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Iglesia

Lun 28 Nov 2016

La pandemia de la corrupción

Por pbro Juan Álvaro Zapata - La paz es un sueño que ha tocado las puertas de todos los colombianos en varias oportunidades, pero por diversas razones la hemos dejado pasar de largo y no se ha podido quedar en nuestros hogares. Por décadas hemos visto cómo algunos compatriotas, por diferentes motivos, han desangrado, enfrentado y aniquilado a cientos de colombianos, sembrando el terror y la desesperanza. ¿Cuántos llantos hemos escuchado a causa de la barbarie de las armas y de los corazones sumidos en el odio y la sed del egoísmo? ¿Cuántos rostros destrozados por la pérdida de un padre, madre, hijos o amigos, han contemplado nuestros ojos a lo largo de estos años de conflicto? ¿Cuántas víctimas han dejado los conflictos violentos en Colombia? y ¿Cuánto retraso se ha gestado en Colombia a causa de la violencia sin sentido? Estas son algunas preguntas que surgen fruto de la realidad violenta que ha vivido nuestro país. Pero no solamente la violencia armada ha sido la causa de tanto dolor y sufrimiento en Colombia, existe otra pandemia todavía más fuerte que ha aniquilado, robado sueños y gestado más injusticias y violencias: la corrupción. Con dolor hay que afirmar que muchos colombianos, a lo largo de la historia de este país, y en particular en este tiempo, han sido verdaderos conquistadores de la corrupción, se han robado el capital de los colombianos, por medio de triquiñuelas y mentiras han duplicado los costos en obras nacionales, han incrementado desmesuradamente los costos de los productos, han vivido como parásitos a costas de los recursos de otros, por medio del chantaje y los cobros adelantados para hacer favores o aprobar contratos, han favorecido a sus más allegados por encima de los verdaderamente necesitados. Estos hechos parecen normales para muchos y se ha convertido en el modus vivendi de un gran grupo de la sociedad, es por eso, que el Papa Francisco dice: “la corrupción se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras…es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable”. Por eso, aquellos que creen que siendo corruptos son más ricos, lo que consiguen es empobrecerse humanamente, arruinar a la sociedad y gestar nuevas violencias porque “la codicia es la raíz de todos los males” (1 Tm 6,10). A la hora de analizar las raíces de estos conquistadores de la corrupción, duele constatar que muchos de ellos son bautizados de familias respetables y han pasado por colegios o universidades prestigiosas. La pregunta que surge es: qué nos está fallando, dónde está el vacío en la formación o por qué el ejemplo no está dejando huella en las nuevas generaciones. Otrora se hablaba de la lealtad a la palabra, se veía cumplimiento en lo pactado, y no se percibía, como ahora, una jauría de lobos que arrasan todo lo que se les ponga por delante. Por lo tanto, si no queremos que estos hechos sigan siendo el pan diario colombiano, hemos de ser conscientes que el logro de la paz no es un globo que cae de la nada y se inserta en los seres humanos, sino que es un don y una tarea. Don porque se ha de pedir insistentemente a Dios, para que sane nuestros corazones heridos. Y tarea, porque debe ser buscada y construida en cada acción y palabra de la vida cotidiana. De la misma forma, dejemos claro que la paz no es simplemente atacada por las armas, sino también por la corrupción galopante inserta en muchas instituciones y personas. Pero también que la paz no se alcanza simplemente firmando documentos o haciendo promesas grandiosas, es necesario erradicar la sed de egoísmo manifestada en esa enfermedad de la corrupción y evitar la tentación del camino fácil y de la ley del menor esfuerzo, que por años ha venido cultivando la sociedad. Se requiere pensar en todos y no en unos solamente, dejando las hegemonías y buscando todo por la legalidad. Formar a las nuevas generaciones en conseguir el bienestar personal por el trabajo duro y honesto, procediendo con justicia, caridad y misericordia para con todos, en especial con quienes viven la limitación y la pobreza. Pero, ante todo, grabar en la mente y en el corazón las palabras de la Sagrada Escritura que nos advierte: “no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos” (Dt 16,19). Estoy seguro que, si practicamos esto, solo así podremos decir con certeza, ¡Se acerca el fin de la guerra! Padre Juan Álvaro Zapata Torres Secretario adjunto Conferencia Episcopal de Colombia

Vie 25 Nov 2016

“Está espelucá, está espelucá…” (1)

Por Mons. Juan Carlos Ramírez - Es la impresión que deja el proyecto de reforma tributaria estructural que hace tránsito de aprobación en el Congreso de la República. Los entendidos en materia tributaria, evidencian que en el proyecto de ley se encuentran elementos sustanciales que deben orientar un sistema tributario estructural: Eficiencia en el recaudo y en la administración, capaz de generar transparencia en la competitividad y progresividad, equitativo en la diferencialidad, fuerte en la estructura para luchar contra la evasión y la corrupción, diligencia en simplificar los procesos para depurar la tramitología que es el “humus” de la corrupción. Es la hermosa cabellera para un elegante peinado, que en manos de diligentes estilistas, certifica la razón de ser de un sistema tributario: Garantizar los recursos necesarios para que el Estado promueva la construcción de una sociedad con calidad de vida y oportunidad para todos. Un valor común, digno de reconocimiento, es que el proyecto de ley está inspirado en los tres informes que la comisión de expertos tributarios (CET), presentó al gobierno nacional y en consecuencia, a la sociedad colombiana. Esto ha permitido el estudio y la reflexión del contenido del proyecto por parte de todos los sectores de la sociedad que han identificado los impactos que la ley de reforma tributaria puede causar en el modelo de negocio que realizan o en la actividad social que desarrollan. Entre las muchas preocupaciones sobre salen: Se afectará el acceso a internet y nuevas tecnologías, pagarán impuestos los dividendos, la economía solidaria que tiene su mayor expresión en las cooperativas, es excluida del artículo 23 del Estatuto Tributario y asume la responsabilidad del impuesto de renta y complementarios; son afectadas personas jurídicas y naturales, el incremento del impuesto a las ventas (IVA), entre tantos otros aspectos que generan preocupación a la economía nacional. El panorama se torna gris al detallar la parte III del proyecto, artículos 140 al 162, que toca muy de cerca a las llamadas Entidades sin ánimo de lucro (ESAL) y en este escenario se encuentra la Iglesia Católica y los movimientos religiosos, que sienten que sus derechos constitucionales son desconocidos y su identidad vulnerada. Las ESAL, inspiradas en los principios de solidaridad y subsidiaridad, ayudan al Estado a cumplir su objeto social; hacerlas responsables del impuesto a la renta y complementarios es confinarlas a desaparecer como personas jurídicas, incapaces de asumir tan elevados costos tributarios, con la dolorosa consecuencia de alejarlas de una actividad que ni el Estado ni la empresa privada alcanzan a desarrollar. Buscando unos pesos se sacrifica la incidencia que ellas tienen en la transformación social del país. Esperamos que los foros que han promovido los coordinadores del proyecto y sus ponentes, hayan aportado luces para que la propuesta de ley que llegará a la plenaria del Senado, esté inspirada en el respeto al orden constitucional y a todos los sectores de la sociedad. En este momento, cuando el gobierno pensaba que los cabellos de oro tributario estaban armonizados en el proyecto, la realidad evidencia que la tan anhelada reforma tributaria estructural “está espelucá”. Mons. Juan Carlos Ramírez Rojas Ecónomo-Director Financiero CEC

Vie 25 Nov 2016

Aprovechar bien el nuevo año litúrgico

Por Mons. Ricardo Tobón - Tenemos que reconocer que en nuestra sociedad están creciendo la ignorancia y la indiferencia en materia religiosa. Tal vez, lo más preocupante es que esto afecta a los mismos que se dicen creyentes. Es como un “ateísmo interior”, que silenciosamente está socavando la fe y la coherencia de muchos cristianos. No pocas personas se están acostumbrando a vivir tranquilamente sin Dios. Han ido cortando la comunicación con él; no buscan el sentido de la existencia en él; no sienten que él motive y oriente su comportamiento. Esto conduce, frecuentemente, a una visión materialista de la vida y a rendirle culto a ciertos ídolos. No podemos quedarnos tranquilos frente al debilitamiento de la fe de algunos católicos, frente a la descristianización de las familias, frente a la fuga de miembros de la Iglesia hacia las sectas o el mundo de la indiferencia. Cada uno de nosotros es responsable de estos hermanos, que pueden mostrar inconsistencia en su relación con Dios. No podemos permanecer pasivos y contentos con lo que tenemos o simplemente conservando la estructura y prácticas del pasado. Ante esta inquietante realidad debemos encontrar un llamamiento imperioso a la conversión, al compromiso pastoral y a estar abiertos a la creatividad del Espíritu. El primer paso que debemos dar es vivir más auténticamente nuestra fe y nuestra relación con Dios, evitando la superficialidad, la rutina y la exterioridad. Debemos avanzar en una nueva evangelización y en fomentar la acogida fraterna en medio de nuestras comunidades. Debemos promover una liturgia viva, donde todos podamos tener la participación consciente, activa y fructuosa que ha pedido el Concilio Vaticano II. Me parece que el comenzar un nuevo Año Litúrgico es una oportunidad privilegiada para ofrecer esa fuente primaria y necesaria donde todos podemos beber la vida cristiana y atraer a muchos alejados a una relación con Dios “en espíritu y verdad”. La liturgia es la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la puede igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o de un grupo. Es el ejercicio mismo del sacerdocio de Cristo. En ella los diversos elementos significan y realizan la santificación de cada persona y de toda la comunidad. A través de ella se celebra la fe y se consolida la unidad del Cuerpo del Señor. La liturgia invita a asumir un compromiso transformador de la vida, a trabajar por la venida del Reino de Dios. La liturgia cristiana es una peregrinación que va llevando a la transfiguración del mundo y de la historia. Iniciar un nuevo Año Litúrgico es comenzar a recorrer un camino a través del cual hacemos memoria y vivimos todo el misterio de Cristo. Por medio de sus distintas etapas o tiempos se celebran y actualizan los acontecimientos más importantes del plan de la salvación, mediante un itinerario de fe que nos permite experimentar y apropiarnos todo lo que el amor de Dios ha hecho por nosotros. De esta manera, el Año Litúrgico es memoria de las acciones salvíficas de Dios, es presencia de Cristo que nos involucra en su Pascua, es anuncio profético de una plenitud que viene. Para lograr esto es preciso promover una verdadera pastoral litúrgica que haga de esta estructura el lugar donde los creyentes celebran, viven y maduran su fe. Lo cual pide que esta fe sea suscitada y formada por una evangelización concreta y por una catequesis sistemática. Igualmente, se necesita una espiritualidad litúrgica para que cada miembro de la Iglesia a través de este itinerario se vaya configurando cada vez más a su Señor y aprenda a vivir en la caridad “los mismos sentimientos que tuvo Cristo”. No desaprovechemos esta oportunidad que nos da el comenzar un Año Litúrgico para avivar la fe de la comunidad cristiana y para ofrecer un espacio acogedor de vida nueva a los alejados. Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Vie 25 Nov 2016

Iglesia católica manifiesta preocupación por reforma tributaria

La Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) se manifestó frente a la nueva reforma tributaria que por estos días se está debatiendo en el Congreso de la República, afirmando que dicha reforma da privilegio a los ricos y penaliza a los pobres. En una misiva firmada por el presidente de la CEC, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga y que fue presentada ayer al Congreso, el episcopado solicitó conservar la legislación que mantiene a la Iglesia exenta de pagar impuestos de renta. El documento señala que algunos puntos de la reforma van en contra de la identidad y misión de la Iglesia, pues lo que se propone “compromete gravemente el ejercicio de la tarea evangelizadora y de protección social por parte de las instituciones eclesiales”. La Iglesia pide que se mantenga la legislación actual contenida en el artículo 23 del Estatuto Tributario, en virtud de la cual los movimientos, asociaciones y congregaciones religiosas, que sean sin ánimo de lucro, no son contribuyentes del impuesto sobre la renta. “Al excluir a las entidades de la Iglesia católica del artículo 23 del Estatuto Tributario, donde aparecen como entidades declarantes no contribuyentes de renta, dada la actividad histórica y meritoria de la Iglesia, deberían pasar al artículo 19 del Estatuto Tributario como contribuyentes del Régimen Tributario Especial. Sin embargo, al no poder cumplir con las condiciones establecidas, quedarían como entidades sin ánimo de lucro haciendo una labor social, pero pagando impuesto de renta como si fueran entidades comerciales con ánimo de lucro”, indica el documento.

Mié 23 Nov 2016

Perdonar el aborto

Por Pbro. Raúl Ortiz Toro - Tamaña sorpresa nos ha dado el Papa Francisco en su Carta Apostólica “Misericordia et misera” firmada el pasado 20 de noviembre, cuando en el numeral 12 declara que “de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar, lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario”. Algunas consideraciones nos resultan: En primer lugar, el Papa evita hablar de la pena que conlleva cometer el delito-pecado del aborto que es la excomunión latae sententiae, ya que no hace parte de su lenguaje; sin embargo, el canon 1398 lo deja en claro aun cuando Francisco no lo aluda explícitamente. En segundo lugar, esta Carta traerá implicaciones en el Código de Derecho Canónico, sobre todo en lo que respecta al título “De la cesación de las penas” pues las disposiciones y el lenguaje canónico están acomodados a la remisión exclusiva del Ordinario de lugar (generalmente se trata del Obispo) y excepcionalmente el sacerdote que es delegado como penitenciario (canon 508), el que confiesa al penitente en peligro de muerte (canon 976) y el que confiesa al penitente con agobio moral (canon 1357). Tercero, el Papa deja en claro que todo esto se lleve a cabo “no obstante cualquier cosa en contrario” lo que nos permitiría pensar que el Obispo en su diócesis puede dar indicaciones precisas de tono pastoral; se me ocurre, solo como hipótesis, que el Obispo podría decirles a sus recién ordenados que se abstengan de absolver este pecado durante el primer año de ministerio mientras adquieren una práxis penitencial más adecuada. Pero también que inste a sus sacerdotes a que se cercioren de la contrición en el penitente, absteniéndose de absolver a quien no muestre verdadero arrepentimiento: muchos casos se han visto de personas que confiesan el pecado sin sentir dolor por haberlo cometido o, como lo adujo el Papa en otro lugar (en el libro entrevista “El nombre de Dios es misericordia”), ni siquiera sienten dolor por no sentir dolor. De todos modos, se nos viene a los sacerdotes un gran desafío y es la atención esmerada y medicinal a estas personas que, generalmente, llegan desechas al confesionario. Lo hemos hecho en este pasado Jubileo como excepción y debemos ahora implementarlo como regla. Cuando he tenido la oportunidad de dictar cátedra de “Audiendas” (que es el curso para confesores) insisto en que al penitente se le encamine a la práctica de penitencias que lo conviertan en “Apóstol de la Vida”. En otras palabras suelo poner estas tres prácticas penitenciales: 1. La oración: de sanación espiritual para sanar las heridas que deja este hecho y aliviar los recuerdos cargados de culpa, sobre todo, acompañada de alguna práctica de piedad como, por ejemplo, tres visitas al Santísimo o la Novena a Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de los niños no nacidos. En esa oración recomiendo orar por las parejas que pasan por la tentación de abortar para que encuentren la fuerza de Dios para evitar ese pecado. 2. El testimonio: Sin contar la historia personal, el penitente es invitado a dar consejo a tiempo y a destiempo, sobre todo a quienes quieran atentar contra la vida. Se les invita a que defiendan siempre en sus conversaciones una posición decidida en favor de la vida humana. 3. La caridad: Hay muchos niños que necesitan del apoyo de personas que sean sensibles a sus necesidades; el penitente debe ser invitado a que ejerza la caridad y el servicio con niños que bien podrían ser sus hijos. Bien podría haber otras penitencias adecuadas como medicina para aliviar el dolor moral de quien ha cometido este pecado; lo importante es que sean proporcionales al pecado cometido y no vayan a ser tomadas simplemente como una práctica vacía. Por Pbro: Raúl Ortiz Toro Docente del Seminario Mayor de Popayán rotoro30@gmail.com

Lun 21 Nov 2016

Un mensaje para los jóvenes

Por Monseñor Gonzalo Restrepo - Los jóvenes son la mayor reserva de un país. En los jóvenes se encuentra el futuro de todos los desarrollos y progresos del país. La cultura, la ciencia, las instituciones sociales, la familia, las creencias y las manifestaciones culturales, nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, la manera de relacionarnos y hasta el lenguaje, depende, en buena medida, de los jóvenes. Por eso, tenemos que cultivar la juventud. Tenemos que apoyar a nuestros jóvenes, permitirles que tengan alas para volar, mente amplia y clara para discernir y voluntades muy definidas y fuertes para decidir. Las semillas que sembremos en los jóvenes no se perderán. Lo importante es que siempre estas semillas encuentren el cariño, la compañía y el calor humano de quienes caminamos con ellos. Estar al lado de los jóvenes es un privilegio. Uno se rejuvenece, uno siente la energía de ellos y se entusiasma, uno vuelve otra vez a tener la espontaneidad perdida. Con los jóvenes uno es capaz de arriesgarse, de seguir adelante a pesar de las caídas y las dificultades. Los jóvenes nos enseñan a perdonar y reconciliarnos, a vivir no tanto del pasado ni del futuro, sino del presente. La juventud es un tesoro que hay que cultivar y conservar. No se pierde la juventud con el pasar de los años, sino cuando dejamos que nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestros sentimientos, se envejezcan, se vuelvan sin sentido ni sabor, pierdan su lozanía y humanidad. Los jóvenes son descomplicados, y casi siempre informales. Tienen un sentido crítico y de análisis muy agudo y, en ocasiones, llegan a la incomprensión y a la exigencia exagerada. Quieren que todas las cosas se resuelvan “ya”; no dan espera, tienen el sentido de hacer las cosas inmediatamente y muy directamente, sin intermediarios. Son explosivos. Están llenos de energía y siempre están activos. Los jóvenes son generosos, comprometidos y sinceros. Las tareas que tienen en sus manos, aquellas de las cuales están convencidos, las realizan hasta el final. En ocasiones son inconstantes. No son temerosos sino arriesgados. Si valoráramos a los jóvenes en su punto justo, si los acompañáramos más, si les mostráramos más caminos, si los entusiasmáramos más con nuestra vida y nuestro testimonio, si descubriéramos sus valores, si dialogáramos más con ellos, si les diéramos más responsabilidades, si confiáramos más en ellos, si pensáramos más en el futuro de nuestras familias, de nuestra cultura y de nuestra sociedad, entonces, estaríamos cosechando los mejores frutos para el futuro. Estaríamos asegurando calidad y valores, hogares bien formados, instituciones sanas y sin corrupción, liderazgos políticos, sociales, culturales y científicos. Aseguraríamos una educación integral fundamentada en los valores, en la convicción y en el sentido social y solidario que tanto necesitamos. Si acompañáramos más a nuestros jóvenes, el problema de la drogadicción y de la soledad que muchos de ellos arrastran, sería mucho menor y estaría siempre en plan de superación. No desperdiciemos el tesoro de los jóvenes. Y ustedes jóvenes no pierdan sus días y su tiempo en ocupaciones sin sentido. El estudio, la cultura, las buenas relaciones, el deporte, la familia, el noviazgo, los amigos y las amigas, las diversiones, sus encarretes y sus hobbies, son valores muy grandes que ustedes deben aprovechar y hacer crecer en todo sentido. Jóvenes: ustedes son los responsables del mañana de nuestra sociedad y nuestro país. No pierdan el tiempo porque jamás lo podrán recuperar. Adelante. Jamás dar un paso atrás, siempre adelante, con el mayor sentido de superación y crecimiento. + Monseñor Gonzalo Restrepo Arzobispo de Manizales

Vie 18 Nov 2016

RIIAL analizará futuro de portales web y redes sociales de la iglesia católica

Con el fin de analizar cuál va a ser el futuro de los portales web católicos en tiempos de redes sociales, se reunirán vía on line, los participantes del segundo conversatorio de redes, convocado por el Vaticano a través de la Red Informática de América Latina (RIIAL). Por Colombia estará participando el padre Elver Rojas, director del departamento de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal, quien acompañado del padre Yaír Ortega, secretario ejecutivo de la Comisión Episcopal de México y el ingeniero Carlos Correa, director de Iglesia.cl de la Conferencia Episcopal Chilena; compartirán los criterios técnicos y comunicativos que debe seguir un portal web católico y su integración al tema de las redes sociales. El encuentro virtual se realizará el próximo 24 de noviembre a las 10:00 a.m. hora colombiana, no tiene costo. Está dirigido a miembros que hagan parte de la RIIAL, aunque se podrá seguir la videoconferencia registrándose en el portal www.riial.org o en el sitio web de la Conferencia Episcopal www.cec.org.co La actividad forma parte de un ciclo de conferencias organizadas por la Red Informática de la Iglesia en América Latina (Riial), como un “espacio de encuentro virtual para fortalecer esta red y ofrecer a sus miembros la oportunidad de formación en temas de actualidad para la iglesia y el mundo de las nuevas tecnologías de comunicación”.

Vie 18 Nov 2016

¿Se clausura el año de la misericordia?

Por Mons. Ricardo Tobón Restrepo: El Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, se ha clausurado el 13 de noviembre en todas las diócesis del mundo y una semana después, en la solemnidad de Cristo Rey, se clausura también en Roma. Ha sido un año de gracia en el que toda la Iglesia ha vivido la experiencia de la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, y ha recibido la misión de anunciarla a todo el mundo. Nos ha permitido sentir de nuevo el abrazo de Dios. Ha sido una llamada, un despertar, un relanzamiento de la vida a partir de la certeza de que Dios nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos acompaña y remedia las carencias de ser o de bien que se dan en nuestra miseria humana. Pero el Año de la Misericordia no puede pasar sin habernos dejado una nueva forma de pensar, de vivir y de ser misericordiosos como el Padre. En nosotros tiene que quedar para siempre la experiencia de la compasión de Dios que nos ha sido revelada en Jesucristo y que se vuelve una fuente permanente de alegría, de serenidad, de libertad y de paz. En efecto, hemos aprendido a interpretar y a realizar nuestra vida desde el camino de felicidad que nos propone en el Evangelio, desde el perdón que Él nos ofrece siempre, desde el amor creador con que nos trabaja cada día. Este Año Jubilar debe continuar despertando en nosotros la misericordia que habita en nuestro corazón de hijos de Dios, colmados de su amor. De esta manera, la misericordia debe ser la vía maestra que lleve a la Iglesia a cumplir su misión de ser un signo vivo del amor del Padre santo y providente. Y, por lo mismo, será para cada uno de nosotros una llamada a hacernos cargo, a través de las obras de misericordia, de las dificultades y debilidades de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres, que son los privilegiados del amor paterno de Dios. El Jubileo continuará manteniendo en nosotros la certeza clara de que somos peregrinos en camino hacia la meta que es Dios y que la Puerta Santa para entrar es Cristo. En verdad, Cristo es la epifanía definitiva de Dios, que nos enseña a ser hijos y a ser misericordiosos a través de la escucha de la Palabra, de la celebración de su misma vida en la Liturgia a lo largo del año, de la vivencia pascual en los sacramentos particularmente la Eucaristía, de la alegría de la fraternidad en cada comunidad cristiana y del mandato misionero de entregar a otros el Evangelio que hemos recibido. A lo largo de este año, con buena voluntad, cada uno ha buscado recibir y dar los mejores frutos. Dios ve el corazón y conoce los esfuerzos que hemos hecho. El Año de la Misericordia en realidad no se termina; es como un horizonte que nos seguirá mostrando nuevas riquezas y nuevas posibilidades, que es preciso aprovechar. Es como un surco que quedó sembrado y ahora nos corresponde continuar cultivando con responsabilidad y esperanza las plantas que nos darán una fecunda cosecha. Es como un acicate, cargado de humanidad, que seguirá impulsando nuestras vidas hacia la santidad, el apostolado y la caridad con todos. Cerrar el signo exterior, la Puerta Santa, no significa que las gracias de este año dejen de estar presentes en nosotros. El Año de la Misericordia es como un gran río que se alarga en la llanura del mundo y de la historia y cada gota irá regando la vida de los hombres y los pueblos con el consuelo y la alegría del Evangelio. Es como un libro que quedará abierto; cada página continuará revelando el resplandor del amor de Dios y cada página seguirá siendo una oportunidad para que escribamos nuestros actos de misericordia con los demás. El Año de la Misericordia no se acaba; tiene la fuerza vivificante del río, tiene la fascinación del libro que ofrece cada día una página nueva. + Monseñor Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín