al pueblo. El honor del nombre de Yahvé es la salvación de su pueblo. La reunificación del pueblo en Jerusalén es la nueva esperanza; una nueva creación donde se infunde un espíritu nuevo que es figura de Cristo resucitado que sopla sobre los apóstoles y les confía la misión de la nueva creación. C. La Palabra se cumple en la persona de Cristo Rm 6,3-11 / Sal 118 (117),1-2.15c+16a+17.22-23 La salvación y la vida son el centro del texto. La Participación en la vida y la salvación obrada por Cristo, el apóstol la presenta en dos momentos: Participamos en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor por la gracia del Bautismo. Somos redimidos sumergiéndonos en la vida sacramental, en la cual muere el hombre viejo y emerge la nueva vida. ¡He aquí! la razón de la liturgia Bautismal en esta noche santa. El hecho que Cristo haya asumido nuestro pecado en el Misterio Pascual es la mayor expresión de la solidaridad de Dios con la humanidad 1.9 Mc 16,1-7 La estructura de este pasaje del evangelio ofrece cuatros momentos: El signo de encontrar la piedra corrida y la evidencia del sepulcro vacío expresan la realidad de la Resurrección, pero exigen la experiencia personal y comunitaria del Cristo vivo para identificar al Resucitado con el Crucificado. La realidad del sepulcro vacío genera fascinación, temores, dudas, admiración, se está ante la presencia de lo divino. Algo que trasciende la materialidad está sucediendo y los signos externos pasan a un segundo lugar y lo que se debe privilegiar es el contenido del mensaje que nos da la razón por la cual el sepulcro está vacío. ¡Cristo ha Resucitado! La Resurrección lo es todo, la víctima de la Cruz es el sobreviviente por excelencia, es la nueva vida. Es imposible estar en la presencia de Dios y guardarse para sí lo vivido. Las tinieblas del miedo y de la duda se han disipado con la realidad de la resurrección; el testimonio de las mujeres llena de nuevo contenido y significado la creación entera e introduce a la humanidad en el misterio de Dios. ¿Qué me dice la Sagrada Escritura? Enseña el Papa Francisco “el predicador debe ser el primero en tener una familiaridad personal con la Palabra de Dios…necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que es viva y eficaz…” (EG 149-150). Confrontemos nuestra vida y ministerio. La obra de la creación también ha sido entregada a mi cuidado, en ella, Dios actúa la salvación para mí. Como miembro de ese nuevo pueblo estoy llamado a la fidelidad y a una vida coherente que refleje mi opción por Cristo. El pecado original del pueblo de Israel fue su inclinación a la Idolatría. Es importante que podamos identificar esos nuevos ídolos que nos apartan de la Nueva Alanza en Cristo. Como consagrados hemos sido revestidos del sacerdocio de Cristo, somos un nuevo Moisés que debe escuchar la Palabra de Dios para llevar la acción liberadora de Dios. Esto exige obediencia, contemplación, momentos de presencia en el sepulcro vacío para admirarnos, dejarnos seducir por la presencia del Resucitado; un tomar en serio la conversión pastoral para glorificar el nombre de Dios en el servicio oblativo a los Hermanos. Los Sacerdotes y consagrados tenemos la tentación de pensar que tenemos claridad teológica y espiritual frente al Misterio Pascual y su presencia en los sacramentos que celebramos. Hoy es una oportunidad para preguntarse qué sé del Bautismo, pero más aún, ¿cómo vivo mi propio Bautismo? Mi proceso de conversión personal, me permite en esta VP afirmar realmente con la secuencia: “Sabemos que Cristo verdaderamente ha resucitado de entre los muertos” y ¿vive planamente en mí? ¿Qué me sugiera la Palabra que debo decirle a la comunidad? “Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo” (EG 154). Compartimos lo contemplado con la comunidad. Reconocer el señorío de Dios sobre la historia de la humanidad. Él hace presencia de manera silenciosa pero eficaz y requiere del discípulo una vigilancia permanente para contemplar el paso de la providencia de Dios por su propia vida, por la historia y la cultura. El Papa Francisco nos enseña: “Colombia es una nación bendecida de muchísimas maneras: la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad...Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes…” (Encuentro con las autoridades, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Caminar es la actividad que debe realizar toda quien se siente llamado a cooperar con Dios en el cuidado de la creación y en la promoción integral de las de los pueblos. Pero caminar no de cualquier manera, sino en plena libertad, y como Abraham, tener la certeza que “lo acompaña el don de la fe y la esperanza que palpita en el corazón de su pueblo y su cultura”. “los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto… y que exige el compromiso de todos…” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con las autoridades, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Escuchar como Moisés la Palabra de Dios que tiene poder para transformar el miedo, la persecución, la muerte, la injusticia, la esclavitud en una oportunidad de nueva vida. Tenemos un trabajo por hacer “que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro que exigen colocar en el centro a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con las autoridades, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Conversión es un llamado permanente del mensaje profético. El pueblo reconoció su infidelidad, su desobediencia. Colombia, sus regiones, debe reconocer las raíces que alimentan tanta violencia. Una de ellas es “cuando el hombre se aparta de Dios, cuando el corazón humano busca sus fines lejos de Dios, hiriendo, abusando, dominando, destruyendo y ultrajando” (CEC. Artesanos del perdón, la reconciliación y la paz, 21). Convertirnos exige una opción por Cristo resucitado; Él es “el primer paso y es un paso irreversible. Proviene de la libertad de un amor que todo lo precede”. Convertirse es asumir el camino que el Papa Francisco propone: a. el todo es superior a la parte; b. el tiempo superior al espacio; c. la realidad es superior a la idea; d. la unidad es superior al conflicto (EG 217-237). Vivir con el resucitado es tener la certeza que “aquellos que lo reconocen y lo acogen reciben en herencia el don de ser introducidos en la libertad de poder cumplir siempre con Él ese primer paso.” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con los Obispos, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). Orar. La Iglesia atenta a la Palabra de Dios, entiende que el mensaje liberador y salvífico de Dios, contemplado en Cristo Resucitado, requiere una respuesta: La oración para creer y entender que la verdadera paz está entre nosotros. Orar con el resucitado es vivir la grandeza del Bautismo y de la Eucaristía, por eso la Pascua de Cristo es Pascua sacramental de la Iglesia. El resucitado “nos pide que recemos juntos; que nuestra oración sea sinfónica, con matices personales, diversas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor… (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, Homilía, Cartagena, 10 de septiembre 2017). “Primerear”, es el testimonio de la Magdalena que toma la iniciativa de ir a buscar al Señor; vive la novedad del misterio en el sepulcro vacío y corre a anunciar a los apóstoles lo que ha visto y oído. La Iglesia, iluminada con la luz del Resucitado, sabe que en el pueblo se actualiza el Misterio de la entrega oblativa de Jesús que libera del pecado y, “renunciando a la pretensión de controlar aquello que no es su obra sino la de Dios, permanece con Jesús, aun cuando su nido y su resguardo es la Cruz” (Papa Francisco, Visita Apostólica a Colombia, encuentro con el CELAM, Bogotá, 7 de septiembre de 2017). “Primerear” desde el resucitado es salir, involucrarse, ser testigo del Señor resucitado que nos ha “primereado” en el amor (1Jn 4,10). La comunidad que celebra la Resurrección, descubre su identidad misionera, encarna una espiritualidad de éxodo que conduce a la reconciliación, el perdón y la paz (Papa Francisco, Mensaje jornada mundial de las misiones 2017). ¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión? La autenticidad del espíritu misionero del bautizado se anima y fortalece asumiendo la espiritualidad que tiene el Misterio Pascual de Cristo: Conocimiento sublime de Jesucristo (Fip 3,8): Oración, formación, apostolado. Ser fuente de auténtica esperanza. Le está prohibido al misionero la “quejumbrosidad”, la esperanza viene de lo alto, el Señor es siempre fiel. Hacer el trabajo evangelizador con pasión “poner el corazón en todo lo que hagamos, pasión de joven enamorado y de anciano sabio, pasión que transforma las ideas en utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos, pasión que nos convierte en continuos peregrinos en la Iglesia”.