Vie 1 Nov 2019
¿Somos personas de buen corazón, misericordiosos, fáciles de perdón?
Primera lectura: Sb 11,22 - 12,2
Salmo: Sal 145(144),1-2.8-9.10-11.13cd-14 (R. cf. Sab 11,23)
Segunda lectura: 2Ts 1,11 - 2,2
Evangelio: Lc 19,1-10
Introducción
Vamos terminando el año litúrgico y el tono de las lecturas va tomando una perspectiva escatológica. Hoy podemos registrar tres temas fundamentales en las lecturas de este domingo:
• El Evangelio, con la escena de Zaqueo, y la página sapiencial del Antiguo Testamento nos hablan del perdón de Dios.
• El salmo, nos anima a todos, que somos pecadores y necesitamos de esta misericordia de Dios, a confiar en él.
• Y el último tema lo contiene la segunda lectura: Mantenerse firmes y dignos de su vocación en el camino de la fe.
1. Lectio: ¿Qué dice la Sagrada Escritura?
Este momento es un ejercicio de búsqueda del sentido, o, mejor dicho, de los sentidos que tiene un texto bíblico. Abordemos cada uno de los textos de este domingo resaltando algunos detalles.
El libro de la Sabiduría, uno de los últimos del AT, nos ofrece una reflexión sobre la grandeza de Dios: “el mundo entero es ante ti como un gramo en la balanza” (11,22). Y a la vez su misericordia: “te compadeces de todos porque todo lo puedes... y no aborreces nada de lo que hiciste” (11,23.24).
Su autor resalta que Dios perdona: “a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (11,26). A los que hace falta corregirles, lo hace con tolerancia y amor: “corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti” (12,2).
El salmo responsorial 145 (144) es una gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas las criaturas: “el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad... el Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
Tesalónica es una ciudad de Grecia, y san Pablo escribe dos cartas a su comunidad cristiana. La segunda, que es la que leeremos durante tres domingos, está llena de recomendaciones para que los de Tesalónica se mantengan firmes y dignos de su vocación en el camino de la fe.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo nombra la última venida de Cristo y nuestro encuentro con él. Pero a la vez dice que no es inminente, y que nadie se debe alarmar por supuestas revelaciones sobre el final del mundo, “como si afirmáramos que el día del Señor está encima” (2Ts 2,2).
En el Evangelio nos encontramos esta vez no con una parábola, si un hecho que sucedió́ al llegar Jesús a la ciudad de Jericó, ciudad comercial y rica, muy apta para que los recaudadores de impuestos «prosperen».
Zaqueo, “jefe de publícanos y rico” (19,2), se siente movido primero por la curiosidad. Pero luego, la cercanía de Jesús, que se ha auto invitado a comer en su casa, le toca el corazón y se convierte, sacando unas conclusiones muy concretas para reparar las injusticias que había cometido.
El comentario, gozoso, de Jesús es: “hoy ha sido la salvación de esta casa: también este es hijo de Abrahán” (19,9). Es una ocasión más en las que Jesús, de palabra y, de hecho, nos ofrece el retrato de un Dios que perdona. Él mismo, Jesús, “ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (19,10)
2. Meditatio: ¿Qué me dice la Sagrada Escritura y qué me sugiere para decirle a la comunidad?
El Papa Francisco reflexionando sobre la palabra de este día nos dice: “Y Jesús se detuvo, no pasó de largo precipitadamente, lo miró sin prisa, lo miró con paz. Lo miró con ojos de misericordia; lo miró como nadie lo había mirado antes. Y esa mirada abrió su corazón, lo hizo libre, lo sanó, le dio una esperanza, una nueva vida como a Zaqueo, a Bartimeo, a María Magdalena, a Pedro y también a cada uno de nosotros. Aunque no nos atrevemos a levantar los ojos al Señor, Él siempre nos mira primero. Es nuestra historia personal; al igual que muchos otros, cada uno de nosotros puede decir: yo también soy un pecador en el que Jesús puso su mirada. Los invito, que hoy en sus casas, o en la iglesia, cuando estén tranquilos, solos, hagan un momento de silencio para recordar con gratitud y alegría aquellas circunstancias, aquel momento en que la mirada misericordiosa de Dios se posó en nuestra vida.
Su amor nos precede, su mirada se adelanta a nuestra necesidad. Él sabe ver más allá de las apariencias, más allá del pecado, más allá del fracaso o de la indignidad. Sabe ver más allá de la categoría social a la que podemos pertenecer. Él ve más allá de todo eso. Él ve esa dignidad de hijo, que todos tenemos, tal vez ensuciada por el pecado, pero siempre presente en el fondo de nuestra alma. Es nuestra dignidad de hijo. Él ha venido precisamente a buscar a todos aquellos que se sienten indignos de Dios, indignos de los demás. Dejémonos mirar por Jesús, dejemos que su mirada recorra nuestras calles, dejemos que su mirada nos devuelva la alegría, la esperanza, el gozo de la vida.” (Homilía de S.S. Francisco, 21 de septiembre de 2015).
Las lecturas de hoy nos obligan a confrontar nuestras vidas con este retrato de Dios que nos ofrecen los pasajes del AT y el Evangelio. Ante todo, porque también nosotros le damos ocasión a Dios para ejercitar esta misericordia: todos necesitamos su perdón, en varios momentos de nuestra vida. No debemos perder la confianza, si creemos todo eso que han dicho las lecturas sobre cómo es nuestro Dios.
Pero también nos interpelan estas lecturas sobre nuestra actitud con respecto a los demás. ¿Somos personas de buen corazón, misericordiosos, fáciles al perdón? ¿o, por el contrario, somos fáciles en la condena, como los fariseos que murmuraban porque Jesús “ha entrado en casa de un pecador”?
Deberíamos ser capaces de dar un voto de confianza a las personas, por pecadoras que nos parezcan, de hacerles fácil la rehabilitación a quienes han dado algún mal paso en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, a veces tienen valores interesantes. Pueden ser “pequeños de estatura”, como Zaqueo (y seguramente en más de un sentido), pero en su interior - ¿quién lo diría? - hay el deseo de “ver a Jesús”, y pueden llegar a ser auténticos “hijos de Abrahán”.
3. Oratio y Contemplatio: ¿Qué suplicamos al Señor para vivir con mayor compromiso la misión? ¿Cómo reflejo en la vida este encuentro con Cristo?
Cada Eucaristía nos ayuda a vivir las dos direcciones de esta palabra. Jesús no se invita a nuestra casa, sino que nos invita a la suya. Nuestra Eucaristía es algo más que recibir, como Zaqueo, la visita del Señor. Es ser invitados por él a entrar en comunión con él mismo, que se ha querido convertir en nuestro alimento de vida. Cada vez sucede lo que sucedió́ en casa del publicano: “hoy ha sido la salvación de esta casa”.
Pero, a la vez, la Eucaristía es una escuela práctica en la que aprendemos a ser abiertos de corazón para con los demás. Imitando a ese Dios que quiere la salvación de todos, que no odia a nadie, que “es amigo de la vida”, y a ese Jesús que se alegra del cambio de vida de Zaqueo, nosotros, en nuestra celebración, al rezar y cantar juntos y, sobre todo, al participar juntos del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea cual sea nuestra raza, formación, edad y condición social, aprendemos a ser más comprensivos con los demás y a perdonar, si es el caso, lo que haya que perdonar.
RECOMENDACIONES PRÁCTICAS:
1. Resaltar en algún lugar visible alguna de las siguientes frases:
- “Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza”.
- “El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad”.
- “Les rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestro encuentro con él, que no pierdan fácilmente la cabeza ni se alarmen por supuestas revelaciones”.
- “Hoy ha sido la salvación de esta casa”.
2. Palabras claves: Pecado, conversión, misericordia, perdón, reconciliación
3. Se sugiere emplear la Plegaria Eucarística: De la Reconciliación II, Misal p. 501, ya que presenta la acción de Dios Padre que, con la fuerza de su Espíritu, mueve los corazones y hace desaparecer las enemistades entre los hombres, para que se abran a la reconciliación.
4. Escoger adecuadamente los cantos de la celebración, teniendo presente los diversos momentos en que se canta y la temática que presentan las oraciones y las lecturas de la celebración.
5. Guardar silencio, en el momento que corresponde, como parte de la celebración: en el acto penitencial, después de la invitación a orar, terminada la lectura o la homilía, de después de la Comunión. (Cf IGMR 45).
6. Resaltar y motivar la importancia y valor del Sacramento de la Reconciliación como espacio de encuentro con la misericordia de Dios que da la gracia del perdón.
7. Tener presente que, el sábado 9, es la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán.