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Monseñor Jaime Prieto, testimonio de evangelización de lo social
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Por: Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria - Identificar conflictos y sus caminos de transformación. Dialogando con la sociedad y con otras perspectivas de análisis.
En las décadas recientes, los colombianos han reconocido el papel dinámico de la Iglesia Católica y en particular de la Conferencia Episcopal en la búsqueda de la paz y de la reconciliación. Con frecuencia se ven en los medios de comunicación documentos en los cuales se han elaborado propuestas con sentido constructivo frente a la situación de conflictos internos y simultáneamente declaraciones críticas frente a situaciones y estructuras consideradas como contrarias a la convivencia entre los colombianos.
Igualmente, los integrantes de la Iglesia han conocido particularmente entre los años 2000-2010 las consecuencias de un clima de violencia que ha tocado con la vida de todos los sectores de la nación, un número significativo de agentes pastorales han sido asesinados incluyendo un Arzobispo, Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, catequistas, etc.
Las posiciones de la Iglesia son con frecuencia objeto de análisis y de controversia en los medios de comunicación y en los debates públicos, lo cual refleja el grado de importancia que revisten las posiciones de la comunidad católica en estos temas.
La Iglesia Colombiana ha reflexionado a varios niveles sobre su rol en la construcción de la paz en el país. Son numerosos los sectores eclesiales que han intervenido en la reflexión sobre las respuestas a estos y otros interrogantes. La Conferencia Episcopal no dejó nunca de elevar su voz sobre los grandes desafíos del país. De otro lado este ejercicio de cuestionamientos e interrogantes ha abierto la posibilidad de escuchar a otros actores de la sociedad colombiana que han hecho aportes muy significativos en la reflexión en medio de los enfrentamientos directos, de los actos de terror y de violencia generalizada. Los documentos del magisterio católico tienen una larga tradición de elaboración en el nivel universal sobre las posibilidades de los diferentes sectores de la comunidad católica y del país.
Desde la década de los 80 se ha intensificado en la Iglesia colombiana la reflexión sobre la caracterización de la situación que vive Colombia y sus diversas violencias para dar una mejor perspectiva del papel de la Iglesia frente a los múltiples desafíos. Una gran necesidad ha sido el llegar a definiciones sobre el papel de la Conferencia Episcopal frente a los retos enormes del presente y la forma como se integran los diversos sectores de la Iglesia en la búsqueda de alternativas u opciones de transformación frente a la situación de enfrentamientos que han sacudido a Colombia a lo largo de los siglos.
En la búsqueda de respuestas frente a la situación del país, la Iglesia Católica en Colombia ha tenido que hacer muchos aprendizajes de otros países en América Latina y el Caribe, pero bajo muchos aspectos se ha visto ante situaciones completamente novedosas. A diferencia de otras situaciones eclesiales, en Colombia no se trata de una Iglesia que responde a los retos de una dictadura militar, tampoco se trata de un país en el cual los bandos en conflicto están tan diferenciados en dos grupos como en otros casos. Este hecho ha exigido un ejercicio de aprendizaje y reflexión junto a otras perspectivas de análisis y de pensamiento.
El dialogo con distintos actores de la sociedad colombiana ha llevado a la Iglesia a tomar posición frente a la definición de la situación que vive el país, que ha sido caracterizada en numerosos documentos del episcopado como un “conflicto armado interno” entre sectores enfrentados desde hace décadas y por otro lado la definición de que la salida tendrá que pasar por una negociación justa.
Desde la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa los Obispos de este organismo han sido un eje de reflexión permanente y de diálogo con diferentes sectores de la sociedad colombiana. Esta Comisión, desde el mandato recibido de la Conferencia Episcopal, ha representado el rostro de “una Iglesia en salida”, en diálogo e interacción con una sociedad muy viva en sus aspiraciones de paz, justicia y reconciliación.
Esto ha posibilitado el que la Conferencia Episcopal haya entrado en interlocución con otros sectores de la sociedad civil y del Estado para definir mejor su papel en el campo de la construcción de la paz y lo específico de sus aportes a la misma, así como para abordar temas como “el orden público”, “la negociación política del conflicto armado”, “la seguridad democrática”, etc.
Al lado de esa complejidad, la Iglesia ha resaltado el hecho de que existe una dinámica comunitaria y regional esperanzadora por la riqueza de una variedad enorme de propuestas para construir la paz desde la base. La Conferencia Episcopal ha resaltado el hecho de que “en cada colombiano hay capacidad de construir algo nuevo”. Es justamente este hecho el que ha permitido que se pueda asumir la voz de todos los sectores sociales que en su nivel están comprometidos con la construcción de un proyecto nuevo de nación.
El acercarse bajo la óptica de leer “los signos de los tiempos” es la posibilidad de reconocer la historia con sus acontecimientos y en medio de ella descubrir el misterio de la presencia de Dios y su querer. Allí está en gran parte el aporte de la Iglesia en el diálogo.
Como fruto de esos diálogos y encuentros con los distintos sectores sociales se han definido mejor las posibilidades de intervención en el conflicto armado. Los roles asumidos por la Conferencia Episcopal que son más conocidos públicamente han tenido que ver con la facilitación, la tutoría moral, la intermediación, en varios casos de negociaciones entre el Estado y actores armados irregulares. Esto hace que hoy muchos consideren a la Iglesia Católica como un actor muy importante o fundamental en la construcción de acuerdos de paz con los diferentes grupos armados tanto de la guerrilla como de los paramilitares o autodefensas.
La Iglesia Católica ha prestado sus servicios a las negociaciones de paz bajo la perspectiva de que al mismo tiempo se deben dar pasos que lleven a que el país tenga una política nacional permanente de paz: “La Iglesia Católica Colombiana ha expresado en su trabajo por la paz un concepto de Política Nacional Permanente de Paz o Política de Paz de estado” como una guía para la construcción de la paz que debe tener los siguientes elementos: Consenso Nacional. La política de paz de estado debe ser fruto de un gran consenso nacional, que consulte el interés nacional y no dependa de intereses particulares o de grupos. Por ello deben participar en su elaboración y ejecución todos los sectores representativos de la nación….”.
El concepto de fondo sobre la participación de todos los sectores en la construcción y ejecución de una política de paz, ha llevado a que se creen espacios de reflexión nacionales, regionales y locales en los cuales se promueve la formación en la participación ciudadana y en la construcción de la paz desde la base. La perspectiva de lograr la paz después de décadas de confrontación y de millones de víctimas exige un proceso participativo y una pedagogía en todos los ámbitos de la sociedad. Ambas cosas: el proceso participativo y la pedagogía que le deben acompañar han sido poco a poco definidos a lo largo de miles de encuentros y experiencias comunitarias.
El trabajo desde la Iglesia por la participación ciudadana y la pedagogía de la paz reconoce que existen distintos escenarios y la construcción de la paz, pero que no son compartimentos separados sino que deben estar en relación estrecha. Por un lado está el escenario de la negociación del conflicto armado, en el cual participan sectores del Estado, de las organizaciones al margen de la ley, otras instituciones involucradas y facilitadores; otro escenario tiene que ver con la conformación y fortalecimiento de la sociedad civil organizada con capacidad de interlocución frente a los múltiples conflictos que atraviesa la sociedad al menos un tercer escenario es el de la construcción de estructuras que aseguren la justicia social y la convivencia desde la base. Allí quienes actúan desde la pastoral encuentran el reto de dialogar para transformar la forma como se expresan y simbolizan los aspectos más profundos de las relaciones en torno a la convivencia.
En 1996 el país estaba entrando en una dinámica cada vez más compleja de conflicto y de intentos de negociación política. En ese contexto la Conferencia Episcopal nombra a Monseñor Jaime Prieto, Obispo de Barrancabermeja, como Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa.
Monseñor Jaime identifica ese momento como la encrucijada histórica para fortalecer la capacidad de construir puentes y de llevar el mensaje del Evangelio a los complejos escenarios de “lo social” en los cuales el debate era intenso y desafiante por la emergencia creciente de sectores sociales y de la que se constituiría cada vez más como la sociedad civil con enfoque en la construcción de la paz. Pensar un proyecto de país abierto a esa construcción fue uno de los grandes centros de atención de Monseñor Jaime, al cual le dedicaría gran parte de sus energías de Pastor y hombre de fe.
Un proyecto de nación. La construcción de lo público
Al lado de esta labor de la Conferencia Episcopal, y estrechamente vinculada con ella, es la que ha posibilitado el avance de perspectivas sobre la construcción de un país reconciliado y con justicia social. “Hacia la Colombia que queremos” era el taller que los Obispos de Colombia realizaron en esos años para plantearse el modelo de país al que la Iglesia le está apostando.
Allí se hizo un análisis detenido en los campos de la economía y la pobreza, el aparato de justicia, la seguridad, en fin, los ejes claves de la vida nacional. La óptica de la justicia social y el compromiso con la misma ha tenido un peso tan importante que ha hecho que la Conferencia Episcopal adelante en todo el país programas en todos los órdenes para aportar a la superación de la inequidad que caracteriza las relaciones en Colombia. Inequidad y extrema pobreza son dos de los grandes retos que los Obispos han identificado en torno a la construcción de la paz.
Monseñor Jaime Prieto, en un comentario sobre el ejercicio de repensar a Colombia anotaba: “Veo importante la pregunta sobre qué tipo de Estado y para qué tipo de sociedad. Precisamente la pregunta que nos tenemos que hacer es qué tipo de Iglesia para qué tipo de sociedad”.
La reflexión en torno al proyecto de país ha conducido a una reflexión sobre la necesidad de aportar a la construcción de lo público como “aquel ámbito en el cual se exponen distintos puntos de vista, se tramitan y aceptan las diferencias”, como un espacio de pluralismo y de debate que permite la tolerancia y el reconocimiento del papel de la palabra en la construcción de un modelo nuevo de sociedad.
Para Monseñor Jaime era clave responder a la pregunta sobre el tipo de Estado, de sociedad y de Iglesia que se impone en un mundo tan cambiante y exigente en términos de participación ciudadana como el actual. Un perfil de Monseñor Jaime no puede olvidar esa faceta ciudadana y de compromiso con la democracia que le acompañó a lo largo de su vida episcopal.
El desarrollo de este rol de construcción de ciudadanía y de proyecto de país, ha colocado a la Conferencia Episcopal en interlocución estable con organizaciones de la sociedad civil y de la comunidad política.
Los encuentros ecuménicos con líderes de otras Iglesias y confesiones religiosas para dialogar sobre este proyecto de país compartido han dejado grandes lecciones. Con el tiempo se ha ampliado el rango de acciones y campañas que tienen un carácter ecuménico en Colombia.
Algo que puede ayudar a comprender el rol de la Iglesia Católica en la construcción de país ha sido la participación en la discusión y concertación sobre el plan de cooperación internacional con Colombia. El llamado proceso Londres – Cartagena, que fue seguido muy de cerca y apoyado decididamente por Monseñor Jaime, ha convocado a sectores de la sociedad civil y les ha creado condiciones de diálogo con la comunidad internacional y con el gobierno colombiano sobre las prioridades y ejes de la cooperación internacional. Es tal vez este un escenario estable de diálogo sobre la problemática del país y el rol de la comunidad internacional en la perspectiva de la paz que tiene un impacto mayor por la magnitud de los temas que se discuten, tales como el de la vigencia de los derechos humanos en Colombia. Entre los sectores sociales que han participado activamente a lo largo del proceso se encuentra la Pastoral Social Nacional bajo el liderazgo de Monseñor Jaime.
Otro escenario muy importante ha sido el de los diálogos con organizaciones sociales involucradas en la construcción de la paz en Colombia. La Conferencia Episcopal ha participado activamente de estos espacios por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social, con el compromiso decidido de todos los Obispos que la componen.
El caminar simultáneo en la búsqueda de un proyecto de país con relaciones justas y equitativas, al lado del ejercicio de construcción de puentes con los bandos enfrentados son dos ejes a los que habría que unir el compromiso con los desplazados y las víctimas del conflicto armado, todo bajo una perspectiva de lo que es propio de la misión de la Iglesia que es el compromiso con el Evangelio y con el anuncio de la vida que da el Resucitado.
“El clima que hace posible la realización de la gran tarea de la edificación de un mundo en paz es el de la preocupación por la justicia, concebida en un sentido profético. Además de esto, el fundamento de esa gran tarea lo constituye, desde la perspectiva evangélica a la que siempre tiene que recurrir la Iglesia, lo que hemos llamado el ideal de una civilización del amor y de una cultura de la misericordia”.
El rol humanitario
En 1996 no existía un documento que alertara sobre el problema del desplazamiento forzado interno en Colombia. En ese momento la Conferencia Episcopal tomó la decisión de adelantar una investigación nacional y regional para llamar la atención de las autoridades y del país sobre la grave situación que vivían las víctimas del conflicto colombiano. Desde entonces las problemática del desplazamiento forzado han sido seguida y analizada por organismos de Naciones Unidas, de la sociedad colombiana y ahora se cuenta con una ley que hace de marco de atención estatal a las víctimas de este flagelo.
Una resolución de la Corte Constitucional que obliga a la atención inmediata de las urgentes necesidades de esta población es uno de los resultados de la acción que la Iglesia inició en ese momento. Al conmemorar los 10 años de la primera investigación, la Conferencia Episcopal por medio del Secretariado Nacional de Pastoral Social dio un nuevo documento de seguimiento y actualizó las recomendaciones que elaborara inicialmente. Este proceso que ha estado en el corazón de la Conferencia Episcopal como expresión de su opción por las víctimas y los más necesitados fue altamente animado por Monseñor Jaime quien asumió y encarnó este compromiso como representante de la Iglesia en el campo social.
El trabajo del Secretariado Nacional de Pastoral Social ha incluido un programa especial de investigaciones en el campo del desplazamiento y de la situación de las víctimas del conflicto con el fin de dar recomendaciones al gobierno nacional, a la comunidad internacional y para orientar las acciones que la Iglesia adelanta en el campo de la prevención de las violaciones a los derechos humanos, la atención y protección de las víctimas y la labor de largo plazo de restitución de sus derechos.
Todo esto ha llevado a que la Iglesia colombiana en su trabajo en el terreno haya claramente optado por trabajar al lado de los que sufren y de las víctimas. Habría varios niveles en el trabajo al lado de los que sufren: uno es el investigativo del cual hacen parte los trabajos de las bases de datos sobre desplazamiento forzado: RUT y el de recuperación de la memoria histórica: TEVERE. Ambos programas aprobados desde su nacimiento por la Comisión Episcopal de Pastoral Social bajo el liderazgo de Monseñor Prieto Amaya.
Otro nivel hace parte de los planes de incidencia para lograr una mayor atención internacional y nacional frente a las víctimas, por ejemplo el haber dado inicio a una campaña internacional con la red Caritas que se enfoca todavía hoy sobre la crisis humanitaria en Colombia. Monseñor Jaime justamente participaba con regularidad en las reuniones internacionales del Grupo de Trabajo Colombia de Caritas sobre la situación humanitaria de paz en Colombia y su último viaje al exterior fue justamente para una de esas reuniones en Oslo donde tuvo una destacada intervención sobre la posición de la iglesia colombiana en esta materia. Mientras tanto acompañaba el trabajo junto a otras organizaciones sociales y redes de víctimas para lograr la elaboración y puesta en ejecución de la ley sobre desplazamiento forzado.
Las acciones emprendidas a favor de la población desplazada tienen una perspectiva de restauración de derechos y por lo tanto hacen parte de un esfuerzo más amplio de la Conferencia Episcopal y de la Pastoral Social de promover la defensa de los derechos humanos de todos los colombianos. De hecho existen nexos muy estrechos con organismos de derechos humanos no gubernamentales en Colombia y con organizaciones del nivel internacional para actuar conjuntamente en la promoción y defensa de la dignidad de cada hombre y mujer de Colombia.
Diálogos pastorales
La labor de la Iglesia en la facilitación de procesos de paz ha sido fuertemente avalada por su presencia junto a las víctimas y por su labor en todas las regiones del país con ellos.
El telón de fondo de todas estas intervenciones ha sido la construcción de formas de acercamiento y de crear confianza y espacios para la palabra. Entre estas posibilidades hay que recordar los “diálogos pastorales” como de ejercicios de encuentro y escucha con actores enfrentados para establecer puentes de comunicación y abrir posibilidades de encuentro. El diálogo pastoral es una figura que ha sido muy debatida en Colombia. En algunos momentos ha sido objeto de debate jurídico y legal, en otros se ha discutido sobre su pertinencia.
El dialogo pastoral tan valorado y defendido por Monseñor Jaime es un ejercicio eclesial que resulta de una reflexión y discernimiento desde el Evangelio sobre lo que exige el momento actual a la Iglesia local.
El Obispo con los integrantes de la comunidad eclesial analizan las circunstancias, las leen con perspectiva evangélica. Al final como responsabilidad de Iglesia el Obispo define el tipo de diálogo pastoral que más conviene. Es muy conocido este ejercicio fue muy promovido por Monseñor Jaime a nivel regional y nacional.
El dialogo pastoral puede estar orientado hacia asuntos prioritariamente humanitarios, como la liberación de secuestrados, la situación de personas amenazadas, la presión sobre comunidades para que se desplacen. Pero el diálogo pastoral puede ir más lejos hacia la búsqueda de caminos para la terminación de enfrentamientos tal como lo hizo Monseñor Jaime.
Por diálogo pastoral se ha entendido la posibilidad de explorar caminos en forma creativa y con gran imaginación pastoral, descubriendo posibilidades y fortalezas en los interlocutores pero sin dejar de lado la voz profética que denuncia el mal de la violencia y proclama la necesidad de construir formas diferentes de buscar los fines que se persiguen.
Lo que parecería muy importante es que la intervención de la Iglesia ha buscado legitimar el diálogo como forma de resolver las confrontaciones y conflictos que vive el país. Recuperar el valor de la palabra es una tarea difícil y muy exigente cuando se tienen décadas de confrontaciones armadas y multiplicidad de conflictos.
Otro elemento importante es que el rol asumido en cada proceso de negociación o de acercamientos para la paz ha sido previamente reflexionado en la Conferencia Episcopal para llegar a unas definiciones concertadas sobre los pasos a dar. Monseñor Jaime fue miembro desde la fundación de la “Comisión de Paz” del Episcopado que reúna a los Obispos que intervienen en cada uno de estos acercamientos. Hay una realidad muy significativa y es que un cuerpo como la Conferencia Episcopal mantiene la reflexión y la acción común frente a las distintas posibilidades. Indudablemente que las dinámicas y posibilidades que se establecen en los acercamientos cada grupo armado son muy diversas y es necesario un mecanismo que permita revisar lecciones aprendidas y avanzar en retos de largo plazo.
Una pastoral para la paz y la reconciliación
Uno de los aportes más significativos de Monseñor Jaime Prieto Amaya, el hombre del diálogo social con diversos y distantes, el hombre gran sensibilidad por las problemáticas humanitarias, el Pastor dedicado al discernimiento del querer de Dios para la Iglesia y el país, el incansable evangelizador de lo social, fue la pastoral de la paz y la reconciliación.
Si se pregunta por la estrategia que la Iglesia Colombiana ha desarrollado a la largo de estas décadas en materia de paz, la respuesta está en una serie de acuerdos y de principios que están consignados en documentos que se pueden aglutinar bajo el nombre genérico de “pastoral para la paz y la reconciliación”.
Los documentos que responden a la necesidad de una respuesta de Iglesia frente a los retos que impone el aportar a un proceso de paz. Estos documentos desarrollan el principio de que la paz y la reconciliación son centrales en la construcción de una sociedad que asegure la realización humana plena de todos sus asociados y al mismo tiempo que la paz es central en el mensaje cristiano como práctica. Por lo tanto ubica los niveles de compromiso, los valores, principios y directrices de acción y los roles de cada uno.
El tener un conjunto de tomas de posición, declaraciones o verdaderos documentos de la Iglesia colombiana al respecto, ha sido de una gran utilidad práctica para que en las parroquias del país y en los grupos eclesiales se identifique el compromiso con la paz como parte integrante de la labor eclesial. Esto ha asegurado el que las acciones de la Conferencia Episcopal en el campo de las negociaciones con grupos armados puedan tener un efecto en procesos comunitarios de largo plazo que conducen hacia la reconciliación.
La reflexión sobre los roles y posibilidades se ha mantenido activa a lo largo de los años y ha dejado algunas lecciones importantes sobre la forma como se puede intervenir desde una posición de “reserva moral” de un país, fuertemente respaldada en la credibilidad por el compromiso con la búsqueda de soluciones. Cada conflicto, en su especificidad, ha requerido de una reflexión ética que el de alternativas en términos de justicia y al mismo tiempo ha exigido que quien intervenga entre los actores enfrentados tenga la credibilidad moral necesaria. Esto ha tenido exigencias grandes para la Iglesia en Colombia; le ha colocado como tarea el preguntarse constantemente sobre el tipo de mensaje que transmite para hacer posible la paz.
Al lado de estas lecciones ha producido una reflexión muy profunda sobre la manera como se pueden integrar todas las posibilidades que tiene la iglesia para dar una intervención más enriquecedora y completa frente al fenómeno de la guerra y la violencia.
Crear espacios para el encuentro, la escucha, la consolación, la reconciliación
Integrar voces de distintos sectores afectados por la situación de conflicto y acercarse al dolor por las atrocidades vividas ha conllevado la tarea de “crear espacios” para la reflexión y la acción promovidos por la Iglesia con sus Diócesis y organismos locales.
El crear espacios es ante todo una tarea que la Iglesia ha identificado frente al conflicto armado y particularmente frente a las víctimas de las agresiones y violaciones a los derechos humanos. Se trata de una respuesta cercana y muy humana que abre puertas para quienes no tienen manera de vivir sus sufrimientos y elaborar sus duelos, e incluso para quienes no logran hacer escuchar sus propuestas de paz y reconciliación.
Cuando hablamos de “espacios” pensamos no sólo en lugares físicos, pensamos en ambientes en los cuales se puedan hacer y rehacer relaciones que permitan vivir la dignidad humana. La percepción es que el espacio vital está muy restringido o limitado en regiones en las cuales la confrontación tiende a involucrar a todos sus habitantes.
La propuesta de crear espacios en términos pastorales apuesta a dar la posibilidad de vivir en la práctica los grandes principios que están en la base de la convivencia humana, es decir a crear las condiciones para que las personas puedan vivir su dignidad en plenitud en medio de circunstancias sociales que les son muy adversas. Se trata del poder expresar la palabra y escuchar otras voces, el poder dar a conocer sus sentimientos y sufrimientos al mismo tiempo que sus anhelos y sueños. Es encontrar la posibilidad de soñar con otros en un futuro en paz. Finalmente es crear posibilidades para una esperanza comprometida, activa, transformadora.
Son justamente estos espacios de vida y de esperanza los que han caracterizado la presencia de la Iglesia en sectores en los cuales no se conoce una presencia social del Estado y donde el espacio pastoral está acompañado de múltiples servicios comunitarios que brindan educación, salud, recreación, etc.
En torno a los “espacios” gira sobre todo la pregunta sobre las relaciones que se necesitan para que cada quien pueda sentir que las relaciones que establece son seguras y fraternas. Podríamos encontrar miles de ejemplos. Uno de ellos tiene que ver con el programa Testimonio, Verdad y Reconciliación, TEVERE, que es una metodología de recuperación de la memoria histórica, acogida de las víctimas, sanación de las agresiones sufridas y puesta en marcha de nuevas posibilidades. El proceso de curación debe ser iniciado desde ahora en términos sociales y comunitarios aunque el conflicto con actores a los que Monseñor Jaime dedicó muchas energías para convencerles del camino de la paz sigue produciendo dolor y muerte.
Al cumplirse 10 años del paso de Monseñor Jaime Prieto Amaya a la Casa del Padre Celestial siguen grabados profundamente sus esfuerzos, firmes convicciones y permanente compromiso con una Iglesia volcada hacia las periferias existenciales del sufrimiento por las crisis humanitarias y de las esperanzas que vienen de la presencia del Resucitado.
Mons. Héctor Fabio Henao Gaviria
Director del Secretariado Nacional de Pastoral Social - Caritas Colombia
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Mar 22 Oct 2024
Dos Grandes Misioneros
Por Mons. Orlando Antonio Corrales García , Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia - El Domingo 20 de Octubre celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de las Misiones y por este motivo, todo el mes de Octubre se llama el Mes Misionero. Por esto les presento en esta reflexión a dos grandes misioneros, cuya Memoria litúrgica tenemos en estos próximos días: San Juan Pablo II y San Antonio María Claret.El martes 22 tenemos la Memoria litúrgica del Papa San Juan Pablo II. En el inicio solemne de su pontificado, el 22 de Octubre de 1978 en la Plaza de San Pedro, resonó la voz potente del nuevo Papa, venido de Polonia, que exhortó a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad, a abrir las puertas a Cristo el Salvador de todos los hombres. Este es el anuncio Misionero que debe llevarse a todos los rincones de la tierra: proclamar que Cristo es el Salvador y que todos los hombres y mujeres, son invitados a abrir las puertas del corazón a Cristo, para que sea El quien dé sentido a la vida de cada persona.No cabe duda que este Papa fue un gran misionero y por ello viajó a tantos países del mundo, con el único objetivo de llevar el mensaje de la Salvación, la buena noticia del amor de Dios a todos: sus numerosos viajes, al igual que sus incontables documentos, tuvieron y tienen todavía hoy el propósito de acercar a hombres y mujeres de todas las culturas y lenguas, a Dios, para descubrir y experimentar su amor de PadreDestaco entre sus documentos, la Encíclica Redemptoris Missio: La Misión del Redentor, publicada el 7 de Diciembre de 1990, cuyo subtítulo es: Sobre la permanente validez del mandato misionero. Trata de la urgencia de la actividad misionera en estos tiempos. Tiene 8 capítulos, que me permito enunciar:1. Jesucristo, único Salvador.2. El Reino de Dios.3. El Espíritu Santo, protagonista de la misión.4. Los inmensos horizontes de la misión Ad gentes.5. Los caminos de la misión.6. Responsables y agentes de la pastoral misionera.7. La cooperación en la actividad misionera.8. Espiritualidad misionera: «El verdadero misionero es el santo».El jueves 24 celebramos la Memoria litúrgica de San Antonio María Claret. Nació en España y como sacerdote, predicó durante varios años en la región de Cataluña. Durante toda su vida desplegó un gran ardor misionero. Fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, entregándose con gran generosidad a su tarea misionera en esa Isla del Caribe. Su gran espíritu misionero lo impulsó – por inspiración divina – a fundar la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como los Misioneros Claretianos, que hacen presencia en 68 países, entre ellos Colombia. Están presentes en varias Diócesis de nuestro país, muy especialmente en Quibdó, Chocó. También están presentes en Medellín.San Antonio María Claret dio está definición del misionero: «Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todos el mundo en el fuego del divino amor. Nada me arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas».Que el ejemplo y el dinamismo de estos dos grandes misioneros, nos impulse para vivir la Misión de manera permanente, como debe ser, no sólo en algunos momentos.
Mié 16 Oct 2024
Todos llamados al seguimiento de Jesús
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta - Avanzamos en el mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones, con el llamado a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia, que en salida misionera, sigue llamando a todos al seguimiento de Jesús.En el pasado, en la familia se transmitían las verdades fundamentales de la fe, que permitían al niño y al joven optar por el Señor; hoy la parroquia en salida misionera, debe convocar mediante el proceso evangelizador, para que el seguimiento de Jesús sea una realidad en muchos hogares y ambientes. La tarea de la Iglesia sigue siendo la de cumplir con el mandato del Señor de ir a todos para anunciarles el mensaje de salvación, la Buena Nueva del Evangelio.San Pablo VI así lo enseña cuando afirma: “No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda creatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Como una llamada a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la humanidad o a una clase de hombres o a un solo tipo de cultura” (Evangelii Nuntiandi, 50). Este llamado que nos hace el Papa nos tiene que mover a todos a desarrollar la creatividad para llegar a los distintos sectores de la parroquia.Hay que salir del ámbito del despacho parroquial. En palabras del Papa Francisco, hay que tener presente llegar con la evangelización a los tres ámbitos de la pastoral: “En primer lugar el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, está el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii gaudium, 14). Revisando nuestra acción misionera en el proceso evangelizador, hemos cuidado con diligencia el primer ámbito de la pastoral, encendiendo el corazón de los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, buscando que los creyentes respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.Nos hace falta ir a buscar a los que están en el ámbito de los que no viven las exigencias del bautismo, que es un grupo amplio de fieles. Y mucho más descuidado, se encuentran los del tercer ámbito, aquellos que no conocen a Jesucristo o lo rechazan abiertamente. El mandato de la salida misionera debe abarcar el segundo y tercer ámbito, y para llegar a todos, debemos convocar a los que tenemos en el primer ámbito de la pastoral, para que se comprometan en el anuncio gozoso del mensaje de Jesucristo en todos los ambientes, recordando lo que nos dice el Papa Francisco que: “los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14).En el credo proclamamos que la Iglesia es católica, esto quiere decir universal, y la universalidad tiene que estar en la mente del evangelizador, para llegar con la fuerza del Evangelio a todas partes. Recordemos que el Señor es quien conduce la misión; nosotros somos instrumentos que entregamos nuestra vida al servicio del Evangelio. Esta certeza nos ayuda a vencer los miedos de entrar a ciertos sectores de la sociedad y arriesgarnos a ir; aún si nos rechazan en un primer momento, no desistir en la tarea evangelizadora, ya que sabemos, vamos en el nombre del Señor y tenemos la certeza de que Él mismo nos ha dejado en el Evangelio: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Esto implica tener fervor por la evangelización, que en el misionero se percibe con fuerza cuando está en gracia de Dios. Un sacerdote, un misionero en gracia de Dios, es capaz de salir de su habitual situación de confort y dar la vida por Jesucristo. No es posible ser un misionero fervoroso estando en situación permanente de pecado. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de un sacerdote, de un misionero es que no permanezca en situación de pecado por mucho tiempo, que, frente al pecado, busque de inmediato el sacramento de la confesión, reciba el perdón, y sienta la necesidad de ir a anunciar la misericordia de Dios por todas partes.Frente a esta realidad, necesitamos comunicar que todos están llamados al seguimiento de Jesús. Queda de parte del misionero hacer vida el llamado del Papa Francisco cuando dice: “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos, con la conciencia de que: “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos con la disponibilidad de cumplir el mandato del Señor, de convocarlos a todos para que sigan a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre Celestial. Que la Santísima Virgen María, estrella de la evangelización y el glorioso patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera.En unión de oraciones, reciban mi bendición.
Vie 11 Oct 2024
‘La paz les dejo, mi paz les doy’
Por. Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - La sociedad se encuentra hoy sobre arenas movedizas entre el amor y el odio, la tristeza y la alegría, la felicidad y la infelicidad, la violencia y la indulgencia. Una sociedad polarizada que se debilita por las verdades a medias difundidas a través de las redes sociales, por la politiquería e incoherencia de cientos de servidores públicos, por el sensacionalismo de algunos medios de comunicación o el sectarismo de algunos periodistas y, por la indiferencia de numerosos ciudadanos.Una sociedad en la que nos estamos dividiendo entre buenos y malos, entre los que dicen trabajar por la paz y los mal llamados ‘enemigos de la paz’, entre un nutrido grupo de ciudadanos que creen que es posible la convivencia pacífica y aquellos que ven detractores en los que manifiestan desacuerdo, entre los que supuestamente creen en el cambio y los que piensan que ese cambio no se ha dado. Mientras todo esto va acrecentándose los grupos alzados en armas y las bandas criminales continúan su avanzada disputando territorios donde el poder de las armas y las drogas silencia conciencias y mata sueños de niños, adolescentes y jóvenes; donde hombres y mujeres ven cómo se tejen hilos de violencia, venganza, miedo, olor a muerte. Una disputa por territorios en diversas zonas a los que la fuerza pública pareciera, no puede llegar.No ignoramos cómo nuestra fuerza pública honrando su amor a la patria sigue batallando tratando de generar una mayor confianza institucional y credibilidad en los colombianos, intentando mantener los ánimos para defender los derechos humanos, la convivencia y la soberanía nacional, sujetos al irrespeto de los ciudadanos como consecuencia de una inversión de los valores sociales y el cuestionamiento de la autoridad. En este contexto podemos comprobar una dolorosa realidad, la ausencia de liderazgo y una juventud, entre los 19 y 37 años de edad que está diluyéndose en el entramado social.Siento dolor al constatar la cantidad de jóvenes privados de la libertad recluidos en los centros penitenciarios de Colombia; experimento dolor ante la constatación de jóvenes consumidores activos, inyectándose heroína y desertando de sus carreras profesionales para sumergirse en las nuevas tecnologías que haga más fácil la consecución del dinero o los logros de metas e ideales. Asimismo, el índice de suicidios en aumento en el departamento del Quindío (34 en lo que va corrido de este 2024) y el aumento de niños menores de nueve años consumidores cocaína, como denunció este mismo diario, tiene que preocuparnos.Yo creo en la paz y como padre y pastor siento que debemos seguir luchando superando las diferencias, la envidia, la desconfianza, la avaricia, que trae consigo turbulencia y ruido (St 3,16-4,3). Hago un llamado a las fuerzas vivas de la sociedad a que unamos nuestros esfuerzos en beneficio de una nación en paz para lo cual debe brillar la justicia, la equidad, la verdad y el amor.Hago un llamado al señor Presidente a que como líder de los colombianos entienda que su gobierno es para todos, le ruego buscar consensos, buscar un acuerdo nacional y evitar confrontaciones, rivalidades, conflictos y divisiones. Hago un llamado a los violentos para que depongan las armas de la guerra y se abran al diálogo con gestos y hechos concretos de paz y de justicia.Hago un llamado a todos los ciudadanos para que nos comprometamos como artesanos de la paz; es urgente abrir el corazón al Príncipe de la paz, a Jesús, que nos dice: ‘la paz les dejo, mi paz les doy’ (Jn 14, 27); esa paz que trae consigo serenidad y calma y que se construye desde la fuerza del perdón y la reconciliación.No perdamos más tiempo en discusiones vanas, tengamos la disposición interior para que, superando las diferencias, nos sintamos hermanos y juntos seamos signos de amor, unidad y paz.+Carlos Arturo Quintero GómezObispo de la Diócesis de Armenia
Vie 11 Oct 2024
El poder de lo ordinario para salir en misión
Por Mons. Hugo Alberto Torres Marín - En la misa de clausura del XIII Congreso Nacional Misionero 2024, el cardenal Tagle resaltaba el “poder que los encuentros y acontecimientos humanos ordinarios tienen para entregar la Buena Nueva de Jesús”. Este principio lo reforzó con una anécdota simple. Le saluda una chica y él le pregunta si era religiosa, y ante el no, le dijo “todavía no”. Estas palabras desencadenaron la inquietud vocacional de la chica y como consecuencia ingresa a una comunidad de Benedictinas. El gran misionero San Pablo sí que aprovecha los acontecimientos ordinarios de su confrontada vida para entregar a Cristo y mantenerse en salida misionera, pide a los Colosenses que oren por él para que en la cárcel pueda “aprovechar toda ocasión para entregar el anuncio como es debido” y les recomienda que “no desaprovechen las ocasiones y lo hagan con un lenguaje agradable, sazonado con sal” (Col 4,4.6).El Papa Francisco, con su estilo pastoral y en su magisterio, es reiterativo al pedir a los agentes de la evangelización, todos los bautizados y, de modo especial, a los consagrados, que aprovechen todas las oportunidades y maneras de relacionamiento para salir de sí mismos al encuentro solidario con los otros para entregar el Evangelio, superando los miedos, los círculos cerrados, las relaciones impersonales a veces favorecidas por las tecnologías (EG 87).Reconoce el Papa que salir a la entrega del Evangelio en la cotidianidad de la vida diaria es siempre un riesgo; la presencia del otro con sus realidades, vivencias y necesidades, siempre interpela, pero a la vez contagia permitiendo experimentar la fuerza renovadora del encuentro interpersonal, este encuentro cuando es “sazonado con sal”, genera como el mismo lo expresa “la revolución de la ternura” (EG 88).El Octubre Misionero 2024 es un llamado “a ir e invitar a todos al banquete” (Mt 22,9) y para logarlo sí que hace falta recuperar el “Espíritu” que llama, unge y envía a la salida misionera. Esta salida no precisa tanto elaborar grandes parafernalias misioneras, pero sí recuperar la disponibilidad, la alegría, la creatividad y sagacidad para aprovechar los momentos ordinarios para la misión, para el encuentro personal con el Evangelio y para ser puente que facilita a otros, el encuentro transformador.Lo decía esta semana una de las madres participantes en la segunda sesión del Sínodo de la Sinodalidad: “El bautizado como el ministro ordenado, vive y confirma el bautismo para ser enviado a la misión, preocupa que muchos consagrados no viven el envío sino el contrato”. Qué peligro que las estructuras, las posiciones, las órdenes recibidas (obispo, presbítero, diácono, consagrado), los convenios para servicios misioneros, terminen obstaculizando la fuerza del envío recibido.Este mes misionero es una bella ocasión para hacer que las acciones misioneras ordinarias faciliten encuentros extraordinarios.+Hugo A. Torres MarínArzobispo de Santa Fe de Antioquia