Jue 16 Ago 2018
Jesús es el alimento, el perdón y el verdadero camino a seguir
Primera lectura: Pr 9,1-6
Salmo Sal 34(33),2-3.10-11.12-13.14-15(R. cf. 9a)
Segunda lectura: Ef 5,15-20
Evangelio: Jn 6,51-58
Introducción
Existe, en nuestra cultura y en las sociedades de hoy, un hecho que nos puede introducir a la comprensión del Evangelio de este domingo, y son las encuestas y el sondeo de las opiniones. Se practica un poco por todas partes, pero sobre todo en el ámbito político y comercial. También ante la predicación del Señor Jesús aparece un sondeo de diversas opiniones, con fines educativos y de exhortaciones: estaban entre los que lo oían personas que lo aceptaban y otros que les costaba entenderlo en su discurso del Pan de Vida.
En los Proverbios el Señor nos llama a ser sensatos, sabios e inteligentes para que gustemos de su bondadosa presencia. Invitación que nos repite el salmo 33: ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! Igual San Pablo, en su carta a los Efesios, nos recuerda que debemos ser agradecidos y estar atentos para descubrir cuál es la voluntad de Dios y a ser dóciles a su Espíritu que nos conduce por el camino del bien y nos advierte cómo rechazar el mal.
Continúa el Señor Jesús el discurso del Pan de Vida y ahora enfatiza que se nos da como pan vivo, su “carne entregada para que el mundo tenga vida.”-cordero-; en lugar del maná, comida que sostuvo temporalmente al pueblo en el desierto.
¿Qué dice la Sagrada Escritura?
Nuestro Dios, por su inmenso amor y misericordia, nunca nos abandona, sino que nos cuida siempre y nos da lo que más necesitamos: la vida presente y el alimento para sostenerla; la sabiduría, la inteligencia y la luz del Espíritu que nos permite descubrir su voluntad.
Al Señor Jesús, lo celebramos en la Eucaristía, memorial de su entrega, y lo vivimos día a día en la comunión con los otros y con preferencia en la vida fraterna y solidaria cuando compartimos el pan y el amor.
¿Qué me dice la Sagrada Escritura?
La Sagrada Escritura me dice que el pueblo de Dios se vio liberado de la esclavitud del Faraón en Egipto gracias a la sangre y a la carne del cordero que les salvó la vida y les dio fuerzas para iniciar por el desierto el camino de la libertad.
El acontecimiento del éxodo dio al pueblo de Dios una vida y libertad limitadas. Ahora el Señor Jesús se hace presente como el liberador y salvador definitivo, por eso se me presenta como el nuevo cordero que da su carne como alimento y su sangre como bebida salvadora para que todo el que lo reciba y tenga vida en plenitud, vida eterna: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.”
El Señor Jesús es el pan que me sostiene en el diario caminar, me comunica la paz y me fortalece en las debilidades y carencias cotidianas. Me motiva a trascender y mirar más allá, a nunca desanimarme en medio de la lucha y a rechazar toda situación de desánimo o depresión, de relativismo e indiferencia donde da igual vivir que morir. Cristo me anima a unirme a Él e imitarlo, a escucharlo y recibirlo porque es Él quien sostiene mi vida histórica y me garantiza vida eterna.
En la medida que cada uno recibamos al Señor Jesús y dejemos que se haga vida en nuestra vida, viviremos la alegría de construir comunidades de fe, paz y amor. Cristo nos capacita para esta misión, pues Él mismo nos ha: «Yo soy el pan de la vida… El que cree tiene vida eterna».
¿Qué me sugiere la Palabra que debo decirle a la comunidad?
El Señor Jesús al hacernos parte de su cuerpo y de su sangre salvadora anima nuestra vida, tanto para el tiempo presente, como para el futuro. Por tanto, también Él se hace parte de mis preocupaciones, alegrías y esperanzas, de mis problemas, luchas y logros, a la vez que su voz ilumina toda la realidad de mi historia. Él es el alimento, el perdón y el verdadero camino a seguir.
Él es también la voz que nos mueve a rechazar la violencia, el engaño, el aborto y todos los males que atentan contra la vida humana y la casa común, voz de salvación “que debe llegar con fuerza al corazón del hombre para interpelar su libertad, invitándolo a un éxodo permanente desde la propia autoreferencialidad, hacia la comunión con Dios y con los demás hermanos”, como nos lo recuerda el papa Francisco en su vista a Colombia (Encuentro con el Comité Directivo del CELAM, jueves 7 de septiembre de 2017).
La violencia es inhumana y todas las actitudes que van contra la persona y la naturaleza nunca construyen y por tanto en nada pueden ser aprobadas por la Iglesia. Al destruir, destruyen el amor, la paz, la fraternidad y, sobre todo, las esperanzas de luchar y mejorar, mientras que la Iglesia debe seguir invitando al bien y predicando los valores del Reino, paz y justicia, vida y verdad, amor y libertad…, sin condenar a nadie.
Se puede, aquí, hacer alusión a algunas expresiones de Monseñor Oscar Romero, quien decía:
“Cuando se construye así la historia -qué hermoso- coincide con la historia de la salvación; hay paz. Pero esto es muy profundo y no todos lo comprenden, y por eso, dice Cristo, que lo que va a surgir inmediatamente ante esta doctrina es la crítica y la división… una de las cartas más bonitas que llegan en esta semana es aquella que dice: "Lo que más me admira de la Iglesia de estos días es que, a pesar de haber sufrido tantos atropellos y hasta asesinatos, nunca se le ha oído una palabra de odio ni de venganza, sino siempre una palabra de amor y de conversión". ¡Qué bien captan las almas humildes las intenciones de la Iglesia! Y yo me alegro de que así se sienta, mientras que otros siguen tercos en acusar a la Iglesia de violenta y que es causa de los males. Los que escuchan sin perjuicios, sin intereses egoístas, escuchan el verdadero lenguaje de la Iglesia: No a la violencia; un llamamiento a la conversión de los pecadores, como dije aquí el día de las exequias del Padre Grande, "¿Quién sabe si los asesinos de esta víctima me están escuchando por radio? Sepan que no los odiamos, que pedimos a Dios que se arrepientan" y vengan con nosotros un día a recibir el pan que Dios da con un beso de amor, aun a los pecadores, aun a los asesinos. Qué alegría sentiría la Iglesia el día en que todos los que han escrito o pagado escritos o usado armas, a humillar pueblos, o torturando gente con un sentido tan brutal de la vida, se convirtieran, vieran que eso no puede ser y volvieran arrepentidos a pedirle perdón a Dios, que todavía los está esperando. Desde luego que Dios les da vida a los pecadores; es porque está esperando. Ojalá, queridos amigos que me están escuchando (tal vez humillados de lo que han hecho, porque la violencia nunca es un orgullo, y el que golpea a otro hombre siempre siente la vergüenza; él está más humillado que el mismo golpeado) sientan de veras que eso es vergonzoso, sobre todo en un país que se llama civilizado y que si de veras le queremos dar un rostro bello a nuestra patria, lavémosla en la conciencia íntima sobre todo de los que son culpables, causantes, patrocinadores, tolerantes, alcahuetes, de esta situación de muerte que no puede seguir” (Homilía, 14 de agosto de 1977).
¿Cómo el encuentro con Jesucristo me anima y me fortalece para la misión?
El Señor Jesús al dar su vida, comunicó la vida a la humanidad y a todo el mundo y la sigue comunicando. Hoy al hablarme me anima y me fortalece, me pide aceptarlo y recibirlo para tornarse uno conmigo y hacer que le encuentre sentido a mi vida. Su voz de ánimo y fuerza me comunica su vida abundante, vida que sólo Dios da en el tiempo presente y que, al encontrarle gusto a mi vida, al experimentar la libertad y el deseo de ser feliz en plenitud, me lleva a compartir y servir a los demás, y, al mismo tiempo a querer resucitar el último día, ir más allá de la historia: llegar a mi realización humana, a mi felicidad y vida en plenitud.