Mié 25 Oct 2017
Cuando estamos movidos por el amor a Dios entonces damos amor
Dios nos ama tanto que cada día busca dialogar con nosotros a través de su Palabra que libera y salva. Por eso escuchemos piadosamente lo suave y dulce que es para la vida la Palabra de Dios.
Primera lectura: Éx 22,20-26
Salmo: Sal 18(17),2-3a.3bc-4.47+51ab (R. 2)
Segunda lectura: 1Ts 1,5c-10
Evangelio: Mt 22,34-40.
Contexto bíblico
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
En el evangelio, que es culmen de la liturgia de la Palabra, que escucharemos este domingo XXX° del tiempo ordinario, se recogen las palabras de Jesús, como en una especie de síntesis, el misterio de la vida de Dios expresada en el amor y la misericordia, dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu” y luego añade: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 34-40).
Así toda la liturgia de la Palabra viene unida por un único hilo conductor: El amor debe vivirse en la vida con una constante entrega y donación de sí mismo. El ejemplo por excelencia del cumplimiento del mandamiento del amor, es el cotidiano actuar de Dios en la historia del hombre. La primera lectura del libro del éxodo dice cómo Dios se dona diariamente aconteciendo en las realidades humanas: “Si el prójimo clama a mí, yo lo escucharé, porque soy compasivo” (Ex. 22, 26). Así mismo el salmo en la liturgia de este domingo canta que Dios tuvo misericordia de su Ungido (Sal. 18, 51b). Y san Pablo, en la carta que escribe a los Tesalonicenses, nos recuerda la imagen perfecta del amor: a Jesús que es el campo de acción de la misericordia de Dios; “por Jesús, a quién Dios resucitó de entre los muertos y por el que nos libra del castigo que viene” (1Tes. 1, 10).
El misterio del amor, según la Palabra de Dios, consiste en comprender que el amor a Dios está en directa relación con los hermanos y al mismo tiempo el amor a los hermanos es la directa relación del amor con Dios, a quien hay que amar con toda la vida, en toda la vida y para toda la vida.
¿Qué me dice la Sagrada Escritura?
Cualquier ser humano cuando siente amor, da amor, por eso quien se siente amado y ama no hará nunca daño. La liturgia de la Palabra nos invita a ser conscientes del amor de Dios que se desborda en nosotros sin ningún interés, simplemente Dios se nos ha entregado totalmente a través de Jesús y nos ha demostrado que siempre será fiel y que cumplirá sus promesas, siempre mantendrá su fidelidad a la alianza aunque el hombre no cumpla con su parte.
Podemos pensar que Dios cree en nosotros cada día, ve en nosotros su proyecto, por eso nos ama, porque ve en nuestra pobre humanidad muchas posibilidades de redención. Dios cree que solo amándonos, no castigándonos, podremos abrir nuestra vida a la conversión, sólo la experiencia del amor de Dios derrumbará los muros que hemos puesto en nuestros corazones por el pecado y la maldad, solo algo más fuerte que el pecado, el amor, cuyo rostro es Jesús, podrá cambiarnos los esquemas, sólo si confiamos en el Señor, como el salmista, diciendo siempre con nuestra vida y con nuestro testimonio cotidiano: “Yo te amo señor: tú eres mi fortaleza”.
Contexto situacional:
¿Qué me sugiere la Palabra que debo decir a la comunidad en su realidad concreta?
La liturgia de la Palabra, a través de la cual el Señor se hace carne en nosotros, nos da dos motivaciones para la vida cristiana: 1) Debemos amar a Dios con todas las fuerzas que pueda manifestar un ser humano: Con toda el alma, con todo el corazón, con todo la mente, es decir, con todo nuestro interior, con todo lo que sentimos, con todo lo que pensamos. La entrega a Dios tiene que ser total, porque la donación que el mismo Dios hizo de sí mismo fue total.
En definitiva la primera tarea es hacer que todo lo que hacemos cada día, todo lo que tenemos, todos los que nos encontramos, toda nuestra familia, nuestros compañeros de trabajo, nuestros empleados, amigos, vecinos, amen a Dios. Esto solo será posible si tenemos en cuenta la segunda motivación: 2) Amar al prójimo. Nadie ha visto a Dios, por eso el campo de acción de Dios somos nosotros su hijos; debemos estar atentos porque nuestra forma de comportarnos dice en cuál Dios creemos; cuando estamos movidos por el amor del único Dios entonces damos amor, perdonamos, somos honestos, justos, humildes, cordiales. A veces parecemos hijos del maligno, pues nuestras obras son las del mal, vivimos metidos en un mundo de libertinaje, corrupción, lujuria, desorden, rabias, irrespeto, malas relaciones personales y familiares.
Pensemos que cuando vemos un niño le encontramos algún parecido con sus progenitores, así mismo cuando alguien ve un cristiano debería ver algún parecido a su Padre Dios, que solo sabe ser bueno y compasivo con los demás. Hay una tremenda exigencia en el evangelio de este domingo: no es amar a Dios y al otro de cualquier forma, hay que amarlos como a nosotros mismos, esa es la medida; debemos ser conscientes que somos muy condescendientes con nosotros mismos, nos perdonamos fácilmente, nos justificamos, nos aceptamos todos los defectos y hasta los malos gustos, pero al otro no le pasamos ni media; esta es la clave de la medida del amor: en el otro nos tenemos que ver a nosotros, sobre todo si entendemos que somos la Iglesia, miembros del Cuerpo de Cristo, hijos de un mismo Padre, es decir, hermanos. El otro, como repetidamente dice el Papa Francisco: es un don de Dios para mí, es decir, es Dios mismo.
Contexto celebrativo:
¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión?
La oración colecta de este domingo nos invita a pedirle al Dios eterno, que hoy nos permita hacer crecer en nosotros las virtudes teologales, dice: “Dios todo poderoso y eterno aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos”. Nadie puede amar sino tiene fe, sino está movido por la espera ansiosa y paciente del Señor que viene a salvarnos a nosotros que somos su pueblo.
Una de las mayores pruebas del amor de Dios es la eucaristía, es Dios diciéndonos y demostrándonos que jamás nos dejará solos, que está aquí y ahora hablándonos y dándose como alimento, por eso el rito es la expresion de un Dios que solo quiere darse totalmente al hombre. Así mismo, esa imagen tan grande de la asamblea reunida para la celebración es signo de lo que Dios espera de nosotros; todos unidos con un mismo corazón, una misma fe, mirando a Cristo, experimentando como hermanos el amor del Padre que se entrega y que a la vez bendice nuestras vidas. Razón tenía San Agustín cuando decia sencillamente: “Ama y haz lo que quieras”, seguramente jamás nos haremos daño.
Recomendaciones prácticas:
Podría ambientarse algún lugar del templo con el lema de la Conferencia Episcopal para este año: “Dejémonos reconciliar por Dios” (2Cor. 5,20).
Hacer una motivación y preparar una jornada para que los fieles se acerquen durante la semana al sacramento de la penitencia, es una de las experiencias más grandes en la que los cristianos experimentan la bondad, la compasión y el amor de Dios.
Hacer el rito de la aspersión con el agua bendita, en el acto penitencial, recordándole a la comunidad que una de las mayores pruebas del amor y la misericordia de Dios es haber recibido la gracia del bautismo y el perdón de los pecados.
Para el acto penitencial de la Misa se puede seguir el Formulario 3, eligiendo una invocación para el Tiempo Ordinario, p.p. 344 -345 del Misal.
Podría hacerse la Plegaria Eucarística "de la Reconciliación II", p. 508 del Misal.
Tener presente que:
El miércoles 1°, es la Solemnidad de Todos los Santos.
El jueves 2, es la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
El viernes 3, es en Colombia, la Memoria Obligatoria de San Martín de Porres, religioso.