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El desperdicio de alimentos: una herida sangrante
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Por: Mons. Fernando Chica Arellano - El recrudecimiento de la pandemia en curso está generando ingentes desafíos a la seguridad alimentaria en muchos países, así como crecientes obstáculos para el abastecimiento de los comercios con productos agrícolas, pesqueros y ganaderos. Las medidas de cuarentena, las interrupciones en las cadenas de suministro, el cierre de fronteras, las trabas en el desplazamiento de la población y otra serie de iniciativas han contribuido a que muchos productos queden en la mar o en el campo y no lleguen a los distribuidores, o no encuentren mercados a los que abastecer, por lo cual terminan perdiéndose. En algunas naciones se llegó incluso al desabastecimiento en los supermercados, los cuales tampoco podían regalar comida a unos bancos de alimentos ya de por sí diezmados por una demanda creciente a causa del alza del desempleo. Por otra parte, las compras frenéticas o compulsivas y una cierta variación en el hábito de consumo durante el confinamiento causaron un gran desperdicio alimentario.
Si la pérdida de alimentos se asocia a las regiones del sur del mundo, nuestro hemisferio contempla en mayor medida el derroche alimentario, una lacra que, si todos pusiéramos de nuestra parte, dejaría de existir o se vería aminorada de modo considerable.
En efecto, en nuestros pueblos y ciudades, sonroja ver montones de comida tirada en la basura, a la vez que va incrementándose el número de personas que no tienen lo necesario para llenar su estómago. Conviven individuos que no pueden alimentarse ni sana ni suficientemente junto a otros que malgastan y derrochan sin control. Nos deberíamos avergonzar de esta atroz contradicción, sobre todo si traemos a colación tantos niños como mueren de hambre diariamente en el mundo. Es un escándalo que clama al cielo pidiendo justicia, como la sangre del Abel (cfr. Gen 4,10). El despilfarro de alimentos es un triste fenómeno que ha de interpelar nuestras conciencias y resolverlo compete a todos.
Las cifras hablan por sí solas. Si pensamos en el entorno que nos circunda, según estudios atendibles, España es el séptimo país de la Unión Europea que más comida dilapida. De media, cada persona arroja al vertedero unos 179 kilos de comida al año. Importante es no ignorar que, de todos los alimentos desechados, aproximadamente 1,2 millones de toneladas son aptos para el consumo. Las estadísticas señalan además que hasta 98 millones de toneladas de alimentos se despilfarran anualmente en la Unión Europea. Según la FAO, más de 690 millones de personas sufren desnutrición en el mundo. Otras fuentes ilustran este dato informando que en torno al 9,6% de la población europea no alcanza a comprar comida de calidad cada dos días. Desconcierta saber, en fin, que el 20% de los alimentos producidos en el viejo continente se desperdicia, con un coste económico estimado en 143.000 millones de euros.
Si ahondamos en el problema, observamos que el derroche de alimentos no solo supone prescindir irresponsablemente de comida, una comida que, bien utilizada, podría servir para aliviar las necesidades nutricionales de quienes lo precisan. Entraña también echar por la borda mucha mano de obra, usada inútilmente para producir alimentos que a la postre acaban desperdiciados. Significa igualmente un empleo innecesario de recursos que no son ilimitados, sino más bien escasos, como la tierra, el agua y la energía. Pero el impacto del despilfarro alimentario no es solamente cuantificable desde la perspectiva financiera. El medio ambiente es otro de los grandes afectados por los desperdicios de alimentos, ya que su producción conlleva la utilización de fertilizantes y pesticidas. Esos ingredientes menoscaban enormemente nuestro planeta, ya bastante vapuleado por otros efectos nocivos del cambio climático: por cada kilogramo de alimento producido, 4,5 kg de dióxido de carbono (CO2) va a la atmósfera.
Permanecer impasible ante esta grave temática, o reputarla como una cuestión que no nos afecta, es ciertamente erróneo. Los medios de comunicación, la escuela, pero sobre todo la familia, han de sensibilizar a la opinión pública para encarar muy en serio un problema que depende, en gran medida, de haber recibido una educación correcta, que otorgue a los alimentos el valor que realmente tienen. Nadie, pues, puede contentarse con ser un mero espectador en la lucha contra el derroche de alimentos, siendo una herida que supura, perjudicando sin piedad a multitud de personas, especialmente a los pobres y vulnerables de la sociedad.
A este respecto, pocos meses después de ser elegido Sucesor de Pedro, el papa Francisco, en la audiencia general del 5 de junio de 2013, hablando de la cultura del descarte, dijo sin medias tintas que “nos hemos hecho insensibles al derroche y al desperdicio de alimentos, cosa aún más deplorable cuando en cualquier lugar del mundo, lamentablemente, muchas personas y familias sufren hambre y malnutrición. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre!”.
Por tanto, poner fin a una mentalidad caprichosa en el uso de los alimentos, que los desdeña sin ningún miramiento, ayuda a combatir también el desprecio a las personas cuando estas ya no son útiles, son ancianas o están enfermas, han perdido su apariencia o se han vuelto frágiles y débiles.
El asunto no es de poca monta: de hecho, sabemos que se desperdicia un tercio de los alimentos producidos para consumo humano en todo el mundo, es decir, unos 1300 millones de toneladas anuales. Esta cantidad sería suficiente para dar de comer al menos a unos 2.000 millones de personas en nuestro planeta.
En este sentido, el día 18 de noviembre de 2019, el Santo Padre, en su Mensaje con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, denunciaba sin ambages que “el derroche de alimentos lacera la vida de muchas personas y vuelve inviable el progreso de los pueblos. Si queremos construir un futuro en el que nadie quede excluido, tenemos que plantear un presente que evite radicalmente el despilfarro de comida. Juntos, sin perder tiempo, aunando recursos e ideas, podremos presentar un estilo de vida que dé la importancia que merecen a los alimentos. Este nuevo estilo consiste en estimar en su justo valor lo que la madre Tierra nos da, y tendrá una repercusión para toda la humanidad”.
Ante semejante panorama, ¿cuál puede ser nuestra contribución personal? Todo tiene que arrancar de una convicción: no podemos seguir adelante con un estilo de vida que contemple el despilfarro de alimentos como algo normal, sin importancia. Es fundamental un cambio de paradigma en el plano económico, ecológico, educativo y social, que potencie la convergencia de medidas internacionales, estatales, regionales, locales y, en particular, individuales, con el fin de zanjar una problemática que tiene terribles secuelas negativas. Se trata de identificar vías y modos que, afrontando sensatamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de generosidad con los más necesitados.
Sin afán de ser exhaustivos, apunto algunas pistas para focalizar el asunto y atisbar soluciones al mismo.
Primero, en el ámbito personal y familiar. Hemos de subrayar que los alimentos se despilfarran en todas las fases de la cadena de alimentos (producción primaria, procesamiento, venta, servicios de comida, etc.), pero es en el marco hogareño donde más se desperdicia. Contrarrestar esta tendencia es una obligación, algo verdaderamente imprescindible. Para ello es cuestión de no olvidar acciones tan sencillas como cocinar cantidades pequeñas, reutilizar las sobras, comprar solo lo necesario, no dejarse llevar por las apariencias (para desechar “frutas feas”, por ejemplo), revisar el refrigerador, consumir primero los alimentos más antiguos, entender las etiquetas de fechas (“consumir antes de”, “consumir preferentemente antes de”, “fecha de caducidad”), compostar y donar los excedentes a instituciones que harán buen uso de ellos.
En segundo lugar, hemos de apoyar a las entidades sociales y organizaciones no gubernamentales (ONG)que están plantando cara al desperdicio de alimentos de forma creativa y eficiente, intentando salir al encuentro de quienes lo precisan. En este apartado es justo incluir asimismo los esfuerzos que están llevando a cabo muchos comedores promovidos por parroquias, institutos religiosos, grupos juveniles y asociaciones cristianas para redistribuir alimentos. Y esto, en muchas ocasiones, contra viento y marea, incitados por la fantasía y la pujanza que nacen del amor desinteresado, venciendo burocracias agobiantes, sin reparar en cansancios o cortapisas. Remediar el derroche de alimentos pasa, pues, por la conjunción de medidas individuales, pero también comunitarias e institucionales.
En tercer lugar, en la lucha contra el despilfarro las empresas ocupan un puesto de relieve. En numerosos centros industriales, restaurantes, grandes superficies y supermercados, por ejemplo, se están poniendo en marcha “auditorías de desperdicios” que permiten ser mucho más eficaces en la gestión de los recursos. Por el lado del consumidor, algunas aplicaciones permiten, a través del teléfono móvil, encontrar comida sobrante de restaurantes a precios rebajados. En comercios de alimentación de diversos países, se está implantando la costumbre de vender las frutas, verduras y hortalizas por unidades y no por paquetes o manojos. Se ha comprobado que de esta manera se reduce el desperdicio de alimentos en torno al 25%. El papel de las ONG de consumidores ha sido muy relevante a la hora de lograr estos avances.
Un cuarto aspecto nos lleva al terreno político y legislativo. En estos momentos, determinados países cuentan con leyes que prohíben a los supermercados, a los hospitales y a los hoteles tirar o destruir alimentos. En lugar de eso, están obligados a cederlos a diversas organizaciones benéficas, que son las encargadas de distribuirlos entre las personas y familias necesitadas. Sería esta una iniciativa que habría que generalizar y ampliar más todavía por el beneficio que comporta.
Finalmente, están los organismos internacionales y, entre ellos, el Programa Mundial de Alimentos, que lanzó la campaña global Stop Desperdicio. En el Mensaje enviado el 18 de noviembre de 2019 a esta agencia de las Naciones Unidas, con ocasión de la apertura del segundo período ordinario de sesiones de su Junta Ejecutiva, el Papa se refería a ella con estas palabras: “Deseo que esta campaña sirva de ayuda a quienes en nuestros días sufren las consecuencias de la pobreza y pueda demostrar que, cuando la persona ocupa el centro de las decisiones políticas y económicas, se afirma la estabilidad y la paz entre las naciones y crece por todas partes el entendimiento mutuo, cimiento del auténtico progreso humano”.
En definitiva, el desperdicio de alimentos constituye una cuestión de conspicua envergadura, que exige implementar inteligentemente acciones que la aborden desde su raíz, sin superficialidades, sesgos o negligencias. Es por eso que, en 2019, la LXXIV Asamblea General de la ONU designó el 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Este año 2020 ha sido la primera vez que se ha celebrado esta jornada con el fin de fortalecer nuestra responsabilidad en el consumo adecuado de los alimentos, evitando malas prácticas y decisiones, como el derroche alimentario. En este terreno cada uno de nosotros podemos hacer algo para impedirlo. Como recuerda el papa Francisco, “una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas” (Laudato Si’, n. 230). Si nos mentalizamos auténticamente, si unimos ideas y voluntades y redoblamos nuestro compromiso, afrontando sin improvisaciones el despilfarro de alimentos, este flagelo quedará relegado al pasado y podremos construir un presente más justo, que abra las puertas a un futuro en donde todos puedan comer de forma digna, sana y nutritiva.
Mons. Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA
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“Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20)
Por. Mons. José Libardo Garcés Monsalve - Estamos culminando el mes de octubre con la certeza de seguir avanzando en la conciencia misionera de cada uno de los bautizados, cumpliendo el mandato del Señor “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, enseñándoles a poner por obra todo lo que les he mandado” (Mt 28, 19). Frente a la misión llegan también momentos de incertidumbre, por las dificultades que hay que afrontar cada día, incluso el rechazo de muchos al mensaje de salvación. Frente a esta realidad, el evangelizador no ha de desfallecer, debe seguir adelante con la gracia que viene de lo alto para continuar la tarea, que no es propia, sino del Señor, y Él mismo nos ha dado la certeza que no estamos solos, pues nos ha dicho: “Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Evangelizar es la misión de la Iglesia y está en nuestras manos ser instrumentos disponibles para cumplir con esta tarea que le da identidad a la Iglesia. San Pablo VI así lo enseña: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (Evangelii Nuntiandi, 14), para que muchos experimenten la alegría del Evangelio y den sentido a sus vidas, como lo afirma el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, 1).Dejar entrar a Jesús en la propia vida, en la vida familiar, es tener la garantía de que Él llega para permanecer, Él estará con nosotros todos los días, en los momentos fáciles y difíciles; en las alegrías y en la Cruz, ahí está el Señor caminando con nosotros, siendo soporte y alivio, dándonos esperanza en la tribulación. Aparecida nos ilustra esta realidad cuando afirma: “Todos nosotros como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas” (Documento de Aparecida, 30), porque Jesús camina con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.El mundo que está sin Dios se queda sin esperanza y entra en el vacío y en la tristeza más profunda; el Señor quiere quedarse en el corazón de todos hasta el final de los tiempos, pero hay que permitirle la entrada, hay que dejarse encontrar por el amor de Dios que salva, que perdona, que purifica y llena de alegría el corazón. El Papa Francisco insiste en la alegría que da el encuentro con el amor de Dios y lo expresa así: “Sólo gracias al encuentro con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada. Llegamos a ser plenamente humanos cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora, porque si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG 8).La presencia del Señor en nuestra vida hasta el final de los tiempos, le devuelve el sentido y la alegría a la existencia humana y aún en medio de las dificultades, existe serenidad y armonía, porque mirar y contemplar el Crucificado, fuente de nuestra salvación, llena el corazón de paz. Esta realidad interior que se vive al experimentar el amor de Dios, es lo que se transmite en el nombre del Señor en el trabajo misionero, de tal manera que, no se necesita mucha ciencia humana para evangelizar, basta experimentar el amor de Dios, “si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús” (EG 120).Esta fue la experiencia de los primeros discípulos del Señor, ellos después de experimentar el amor de Dios, de inmediato salieron con gozo a transmitir lo que estaban viviendo en sus vidas y lo hacían con gozo y convicción “hemos encontrado al Señor” (Jn 1, 41), y esta es la misión nuestra: vivir el amor de Dios en la propia vida y querer extender ese amor a otros siendo auténticos misioneros del Reino de Dios, porque “todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida” (EG 121).Como creyentes en Jesucristo, sigamos en salida misionera haciendo discípulos misioneros del Señor, haciendo anuncio del Señor diciendo: “Tú eres el Cristo, envíanos Señor”, comenzando ese anuncio en el propio hogar y en el entorno en el que vivimos. Que la Santísima Virgen María y el glorioso patriarca san José, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor misionero para cumplir con el mandato del Señor de ir por todas partes a hacer discípulos misioneros del Señor, con la certeza que Él está con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Cf Mt 28, 20).En unión de oraciones.Reciban mi bendición.Mons. José Libardo Garcés MonsalveObispo de la Diócesis de Cúcuta
Mar 22 Oct 2024
Dos Grandes Misioneros
Por Mons. Orlando Antonio Corrales García , Arzobispo Emérito de Santa Fe de Antioquia - El Domingo 20 de Octubre celebramos en toda la Iglesia la Jornada Mundial de las Misiones y por este motivo, todo el mes de Octubre se llama el Mes Misionero. Por esto les presento en esta reflexión a dos grandes misioneros, cuya Memoria litúrgica tenemos en estos próximos días: San Juan Pablo II y San Antonio María Claret.El martes 22 tenemos la Memoria litúrgica del Papa San Juan Pablo II. En el inicio solemne de su pontificado, el 22 de Octubre de 1978 en la Plaza de San Pedro, resonó la voz potente del nuevo Papa, venido de Polonia, que exhortó a toda la Iglesia, más aún, a toda la humanidad, a abrir las puertas a Cristo el Salvador de todos los hombres. Este es el anuncio Misionero que debe llevarse a todos los rincones de la tierra: proclamar que Cristo es el Salvador y que todos los hombres y mujeres, son invitados a abrir las puertas del corazón a Cristo, para que sea El quien dé sentido a la vida de cada persona.No cabe duda que este Papa fue un gran misionero y por ello viajó a tantos países del mundo, con el único objetivo de llevar el mensaje de la Salvación, la buena noticia del amor de Dios a todos: sus numerosos viajes, al igual que sus incontables documentos, tuvieron y tienen todavía hoy el propósito de acercar a hombres y mujeres de todas las culturas y lenguas, a Dios, para descubrir y experimentar su amor de PadreDestaco entre sus documentos, la Encíclica Redemptoris Missio: La Misión del Redentor, publicada el 7 de Diciembre de 1990, cuyo subtítulo es: Sobre la permanente validez del mandato misionero. Trata de la urgencia de la actividad misionera en estos tiempos. Tiene 8 capítulos, que me permito enunciar:1. Jesucristo, único Salvador.2. El Reino de Dios.3. El Espíritu Santo, protagonista de la misión.4. Los inmensos horizontes de la misión Ad gentes.5. Los caminos de la misión.6. Responsables y agentes de la pastoral misionera.7. La cooperación en la actividad misionera.8. Espiritualidad misionera: «El verdadero misionero es el santo».El jueves 24 celebramos la Memoria litúrgica de San Antonio María Claret. Nació en España y como sacerdote, predicó durante varios años en la región de Cataluña. Durante toda su vida desplegó un gran ardor misionero. Fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba, entregándose con gran generosidad a su tarea misionera en esa Isla del Caribe. Su gran espíritu misionero lo impulsó – por inspiración divina – a fundar la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos como los Misioneros Claretianos, que hacen presencia en 68 países, entre ellos Colombia. Están presentes en varias Diócesis de nuestro país, muy especialmente en Quibdó, Chocó. También están presentes en Medellín.San Antonio María Claret dio está definición del misionero: «Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todos el mundo en el fuego del divino amor. Nada me arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas».Que el ejemplo y el dinamismo de estos dos grandes misioneros, nos impulse para vivir la Misión de manera permanente, como debe ser, no sólo en algunos momentos.
Mié 16 Oct 2024
Todos llamados al seguimiento de Jesús
Por Mons. José Libardo Garcés Monsalve, Obispo de la Diócesis de Cúcuta - Avanzamos en el mes de octubre dedicado en la Iglesia a la oración, reflexión y ayuda a las misiones, con el llamado a tomar conciencia de la tarea evangelizadora de la Iglesia, que en salida misionera, sigue llamando a todos al seguimiento de Jesús.En el pasado, en la familia se transmitían las verdades fundamentales de la fe, que permitían al niño y al joven optar por el Señor; hoy la parroquia en salida misionera, debe convocar mediante el proceso evangelizador, para que el seguimiento de Jesús sea una realidad en muchos hogares y ambientes. La tarea de la Iglesia sigue siendo la de cumplir con el mandato del Señor de ir a todos para anunciarles el mensaje de salvación, la Buena Nueva del Evangelio.San Pablo VI así lo enseña cuando afirma: “No obstante estas adversidades, la Iglesia reaviva su inspiración más profunda, la que le viene directamente del Maestro: ¡A todo el mundo! ¡A toda creatura! ¡Hasta los confines de la tierra! Como una llamada a no encadenar el anuncio evangélico limitándolo a un sector de la humanidad o a una clase de hombres o a un solo tipo de cultura” (Evangelii Nuntiandi, 50). Este llamado que nos hace el Papa nos tiene que mover a todos a desarrollar la creatividad para llegar a los distintos sectores de la parroquia.Hay que salir del ámbito del despacho parroquial. En palabras del Papa Francisco, hay que tener presente llegar con la evangelización a los tres ámbitos de la pastoral: “En primer lugar el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad. En segundo lugar, el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. Finalmente, está el ámbito de quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado” (Evangelii gaudium, 14). Revisando nuestra acción misionera en el proceso evangelizador, hemos cuidado con diligencia el primer ámbito de la pastoral, encendiendo el corazón de los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, buscando que los creyentes respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.Nos hace falta ir a buscar a los que están en el ámbito de los que no viven las exigencias del bautismo, que es un grupo amplio de fieles. Y mucho más descuidado, se encuentran los del tercer ámbito, aquellos que no conocen a Jesucristo o lo rechazan abiertamente. El mandato de la salida misionera debe abarcar el segundo y tercer ámbito, y para llegar a todos, debemos convocar a los que tenemos en el primer ámbito de la pastoral, para que se comprometan en el anuncio gozoso del mensaje de Jesucristo en todos los ambientes, recordando lo que nos dice el Papa Francisco que: “los cristianos tienen el deber de anunciar el Evangelio sin excluir a nadie, no como quien impone una obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable” (EG 14).En el credo proclamamos que la Iglesia es católica, esto quiere decir universal, y la universalidad tiene que estar en la mente del evangelizador, para llegar con la fuerza del Evangelio a todas partes. Recordemos que el Señor es quien conduce la misión; nosotros somos instrumentos que entregamos nuestra vida al servicio del Evangelio. Esta certeza nos ayuda a vencer los miedos de entrar a ciertos sectores de la sociedad y arriesgarnos a ir; aún si nos rechazan en un primer momento, no desistir en la tarea evangelizadora, ya que sabemos, vamos en el nombre del Señor y tenemos la certeza de que Él mismo nos ha dejado en el Evangelio: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20).Esto implica tener fervor por la evangelización, que en el misionero se percibe con fuerza cuando está en gracia de Dios. Un sacerdote, un misionero en gracia de Dios, es capaz de salir de su habitual situación de confort y dar la vida por Jesucristo. No es posible ser un misionero fervoroso estando en situación permanente de pecado. Todos somos pecadores, pero lo que se espera de un sacerdote, de un misionero es que no permanezca en situación de pecado por mucho tiempo, que, frente al pecado, busque de inmediato el sacramento de la confesión, reciba el perdón, y sienta la necesidad de ir a anunciar la misericordia de Dios por todas partes.Frente a esta realidad, necesitamos comunicar que todos están llamados al seguimiento de Jesús. Queda de parte del misionero hacer vida el llamado del Papa Francisco cuando dice: “la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia y la causa misionera debe ser la primera” (EG 15), de tal manera que lo tenemos que hacer presente con la salida misionera a la que estamos convocados todos, con la conciencia de que: “cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20).En nuestra Diócesis de Cúcuta estamos con la disponibilidad de cumplir el mandato del Señor, de convocarlos a todos para que sigan a Jesucristo que es Camino, Verdad y Vida, que nos lleva hasta el Padre Celestial. Que la Santísima Virgen María, estrella de la evangelización y el glorioso patriarca san José, fiel custodio de la fe, alcancen de Nuestro Señor Jesucristo el fervor pastoral, para estar siempre en salida misionera.En unión de oraciones, reciban mi bendición.
Vie 11 Oct 2024
‘La paz les dejo, mi paz les doy’
Por. Mons. Carlos Arturo Quintero Gómez - La sociedad se encuentra hoy sobre arenas movedizas entre el amor y el odio, la tristeza y la alegría, la felicidad y la infelicidad, la violencia y la indulgencia. Una sociedad polarizada que se debilita por las verdades a medias difundidas a través de las redes sociales, por la politiquería e incoherencia de cientos de servidores públicos, por el sensacionalismo de algunos medios de comunicación o el sectarismo de algunos periodistas y, por la indiferencia de numerosos ciudadanos.Una sociedad en la que nos estamos dividiendo entre buenos y malos, entre los que dicen trabajar por la paz y los mal llamados ‘enemigos de la paz’, entre un nutrido grupo de ciudadanos que creen que es posible la convivencia pacífica y aquellos que ven detractores en los que manifiestan desacuerdo, entre los que supuestamente creen en el cambio y los que piensan que ese cambio no se ha dado. Mientras todo esto va acrecentándose los grupos alzados en armas y las bandas criminales continúan su avanzada disputando territorios donde el poder de las armas y las drogas silencia conciencias y mata sueños de niños, adolescentes y jóvenes; donde hombres y mujeres ven cómo se tejen hilos de violencia, venganza, miedo, olor a muerte. Una disputa por territorios en diversas zonas a los que la fuerza pública pareciera, no puede llegar.No ignoramos cómo nuestra fuerza pública honrando su amor a la patria sigue batallando tratando de generar una mayor confianza institucional y credibilidad en los colombianos, intentando mantener los ánimos para defender los derechos humanos, la convivencia y la soberanía nacional, sujetos al irrespeto de los ciudadanos como consecuencia de una inversión de los valores sociales y el cuestionamiento de la autoridad. En este contexto podemos comprobar una dolorosa realidad, la ausencia de liderazgo y una juventud, entre los 19 y 37 años de edad que está diluyéndose en el entramado social.Siento dolor al constatar la cantidad de jóvenes privados de la libertad recluidos en los centros penitenciarios de Colombia; experimento dolor ante la constatación de jóvenes consumidores activos, inyectándose heroína y desertando de sus carreras profesionales para sumergirse en las nuevas tecnologías que haga más fácil la consecución del dinero o los logros de metas e ideales. Asimismo, el índice de suicidios en aumento en el departamento del Quindío (34 en lo que va corrido de este 2024) y el aumento de niños menores de nueve años consumidores cocaína, como denunció este mismo diario, tiene que preocuparnos.Yo creo en la paz y como padre y pastor siento que debemos seguir luchando superando las diferencias, la envidia, la desconfianza, la avaricia, que trae consigo turbulencia y ruido (St 3,16-4,3). Hago un llamado a las fuerzas vivas de la sociedad a que unamos nuestros esfuerzos en beneficio de una nación en paz para lo cual debe brillar la justicia, la equidad, la verdad y el amor.Hago un llamado al señor Presidente a que como líder de los colombianos entienda que su gobierno es para todos, le ruego buscar consensos, buscar un acuerdo nacional y evitar confrontaciones, rivalidades, conflictos y divisiones. Hago un llamado a los violentos para que depongan las armas de la guerra y se abran al diálogo con gestos y hechos concretos de paz y de justicia.Hago un llamado a todos los ciudadanos para que nos comprometamos como artesanos de la paz; es urgente abrir el corazón al Príncipe de la paz, a Jesús, que nos dice: ‘la paz les dejo, mi paz les doy’ (Jn 14, 27); esa paz que trae consigo serenidad y calma y que se construye desde la fuerza del perdón y la reconciliación.No perdamos más tiempo en discusiones vanas, tengamos la disposición interior para que, superando las diferencias, nos sintamos hermanos y juntos seamos signos de amor, unidad y paz.+Carlos Arturo Quintero GómezObispo de la Diócesis de Armenia